Disparates del “yo”: el mejor amigo del hombre también puede ser objeto de culto y cultura
Una inminente cirugía dispara un recorrido sentimental por cierta historia, personal y social, de la relación entre perros y seres humanos. Anécdotas, series, libros y frases remiten a la encantadora presencia de las mascotas en la vida de las personas.
Leni es una perra salchicha hermosa, alargada y de patitas cortas, bastante ridícula, a decir verdad, pero muy divertida y cariñosa. Acompaña la vida de quien escribe estas líneas desde hace cuatro años. Una convivencia, en varios sentidos, más simpática que la que se puede establecer con hombres, mujeres y niños; dicho esto con el mayor respeto que merece el género humano y el futuro promisorio que le aguarda (si no es que el género humano no rompe antes el planeta o permite la barbarie de la Tercera Guerra Mundial en curso, claro está). El lector sabrá disculpar el uso de la primera persona en esta columna de los viernes, pero sucede que Leni (que es el diminutivo de Leonor, como la del poema de Edgar Allan Poe), mi perrita, será sometida a una cirugía compleja por un mal que la aqueja. Y solo puedo decirle “mi perrita”.
Es entendible que no se acepte esta disculpa, tanto espacio ocupa la primera persona en textos de periodistas y escritores que el “yo” supone, de antemano, un agotamiento en el lector. Un: “Uf” al leer las primeras personas pululando en el espacio de la lectura. ¿O es poco correcto considerar que hay un abuso del yo? Es cierto que abundan sitios web, por suerte, que permiten que las voces de periodistas abunden en cuanto a todo tipo de estatura, predilección por tal comida o superhéroe favorito. También es cierto que la “crónica”, género potente que tantas joyas ha brindado, desde Roberto Arlt, Rodolfo Walsh o María Moreno, por mencionar algunos periodistas al azar, también produce, a veces, que cualquier acontecimiento sea cubierto con un “yo” que se une al protagonismo de la noticia.
“Crónica de la apertura de una heladería” y el yo. “Uf”, digamos, “en nombre de la crónica se evita ir a terapia a tratar ese temita del ego agrandado”. Es evidente que muchos cronistas carecieron, durante la infancia, de sus abuelas. Como sucede un poco, a veces, con la “literatura del yo” a través de novelas en donde el autor se llama igual que el protagonista y que sobre todo es el narrador en primera persona. Y, a sus treinta años (más o menos), luego de un desamor, va a la playa a encontrar, entre la arena y las gaviotas (porque no es estación turística) un camino a su ser y lo encuentra. El narrador llamado como el autor dirá luego que se inspiró en una experiencia de su vida reciente, mirando sensible al horizonte. Y así. Por lo tanto tal vez no se acepte esta disculpa, pero lo que pasa es que Leni es mi perrita y no hay otro modo en que yo pueda llamarla y la operan de la columna vertebral, de urgencia, y es muy posible que quien escribe tenga miedo. Pero no se preocupen, si siguen la lectura tal vez perdonen el disparate del yo.
Tal vez hayan visto grietas mayores a las que danzan en los medios, y la sociedad, todo el tiempo. Por ejemplo, el team verano o el team invierno, un enfrentamiento que corroe lentamente los cimientos de la civilidad desde el principio de los tiempos pero que se manifiesta cada año desorbitadamente. Es interesante pensar que, según los estándares actuales de longevidad, se pueda vivir ochenta y cinco años, como promedio. Eso implica, en términos absolutos, una cantidad pequeña de veranos o inviernos a ser vividos de manera consiente. Y sin embargo el enfrentamiento está allí, inexorable.
O la lucha a muerte entre quienes defienden al mondongo como un exquisito ingrediente en un guisito o como forma del tapeo mediante los callos a la madrileña. Y están quienes lo denostan tomándose la cosa a nivel personal, tildando de “cometoallas” a los otros o epítetos aún más irrepetibles. ¿Y los cultores del equipo de los perros o del equipo de los gatos? Esa sí que es una batalla que sonrojaría a las tropas en Waterloo. Los cultores de los gatos destacan su independencia, rebatida por los otros, que los piensan como vagos que quieren una mascota que ni siquiera hay que bañar. Los amantes de los felinos, que señalan su elegancia estética (Borges decía que un gato es “un hecho estético”) a la vez indican la torpeza perruna, esas lenguas que a veces salen de la órbita bucal y su sumisión al “amo”.
Dicen: “no existe tal cosa como un gato policía”. Y es dable admitir que, pobres, perros policías hay. Siempre defendí la supremacía de los perros, incluso a costa de un Pacto de la Moncloa que permita la convivencia entre caninos y felinos. Lo reafirmé esa noche, hace cuatro años, cuando fuimos a buscar a la cachorra salchicha a una veterinaria de Palermo con mi amiga Gabriela Esquivada y había dos perritas, pequeñitas, y cuando tomé a una en mis brazos y la acerqué, no dejaba de lamerme. Gabriela dijo: “Ay, cómo te besa”. Era la elegida. Yo prefiero a los perritos, si se me permite el diminutivo. Además de que los salchichas son una especie no reconocida de “perro gato”, bien sabido es.
Hace poco el actor Paul Rudd (conocido por haber sido el novio de Phoebe en Friends –busquen todos los capítulos de la legendaria serie en HBO Max–, ser el superhéroe Ant Man de Marvel –se puede ver en Disney Plus– y por haber sido elegido como el “hombre más sexy vivo” por la revista People– contó que cuando era un niño viajó junto a Lassie, ese héroe canino inmortal de la televisión. Bah, en realidad, dijo que luego le comentaron que era la séptima camada de Lassie, es decir, no era inmortal. La cuestión es que Rudd, un niño, viajaba en clase económica y Lassie tenía su propio asiento en first class. Pero pudo acercarse un poco, tanto como para que los colaboradores del collie le dieran su tarjeta, que no representaba más que la huella de su pisada. Se podrá decir que era una superestrella. De hecho, desde 1954 a 1974 tuvo su primer show, que convirtió a la perra Lassie en el can más famoso del mundo. Luego tuvo varios ciclos en distintas épocas hasta la actual serie, Las nuevas aventuras de Lassie, que está alojada en Apple TV. Se podría suponer que el equivalente en gato, pero que no rescata niños ni enfrenta a villanos, podría ser Garfield.
¿Y vieron Marley y yo, la película con Jennifer Aniston? Se puede ver en HBO Max. Pero a muchos les pasó de estar haciendo zapping, encontrarla y al ver al elenco, presuponer una comedia pasatista? Error. El cien por ciento de quienes prejuzgaron así terminaron la película con lágrimas cayendo por las mejillas y la visión borrosa debido a las consecuencias que produce el llanto sin parar. Así es: es una de las películas más tiernas, hermosas y emotivas de la historia de la humanidad. Sin exagerar. Y cuenta el vínculo de una pareja desde que adoptan a un cachorro golden retriever que llaman Marley que se incorpora a sus vidas, a su familia, mientras el tiempo pasa, para el perrito también. Si no la vieron, véanla. Además es una película sobre el periodismo (Wilson es periodista, y la película está basada en las crónicas reales publicadas en un diario de Florida). Es un muy buen film. Y se van a reír. Pero compren muchos pañuelitos descartables, también.
Hace poco se publicó El gran libro de los perros, de Blackie Books (editado en Argentina por Penguin Random House). Es un gran libro, de esos libros para mantener en la mesita de luz y abrir al azar y leer y llevarlo al subte y abrir al azar, y leer. Se trata de una gran compilación de cuentos, fragmentos de novelas, de epistolarios, que hablan sobre perros. Es un libro hermoso de tapa verde. Por ejemplo, se puede leer, entre tantas cosas:
Nora Ephron:
“Cuando tus hijos son adolescentes es importante que haya un perro en casa. Alguien que se alegre cuando entras por la puerta.”
W. H. Auden:
“De nosotros, obvio, quieres las sobras
y que te saquemos de paseo, a olerlo todo
–los colores no importan–, y la oportunidad
de perseguir una liebre
o de toparte con el culo de otro perro.
Pero tu mayor anhelo es que te dejen pasar
a un salón de masajes,
sueñas más con eso que con vivir en manada:
que te rasquen la panza, que te digan cosas.”
Alberto Otto:
“Mamut es el perro actor porno más famoso del mundo. Cuando por fin abolieron los videos dedicados a la zoofilia, la industria pornográfica respondió con una oferta más ética, el porno para perros, enfocado a incrementar el deseo sexual de machos y hembras según los gustos sexuales de los perros. Frente al porno humano, excéntrico, barroco, caníbal, el porno canino es poético, silvestre, infantil, no dedicado al onanismo sino a la contemplación de los perros más bellos del mundo. Mamut, un yorkshire terrier, es el perro más deseado por otros perros, famoso por sus escenas de montadas aullantes. También existe el porno canino gay y otras nuevas categorías.”
Chiste popular de New Orleans:
“Dos mujeres y un perro están jugando al póker. Un hombre se les acerca.
—Su perro es inteligentísimo.
—No te creas –dice una de las mujeres.
—¡Sabe jugar al póker!
La otra mujer levanta la mirada y dice:
—Sí, pero cuando tiene una buena mano, menea la cola.”
George Carlin:
“Los perros sí que saben vivir bien, nunca verás a uno con un reloj de pulsera. ¿Qué haría mi perro si le dieran un día libre en el trabajo? No podría estar tirado en el sofá, ¡ese ES su puto trabajo!”
Sigrid Nunez:
“‘Te advierto que tu casa huele a perro’, dice una persona que viene de visita. Respondo que voy a solucionar el problema. Y lo soluciono: no vuelvo a invitar a esa persona a mi casa.”
Guillermo Cabrera Infante:
“Empecé a interesarme por los libros después de leer La Odisea. Es la historia de un hombre que se ausenta de su casa por veinte años y al regresar solo lo reconoce su perro.”
Bill Murray:
“Sospecho de la gente a la que no le gustan los perros. Pero si a un perro no le gusta una persona, me fío siempre del perro.”
Si les gusta leer sobre perros, pero sobre todo si les gustan los perros, deben leer este libro a mano.
Cuando escribo, mi perrita Leni se acuesta en su colchón, cerca del escritorio y, de tanto en tanto, la miro verme. Tiene unos grandes ojos. Creo que me mira con cierto reproche moral pero no sé dilucidar si se debe a que escribo lo que escribo o porque todavía no salimos a pasear. Quizás se trata de que no le di de comer algo rico, es decir, carne. Ahora no me mira: duerme. Es tarde y no está bien de salud. Los veterinarios determinaron que debe atravesar una cirugía urgente. Es tan chiquita que me da miedo. Sé que va a salir bien. Ateo, como toda persona de bien, lo digo no porque la haya encomendado a ninguna superstición o alquimia, dios no lo permita. Ella, como toda perra salchicha de bien, también es atea. Pero sé que va a salir bien de la operación, o eso espero, porque es una perrita particular.
Leni es petisa, como todo dachshund. Pero muy petisa, larga y de orejas largas (¡por eso el mundo tiende a no tomar en serio a los salchichas!) y así de petisa, cuando paseamos y por la vereda de enfrente pasa, pongamos, un dogo, ella le empieza a ladrar como si hubiera encontrado a su archienemigo y no lo fuera a destrozar tan solo porque el humano que yo represento sostiene su correa e impide que le haga morder el polvo de la derrota canina al dogo de enfrente. Por respeto a la autoestima de Leni, trato en esas ocasiones de reír, o que al menos no se dé cuenta de mi risa. Cuando mi padre llega a casa, tiene llaves, Leni lo recibe como si hubiera llegado Alejandro Magno con un aspaviento mucho mayor al que se produce cuando abro la puerta, cuando me mira con esos ojos grandísimos como si dijera: “Ah, ¿ya llegaste?”. Leni no sabe reconocer al verdadero macho alfa que estaría siendo yo. Pero eso también es un signo de que todo va a salir bien en la operación. Es una salchicha independiente, y también es una leona. Nada puede salir mal. ¿No es cierto?