Ni ella imaginó que a punto de cumplir los 89 años, su larga trayectoria como modista se le iba a presentar delante de sus ojos como un zurcido infinito, vital y reconfortante.
Iderla es la mujer de nombre raro que vistió a todas las novias de su pueblo. Hablar de ella en Urdampilleta -Bolívar, en la provincia de Buenos Aires- es como hacer referencia a una institución que aún mantiene el amor por las telas, las puntillas, los hilos y sobre todo, los sueños de las mujeres que vestidas de blanco aspiran llegar al altar para sellar con un “¡sí, quiero!” su matrimonio.
Empezó muy jovencita y casi de casualidad cuando una vecina la animó a meterse de lleno en ese mundo interminable del tiempo entre costuras. No sabía nada, pero lo aprendió todo. Un cuaderno gastado por los años registraba la cifra de 105 vestidos de novia cosidos con paciencia y entusiasmo por Iderla. Pero se quedó corta porque ya perdió la cuenta de todo lo hecho y porque hay sumarles las confecciones para bautismos, comuniones, madrinas y 15 años.
La visité en su casa centenaria, a solo una cuadra de la iglesia del pueblo. Me esperó coqueta y con la memoria despierta en los detalles de cada vestido que pasaron por su máquina de coser. Su casa fue vestidor, atelier, caja de secretos y hasta terreno de confesiones que se prometió a sí misma no revelar jamás.
Sus clientas coinciden que cada vestido de novia era una aventura diferente, pero para todas había idéntico trato: probarse varias veces hasta que estuviera terminado era una orden que ninguna se atrevió a desobedecer.
La modista del pueblo era exigente con ella misma y no se permitía una costura en falso, o floja o tirante. Es que ella misma daba la cara en cada casorio. Iderla acompañaba a sus clientas hasta la puerta de la iglesia y desplegaba su arte en blanco nieve para que cada protagonista tuviera su noche de sueños.
Cuando su nieto Leandro me escribió por redes sociales proponiéndome la entrevista como un homenaje a su abuela, enseguida le dije que sí, pero con una condición… que muchas de esas creaciones únicas estuvieran en un mismo sitio y a la vista de todos. Leandro ofreció fotos y yo le retruqué que había que salir a buscar los vestidos.
La gran sorpresa es que todas las novias de Iderla lo guardan como un tesoro, así que la búsqueda fue mucho más fácil de lo que imaginamos. Pago chico… revuelo grande. Cada una de las mujeres se fueron pasando la voz y finalmente estuvieron todas juntas a la hora señalada. La única que no sabía absolutamente nada era Iderla.
Más que una nota fue un encuentro de la modista con su propia historia, la misma historia construida a fuerza de ganas y zurcidos invisibles. Algo habrá hecho. Tarda en llegar y al final, al final hay recompensa.