Maddie Clifton solo vivió 8 años. El día en que la iban a matar, el martes 3 de noviembre de 1998, poco antes de las cinco de la tarde, tocó la puerta de su vecino de enfrente, justo cruzando la calle.
Le abrió quién sería, en minutos, su asesino: Joshua “Josh” Earl Patrick Phillips, de 14 años. Maddie lo conocía desde hacía mucho tiempo. Le pidió jugar un rato al béisbol. Aunque el adolescente no tenía permitido recibir visitas en ausencia de sus padres, aceptó jugar con ella y la hizo pasar.
Maddie desapareció esa misma tarde, en ese barrio de la ciudad de Jacksonville, en el estado de Florida, Estados Unidos, donde había vivido desde su nacimiento.
A las 18.30 Sheila Clifton, su madre, se asomó a la vereda para llamarla. La mesa estaba puesta para la cena y quería que Maddie entrara para comer con la familia. Pero su hija menor no estaba a la vista. Cruzó la calle y tocó puertas. En la casa de los Phillips la atendió Joshua quien le explicó que no la hacía pasar porque su padre le tenía prohibido dejar entrar a alguien si no estaba él, aunque aseguró no saber nada de Maddie.
Sheila la siguió buscando. Una hora después, sumamente alarmada, llamó al 911: quería reportar la desaparición de su hija. Dijo que Maddie había salido a jugar a la calle con unas pelotas de golf y no había vuelto.
Nunca confíes en los vecinos
El primer sospechoso fue un vecino con antecedentes por agresión sexual quien había sido arrestado dos veces en el pasado lejano, pero había terminado libre porque las denuncias habían sido retiradas. Ese mismo hombre falló en el detector de mentiras cuando le preguntaron por Maddie. Era un personaje que claramente podría estar involucrado en algo así, pero tenía una coartada que fue comprobada.
La policía y más de 400 voluntarios, entre ellos los vecinos con Joshua incluido, se lanzaron a buscar a la pequeña Maddie. Como pasaban las horas y los días sin que pudieran hallar rastros, desembarcó el FBI. Las autoridades ofrecieron primero una recompensa de 50.000 dólares que inmediatamente elevaron a 100.000. Estaban desesperados por información. Repartieron folletos con su cara y el famoso programa America ‘s Most Wanted se ofreció a contar la historia, quería colaborar. Seguramente, también buscaba rating porque el caso estaba conmoviendo profundamente al país.
No llegaron a hacerlo, la tragedia emergió de manera intempestiva y menos esperada.
Maddie, la pecosa alegre y miedosa, la de grandes ojos marrones que tocaba muy bien el piano, estaba demasiado cerca.
La madre que limpiaba demasiado
Melissa “Missy” Dunfee, madre de Joshua Phillips, observó que en esos días su hijo estaba demasiado callado y más malhumorado que lo habitual. Supuso que su estado de ánimo tenía que ver con la desaparición de su pequeña amiga de la casa de enfrente.
El 10 de noviembre, cuando ya habían transcurrido siete días con sus noches desde la ausencia de Maddie, Melissa entró al cuarto de Joshua para limpiarlo. Fue entonces que observó algo raro en el piso de la habitación: la cama de agua de su hijo parecía perder líquido porque había un pequeño charco. Lo primero que pensó fue que el colchón se había pinchado. Tratando de descubrir la pérdida fue que se percató de que la estructura de la base de la cama estaba quebrada y pegada con cinta. Movilizó el colchón para mirar mejor y fue entonces que quedó congelada: ante sus ojos había un pequeño pie enfundado en una media blanca y, un poco más abajo, se veían unas piernas muy quietas. En medio del shock salió disparada del dormitorio de Joshua, cruzó corriendo la calle y llegó, sin aliento, hasta la puerta de los Clifton. El matrimonio estaba terminando una entrevista con un programa matutino de noticias nacionales cuando vieron ingresar a su casa a la nerviosa vecina. Dijo que buscaba a la policía que estaba apostada en el lugar. A los agentes les informó su terrible hallazgo, quería que fueran a mirar bajo la cama de su hijo, había alguien ahí. Les señaló el lugar desde fuera porque aseguró, pasado el tiempo, que “en ese momento, no pude volver a entrar”.
Después de esto, el mundo de los Clifton volcó para siempre.
Debajo de ese colchón de agua estaba el cuerpo sin vida de su amada Maddie.
Cuando ni el olfato ni la vista funcionan
Increíblemente, en los días anteriores, los policías habían revisado en tres oportunidades la casa y el cuarto de Joshua. Habían percibido un extraño olor, pero lo habían confundido con el aroma de los pájaros que el adolescente tenía en su abarrotado dormitorio.
Esta vez ya iban con el dato preciso de la dueña de casa que decía haber visto unas piernas bajo el colchón.
La mesa de luz de Joshua estaba repleta de ambientadores en aerosol e incienso. Esto era una clara señal de que Joshua había pretendido enmascarar los malos olores del cuerpo en descomposición de su pequeña víctima. Un reloj despertador dorado y un folleto sobre la desaparición de Maddie descansaban entre esos aerosoles. Encontraron, también, un bate de béisbol escondido detrás de un mueble y unos zapatos de Joshua salpicados con sangre. Debajo del colchón, en la estructura de la cama estaba quien buscaban. El cadáver de la pequeña se encontraba desnudo de la cintura para abajo, solo tenía puestas unas medias blancas en los pies. Muy cerca estaban el short, las zapatillas y la bombacha de Maddie.
Una inmediata y sorda conmoción surcó el barrio.
Esa misma tarde Joshua fue arrestado en plena clase, en el aula del colegio católico San José. La noticia había corrido con tanta rapidez que los padres se habían amontonado enseguida en la puerta del establecimiento, donde lloraron abrazados con sus hijos.
Un par de horas después Joshua confesó el asesinato.
La autopsia del cuerpo fue demoledora: determinó que Maddie tenía numerosos traumatismos, que había sido golpeada con un bate de béisbol, estrangulada con ferocidad con un cable de teléfono, apuñalada 7 veces y degollada.
Al día siguiente del funesto hallazgo, 1400 personas se congregaron en la iglesia local sobre el boulevard San José, donde Maddie había hecho su Primera Comunión. El ataúd blanco fue ubicado en el centro, frente al altar.
Los vecinos del barrio estaban impactados y la familia destrozada.
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Las puertas del cielo y del infierno
Joshua nació el 17 de marzo de 1984 (hoy está cerca de cumplir los 39 años) en Allentown, Pensilvania, Estados Unidos. Creció con sus padres Melissa y Steve Phillips especialistas en informática y sus dos medio hermanos mayores: Daniel (quien le lleva once años) y Benjie. Con ellos compartía gustos musicales, iba a conciertos y al cine. Pero antes de que Joshua alcanzara la adolescencia, Steve decidió que se mudaran a Jacksonville en el estado de Florida. Allí partió con su mujer y su hijo menor, mientras los mayores se quedaron en Pensilvania.
Joshua terminó solo con sus padres. Steve era estricto y violento. Y su carácter empeoraba con su adicción a las drogas y al alcohol. Arrancado de su medio y sin la protección de sus hermanos más grandes, el joven le temía cada vez más. En la Academia de Tecnología Philip Randolph donde estaba matriculado, Joshua tenía muy pocos amigos. Jugaba al béisbol y, por el barrio, lo solían ver paseando a su perro beagle, pero todos coincidieron en que era más bien un adolescente retraído. Nadie sabía que en las largas horas que pasaba solo en su casa, Joshua consumía películas de pornografía violenta. Fue justo en esta etapa que se hizo amigo de Maddie Clifton, su pequeña vecina de enfrente. Dos puertas enfrentadas, dos mundos contrapuestos. El cielo y el infierno a ambos lados de la calle.
Maddie era hija de Steve y Sheila Clifton, había nacido el 17 de junio de 1990 y había vivido siempre en la zona. Se hicieron amigos. Nadie encontró que la diferencia de edad fuera un problema para esta amistad despareja. Además, Joshua nunca había tenido comportamientos violentos, raros ni había protagonizado conflictos con nadie.
Era un joven solitario y tranquilo.
La explicación de Joshua
Al ser detenido, durante el interrogatorio, Joshua “explicó” lo inexplicable. Contó que Maddie lo había ido a buscar para jugar al béisbol, que él la dejó pasar y que, accidentalmente, al lanzar la pelota él le había pegado fuerte en un ojo. Como Maddie había empezado a sangrar, a llorar y a gritar, aseguró que entró en pánico. Su padre estaba por llegar y él no tenía permiso para invitados… menos una vecina lastimada. Temiendo la reacción de Steve, Joshua dijo haber arrastrado a Maddie dentro de la vivienda. En ese trayecto, “casualmente”, se le habrían salido la ropa de la parte inferior de su cuerpo y las zapatillas.
Joshua continuó su relato y sostuvo que, una vez en su cuarto, Maddie siguió gritando. Entonces él tomó su bate y la golpeó tres veces con fuerza en la cabeza. Necesitaba que se callara como fuese. Increíblemente, como eso no alcanzó para que ella dejara de hacer ruido, optó por agarrar el cable del teléfono y la comenzó a estrangular durante unos eternos quince minutos. Cuando creyó que ya no haría más ruido, quitó el colchón de agua de su cama y la ocultó allí, dentro de la estructura que lo contenía. Efectivamente, como él temía, llegó Steve Phillips del trabajo. Joshua fue a su encuentro. Mantuvo la compostura y hablaron un rato. Minutos más tarde retornó a su habitación y para su horror escuchó que Maddie seguía gimiendo bajo su colchón. ¡Su padre no podía escuchar eso! Lo retiró una vez más y, con el pequeño cuchillo de un cortaplumas multipropósito marca Leatherman, apuñaló en el pecho a Maddie y le cortó el cuello. Ahora sí que había silencio.
Limpió, ordenó, encintó la base rota y ocultó bien el cuerpo bajo el pesado colchón. Después de esto, se dedicó a llevar una vida normal.
Y sus padres no sospecharon nada.
Lo que se supo después
Cuando la policía retiró el cuerpo de Maddie luego de que Melissa lo descubriera vieron un detalle espeluznante: la mano de Maddie seguía agarrada al marco de la cama de Joshua Phillips. Eso significaba que todavía estaba viva cuando él la introdujo por última vez debajo de su cama.
El juicio en su contra comenzó el 6 de julio de 1999 y duró dos días. Joshua Phillips fue juzgado como adulto. El joven no habló ni una sola vez y su abogado no llamó a ningún testigo. Su confesión detallada era suficiente prueba de su culpabilidad.
Aun así los fiscales cuestionaron la historia de Joshua. Había indicios de que las cosas no habían ocurrido tal cual él las había relatado. De acuerdo a Jay Plotkin, ayudante del fiscal del Estado, “no había pruebas físicas que apoyaran realmente” la idea de que Maddie Clifton hubiera recibido un golpe en el ojo con la pelota de béisbol. No habían encontrado sangre de la menor fuera de la casa. Tampoco había suciedad, ni tierra o arena en el cadáver de la víctima ni en su ropa. Eso hubiese sido lo lógico si hubiera sido arrastrada por el terreno como había sostenido Joshua y expuesto su abogado Richard Nichols. Si bien la autopsia no encontró pruebas de agresión sexual, la duda quedó flotando. Si no había sido arrastrada, ¿cómo era que se le había salido la ropa? Muchos pensaron que, simplemente, Joshua se la había quitado por motivos oscuros. Maddie, sostuvo el fiscal, había entrado sin herida alguna al cuarto de Joshua.
En el juicio, un neurólogo experto contratado por la defensa del acusado, sostuvo que Joshua tenía “lesiones bilaterales en el lóbulo frontal” que impidieron que pensara correctamente en medio de un ataque de pánico hacia su padre por el accidente del pelotazo en el ojo a su vecina.
La familia de Maddie dijo lo contrario: aseguraron saber que Joshua Phillips estaba en un estado de excitación sexual cuando mató a su hija y que prueba de ello era que el joven solía ver pornografía violenta. Sheila Clifton aseveró estar convencida de que si él no hubiera tenido acceso a esos materiales violentos por Internet, quizá Maddie estaría viva.
Indignante fue el comentario del padre del acusado, Steve Phillips, quien endilgó algo de responsabilidad en lo ocurrido a la indefensa víctima: “Si ella no hubiera tocado la puerta de casa, nada de esto hubiera sucedido”. Mirá vos, pensaron todos, visitar a un vecino al que conocés para jugar puede convertirte en culpable de tu propio crimen. Melissa Phillips por su lado explicó por qué no habían detectado antes el cuerpo en su casa: “Porque no había nada fuera de lo ordinario. Yo esa noche volví de trabajar y no vi nada mal en mi casa”.
Durante las audiencias se reveló, además, que Joshua estaba obsesionado con Jessica Clifton (11 años por ese entonces y hermana mayor de Maddie) y que él tenía en su habitación libros de adoración al diablo y de brujería.
Si bien la cabeza de Joshua debería haber sido un combo complejo nadie percibió nada. Un perito psicólogo determinó que el adolescente no había estado ansioso ni deprimido antes de cometer el asesinato. Aunque el fiscal Harry Shorstein sí reveló algo perturbador: Joshua Phillips había pasado la media hora anterior al asesinato navegando con la computadora familiar por una página web de violenta pornografía. A pesar de ello, estas evidencias no fueron admitidas y el móvil sexual nunca pudo ser corroborado.
El juez Charles Arnold fue durísimo. Le dijo a Joshua en la cara: “No te percibo como a un niño. Tu monstruoso acto te ha convertido en un adulto”. Y para terminar citó las palabras bíblicas del Evangelio de San Lucas, capítulo 17 versículo 2: “Mejor sería que lo arrojaran al mar con una piedra de molino atada al cuello, antes que lastimar a uno de estos pequeños”.
El 19 de noviembre de 1998 el jurado dio su veredicto: Joshua fue encontrado culpable de asesinato en primer grado y luego sentenciado a cadena perpetua. No podía ser condenado a muerte por su condición de menor al momento de cometer el crimen.
Las otras víctimas
Jessica Clifton resultó ser una segunda víctima del caso. El homicidio de su hermana la llevó a crecer de golpe, a escuchar detalles horribles durante el juicio y a sentir que debía apoyar, como fuera, a sus devastados padres.
Los sonidos de la pena intramuros fueron lo peor. No puede olvidar aquel martes 3 en el que Maddie no llegó para sentarse con ellos a comer en la mesa.
Esa misma tarde, confiesa, ella empezó a perder su identidad. Ya no saldría con amigos, ya no sería una adolescente normal, ya no habría risas ni alegría posibles. Ya no era Jessie Clifton, ahora era lo que quedaba de Maddie Clifton. La embajadora de la tragedia. La hermana de la asesinada.
Steve Phillips, el padre del asesino, murió en el año 2000 en un accidente de auto. Increíble, pero cierto: Sheila Clifton visitó a Melissa Phillips para darle las condolencias.
En 2002, la corte confirmó la condena de Joshua. Pero en diciembre de 2004, Melissa “Missy” Phillips solicitó un nuevo juicio para su hijo. Quería una segunda oportunidad para él.
Jessica Clifton siente pena por la madre de Joshua: “Missy era una persona amable y dulce, no merecía lo ocurrido. Siento que ella cree que todos están en su contra. Ella encontró a Maddie… y no puedo imaginar ese momento… y darse cuenta de lo que su propio hijo había hecho. Es demasiado para poder manejarlo”. Ambas generaron un vínculo basado en la pérdida, la de una hermana asesinada, la de un hijo preso para siempre. Jessica sintetizó: “Una pérdida es una pérdida”.
Mientras, en prisión, la vida continuó y Joshua completó su educación secundaria a distancia y siguió estudiando. En 2007 recibió un diploma en leyes. Desde entonces ha ayudado a varios prisioneros en sus apelaciones. En el año 2008, Joshua se negó a escribir una carta de disculpas a la familia de Maddie Clifton, dijo que ellos merecían que él les pidiera perdón en persona. Pero la madre de Maddie se negó a verlo, no tenía interés en hablar con él.
Ese mismo año Joshua aseguró no saber si merecía una segunda oportunidad, pero dijo que la deseaba con toda su alma: “Puede ser que merezca morir en prisión, pero no puedo verlo así”. También afirmó que intentaba evitar pensar en el asesinato: “Esa es una de las razones por las que leo mucho, así no tengo que pensar en nada más”. En una entrevista declaró: “Esa pequeña niña no merecía morir. Trato de pensar qué infierno pasaba por mi cabeza… Arruiné mi vida. Y arruiné la de ella. Ella no tuvo la oportunidad de hacer nada, todo por mi culpa (...)”. Para sobrevivir en la cárcel reconoce que “puse mi cabeza en un mundo de fantasía donde nada había ocurrido. Fue mi mecanismo de defensa para todo mientras fui niño. Nunca tomé la decisión de ignorarlo, solo lo hice”.
¿Qué llevó a Joshua a matar? Algunos expertos creyeron que realmente podría haber sido resultado del miedo que le inspiraba su violento padre (su caso se reflejó en el documental titulado Why Did Josh Kill? (¿Por qué mató Josh?). En 2018 el convicto fue entrevistado por la periodista británica Susanna Reid para el documental de la ITV Children Who Kill (Chicos que matan). Cuando ella le preguntó por qué había matado a Maddie, Joshua se quedó callado por unos segundos y, luego, respondió: “No lo sé… No creo tener la respuesta… Podría ser que necesitara algún tipo de terapia o algo para encontrar qué es lo que está mal en mí”.
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Verdad y consecuencias
Sheila y su marido, los padres de Maddie, se divorciaron después de 25 años de matrimonio y 5 de noviazgo. El drama los había dejado devastados: “Mi marido fue muy cerrado con la pena (…) Solo fuimos en direcciones diferentes. Los sueños y deseos de verla crecer se habían ido y eso era algo muy difícil de aceptar para una madre”. Ya no podían disfrutar de nada, ni de los viajes de pesca, ni de unas vacaciones familiares normales. Steve Clifton se tragaba la tristeza, pero Sheila necesitaba hablar y mantener viva la memoria de su hija. La vida tal como la conocían se había evaporado.
Al separarse, Sheila se mudó a la casa de su madre en el mismo barrio, no quería vivir más frente a la casa del asesino. Jessica, en cambio, se quedó con su padre y generó esa relación con Melissa Phillips a la que nos referimos antes. Con el tiempo Sheila volvió a casarse y su pareja es hasta el día de hoy Nick DeLonguis.
Melissa Phillips maneja, una vez al mes, cuatro horas de ida y cuatro de vuelta para visitar a su hijo en la cárcel. En esos encuentros hablan de cómo será la vida una vez que salga. Es la manera que tienen de mantener la esperanza. Melissa le preguntó muchas veces por qué hizo lo que hizo: “Josh, yo la encontré. Merezco saberlo”. No logró una respuesta de él. Reconoce que ha pasado años preguntándose qué había hecho mal ella para que Joshua cometiera esta atrocidad. Esta pregunta sí se la respondió, una y otra vez: lo que ella hubiera hecho o no, no tenía nada que ver con lo sucedido. Melissa, quien cree que la cadena perpetua es demasiado para la juventud de Joshua, rehízo su vida y se casó con un británico. En todos estos años se mudó dos veces para alejarse de la prensa y de la atención que despierta el caso: “... pienso en los Clifton, pienso mucho en Maddie. Voy a acarrear esto hasta el día en que me muera”, reconoce.
El hermano mayor del condenado, Daniel, le comentó al medio First Coast News: “Desearía que Joshua no hubiese dejado Pensilvania. Sé que podría decir esto un millón de veces y que eso no cambiaría nada. Pero nuestro padre lo alejó de mí. Si me hubiera tenido a mí, a Benjie, habría sido un tío para mi hijo y podría haberse asimilado a nuestra vida aquí… Cuando se lo llevaron para Florida no tenía a nadie. Fue la elección de mi padre. No importó cuánto le rogamos a mi padre que no se lo llevara (…)”.
Nuevo juicio, misma sentencia
En 2012, la Corte Suprema determinó que la sentencia a cadena perpetua sin libertad condicional contra un menor era inconstitucional. Basados en esta decisión, los abogados de Phillips apelaron la condena y en noviembre de 2017 fueron por un nuevo veredicto.
“El quiere hacer algo de su vida -repitió su madre Melissa-. Creo que él debería tener una segunda oportunidad y salir algún día”. La mamá de Maddie, Sheila, para sorpresa de muchos deslizó esta frase en un reportaje: “Yo no lo odio a él. Odio lo que hizo. Estar toda la vida en prisión no lo puedo imaginar. No creo que ningún niño debería pasar por eso”.
El condenado esta vez habló antes de su nueva sentencia para decir: “Entiendo el dolor. Me he vuelto casi íntimo con el sufrimiento. Creciendo en prisión, he visto muchas cosas oscuras y he estado en sitios muy oscuros (...) Muchas veces en este viaje estuve cerca del fin para escapar de todo. Durante estos tiempos estuve envuelto en un torrente de emociones y sentimientos como culpa, desesperación, dolor, desesperanza, miedo y vergüenza. De alguna manera pude continuar, principalmente por el apoyo de mi madre para sobrepasar el trauma. Ella ha tenido que pasar por mucho”.
También le dijo a la familia de Maddie que no transcurre un día sin que recuerde el horror al que los sometió y la irreparable pérdida que causó. Lloró en varias oportunidades en el estrado y los profesionales aceptaron que Joshua parecía sinceramente arrepentido. Pero no consiguió lo que buscaba. Al escuchar la reconfirmación de su sentencia, la misma de su primer juicio, de boca del juez Waddell Wallace, Joshua derramó lágrimas.
La corte de apelaciones sostuvo que la sentencia podría ser revisada y modificada al cumplir los 25 años de prisión efectiva “basándose en su maduración y rehabilitación”.
En 2018, Steve Clifton también dejó la casa donde había vivido con Maddie y su familia. Jessica, la hija mayor, escogió quedarse. Es dónde piensa vivir para siempre. Ahí está el cuarto que compartía con su hermana Maddie, el lugar que habitaron sus juegos y peleas. No quiere olvidar los únicos tiempos felices de su vida: “Pasé aquí los mejores años de mi vida. Acá me siento en casa”, asegura arañando recuerdos y desplegando fotos sobre la mesa para una nota.
Cada quien pasa la pena como puede.
A un canal de televisión le dijo: “Perdonar no es algo que esté en mis manos. Soy cristiana, creo en Dios, pero siento que al fin del día no es mi trabajo perdonar”.
Joshua sigue sosteniendo que no sabe por qué cometió su horrendo crimen. Si no lo sabe él, poco más podemos agregar. Lo cierto es que muchos abogan por su libertad, dicen que es injusto que alguien que era tan chico cuando fue encarcelado pase toda su vida tras las rejas. Hay quienes dudan de su rehabilitación: ¿Qué haría Joshua Phillips en una nueva vida en libertad? Nadie puede anticiparlo.
Este año 2023 Joshua podría salir en libertad condicional del Correccional Cross City de Florida con 39 años.
Joshua asegura que, si lo consigue, intentaría reparar los daños causados, hacer el bien. Solo queda esperar que, cuando vuelva a vivir en libertad, porque sin dudas lo hará algún día, esta vez sepa manejar su pánico, esquivar la maldad y vivir en paz en sociedad. Solo así podrá demostrar que su arrepentimiento es verdadero. Que ya no es aquel monstruo que fue capaz de meter a una indefensa niña bajo su cama y dormir encima de esa improvisada tumba durante siete noches.