La historia del italiano Carluccio Sartori es digna de una película. De esas de tensión extrema, en la que el espectador empatiza con el protagonista en su lucha por su supervivencia. Porque eso hizo este esquiador de 54 años: atrapado por una avalancha, peleó 20 horas sin parar contra la nieve. Y le ganó.
Sartori, que se reconoce como una apasionado de la montaña, practica trekking y dice que está “bien entrenado”, fue sorprendido la semana pasada en una excursión de esquí en Val Badia, una zona turística de la región de Bolzano, en el Trentino-Alto Adige, al norte de Italia.
Sartori pasó casi un día sepultado bajo la nieve. Exactamente 20 horas hasta que los equipos de salvamento lo rescataron. Ahora está internado en la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital de Bolzano, desde donde habló con un canal de TV italiano.
“Ahora estoy bien. Tengo algún problema en la mano derecha, que es la más dañada, pero en el tiempo debería acomodarse todo. La recuperación de la mano será larga, pero me siento afortunado”, dijo. Y pasó a relatar una historia increíble.
20 horas bajo la nieve
“Sentí que la avalancha me arrastró. Al principio no entendía nada. Sentía que me tiraba las piernas y las endurecí, porque mi único terror era que me desgarrara un miembro. Cuando la avalancha se frenó, mi primer instinto fue nadar en la nieve, pero tenía las piernas bloqueadas”, comenzó contando.
Sartori no sólo tenía bloqueadas las piernas con sus esquíes, sino que también su mochila le hacía presión sobre la espalda y una de las tiras le impedía mover su brazo izquierdo. Sólo le quedaba libre su antebrazo derecho. Y fue su herramienta para salvarse.
“Me acuerdo todo y no es fácil explicarlo. Tal vez no esté listo para explicarlo”, dice Carluccio a la cámara, antes de quebrarse.
El hombre contó que cuando se dio cuenta de que estaba bloqueado, su reacción fue “OK, en tanto respire”. Estiró el brazo, pero no lo lograba sacarlo de la nieve. Así que de a poco, empezó a “cavar” con esa mano libre y fue armando una especie de hueco donde poder respirar. “La nieve me caía sobre la cara y yo la compactaba y me la sacaba --detalla--. Logré mantener una lucidez increíble. Porque sabía que si me equivocaba, se terminaba”.
De esta manera, pudo abrir una especie de hueco. “Cuando lo compacté bien, empecé a llamar 'Ayuda, ayuda, ayuda, ayuda'... Pero no había nada que hacer. Y el tiempo pasaba”, se lamenta.
Sentía que su mochila se le venía encima y le tiraba, y consiguió sacarse el guante para maniobrar mejor. “Tenía miedo de arruinar todo lo que había agregado”, enfatiza. Se acercaba la noche, y el frío.
“Tanto tanto frío –enfatiza el italiano--. Mi único pensamiento era mantenerme vivo. Y dije: 'Hasta que mi cuerpo alcance para mantenerme vivo, yo pruebo''”.
Carluccio cuenta que vio muchas películas de alpinistas “y me fueron muy útiles para ver que quien se duerme, se muere. En las películas, el que se mantenía vivo, aunque sea de manera arruinada, se salvaba. Entonces traté de no dormirme nunca en la noche: me concentré para no dormirme nunca y hacía una microgimnasia sistemática”.
Esa microgimnasia consistió en mover la cabeza y la mano sin parar toda la noche. “Fue tremenda”, dice sobre el peor momento de su experiencia, cuando empezó a oscurecer y entendió que iba a pasar toda la madrugada bajo la nieve. Había logrado finalmente abrir un hueco desde el cual podía ver las estrellas, que fueron su compañía en esas horas de infierno.
“Me dije: 'Yo hasta el final no me duermo'. Y hacía mis ejercicios y pensaba en mí. Pensaba poco en mi familia. En este caso, si tenés que dar un consejo, es concentrarte solo en vos. Si pensás en tu familia y en lo que hiciste, te derrumbás. Buscaba eliminar esos pensamientos y concentrarme en que en un poco más, ya llegan. Y llegaron”, contó antes de volver a quebrarse en la entrevista.
Carluccio no es creyente, pero revela que rezó a su madre. E insiste en que la concentración que pudo mantener fue clave para, literalmente, poder contarla.
También cree que su propia respiración fue compactando la nieve alrededor, armando esa especie de cámara en la que ya, en un momento, llegó a verse un pie. “El calor del cuerpo compactó la nieve. Sentí mucho frío. El inicio de la noche fue horrible. Tenía miedo de mi físico. Estoy bien entrenado, pero sentía el ritmo de mi corazón a 150, 160 pulsaciones por hora. No sabía cuánto podría aguantar mi corazón. Ese era mi miedo más grande”, concede el hombre, que repite que estuvo en movimiento sin parar, dentro de las posibilidades de ese limitado espacio, durante 20 horas.
A la mañana, se renovaron las esperanzas. Y el ruido del helicóptero, dice, no se lo olvidará en su vida. “Lo único que me acuerdo cuando los vi es que me relajé. Dije: 'OK, me encontraron y estoy vivo. Me puedo dejar ir'. No recuerdo nada de todo lo que me preguntaron y les contesté”, sigue Sartori, que vuelve a recuperar sus recuerdos en la sala de terapia del hospital, donde sintió “un calor en el cuerpo increíble”.
¿Volvería a la montaña? “Amo la montaña... Pero si digo que sí y en mi casa escuchan esto, me matan. Cortemos esta parte”, alcanzó a bromear con los periodistas el hombre que, literalmente, volvió a nacer.
AS