Tito estaba tomando café. Hacía 28 años que no disfrutaba de placer semejante. Tenía 50 años y más de la mitad de su vida la había pasado en prisión por ladrón.
Lo querían mucho los presos porque Juan Martín “Tito” Colman tenía una habilidad muy apreciada en el encierro: era un excelente cocinero y en la “tumba” esa era una capacidad angelical. Ahora estaba libre, un tanto perdido. Era 1990.
Tito siempre iba al mismo bar, en San Martín, llamado “Los Gonzalo”. Un día le ocurrió una aventura. Una chica se apareció en el bar de malandras y preguntó por él. Tito no la conocía pero era tal la curiosidad que despertaba una mujer en el cafetín de mala muerte del que era habitué que le dijo a su amigo Aníbal que la acompañara hasta su mesa.
Un pacto de sangre
La muchacha, rubia, alta, de cabellos largos y ensortijados, se sentó frente al ladron y apoyó en sus piernas una cartera de color beige. Tito la miró con curiosidad. Parecía una modelo publicitaria. Era una modelo, según le conto. Tambien añadió que era hija de un noble de Luxemburgo, palabra que Tito no comprendió. Sí, en cambio, que a sus 28 años, tenía un problema gravísimo.
-Señor Colman, yo soy Ana María, mucho gusto… -y sin darle tiempo a Tito a contestar el saludo, siguió hablando.
-¡Usted me tiene que matar! Y a mi novio también.
Tito ni se inmutó. En su vida había escuchado muchas locuras y también propuestas estrafalarias. Él no era un “gatillo”. Solo llevaba un revolver para asustar a sus víctimas.
-Senorita, se equivoca. Yo no mato gente.
-Mire… Tengo 28 años y soy modelo. Usted dirá que tengo toda la vida por delante, una vida venturosa. No. Mi vida se acabará pronto. Yo voy a morir de todas maneras porque mi novio me contagió HIV ¡Nunca se lo perdonaré! Yo voy a morir, pero él también. Usted nos va a matar. Le propongo un pacto de sangre.
-Espere, espere… -se adelantó Tito- ¡Yo no mato!
-¿Ni por 2000 dolares?
-Senoriiiita…
-Yo le doy 200 ahora, tome -y sacó el dinero de su cartera. Tito se apuró a tomarle la mano para que los demás no vieran, agarró la plata y se la puso rápidamente en el bolsillo.
Ana María Blassi, como se llamaba la chica, le dijo que tenía todo pensado. El 9 de marzo, a una hora determinada, pero antes de medianoche, ella saldría con su novio del albergue transitorio Acapulco, de la calle Azcuénaga, justo frente al paredón del cementerio de la Recoleta. En ese momento Tito debería aparecer, quitarle el bolso y matarlos a tiros. ¿Por qué quitarle el bolso? Porque allí, en el bolsillo interno, estarían los 1800 dolares restantes. Tito dijo que sí.
Cuando la chica se retiró, su media sonrisa auguraba que no iba a cumplir con el pacto. Él quería la plata, como siempre, pero matar…
Había algunas circunstancias de Ana María que Tito desconocía. Ella no era descendiente de un noble de Luxemburgo. Tampoco tenía 28 años sino 42 aunque sabía aparentar mucho menos, y, por último, en el mundo del modelaje y la publicidad no la conocían.
9 de marzo de 1990
Llegado el 9 de marzo, Ana María y su novio, el teniente de la Armada Carlos Di Nucci, caminaban por el paredón del cementerio de la Recoleta cuando ella le dijo de golpe que necesitaba asearse por una razón propia de la intimidad femenina. No esperaba que sucediera en esos momentos pero no le quedaba otro remedio que ocuparse del asunto.
Estaban muy cerca del albergue transitorio Acapulco y le propuso a Di Nucci entrar allí para ocuparse de la situación. Cruzaron la calle. Pidieron una habitación y estuvieron un breve tiempo.
Di Nucci era en realidad contador y había ingresado a la Armada para desempeñar esa profesión. Para él, Ana María era en realidad una aventura. Tenía planeado abandonarla e irse a París con su pareja.
Todos los protagonistas de esta historia tenían algo que esconder.
Al salir del albergue, hicieron unos pasos cuando apareció Tito y los apuntó con un revolver marca Doberman calibre .32. Di Nucci forcejeó con el ladrón que buscaba estirar uno de sus brazos para alcanzar la cartera de la modelo. Se escucharon cinco tiros. Ana María cayó herida de dos balazos, uno, mortal, en la cabeza, y el oficial de la marina recibió tres tiros, pero sus heridas no fueron de gravedad: un tiro en el brazo, otro en la pierna y un tercero que lo rozó en un inusitado recorrido por su espalda.
Tito salió corriendo con la cartera de Ana María pero fue detenido por dos custodios de la embajada de Gran Bretaña. Di Nucci gritaba: “Esta mujer es la hija del conde de Luxemburgo” (pero, al final, lo era o no lo era). Di Nucci sobrevivió, Ana María murió tirada en la calle.
A Tito lo llevaron a la comisaría N° 19.
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Otro tirador
-Yo no tiré. Ustedes se piensan que a esta altura del partido me voy a cargar a dos por 2000 dólares. Dónde la vieron -dijo Tito.
Los peritos encontraron al lado de la cabeza de Ana María un bala de fusil Winchester. Tito dijo que su revólver cargaba cinco balas pero que el tiró dos al aire y las otras tres no podían dispararse porque los proyectiles eran de un calibre distinto al del arma.
¿Y si tiraron desde el paredón del cementerio de la Recoleta? La dirección de la bala que dio en la cabeza de la chica indicaba que el balazo provino de esa dirección, y también uno de los tiros que recibió el oficial de la Armada. ¿Entonces? ¿Había otro tirador?
Además, uno de los disparos dirigido a Di Nucci le recorrió toda la espalda desde la nuca hasta la cintura. ¿Cómo hizo Tito para disparar ese balazo?. Colman insistía que pudo haber otro tirador. “Yo no tiré”, repetía.
En la comisaria nadie le creía, menos cuando contó la historia del pacto con Ana María. Se le rieron en la cara. Con paciencia, el viejo ladrón y presidiario les dijo que se fijaran en la cartera de la mujer, que estaba secuestrada en la seccional, que ahí encontrarían los 1800 dolares restantes que formaban el pago de 2000. Los policías revisaron la cartera, sacaron un peine, un pañuelo, un lapiz de labios. No, no había nada. Pero Tito insistió y abrieron el cierre intero. Allí había 18 billetes de 100 dólares. Tito tenía razón.
El encargado del turno noche del hotel Acapulco dijo que la pareja había estado muy poco tiempo en el albergue. Y que incluso por ese motivo fue a ver la habitación luego de que se retiraron y advirtió que la cama no estaba desecha. Apenas una arruga como si alguien se hubiese sentado. Eso sí, se dio cuenta por la toalla que el baño habia sido utilizado.
¿Entonces?
Un pacto, pero no de sangre
La clave podría estar en el propio relato de Tito. El dijo que la propuesta de Ana Maria tenía que ver con una enfermedad. Los análisis demostraron que ni ella ni su novio tenían HIV. Fue un mazazo para el ladrón. Lo condenaron a 25 años de cárcel por el homicidio de la mujer y las heridas del marino. En la cárcel hicieron una fiesta cuando supieron que se quedaría por mucho tiempo. Volverían a comer como la gente.
Di Nucci se fue nomás del país a Francia. Tito cocinaba para sus compañeros de la prisión e insistía en su inocencia. Diez años después, Colman se sinceró. Sólo había cambiado un solo dato de su historia. Era cierto lo del pacto, pero dijo que no fue de sangre. Ana María, reveló, le propuso que le robara la cartera solamente. La razón era que su novio le había regalado una pulsera de oro y piedras preciosas que ella había empeñado. Como no queria decepcionarlo se le ocurrió lo del robo.
Esta nueva explicación no parecía creíble. ¿Acaso ella quería vengarse de Di Nucci porque él no la llevaba a Europa? ¿Y los disparos? Tito insistió que antes de que él tirara dos veces al aire, escuchó balazos. ¿Pero, quién le disparó a la pareja?
-Ah, se podrán decir muchas cosas, pero yo no tiré -repitió Tito.
Juan Martín “Tito” Colman salió de prisión en 2010 y nada más se supo de él.