Barrionuevo tenía razón: había que dejar de robar
La relación entre corrupción y pobreza es directa según todos los rankings. Argentina, de mitad de tabla para atrás. - Por Pablo Vaca
Luis Barrionuevo pronunció en 1990 una de esas frases que instantáneamente pasan a ser parte del folclore criollo. “Tenemos que tratar de no robar por lo menos dos años en este país”, dijo el gremialista en Hora Clave, ante la mirada atenta de Mariano Grondona.
Su propuesta encerraba un canto a la argentinidad: la solución (“no robar”) no tenía por qué ser permanente, alcanzaba que fuera transitoria (“por lo menos dos años”). Un parche, auténtico símbolo nacional.
Pero a la vez el gastronómico sugería algo que constituye una verdad universal: a menor corrupción, mayor riqueza.
Luis Barrionuevo en "Hora clave" con Mariano Grondona. Año 1990.
Nada lo expone mejor que el Índice de Percepción de la Corrupción de la ONG Transparencia Internacional (TI), que releva 180 países y los ranquea de menos a más corruptos.
En su recientemente publicada encuesta 2022, los diez primeros puestos los ocupan naciones de elevada calidad de vida: Dinamarca, Finlandia, Nueva Zelanda, Noruega, Singapur, Suecia, Suiza, Países Bajos, Alemania e Irlanda (con idéntico score que Luxemburgo).
Por el contrario, en los últimos diez lugares figuran varios de los países más pobres del planeta. Son Somalia, Siria, Sudán del Sur, Venezuela, Yemen, Libia, Corea del Norte, Haití, Guinea Ecuatorial y Burundi. Lugares con guerras civiles, hambrunas y/o dictaduras. Caldo ideal para la corrupción, que realimenta la miseria.
Como prueba concreta, Sudán del Sur, Burundi y Yemen también están entre los diez peores países del Índice de Desarrollo Humano 2021 de las Naciones Unidas. A la vez, Suiza, Noruega, Dinamarca, Suecia, Irlanda, Alemania y Países Bajos se ubican entre los diez mejores de esa lista.
Argentina, tal como publicó Clarín, aparece de mitad de tabla para abajo en el ranking de TI, en un poco honroso puesto 94, con el mismo puntaje que Brasil, Etiopía, Marruecos y Tanzania.
El país, que ostenta el detalle no menor de una vicepresidenta en ejercicio, Cristina Kirchner, condenada por cometer delitos de corrupción mientras era presidenta, suma 38 puntos, lo mismo que el año pasado (el máximo es 100; Dinamarca llegó a 90).
Lejos de los 74 de Uruguay (puesto 14) o los 67 de Chile (puesto 27).
La presidenta de TI, Delia Ferreira Rubio, identifica varias de las razones de la pobre performance local. Habla de “normas que no se aplican, instituciones que no cumplen su función y sanciones que se imponen sólo en casos aislados, garantizando la impunidad para los corruptos”.
Ferreira Rubio es contundente en el diagnóstico. “La falta de integridad de los funcionarios es también una forma de corrupción y de violación de las normas de ética pública. El Vacunatorio VIP y el Olivos-party fueron claros ejemplos”, escribió en una columna para este diario.
Así como es directa la relación entre escasa corrupción y la riqueza de los países, otro elemento asoma ineludible como tercer lado de un triángulo virtuoso. Es la inversión en educación. Los top diez en honestidad Noruega, Dinamarca, Suecia, Suiza, Luxemburgo, Países Bajos, Irlanda y Nueva Zelanda están entre los 15 países que más dinero destinan a la educación por habitante.
Guinea Ecuatorial, Haití, Burundi, Sudán del Sur y Somalia, donde la corrupción campea, aparecen entre los 25 que menos invierten.
Argentina, nuevamente, navega en mitad de tabla. Otro detalle no menor: desde que fue sancionada la Ley de Financiamiento Educativo en 2006, hasta 2020 (último año con estadísticas), solo en tres años se cumplió con la meta que obliga a invertir el 6% del PBI.
Dicho de otra manera, en los últimos 15 años el Estado debería haber puesto unos 26.000 millones de dólares más en el área. Los resultados -de no hacerlo- están a la vista.
La receta para salir de una vez de la crisis eterna no parece tan misteriosa.
Pero sí, ya sabemos los bueyes con los que aramos.