No saber, no querer, no poder o las tres cosas
Por Marcelo Torrez
“Tenemos un precioso día agradable en Mendoza, con gente muy sonriente y estoy obligado a dar una respuesta fea. Y lo siento mucho, porque me gustaría ser optimista, pero no se puede: creo que estamos ante una dirigencia política muy incompetente, muy ignorante, muy mezquina y muy incapaz, pero no de encontrar las soluciones, sino (incapaz) de crear las condiciones para formular las preguntas adecuadas y de tratar de construir las respuestas pertinentes”. Así respondió el lingüista, ensayista y analista político Alejandro Katz cuando, el viernes, en un alto de un encuentro al que había sido invitado en Godoy Cruz para analizar el presente y futuro de las ciudades inclusivas y sustentables, se le consultó su parecer sobre qué cosas deberían pasar en el escenario político del país para avanzar en serio en torno a un “pacto democrático” y hallar, entre otras cuestiones centrales, algunas respuestas a la crónica decadencia nacional que, cuando menos, cumple medio siglo.
Cuando todos saben –con parte de la dirigencia política mirando para otro lado– que los problemas que acucian son la inflación; la ausencia de empleo genuino, digno y de calidad; la depresión educativa y en constante descenso; la ausencia de un horizonte promisorio para la mayoría de la sociedad; la desesperanza, el pesimismo, la angustia de no cumplir metas, ni llegar a fin de mes; la impotencia frente a los que se van porque aquí, parecería, ya no hay más nada que ofrecer, el kirchnerismo en la nación se abroquela detrás de su jefa –acorralada por la Justicia– y se pone a discutir y aprobar, de la noche a la mañana en el Senado, la ampliación de la Corte Suprema de Justicia. En Mendoza, el gobierno de Cambia Mendoza –la ¿antítesis? si se quiere del kirchnerismo, el populismo cínico y perverso y del Frente de Todos– pone todo su empeño a disposición de un proyecto para modificar el funcionamiento de la Suprema Corte de Justicia de la provincia y, con eso, desata todos los fantasmas y demonios contenidos que esconde, siempre, el debate sobre los vicios ocultos de los procesos hegemónicos que han controlado institucionalmente la provincia.
¿Han hecho lo mismo que ambos se critican según el rol que ocupan, el kirchnerismo en la nación, con el cornejismo antes y el suarismo ahora, en la provincia? ¿Buscan ambos el control total de un poder del Estado imprescindible para el buen funcionamiento de la república? ¿Están detrás de arrebatarle la independencia, el atributo clave que garantiza la confianza y la credibilidad institucional, al Poder Judicial y, dentro de él, a su máximo órgano de representación, la Corte, la que debería ser la última carta en juego antes de caer en la barbarie, en la incivilidad, el caudillismo y los feudos deprimentes, además de retrógrados? No, no parecen lo mismo y quizás no sean lo mismo. Pero sí comparten el desprecio de quien gobierna por los pesares de fondo.
La política dirá, en particular quienes se sientan afectados por esta visión crítica en Mendoza, que, visto así, “nunca es momento de ir por las transformaciones institucionales” que necesita Mendoza. Se le agregará que el funcionamiento de la Corte no sólo no es el adecuado, sino que puede estar provocando más perjuicios que otra cosa y que es necesario meterle mano. A eso, es probable que las voces reactivas le añaden que así, con esa mirada crítica con la que se está analizando el proyecto, nada se puede hacer en Mendoza, ni la reforma de la Constitución “porque nunca es el momento para eso”.
Hay una respuesta para lo anterior: hace décadas que la dirigencia les ha ido mezquinando el lomo a los temas de fondo, acompañada, es cierto también, por un porcentaje siempre relevante de personas que no quiere y no acepta, decididamente, afrontar el sufrimiento de cortar por lo sano, de ir por las reformas económicas y fiscales de fondo que se necesitan. Dentro de ese porcentaje de ciudadanos que cuando llegan las elecciones vota por espejitos de colores milita también otro grupo de corporaciones tan influyentes –como decadentes– que sustentan negocios al amparo y abrigo que les da el Estado. Desde esas corporaciones, gremiales y empresariales, sale el famoso: “con la mía, no” o aquella con el mismo significado “¿la mía está, no es así?”.
Se trata de un conjunto de factores que han atentado, por décadas, contra el crecimiento y el desarrollo estable. Y es cierto que no ha sido la culpable de todo ni la política ni la dirigencia. Ni que todos en la política o en la dirigencia que la compone, son la misma cosa, porque, como siempre, hay excepciones. Pero sí falta convicción y seguridad en sostener un plan y un ciclo de reformas y cambios cuando ha comenzado a aplicar se y salen a la luz los dolores y el sufrimiento, como los del parto. No se ha encarado con seriedad constante ni con la fortaleza y firmeza que requiere el camino hacia la normalización de la economía.
Quizás sea, como describe Katz, consecuencia de que estamos frente a una dirigencia “muy incompetente, muy ignorante, muy mezquina, muy incapaz pero no de encontrar las soluciones, sino (incapaz) de crear las condiciones para formular las preguntas adecuadas y de tratar de construir las respuestas pertinentes”.
Aunque en Mendoza se diga que no son lo mismo, quizás con razón –lo que se comprobará si es así más adelante, cuando los cambios propuestos, si se aplican, den sus resultados–, el proyecto de reforma de la Corte mendocina del oficialismo y aquel viejo proyecto de Cornejo para llevarla de 7 a 9 que quedó trunco en el 2017 con el proyecto de ampliación de la Corte nacional que encara el kirchnerismo, lo que subyace y lo que aflora de todo, es que mientras están en eso, los dramas económicos hacen estragos, para los que o no tienen idea de cómo encararlos o no quieren o no pueden.