Polo suarense: los Araya y aquella victoria de padre e hijo que nadie pudo emular en casi 40 años
Coronel Suárez II festejó un título muy especial, definido en la última jugada de un partido con pocos goles; el recuerdo de aquel glorioso 1983 y la posibilidad que tienen los Cambiaso en 2022
Una charla sería el preludio de una gran historia. Fue en el predio de la Asociación Argentina de Polo, luego de una práctica. Los jóvenes, impetuosos, encararon al cinco veces campeón de Palermo...
–Daniel, queremos jugar la Triple Corona con papá. Nos falta el 3. Pensamos en vos, que tenés experiencia, ganaste cinco veces el Abierto de Palermo, tenés buena relación con mi viejo. Sería el equipo ideal.
–Uffff, pero yo ya estoy medio viejardo, más para largar todo, y los veo con ganas de hacer algo importante. No sé si soy el jugador que están buscando. Ustedes necesitan a alguien más joven.
–Estamos seguros que sí lo sos. Pero hagamos una cosa: bancanos un año a ver qué pasa. Y después vemos.
Daniel es Daniel González, un gran polista que vistió varias camisetas grandes, entre ellas las de Coronel Suárez, Santa Ana, Los Cóndores e Indios Chapaleufú II. Aquella invitación le llegaba a los 43 años y para la temporada 1982, es decir, hace cuatro décadas.
El que buscaba convencerlo era un chico de 18 años que acababa de sellar un bicampeonato de Palermo.
La aparición más rutilante de aquellos tiempos, oriundo de Coronel Suárez: Benjamín Araya. Crack.
No estaba solo: lo acompañaba Juan Badiola, amigo, casi hermanos. Vivían a una cuadra. Iban juntos al colegio, el José Manuel Estrada, de aquella ciudad bonaerense. Volvían al mediodía para almorzar: un día en la casa de uno, al siguiente en la del otro. Y tenían en el polo su pasión, claro. Estaban gestando el Coronel Suárez II, dándole forma. El cuarto integrante era otro hombre con experiencia, padre de Benjamín: Horacio Araya.
Todos se imaginaban en una foto: levantando la copa en Palermo. Lo que no imaginaban, sobre todo Benja y su padre, sería el significado de esa foto, de ese momento, del valor histórico que tendría. No lo vieron venir. Sólo lo entendieron, y lo entienden, con el paso del tiempo. El polo es un deporte de tradiciones familiares, de pasiones heredadas, de costumbres con las que nacen las nuevas generaciones y que llevan hasta el último día de sus vidas. Ayer, hoy y siempre.
Cuando a fines de 1979 Juan Carlos Harriott (h.) y Horacio Antonio Heguy decidieron alejarse del mítico equipo de Coronel Suárez que conformaron con Alberto Pedro Heguy y Alfredo Harriott y cerrar una etapa gloriosa, estos últimos convocaron a dos hombres de Suárez: Celestino Garrós y el “niño” Benjamín, que tenía 17 años y apenas 5 goles de handicap.
Ganaron Palermo en 1980 y 1981. Pero antes de darles el sí para que el pequeño monstruito se incorporara al equipo, Horacio Araya había puesto una cláusula: “Ojo que en algún momento me gustaría jugar con Benja. Tenelo en cuenta”, le dijo a Alberto Heguy.
Ese momento llegó en 1982. Temporada que fue la plataforma de lanzamiento para que hicieran historia.
“Se dio todo más rápido de lo que pensábamos. En ese primer año, después de convencerlo a Daniel González de que se sumara al proyecto, llegamos a las tres semifinales de la Triple Corona. El equipo funcionaba. Tenía a los experimentados atrás y a los más chicos adelante. En la semifinal de Palermo nos ganó Coronel Suárez por un gol, en un partido durísimo, en el que llegamos a estar tres goles arriba. No hubo que insistirle mucho a Daniel para seguir un año más”, rememora Benjamín, hoy con 59 años, casado con Silvia, padre de cuatro hijos (Benja, Marcos, Sofía y Bautista) y con cuatro nietos.
El campeón de ese año fue Santa Ana. Pero Coronel Suárez II había lanzado el alerta para 1983. Con algunos caballos de refuerzo y un sentimiento especial. “Quedamos con la sangre en el ojo. Motivados sobradamente”, apunta Benjamín.
Lo que se reflejó en el arranque de la Triple Corona: habían llegado a las finales de los torneos previos a Palermo, es decir, Tortugas y Hurlingham. Ambas definiciones postergadas por mal tiempo para después del Abierto.
El Argentino, el certamen más importante del mundo, ofrecía una paridad pocas veces vista en esos tiempos.
Santa Ana campeón, Coronel Suárez, Coronel Suárez II, el ascendente Los Indios y el debut de Indios Chapaleufú, con dos chicos de 19 que jugaban con el padre (Horacio) y el tío (Alberto Pedro): Gonzalo y Horacito Heguy.
Fue un Abierto de alto vuelo, aunque con un problema: el estado de las canchas. “Era otra época. Usaban las canchas de Palermo hasta los días previos al comienzo del Abierto. Se rompieron al segundo partido y nunca más las pudieron recuperar”, rememora Benjamín. No fue un factor menor y ya se verá por qué.
La Zona A tuvo un bombazo de entrada: Chapaleufú (29 goles) arrolló al campeón Santa Ana (36, con Frankie y Gastón Dorignac, Cacho Merlos y Memo Gracida). Pero el ganador de esa zona que también tenía a Nueva Escocia (30) sería Los Indios (31 goles), con Juan Martín Zavaleta, Agustín Llorente, Ernesto Trotz y Héctor Crotto. Un conjunto que también había llegado a la definición en Hurlingham y que quedó fuera de la de Tortugas por goal-average. En la Zona B, otra vez los equipos de Coronel Suárez (36 goles el I y 34 el II), más La Toca (30, con Carlos Gracida, Afonso y Gonzalo Pieres) y Cerro Pampa (28).
“El equipo se sentía bárbaro. Le ganamos a Cerro Pampa y el problema fue con La Toca, un duro rival, muy bien de caballos. Empatamos. Lo mismo le pasó a Coronel Suárez: no les pudieron ganar. Así que fuimos al mano a mano otra vez, como en el 82. En Suárez, con Gonzalo Tanoira por Alberto Heguy, que ya había pasado a Chapaleufú. Esta vez no nos quedamos como el año anterior. Ganamos por dos. Para mí era algo muy especial porque iba a jugar la final con papá”, dice Benjamín.
Jugar con el padre la final de Palermo. ¿Y ganarla? ¿Cuántos lo habían hecho antes? ¿Era algo fácil? Ni lo pensaban. En sus cabezas sólo estaba ganar por la gloria en sí misma. Y para Benja no era sólo triunfar con su padre: allí estaba su amigo Juan, el vecino, el compañero de cole, el chico al que Horacio valoraba como un hijo más. Badiola y Benjamín ya habían conquistado juntos la Copa Los Potrillos, el Intercolegial por la Copa Santa Paula y la Copa República Argentina. ¿Palermo? Eso representaba el summum.
Unos pocos lo consiguieron
De los 8 que entrarían en la cancha en esa final, sólo dos (Benjamín y Daniel González) habían sido campeones. El partido por excelencia del polo mundial. Cerca de 12.000 personas en la cancha 1 de Palermo. Padre e hijo.
¿Serían capaces de emular los Araya a los Harriott y los Heguy, por ejemplo? Dueños de por sí de una marca insuperable: dos padres con dos hijos como integrantes de una misma formación y levantando la preciada copa. Juan Carlos con Juancarlitos Harriott, Antonio con Horacio Antonio Heguy. Lo hicieron dos veces (1958 y 1959). Y los Harriott solos, otras seis (1957, 1961, 1962, 1963, 1964 y 1965). ¡Cuánta historia! ¡Cuánta gloria de esa que equiparar se asemeja a la utopía!
Lo cierto fue que la final de Palermo 1983 será recordada por muchas cosas, incluida la poca cantidad de goles que se marcaron: apenas 13. “¿Raro no que una final termine 7-6? Te diría que sí, pero la cancha estaba destruida. Priorizaban la copa Cacique y la Estímulo y se jugaba cualquier otro torneo hasta el último día antes de empezar el Abierto.
Cuando llegamos a Palermo, estaba destruida. Y no se recuperó más. Nunca en mi vida vi una cancha tan rota como esa. Un partido horrible. Nos afectaba mucho porque basábamos el juego en velocidad y pegar de primera. No se podía hacer mucho. Cuando lo pudimos hacer, sacamos diferencia. Luego se nos vinieron y terminamos ganando con el gol de Badiola”, refresca Araya. Todavía contrariado con el pésimo estado del campo de juego, 39 años después.
Algo parecido a lo que dijo en LA NACION el propio Daniel González hace un tiempo: “Si la cancha hoy llegara a estar como en aquel partido, se irían todos los jugadores. Era marrón la cancha. Si en ocho chukkers ninguno de los equipos llega a convertir 10 goles es porque la cancha es un desastre, no porque los jugadores sean malos”.
Coronel Suárez II llegó a estar 5-0, Los Indios fue achicando la diferencia chukker a chukker, empató 5-5 y luego 6-6. Y llegó a merodear la zona defensiva rival en la parte final. Parecía que se venía el chukker suplementario. Quedaban 45 segundos cuando la bocha salió de un throw-in cerca de Libertador y pegado a la platea. Con Daniel González (¿el “viejardo”?) encabezando la jugada, que se prolongó entre Benjamín Araya y Juan Badiola hasta las 30 yardas del arco del tablero y que terminó rematando Badiola cuando faltaban apenas seis segundos para el campanazo. Una forma increíble de ganar una final de Palermo. Una manera de entrar para siempre en la historia. Ganar con el padre. O ganar con el hijo. Pasaron casi 40 años y nunca más alguien lo pudo lograr. Los Araya fueron los últimos. Aquella vez, claro, ni imaginaban que sería así...
Benjamín no se emociona, pero le cambia el tono de voz. Entiende el valor de lo que hicieron. “Sí, pasaron casi 40 años sin que ganen un padre con un hijo. Son esas cosas que uno se va dando cuenta con el tiempo. Jugarlo a los 17 años... En ese momento ni te das cuenta. Ni hablar de ganarlo. Y después, que pasen 40 años y nadie lo ha podido hacer...Ahí te das cuenta lo que fue. Seguramente papá y Daniel, por la edad que tenían, pensaban muchas cosas más y lo habrán valorado de otra manera. Nosotros, con Juan, éramos muy inconscientes. Lo valoro más hoy que hace 40 años. Te das cuenta de lo que significa y que son muy pocos los que lo han logrado. Es como no darle valor a los cinco campeonatos mundiales de Fangio. O a lo que hizo Borg en Wimbledon”.
Benjamín rescata todo el grupo de Coronel Suárez II y quienes le dieron una mano. “Todo estaba aceitado. Teníamos buenos petiseros, un veterinario fenomenal como Máximo Aguirre Paz que estaba al pie del cañón con nuestros caballos, las caballerizas en Hurlingham. Después, jugábamos las prácticas en las canchas de Francisco y Carlos De Narváez, amigos de papá y de Daniel. Ellos tenían buenas canchas, con declive, que secaban rápido, en esos días en los que caían 30 milímetros y se complicaba todo. Nos sirvió mucho entrenarnos siempre con un día de anticipación al resto. Eso te ayuda mucho”.
Los caballos eran un tema. “Era otra época. Teníamos 8, 9 caballos para toda la Triple Corona, nada de segundo o tercer lote. Con eso nos presentábamos. La final de Palermo la jugábamos en 4, 5 caballos. Por eso rescato a Aguirre Paz, a los petiseros. Yo tenía caballos que jugaron dos chukkers del primer al último día. Se jugaba de otra manera. Ese día de la final papá jugó uno, el Salchichón, tres chukkers enteros. ¿Cuáles eran los mejores? Badiola tenía la Baya y la Falúa, que corría cantidad y hacía un desastre. Daniel González, una alazana, la Cachaza, y el Jabalí, muy buenos. Papá tenía a Salchichón, Milonga y Cicuta. Los míos eran Regalada, Picardía y Laucha. Eran la base nuestra. Con esos tratábamos de hacer la diferencia.
El hombre del gol insólito
Ahora bien, ¿y qué siente un padre que gana su primer Abierto de Palermo y con un hijo? Horacio Araya tampoco se emociona a los 84, pero tiene todo claro. “Siempre pensé que podíamos ganar. Para mí era hacerlo con un amigo como Daniel, con un hijo y con un hijo nuestro del polo como Badiola. El objetivo siempre estaba. Ganar con Benja lo siento como una doble satisfacción. Una por ganar el Abierto, y otra porque se dio ese año en el que teníamos todos los casilleros bien cubiertos: caballos, equipo, condiciones, ganas. Todo junto”, dice Horacio, casado con María Estela y padre de Benjamín, Inés, Santiago, José Ignacio y Diego.
A Horacio no le llamó la atención el rendimiento del equipo: ya tenía el antecedente de la Copa República del 78, con los dos chicos y con Roberto Mascotena. Le faltaba ganar Palermo, el título que no había podido conseguir en otra final, en el 68, con Los Cóndores. El hombre del trato afable, de voz serena y autor del gol más insólito que se haya visto en muchas décadas en Palermo... “Sí, siempre me lo recuerdan. No es un mito. Pasó”. ¿Cómo fue? Se jugaba el partido entre Los Indios y La Toca, por la Copa Cámara de Diputados de 1981, en la cancha 2 de Palermo. De pronto, antes de cruzar la mitad de cancha, Araya le pega fuerte a la bocha y se rompe el cigarro. En vez de ir a cambiar el taco (lo usual), siguió para adelante. Dio vuelta el taco y le tiró otra vez a la bocha cerca de las 40 yardas. ¡Y le pegó! Y un último toque a pocos metros del arco, nuevamente con el mango, para convertir un golazo de La Toca que pocos privilegiados consiguieron ver in situ. ¡Ni Adolfito Cambiaso, Facu Pieres y Bautista Heguy se animaron a tanto!
Desde Coronel Suárez, la leyenda Harriott también brinda su aporte para tratar de interpretar el significado de algo inconmensurable como ganar Palermo con el padre. “Lo mío fue tomar un poco la enseñanza, seguir los consejos que mi padre me daba. Ganar con él fue una satisfacción grande. Le veo todo a favor, nada en contra. Jugamos dos padres y dos hijos. Son recuerdos lindos, que no te olvidás, ¿eh?”. Máximo campeón de Palermo, con 20 títulos, Juancarlitos aclara: “¿Si son más especiales esos títulos que los otros que conseguí? ¡Qué sé yo! Valen lo mismo, pero no hay dudas de que es una satisfacción muy especial. No era muy demostrativo el viejo y yo la verdad que tampoco. No podemos hacer mucho bochinche con eso. No hubo festejos especiales ni nada por el estilo”.
De 1983 a hoy, hubo algunas pocas posibilidades de repetir tamaño logro de padre e hijo. Por ejemplo, Horacio Heguy jugó la final de Palermo junto con Gonzalo y Horacito en 1984 y Alberto Pedro Heguy lo hizo junto con Eduardo y Alberto (h.) en 1985: ambos cayeron con La Espadaña. Y no más. Hubo campeones con hermanos (incluso de equipos completos, como los Heguy y los Novillo Astrada), con primos, con cuñados, pero no con padre e hijo juntos en la misma alineación. Sí consagraciones en distintas épocas, como los Merlos (Cacho, Sebastián y Pite), los Pieres (Gonzalo, Gonzalito, Facundo y Nicolás) y los Castagnola (Bartolomé, Camilo y Bartolomé -h.-). Cuestiones generacionales.
Por primera vez en varias décadas, este 2022 le abre la posibilidad a los Cambiaso. Adolfito, con 47 años, ha estirado su carrera con el único objetivo de poder jugar en Palermo junto con Poroto, de 16, el heredero. Lo harán por La Dolfina, junto con Juan Martín Nero y David Stirling. En condiciones físicas ideales y con la formación entera, son uno de los candidatos. ¿Podrán romper con una marca que se acerca a los 40 años? ¿Qué tan complejo es? ¿Por qué no se da con mayor frecuencia?
“Hoy Poroto tiene esa chance, con un muy buen equipo. Y si lo consiguen, quedará en muy buenas manos porque es un chico que juega bárbaro, no tengo dudas de las condiciones que tiene y es un crack. Con esto no le quiero poner presión de ninguna clase. Me parece que si hay alguien que tiene las condiciones para hacerlo, es él. Después, si lo concreta, o si el año que viene aparece otro, o bien pasan otros 40 años, eso lo marcará la historia”, asegura Benjamín Araya.
La voz de Juancarlitos Harriott suma detalles. “Y, no pasó muchas veces. Es algo difícil que se dé. Tenés que hacer una promoción de los jóvenes y que los viejos estén en condiciones. Mi papá tenía cuarenta y monedas cuando ganamos juntos. Yo andaba por los 20. Pero se casó de joven el viejo. Era así esa época. Ahora se casan más viejos”.
La mirada de Horacio Araya amplía el espectro. “La explicación creo que pasa porque los dos jóvenes que están en escena, Benjamín aquella vez y Poroto ahora, se hicieron buenísimos a muy corta edad. No pasó con otros casos porque los hijos sí despegaron rápido, pero los padres ya se habían puesto demasiado grandes. No daban la medida para jugar el Abierto y tener chances de ganarlo. Hay que buscarlo por ese lado. Nuestra idea de ganar el Abierto estuvo desde que empezamos a jugar. Benjamín fue muy precoz y permitió aquello del 83″. Horacio jugó su último Palermo en 1988.
El destino que marcó a Benjamín
Aquel Coronel Suárez II, que también derrotó a Los Indios en la final de Hurlingham y perdió con Coronel Suárez la de Tortugas cuando ya tenía los caballos baqueteados y la cabeza en otro lado, tuvo coletazos paralelos a la hora de hablar de estadísticas. Fue el 26° título de Palermo para el club (24 fueron de Coronel Suárez), el máximo campeón de la historia del torneo, pero paradójicamente resultó el último. También fue el último para Horacio Araya, Daniel González, y el propio Benjamín, que apenas tenía 20. ¿Cuestiones del destino?
A Benjamín, que tenía 9 de handicap, no lo subieron a 10 porque iba a “tener tiempo” para eso. Insólito argumento de aquellos tiempos. Nunca llegó a tener 10 goles y no volvió a ser campeón del Argentino Abierto, a pesar de jugar otras dos finales de Palermo con Chapaleufú II (1990) y con Centauros (1991).
“Sí, no lo volví a ganar. Mis elecciones fueron más emocionales que deportivas si querés. Luego de cuatro años, Alberto Pedro Heguy me vino a buscar para jugar con sus hijos, con Pepe y el Ruso, en el 88. La invitación era también para Badiola, pero Juan me dijo que no. Alberto me había dado la posibilidad de jugar el Abierto en el 80 con él. Cuando me llamó, me parecía muy egoísta no ir a jugar con el Ruso y con Pepe. Me dolió separarme de Juan, pero me parecía que a Alberto le debía un montón. Perdimos una semifinal muy ajustada contra La Espadaña, una final con el mismo rival. Mal no nos fue”, explica Benjamín sobre esas particularidades del deporte a las que cuesta encontrarle razones lógicas. Que tamaño crack haya ganado tres veces Palermo suena a poco.
Padre e hijo campeón de Palermo. Un desafío para pocos. Los Araya fueron los últimos en conseguirlo. El “viejardo” Daniel González lejos estaba de suponer lo que aquel “sí” a regañadientes a Benjamín y a Badiola significaría para la historia del polo (¡Qué suerte que fuiste para adelante, Daniel!).
Claudio Cerviño