En un último intento por evitar el cierre de la única escuela primaria, que significaría otro paso rumbo a la desaparición de Faro, población de 18 habitantes en el distrito de Coronel Dorrego, provincia de Buenos Aires, la maestra suplente, Magalí Irrazábal, iniciará, en pocos días, una recorrida por los campos vecinos a fin de “captar” alumnos.
Será una suerte de “manotazo de ahogado” para que la Escuela N° 13 Mariano Moreno continúe sobreviviendo. Hoy lo hace, pero a riesgo de cerrar definitivamente sus puertas: solo concurren dos alumnos, Facundo y Geraldine. Ella finaliza la primaria en diciembre y Facundo el año próximo, pero no hay, hasta el momento, nuevos inscriptos para el ciclo lectivo 2023.
Magalí, suplente de la docente titular, Karen Marchane, se encontrará con la realidad que todos ya conocen: los campos están arrendados y ya no hay chicos en edad escolar.
Debido a que el jardín de infantes es un anexo y funcionan en el mismo edificio, su continuidad dependerá del listado de inscriptos en la escuela.
La situación de Faro no es muy distinta a la de muchos pueblos bonaerenses que forjaron su futuro a partir del ferrocarril, que supo darle a la localidad una estación de tren con mucho movimiento: escuela, restaurante, cooperativa agraria, taller mecánico y de calzado, comisaría y hasta una telefónica. Llegó a tener 600 pobladores.
A diferencia de otros tiempos, Faro carece de niños y de jóvenes porque no existen horizontes de progreso. Si bien hay actividad en los campos, ya no ocupan mano de obra y por eso la población es mayormente adulta.
Las magras cosechas y la baja rentabilidad de la agricultura y la ganadería favorecieron el alejamiento de muchos encargados y peones rurales, que ya no encuentran expectativas de progreso.
Pero el éxodo se precipitó mucho más desde el 2000 a esta parte. Por citar un ejemplo, la escuela, en 2004, tenía 17 alumnos de distintos niveles y la docente de entonces, Viviana Re, se turnaba con su par del Nivel Inicial para viajar en vehículo diariamente. El estado de los caminos es otra dificultad.
Carolina Acosta es cocinera en una estancia cercana y tiene tres hijos, uno de ellos ya en el nivel secundario, por eso debe ir y venir hasta Coronel Dorrego. La misma suerte correrá pronto Facundo, que jamás reniega de sus particulares recreos de a dos.
Al contrario, se muestra contento: es que, hace apenas un par de meses era el único en la primaria, porque Geraldine, hija de un peón, llegó recién a mitad de año.
“Jugamos a la mancha, a la pelota… También hay hamacas ¿Si nos aburrimos? No, para nada”, advierte, mientras su mamá fundamenta: “Nada mejor que la vida libre del campo para una infancia feliz”.
Juan Carlos Peciña (42), bisnieto de los fundadores de la escuelita, un matrimonio vasco que se afincó en Faro en 1915, repasa la historia y cuenta que empezó a funcionar en una vieja fonda de chapa y madera llamada La Eskalduna, que significa Vasco Hablante.
Fue a instancias de sus antepasados, María Francisca Echeondo Ayerbe, nacida en Andoain, y de su esposo, Segundo Muguerza Otaño, oriundo de Irura, provincia de Guipuzcoa. Ambos vascos de pura cepa. Como todos los inmigrantes europeos que escapaban de la guerra, hallaron en Faro todo lo que necesitaban, en especial trabajo.
Cosas del destino, la primera directora se llamaba Nicolaza Pompeselli de Faro y si bien muchos creen que la localidad le debe el nombre a su esposo, es un mito. Según aseguran, es porque recibe la luz del Faro Recalada de la localidad balnearia de Monte Hermoso, el más alto de la Argentina, que está a unos 60 kilómetros del lugar.
“Como descendiente de los fundadores del colegio me apena que la institución, que es el motor del pueblo, esté en vías de desaparecer. Primero, porque es un edificio hermoso y muy bien conservado por los vecinos, pero no es razonable que funcione con una matrícula casi nula, algo que, además, afecta la sociabilización de los alumnos”, reflexiona.
Y añade: “Tengo sentimientos encontrados, no me gustaría que la escuela cierre y, a la vez, un aula con un solo chico no funciona. Ser bueno es fácil, pero ser justo es lo difícil, por eso a la hora de ser realista confieso que no veo mucho futuro”.
Peciña aclara que las escuelas rurales marcaron una época y tejían, en su momento, una “maraña social” entre padres, estudiantes, vecinos y asociaciones cooperadoras.
“Se reunía dinero, se trabajaba codo a codo; hoy todo eso ya no existe”, dice, para deducir que la escuela vive la crónica de un final anunciado, como lo señala el propio poeta Luis Domingo Berho en su “Estación de vía muerta” inspirado en Faro.
“Estación vieja y deshecha que fuiste todo alegría / cuando era una romería en los tiempos de cosecha / Hoy parece que te pecha el mancarrón del olvido / Quién sabe dónde se han ido bolseros y capataces, hombres fuertes y capaces que p’a siempre se han perdido...”
La inhabilitación del ferrocarril fue, sin dudas, el punto de partida del éxodo, puesto que buena parte de sus empleados dependía del paso del tren, en la línea que unía Coronel Dorrego con Necochea. De allí en más, sin prisa ni pausa, la soledad se fue apoderando del paisaje hasta llegar a este presente que bien sabe describir Cristina Balladares, una de las vecinas que se resiste a que Faro desaparezca.
Llegó en 2010 junto a su esposo, Marcelo Cayssials, por entonces apicultor, y encontraron aquí el mejor lugar para vivir. Tanto, que con el tiempo adquirieron el viejo predio de la cooperativa agraria y le pusieron, en la fachada, tallado en madera: “Mi lugar en el mundo”.
Cristina vive posiblemente en el punto que fue epicentro del movimiento de la zona y aún quedan, como testigos y protagonistas, los galpones de forrajes y algunos tanques de combustible enterrados.
“Cuando conocimos Faro veníamos de Monte Hermoso, nos llamó la atención y enseguida pensamos en afincarnos. Por entonces había tres casas y el pueblo estaba abandonado, por eso hicimos lo posible para reconstruirlo invitando a los vecinos a acondicionarlo, promocionando la tranquilidad y lo embelleciéndolo…”, relata.
Sin embargo, asume, es difícil ir contra la corriente. “La escuela tiene solo dos alumnos y al jardín concurre un solo chiquito en forma estable. A veces, dos”, resume.
Nacida en Pellegrini, provincia de Buenos Aires, Cristina vivió los festejos del centenario del pueblo un año después de instalarse, en 2011.
“Hoy mantenemos el Club Atlético Faro, que está hermoso con su escenario, algo de vajilla, mesas, sillas… Un grupo de ex pobladores instaló en un viejo terreno una pista de karting que funciona en fechas especiales. La mayoría de la gente que vive acá es retirada o tiene algún pequeño emprendimiento o es peón”, señala y acota: “No tiene mucho para ofrecer, no hay negocios, aunque sí Internet, Direct TV y atención municipal de Coronel Dorrego. La municipalidad no cobra impuestos porque no tiene obligación de brindar servicios, aunque algo hace, como quitar la basura de los contenedores, otorgar iluminación, a veces mantener las calles o cortar el pasto de algunas instituciones como la estación ferroviaria, capilla y el predio del club, con su canchita de fútbol”, puntualiza.
Carlos Cinalli (78) es uno de los pocos nativos vivos que quedan en Faro. Nació el 9 de julio de 1944 y conoció a su esposa, Susana Mensa, de tanto viajar en el tren a Oriente, a unos 220 kilómetros. Allí vivía su hermana.
Ya casados, se quedaron en Faro toda la vida y allí criaron a sus dos hijos, Adrián y Fernando, quienes continúan con el legado de la tareas rurales (agricultura y ganadería) en el establecimiento San José del Carmen, a unos cinco kilómetros.
“Cada vez que paso por el pueblo puedo percibir la transformación que sufrió, fueron grandes épocas pero pasadas, con mucho movimiento, almacén de ramos generales, boliches… hoy, a mi antigua vivienda ya no le cabe un yuyo”, grafica, mientras termina de recitar el poema de Berho, que aquí todos conocen de memoria : “...Ya no hay muchachas bonitas paseando por el andén / que iban a esperar el tren en las lindas tardecitas / Contra tus vías limpitas no se estrella el sol radiante / y en esa quietud constante de las ruinas que allí quedan, ya ni se mueve la rueda de tu molino gigante”... Además de poseer un gran talento, capaz de observar y componer vivencias de la saga rural, Luis Domingo Berho era un trabajador golondrina que durante algunos años se desempeñó como bolsero en la Estación Faro. “Fue, por sobre todas las cosas, un modesto trabajador del campo e hijo de su mismo esfuerzo, a quien nada le fue regalado. Sobresalió por su talento”, comentan en estos pagos. En una publicación de “La Nueva Provincia” del 27 de enero de 2000, el periodista y escritor Rubén Benítez, ya fallecido, mencionó: “Por un lado sus poemas, nostálgicos, exaltativos o laudatorios se alejan de las connotaciones definitorias de la literatura gauchesca. Están casi siempre más cerca de la pintura que de la narración. Unidos, forman un extenso y completo fresco de aquella laboriosa colonización pampeana, de sus herramientas, sus costumbres, sus alegrías, sus tristezas, sus pobladores, y el entorno que la caracterizó”.
El paisaje de Faro lo completa el Club Atlético Faro, una de las instituciones más emblemáticas, con un salón capaz de albergar a 400 personas. Hoy luce limpio y bien cuidado pero ya no tiene ni comisión directiva. Son los vecinos quienes, voluntariamente, se ofrecen a mantenerlo en condiciones.
Las ordenanzas municipales prohíben la demolición de construcciones y eso en gran parte jugó en contra, ya que progresivamente se sustrajo la campana de la estación, el telégrafo y hasta pisos y aberturas.
Hoy Faro es un campo abierto y muchos siguen añorando aquellos tiempos de cosecha; de encuentros en sus calles pobladas, del hotel y sus pasajeros. Solo se amontonan los recuerdos de unos pocos; de quienes aún eligen esta tierra y la seguirán cuidando hasta la partida del último habitante. Hasta que la luz del Faro siga encendida.