Veinticuatro años atrás, la comunidad de Coronel Pringles y de la zona se estremecieron por el brutal homicidio de una mujer de 60 años. La víctima, de condición humilde y a la vez elegante y amable, era muy apreciada por familiares, amigos y vecinos, a tal punto de tener con varios de ellos un vínculo de mutuo respeto y compañía.
Al cadáver de Elba Esther Carrizo, que tenía 60 años de edad, lo encontró un vecino en una vivienda en construcción, el 30 de mayo del año 1998. Mientras lavaba su auto, el hombre notó que el pasto del inmueble contiguo al suyo estaba aplastado, como si alguien hubiese estado allí tirado. Sospechó de algún ingreso con fines de robo y, sin imaginarse lo que iba a encontrar, decidió curiosear.
“Pude ver una persona desnuda y cerca, una pollera. Del susto que tenía no quise mirar más”, expresó en aquel entonces a quien suscribe, en su momento enviado de La Nueva Provincia. “Estas cosas, en Pringles, son anormales. Uno lo ve en canales capitalinos y piensa que acá no puede pasar, pero pasa”, reflexionó el vecino.
Eduardo Arturo Armario, por entonces de 31 años, con frondoso prontuario y protagonista también de otros hechos delictivos en la misma ciudad, apareció con los pantalones y ropa interior con manchas de sangre. Automáticamente quedó imputado del aberrante crimen.
“Toma un traguito de vino y se transforma”
Mientras la policía reunía testimonios e indicios que vinculaban al único sospechoso con el brutal asesinato, el padre del detenido habló sobre su hijo con este redactor, con quien se encontró circunstancialmente. En una calle de tierra, montado sobre su caballo, el hombre de campo dijo que no estaba dispuesto a poner “las manos en el fuego” por su descendiente.
Eduardo Rey Armario dijo que, estando sobrio, su hijo “es una maravilla de hombre, pero tomando un traguito de vino, se terminó el hombre”.
“Tomó una Navidad y se transformó. Lo hice internar en Bahía y en Patagones. Nunca nos pegó pero cuando tomaba se enojaba sin causa, y pretendía desquitarse con nosotros”, agregó para ahondar sobre un pasado violento de su heredero.
Contó que un día le delegó el cuidado de la quinta donde cultivaba verduras para el consumo familiar. “Me dijo ‘quién mejor que yo, que soy tu hijo, para cuidar las cosas’. Mire qué bien las cuidó…”, mencionó resignado.
Sobre la posible intervención de su hijo en el crimen expresó. “Dicen que es él, no pongo las manos en el fuego…Siente una gota de vino y se transforma”.
Condena de 25 años de reclusión
Carrizo recibió sepultura en Coronel Pringles junto a la tumba de su último esposo, fallecido un año antes, en 1997. La mujer fue agredida con un ladrillo y un palo de madera.
El 3 de julio de 2000, la Sala I de la Cámara de Apelación y Garantías en lo Penal de Bahía Blanca, condenó a Armario a cumplir veinticinco años de reclusión. El fallo lo suscribieron los jueces Jorge Enrique Alcolea, Guillermo Alberto Giambelluca y Alejandro Aispuro.
Pasaron 24 años y, por sus características, el hecho sigue grabado a fuego en el inconsciente colectivo de los pringlenses.