En los momentos de crisis, los ciudadanos esperan de sus dirigentes y autoridades políticas ciertas conductas más austeras. Que cuiden el mango, dicho de manera concreta, puesto que los recursos disponibles no surgen por un acto de magia ni son imperecederos. Entonces, tienen que utilizarse con racionalidad. No está para tirar manteca al techo, en otras palabras, también más simples. De allí que la compra de un avión para uso presidencial sea lo menos oportuno en una secuencia de decisiones ejecutivas que muestran una evidencia: la arbitrariedad o el poco tino para tomar ciertas decisiones.
Mientras en el pulso de la calle los argentinos se las tienen que ver con los precios, que complican sus proyecciones, entre ellas, las del consumo diario de alimentos, el transporte hacia el trabajo, los alquileres o, incluso, las chances de tomarse vacaciones, cada vez más recortadas, la posibilidad de que una gestión pueda adquirir un medio de transporte semejante para los viajes de los mandatarios no puede ser, hoy por hoy, una prioridad. Marca, entre otros hechos, qué lectura tienen de la realidad y lo lejos que están de las preocupaciones más elementales de la población.