Día de la Adopción: “Muchas veces me pregunto, ¿de qué planeta viniste?”
Hoy jueves 15 de septiembre se celebra en Mendoza el "Día de la Adopción". Mientras esperamos que algún día sea a nivel nacional, desde la redacción de MDZ en Buenos Aires les comparto mi historia de búsqueda de mis orígenes.
Hola, ¿cómo les va? Soy Víctor y fui adoptado a los 6 días de vida por una familia, casi por casualidad. Los Balseiro eran una familia de las que se dice “tipo”: mamá, papá, hija e hijo ya adolescentes de 20 años. Un día se murió el perro que tenían. Leonor, la jefa de la familia, tomó un dinero y fue hasta la veterinaria del barrio a comprar un cachorro.
Mientras esperaba que la atendieran, un hombre que estaba allí aguardando su turno, le preguntó qué había ido a hacer a ese local. Ella comentó que su intención era comprar un cachorro para su familia. Este buen señor bajó su mirada y se quedó pensando (lo cual extrañó tanto a Leonor que no se animó a preguntar nada).
El hombre dijo que se había quedado pensando si alguna familia tendría la misma disponibilidad para adoptar un perro o un bebé; entonces, claro, sonó extraña la comparación. Ella le dijo:
-“¿Por qué me dice eso a mí?”
-“Perdón, es cierto, lo que pasa es que conozco una nena de 16 que acaba de dar a luz, es tan nena, sola, es de un pueblo del interior, vino a trabajar a la ciudad, su familia no sabe que ella estaba embarazada y mucho menos que dio a luz, y lo quiere dar en adopción a cambio de un poco de dinero para el pasaje y volver a su pueblo”.
Ella ni lo pensó.
- “Lléveme con ella que quiero conocerla”.
- “¿En serio?", preguntó él, asombrado.
Y fueron hasta donde vivía esa joven con su bebé recién nacido. Le dió el dinero que llevaba equivalente para comprar un perro y tal vez un poco más y se volvió con un bebé de 6 días envuelto en una manta. Nunca pude imaginarme la cara de los tres miembros de esa familia cuando esperaban un perro y llegó un bebé de 6 días que no tenía ni nombre, ni documentos, ni fecha exacta de nacimiento.
Cuenta la historia que lo primero que hizo esa mujer fue llamar al médico de familia para una revisión general de ese nuevo integrante. Todo era normal, entonces había que anotarlo, y ponerle un nombre: “Que se llame Víctor, como su abuelo”. Pero faltaba la fecha de nacimiento. Desde entonces cumplo años cada primero de mayo, por orden de mi vieja, según ella era el día ideal ya que nadie se iba a olvidar de saludarme.
Y así fui creciendo con esos recuerdos de una familia absolutamente mía sin ninguna sospecha de no parecerme a ninguno de ellos cuatro, al menos en lo físico. Y ellos, que me habían adoptado siendo ya grandes de edad, empezaron a partir. Mi papá, Juan Antonio, se fue cuando yo tenía 5 años. Mi hermano Juan, a mis 8 años y mi vieja del alma cuando cumplí los quince. Ellos tres se fueron sin poder contarme sobre mi origen, lo cual me enteré al año siguiente.
Me produjo una extraña sensación no poder ni agradecer, ni reclamar, ya que no tenía a quien preguntarle. A mis quince años, en agosto del '83 y sin saber a dónde ir a parar, fui nuevamente recibido por una familia amiga. Eran tan amigos que yo los llamaba “tíos” y ellos fueron quienes me recibieron de la mejor manera.
Ahí empecé a experimentar una nueva sensación de familia y con muy buenos recuerdos. Tantos, que cuando llegó mayo nuevamente y para celebrar mi primer cumple con ellos, la casa se llenó de tíos y primos nuevos, que hasta hubo que presentarme a algunos.
También, en ese tiempo, aprendí lo que es trabajar de día y estudiar de noche. Recuerdo muy bien cuando una tarde de sábado del mes de octubre de 1984 me dijeron cara a cara que había sido adoptado. Y la primera sensación que sentí fue de gratitud y también de pena, por no poder agradecer tanto amor y sacrificio por parte de mi vieja, con todo lo que significa criar a un hijo tratando de ser madre y padre al mismo tiempo.
Me mandó al Colegio San José de Morón, que era uno de los mejores de la zona oeste, y, aunque yo sabía de su esfuerzo trabajando todo el día no dejaba de sentir su ausencia en los típicos actos escolares y reuniones de padres. Les aseguro que todos esos recuerdos me dibujan una sonrisa en el rostro, cada vez que aparecen en mi vida.
Fui muy feliz en todos esos años y hoy puedo comprender que no se animara a contarme esa historia del cachorro que fue a buscar o que el primer abrazo que recibí en mi vida no había sido de parte de ella. En todo este último tiempo reflexioné mucho sobre mis orígenes. Intenté imaginarme a aquella niña de 16 años en esos momentos. Pienso mucho en la valentía de seguir adelante con ese embarazo, sola, lejos de su familia. No puedo evitar imaginarla hoy en día, y la pregunta lógica… ¿Cómo será? Cuando veo pasar cerca mío a una mujer de una edad aproximada (tengo 54 años, ella 70).
Nunca supe de ella, ni su nombre, ni ese pueblo a donde ella regresó en aquel tiempo. Soy muy consciente de que sería casi milagroso encontrarla ya que fui anotado directamente con mi nombre y apellido actuales. No hubo proceso de adopción alguno, es posible que en esos años fuera más fácil .Tampoco viven ya los familiares que estuvieron presentes en esos años.
Habitualmente circulan por mi mente algunas cuestiones cómo: ¿me gustaría encontrarla? ¿Quisiera verla cara a cara? ¿Qué le diría mirándola a los ojos? Me hice todas estas preguntas y algunas más también, y en ninguna respuesta aparece la palabra “reclamo”; sería más bien como un agradecimiento. Lo escribo. Parece fácil, pero quién sabe cuál sería mi reacción en esa situación... Tengo como referencia un amigo que pudo encontrar a su mamá en un pueblito perdido en el interior de nuestro país, y pude preguntarle qué le dijo, qué sintió, y me respondió: “Ya está, cerré mi historia, agradeciéndole” . Y me pareció tan simple, como enorme momento.
En este último tiempo no me queda otra opción que aceptar que se abrió como una especie de “oficina de reclamos” cuando un médico me pregunta antecedentes familiares de esto o aquello y le respondo que la verdad es que no lo sé, ya que soy adoptado… Sonríen y me piden disculpas (a lo que respondo invariablemente que no tiene por qué saberlo).
Soy Víctor Balseiro, el hijo de Leonor y Juan Antonio, y a pesar de que se fueron hace muchos años, y consciente de que aún no sé ni el nombre de la mujer que con sólo 16 años tuvo la valentía y el coraje de darme en adopción, a veces miro al cielo y me pregunto….
-¿De qué planeta viniste?
Abrazo para cada uno.
* Víctor Balseiro.
Orgullosamente adoptado
<63>victorgbalseiro@gmail.com