Si la oposición gana las próximas elecciones lo vamos a pasar mal, muy mal
POR OSVALDO BAZAN
Habrá más pobres.
Habrá más indigentes.
Habrá más piquetes.
Habrá más violencia.
Habrá más cortes.
Habrá más inflación.
Vas a tardar más en jubilarte.
Y cuando te jubiles, vas a cobrar menos.
Y no se va a levantar el cepo de un momento a otro.
No tendrás pre viaje y para pagar las tarifas de electricidad y gas vas a tener que privarte de muchas cosas que te gustan. Es más, vas a tener que usar bastante menos electricidad y gas.
Tomar el colectivo te va a salir bastante más caro.
El tren, mucho más caro.
Por un tiempo no vas a poder cambiar el auto ni viajar al exterior.
Si la oposición gana las próximas elecciones lo vamos a pasar muy mal.
Y será lo mejor que nos podrá pasar.
A quien te ofrezca en campaña de manera instantánea alguna solución mágica, alguna heladera llena y asado con amigos, no le creas.
Te está mintiendo o peor aún, no sabe el tamaño del agujero en el que estamos metidos.
Si miente y te dice que asume y en cien días vendrán los tiempos más felices, pobre de él.
Al mes, cuando no pueda hacer nada de nada de nada de eso, se la verá con gente más enojada aún.
Porque no podrá.
Porque no hay nada que permita imaginar siquiera que eso es posible en el corto plazo.
Ahora, si quien promete el paraíso en tres meses es porque de verdad cree que lo puede conseguir, agarrate.
Si tiene el diagnóstico tan equivocado, jamás encontrará el remedio.
En cualquiera de los dos casos, si te miente o si no sabe, es una nueva frustración asegurada.
Para decirlo rápido y sin anestesia: el 2024 será horrible.
Habrá que caminar mucho tiempo por un hilo colgado entre las alturas, como un equilibrista, llevando esos platos chinos que giran, diez al menos, que no pueden parar de girar porque si se cae uno, se cae todo.
Para ser bueno, todo lo que tiene que hacer la oposición, si gana las próximas elecciones, es horrible.
Fueron tantas las decisiones equivocadas que tomó la gente que elegimos para que las tomara, que se nos terminaron las opciones.
Somos pobres como nunca lo fuimos.
Estamos más aislados de lo que nunca estuvimos.
Nadie nos presta un peso y nadie nos lo prestará por mucho tiempo.
Y cuando lo hagan, será con unos intereses usurarios y con tiempos muy cortos.
Precisamos inversiones, pero hicimos todo tan mal, jodimos tantas veces a quienes nos dieron una mano que pasará mucho tiempo antes de que lleguen.
Sin inversiones, no habrá trabajo.
Lo primero, lo fundamental, el caño en el que bailaremos es que habrá que dejar de gastar más de lo que tenemos.
Lo dice Lula en Brasil.
Lo dice Boric en Chile.
Lo dice cualquier señora en la cola del supermercado.
Si sos un país y gastás más de lo que tenés, podés tomar alguno de estos caminos: pedir a privados o entidades como el Fondo Internacional o el Club de París; podés subir impuestos o podés imprimir billetes y hacer como que acá no ha pasado nada.
Entonces empezás a pedir, pedir y pedir.
Festivales masivos, comitivas enormes, ñoquis por doquier, agasajos de prensa, publicidades kilométricas, todo es alegría y diversión porque total pedís, pedís y pedís.
Pero ¡caramba, qué horrible la realidad! Llega un día en que no podés devolver lo que pedís y entonces viene el momento en que te dejan de prestar.
“Vamos con los impuestos”, dice una voz brillante. Y siguen las fiestas, los autos con chofer, los elencos estables, los campeonatos deportivos con la cara de algún legislador. Pero resulta que como los impuestos son cada vez más altos, cada vez más gente queda afuera de la economía formal. Pasa “al negro”.
Y ahí ya no hay impuesto.
-¿Precisa factura A? ¿O hacemos factura “N”?
-¿Factura “N”, ¿Qué es eso?
-En negro.
¡Uh! Ya no podemos pedir ni aumentar los impuestos ¿qué hacemos?
¡La alegría de imprimir!
Imprimimos, imprimimos, imprimimos.
Siguen las transmisiones especiales, los canales para todos y todas, los medios inventados para volcar pauta estatal, el avión de mentirita de Tecnópolis, el viaje de los adolescentes bonaerenses, los aviones sanitarios que nunca sanan y sigue la joda.
Claro que mientras más billetes imprimís, menos valor tienen.
Se sabe, lo que abunda pierde valor.
Hay más billetes para pagar la misma cantidad de productos. Bueno, la misma cantidad de productos no. Como no hay dólares no se pueden comprar los insumos que hacen falta para todo. Ahora ya sabemos que desde salames hasta papel higiénico necesitan de insumos importados. No, tontito, no es porque somos snobs y no queremos a la industria nacional. Todo el mundo funciona así. Así se vive en 2022. En realidad, hace décadas que se vive así, pero nosotros todavía estamos discutiendo a Julio Argentino Roca.
Hay más billetes para todos.
Sumale algún plan platita u otra genialidad así y hay menos productos.
Entonces tenés más inflación.
Y no sólo eso, además, seguís teniendo deuda.
Porque no dejás de gastar más de lo que tenés.
Claro que a todo esto, la plata te alcanza cada vez para menos y entonces aparece la alegría del - ¡suenen pífanos y tambores!- ¡Estado presente!
¿No podés pagar la electricidad y el gas lo que efectivamente cuestan? No te preocupes, el Estado te lo subsidia. No pagués lo que cuestan. Pagá menos. No, menos todavía. ¡Despreocupate! Despreocupate tanto que no hace falta que ahorrés energía. Si total es tan barata. Gastá. El Estado se hace cargo de lo que vos no podés pagar. Es cierto, el Estado tampoco tiene plata pero bueno, imprime billetes. Eso hace que haya inflación. Como hay inflación no podés pagar ni la electricidad ni el gas. No te preocupes, el Estado te lo subsidia. No pagués lo que cuesta. Pagá menos. No, menos todavía. ¡Despreocupate! Despreocupate tanto que no hace falta que ahorrés energía. Si total es tan barata. Gastá. El Estado se hace cargo de lo que vos no podés pagar. Es cierto, el estado tampoco tiene plata pero bueno, imprime billetes. Eso hace que haya inflación. Como hay inflacion no podés pagar. Es cierto…y vuelta a empezar.
Cada vez peor.
Cada vez con más subsidios.
Cada vez con más inflación.
¿Cómo se corta?
Te dicen “de acá se sale con crecimiento”.
Es cierto, pero para crecer primero hay que tener las cuentas acomodadas.
No crecés sin inversiones.
No tenés inversiones si antes no pagás lo que debés.
No hay magia.
No hay plan B.
Por eso tener un 2024 horrible es la única posibilidad de salir.
¿Lo vamos a bancar o a los 3 meses, cuando la nuestra no esté, largamos todo y saldremos a que se vayan todos y esas infantilidades que nos caracterizan?
Hay que pagar lo que hay que hay pagar.
Así de básico.
No es tan raro.
Es más, no sólo los demás países lo hacen.
Nosotros también lo hacíamos sin problemas hasta 2003, cuando al presidente de ese momento, se le ocurrió, como simpático regalo político, que podía congelar las tarifas y ofrecer el subsidio estatal.
Aquel chiste hoy cuesta 15.000 millones de dólares.
Esta enorme pelota de déficit tiene un nombre: Néstor Kirchner.
El próximo gobierno deberá ajustar las tarifas para dejar de perder toda esa montaña de plata que una medida demagógica nos incrustó durante años y así poder dejar de pedir.
¿Estamos dispuestos a pagar lo que corresponde?
Más fácil: ¿estamos dispuestos a no derrochar la energía, que es cara en cualquier lugar del mundo?
El peronismo decidió que no hace falta que te preocupes por el gas, por la luz, por el transporte.
No hay problema si no te alcanza.
El Estado lo subsidia.
¿No podés viajar de vacaciones?
El Estado te lo paga.
¿No te podés ir de viaje de fin de curso?
El Estado te lo paga.
¿No podés ir a un show, a un recital?
El Estado te lo paga.
Suena hermoso, sólo que viene con una trampa.
Vos sos más pobre pero no te importa, porque tenés energía barata, transporte barato y hasta vacaciones.
También sos más dependiente, claro, pero no lo notás tanto. No pensás que en realidad, también estás cobrando un plan.
Porque es un plan mucho más sutil, mucho más venenoso.
Porque todo eso que el Estado te paga -economía for dummies- primero te lo saca a vos.
Si cada vez que compras lo que sea no pagases 21% de IVA, quizás no haría falta que te paguen la mitad de los viajes.
Si el Estado no tuviera tanto que pagar para hacerte creer que no sos pobre, no tendría tanta deuda.
Y con menos deuda podría pedir menos dinero.
Y vos serías más libre. Y podrías realizar tu proyecto de vida, trabado por los delirios de este estado mafioso.
Son cuestiones culturales las que convirtieron al país en una gran villa miseria con una inflación mayor que la de Venezuela.
Sólo saldremos de él si rompemos ese molde.
La deuda que dejará este gobierno será monumental, algo nunca visto en la historia de un país con deudas monumentales.
Y nada mejorará, nada, si no se tapan esos enormes agujeros de gastos.
Lo peor no es lo mal que lo estamos pasando, lo peor es que es para nada. Este sacrificio podría servir si hubiera un plan, si al gobierno le interesase algo más que el choreo, la venganza o la impunidad.
Al no solucionar ninguno de los problemas graves, todo convertido en un “siga, siga”, no hay salida a la vista.
Por eso, lo mejor que puede hacer la oposición, si llega al gobierno, es ser horrible.
El 10/12/23 habrá una deuda monumental, pero además, vas a partir de una inflación de más del 100 % anual.
¿Cuánta paciencia vamos a tener?
Porque esto ocurrirá sobre un cansancio inusitado, una frustración homérica.
Y entonces nosotros, que nos pasamos diciendo que somos mejores, deberemos demostrarlo.
Si la oposición gana y debe asumir el 10/12/23 tendrá que rever inmediatamente las relaciones internacionales que el país asumió en estos tristes años. Chau Venezuela de una vez por todas. Chau Nicaragua y su dictadura bendecida por el Papa (otro que tendrá que poner las barbas en remojo). El mismo día en que asuma deberá traer de las pestañas al embajador argentino en China o mejor, dejarlo allá. Tendremos urgentemente que mejorar relaciones con todos los países limítrofes porque estos cachafaces que hacen como que gobiernan se pelearon con todos. Tendremos que decirle a Occidente: “Perdón, chicos, aprendimos, en serio, aprendimos” y mandarnos un flor de mea culpa.
Y entonces, la antediluviana izquierda argentina con su murga de divisiones, con sus armarios de Narnia con posters del Che, con sus consignas de un mundo que nunca existió, saldrá a las calles creyendo que está en San Petersburgo tomando el Palacio de Invierno. Habrá que bajarlos del pony moral y pedirles autocrítica.
Porque una cosa que también le ocurrirá a la oposición si gana las próximas elecciones es que desde el día uno tendrá a todos los que hoy están calladitos, a los gritos.
La Iglesia pondrá cara de víctima, sacará a pasear a sus curitas villeros que hay que reconocer -nobleza obliga- nunca escondieron el cuadrito de la Jefa de la Asociación Ilícita para victimizarse. Es raro que no unan el crecimiento del narcotráfico con ese partido político que tanto aman, pero la fe es así.
El Santo Bagre exhibirá su cara de culo y bendecirá un rosario para cada delincuente que se le acerque y culpará al neoliberalismo y hablará de esas cosas que habla él.
Renacerán, claro, los actores y actrices enojadísimos porque la patria, que dejó milagrosamente de estar en peligro por cuatro años, volverá a estar en riesgo.
Cartelitos desprolijos y agónicos rostros desencajados, ya los siento. Ampliarán las quejas -que en estos cuatro años sólo fueron para la comuna porteña- a todos los sitios donde la oposición haga pie.
Saldrán los intelectuales y escritores que no dijeron una sola palabra ante la mayor tragedia educativa de la historia del país a quejarse porque las comitivas a las ferias de libro serán más austeras o porque les harán menos homenajes de esos que están tan convencidos de merecer.
El próximo gobierno, si hace las cosas bien, tendrá que recortar brutalmente la pauta publicitaria.
Y es sabido, la pauta aceita relaciones, da brillo y sabor a la vida cotidiana.
Bueno, eso ocurrirá.
Dirán que volvieron los muertos por la represión policial, claro, como si alguna vez se hubieran ido.
No hay que olvidar que cuando ocurre algo desagradable con la policía de la ciudad de Buenos Aires es “la policía de Larreta” pero si ocurre en territorio de la provincia no es, jamás, “la policía de Kiciloff”.
Como bien es sabido, hay muertos de primera y de segunda.
Va a haber que hablar en serio sobre los empleados del Estado, su cantidad, su idoneidad. ¿Quiénes entraron por concurso? ¿Qué funciones cumplen?
“Convertir los planes en trabajo” es nada si no se crece y ya sabemos que no se crece si no se paga.
Compatibilizar la obligación estatal de que la gente no se muera de hambre con el arreglo de la macroeconomía es algo más que planes.
Habrá que hablar seriamente de los regímenes jubilatorios especiales.
Y del uso de los bienes del Estado.
Y de los medios públicos.
Y de Aerolíneas.
Y de los puertos.
Y de los registros automotores.
Habrá incluso que cuestionar su existencia.
Cuando todo esto pase, las ciudades serán un caos.
Todos apoyarán siempre y cuando “la mía esté”.
Pero no va a estar.
El nivel de conflictividad social va a ser insoportable.
¿Viste como ahora? Bueno, mucho más.
Llegamos a un punto en que es lo mismo ir o no a la escuela, pasás de grado igual; es lo mismo ser o no dueño de un terreno, te lo quedás igual; es lo mismo ser preso o no, estás libre igual.
Lo que sabemos es que así no va más.
Las posibilidades de crecimiento están acá nomás, en el mismo país de todos los climas que nos contaron en la escuela cuando íbamos a la escuela y no te repetían mantras mentirosos que el kirchnerismo es anterior a la nación.
Ahí está el campo, de lo más avanzado en tecnología productiva del mundo, ahí está la economía del conocimiento, ahí está la posibilidad de abrirse al mundo.
Y las energías limpias, y el mar argentino y la riqueza ictícola, y el potencial turístico, y las frutas, y el litio y la mar en coche.
Todo a punto de estallar, si sabemos.
Pero antes, será el caos.
Si claro, estoy abriendo un paraguas.
La lluvia que vendrá será fuertísima.
Lo bueno de esa lluvia es que fertilizará una tierra en donde vivir valdrá la pena.
Para nosotros.
Para que vuelvan los que se fueron.
Para todos los hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo argentino.