Misa por CFK en Luján: la trastienda del aprovechamiento político K que desató la bronca de la Iglesia
La convocatoria del obispo de Mercedes-Luján, Jorge Scheinig, intentó ser capitalizada desde el Gobierno y provocó cuestionamientos e internas en la cúpula eclesiástica.
Hay que reconocerle al peronismo y sus derivados -el menemismo y el kirchnerismo-, su osadía con tal de obtener una ventaja política. El problema es que a veces sus jugadas tienen mucha desfachatez y ni siquiera repara en ámbitos tan delicados como el religioso.
Es lo que acaba de suceder con la llamada Misa por la Paz y la Fraternidad que el oficialismo realizó este fin de semana en Luján y que provocó un fuerte malestar en la Iglesia por considerar que buscó sacarle rédito partidario.
Ante todo, vale la pena echarle un vistazo a la historia. Juan Perón llegó por primera vez a la presidencia tras una campaña en la que se abrazó a los postulados de la Doctrina Social del Catolicismo y entre sus promesas incluyó consagrar por ley la enseñanza religiosa en las escuelas públicas. Sabido es que su segundo mandato terminó en medio de un feroz enfrentamiento con la Iglesia que incluyó la quema de 12 templos y la derogación de todas las normas apreciadas por los clérigos.
Muchos años después, cuando llegó a la presidencia, Carlos Menem encontró una manera de agradar a la Iglesia y al mismísimo Papa Juan Pablo II: asumir en los foros internacionales la “defensa de la vida desde la concepción”, es decir, aliarse con el Vaticano en la oposición al aborto como método de control de la natalidad. Esto le permitió contener el disgusto de la mayoría de los obispos por las sospechas de corrupción que rodeaban su gestión.
Con la llegada a la Casa Rosada de Néstor Kirchner, rápidamente el vínculo se deterioró porque la Iglesia le achacaba al nuevo presidente un estilo muy confrontativo, que luego continuó Cristina Kirchner. Y que el entonces cardenal Jorge Bergoglio no tuvo empacho en denunciar -hablaba de “crispación”- como también de sojuzgamiento de sus críticos, lo que llevó a la pareja presidencial a considerarlo el jefe espiritual de la oposición.
Peor aún: Néstor y Cristina promovieron una campaña contra Bergoglio a través de la prensa oficialista que le adjudicada haber “entregado” a dos sacerdotes jesuitas a la dictadura. El cardenal debió declarar ante un tribunal. Pero tras su elección papal y en una sorprendente voltereta Cristina le dijo que “pesaba que él era otra cosa” y se volvió una admiradora. Lo visitó cuatro veces en el Vaticano y lo saludó en Brasil, Paraguay y Cuba.
Alberto Fernández comenzó su gestión visitando a Francisco y pidiéndole ayuda para la renegociación de la deuda con el FMI. Pero después de un inicio de gestión conciliadora con la oposición optó por la confrontación, un cambio que molestó al pontífice. Luego, el hecho de haber promovido con energía la legalización del aborto en el peor momento de la pandemia terminó consumando un enfriamiento de la relación.
Llegamos a la actualidad en la que el oficialismo escaló la tensión política tras el pedido del fiscal Diego Luciani de condena a Cristina en la causa de la obra pública, los enfrentamientos entre manifestantes y la policía en derredor de la casa de la vicepresidenta y el atentado contra ella. Es que conspicuos kirchneristas acusaron a la oposición, la Justicia y los medios de instigar el intento de magnicidio.
En ese marco -en que el oficialismo acusaba a sus más severos críticos de asumir “un discurso de odio”- que el intendente de Luján, Leonardo Boto, pidió una Misa por la Paz y la Fraternidad en la basílica de su ciudad para sumarse a un fin de semana de oración por la convivencia entre los argentinos a la que habían convocado los obispos, preocupados por la creciente tensión.
La idea de Boto fue rápidamente asumida por todo el kirchnerismo que quiso ser de la partida. El propio presidente de la Nación decidió asistir. Entonces, comenzaron a invitar a referentes de la oposición sabiendo que no aceptarían si no había una disculpas del oficialismo tras haberlos acusado de instigar el atentado a Cristina, cosa que ciertamente no ocurriría.
El kirchnerismo acusó a la oposición, la Justicia y los medios de instigar el intento de magnicidio. (Foto: AP - Rodrigo Abd).
El kirchnerismo construyó así un escenario para aparecer como un adalid de la fraternidad en contraste con la oposición. Claro que el escenario era nada menos que el principal templo católico del país. La movida, ni bien se anunció, causó un gran malestar en la Iglesia, que dejó trascender que la misa no tenía nada que ver con su llamado a la oración.
Consciente de la controversia que se había suscitado con la Iglesia, el obispo de Mercedes-Luján, que ofició la misa, Jorge Scheinig, dijo hacia el final que había recibido el pedido del intendente para celebrarla y que lo aceptó sin saber que luego tomaría una enorme envergadura. Por lo tanto, pidió disculpas por “si metí la pata”.
Es cierto que monseñor Scheinig llamó en la ocasión a los presentes a “abrazar a todos y no excluir a nadie”, pero claramente se quedó corto por no haber dicho expresamente que los templos son un lugar para todos, sin ningún tipo de partidismo. Es cierto que la Iglesia quedó en una encerrona porque no puede cerrar las puertas de sus templos a quienes quieren ir a rezar, pero la cúpula del Episcopado -sin ser agresiva- debió hacer su aparición y aclarar públicamente las cosas.