Conviene comenzar el texto con una certeza: todo el mundo vio, en algún momento de su vida, un Objeto Volador No Identificado (OVNI).
Claro que la mayoría de estos avistamientos tiene una explicación perfectamente lógica. Se trata, en general, del desconocimiento que existe sobre las morfologías, destellos lumínicos y patrones de vuelo de cometas, sondas, globos meteorológicos, satélites, e incluso de ciertas aeronaves de origen militar.
Todo esto sin contar el relato de quienes fueron estimulados por sugestiones, alucinaciones o simplemente por las ganas de captar la atención mediante alguna fábula más o menos elaborada.
Resultaría torpe, sin embargo, asegurar que la totalidad de los OVNIS pertenece a estas categorías. Es innegable que existe otro conjunto de vuelos desconocidos que no puede ser explicado cabalmente por astrónomos, meteorólogos, pilotos, controladores de vuelo, militares ni funcionarios.
Ninguno de ellos sabe, en rigor, qué sucede con ciertos objetos que cruzan los cielos, desafiando radares, fotografías y filmaciones sin trucos digitales.
Cuando los OVNIS se pusieron de moda en los Estados Unidos, a finales de los años '40, la literatura y el cine esparcieron rápidamente por el mundo las leyendas sobre supuestos humanoides vestidos con trajes plateados o diminutos seres de color verde, quienes, invariablemente, descendían de naves con forma de plato invertido.
No parece casual, entonces, que los primeros avistamientos en la Argentina sucedieran por esa época, sobre todo en grandes centros urbanos como Buenos Aires, Córdoba y La Plata.
De hecho, durante las siguientes dos décadas, parte de la población atravesó una especie de furor por las historias de naves interplanetarias -fueran supuestamente reales o explícitamente ficcionales- en un contexto sin dudas estimulado por las hazañas de la carrera espacial entre estadounidenses y soviéticos.
Sin embargo es válido recordar que los cielos de Bahía Blanca ya contaban con un viejo antecedente del fenómeno OVNI entre sus archivos aunque, al momento de su difusión, a nadie se le hubiera ocurrido pensar en conceptos como “platos voladores” o “alienígenas”.
Así lo certifica el número 36 de la revista local Proyecciones, publicado en marzo de 1910, que informaba a sus lectores sobre un extraño destello sobrevolando el centro de la ciudad por la noche, el cual logró ser fotografiado pese a las precariedades técnicas de la época.
Bajo el título “Una sorpresa”, el texto que acompaña la imagen comienza su relato explicando que “el fotógrafo soñador de las excursiones se nos ha presentado esta semana con otra novedad, cuya es la placa que trasunta el adjunto grabado”.
Tras comentar que el retratista “se ha cansado de correr por las calles en busca de motivos y que ahora, en las noches iluminadas y serenas, escudriña los horizontes y se empapa de infinito”, detalla que “después de vagar con la imaginación por la inmensidad del firmamento, creyó descubrir en la luna una figura de mujer bonita y ya no tuvo otro pensamiento que el de fotografiarla”.
El artículo señala que en ese momento “dirigió el objetivo hacia la fulgurante reina de la noche y delirando con su triunfo permaneció durante una hora, tiempo que calculó necesario para estampar en la gelatina la sideral imagen vislumbrada en su embriaguez de astros, de celajes y de majestad”.
“Lo que resultó de la operación está a la vista. Es un palote de colosal radiación con un punto luminoso debajo que es, sin duda, la luna”, describe el redactor, en un intento por precisar el fenómeno de la mejor forma posible.
En efecto, la imagen publicada muestra un rastro brillante, envuelto por un aura resplandeciente, que parece trazar una diagonal en medio de un marcado contraste con la oscuridad del cielo bahiense.
El cronista asegura que, una vez revelada la placa, la revista consultó a “algunos profesionales del arte acerca de este fenómeno fotográfico y ninguno se lo ha podido explicar satisfactoriamente".
Es lógico que aquella visión no fuera asociada en ningún momento con la posibilidad de naves tripuladas. Después de todo, cuando se publicó la imagen, la aviación tenía apenas siete años de existencia desde el vuelo pionero de los hermanos Wright, en marzo de 1903, y aún faltaban cuatro semanas para que el francés Emilio Aubrun se animara a realizar el primer vuelo nocturno en la Argentina.
Si bien en ningún momento se conjetura acerca de posibles fenómenos naturales, el texto de Proyecciones busca alguna respuesta un poco más convincente para sus lectores. En ese sentido argumenta que “desde luego se supone que no es el cometa de Halley”, al que se esperaba dos meses más tarde -justo para las celebraciones del Centenario de la Revolución de Mayo- por lo que concluye que “el intruso más bien parece tratarse de un defecto de la placa”.
“No se concibe que a las diez de la noche haya aparecido en el cielo un astro de magnitud muy superior a la luna sin que llamara la atención su presencia”, razona.
“La placa es, de todas suertes, curiosa y en este carácter la publicamos”, concluye la nota.
Faltaban poco más de 37 años para la publicación del siguiente reporte OVNI en la ciudad. Claro que, para ese entonces, la perspectiva de la sociedad se había modificado bastante, sobre todo por los datos llegados desde los Estados Unidos. Por eso, el 24 de julio de 1947 La Nueva Provincia no dudó en anunciar el avistaje de "varios platos voladores" sobre Bahía Blanca.
“Anoche se apersonaron a la redacción los marineros Leonardo Leguiza y Raúl Malgor, quienes nos manifestaron haber observado uno de esos discos andariegos desde la intersección de las calles Castelli y Roca, a las 21", publicó el diario.
Cabe preguntarse qué fue exactamente lo que logró captar el fotógrafo de Proyecciones aquella noche de 1910, pero es razonable sostener que se trató de un OVNI en el sentido más estricto del término.
Como conclusión podría decirse que, entre los creyentes y los escépticos, se mantiene abierta una brecha razonable de curiosidad.