Sociedad 21/07/2022 13:34hs

La pesadilla de un argentino en Túnez: “Los que quieran viajar allí, que lo piensen mejor”

Un experimentado viajero sufrió una traumática situación al salir del aeropuerto del país africano. Qué le pasó y cómo pudo superarlo.

La pesadilla de un argentino en Túnez: “Los que quieran viajar allí, que lo piensen mejor”

Viajero avezado y responsable, con el haber y aval de conocer 100 países, a Néstor Givré, psicoanalista, porteño, de 65 años, desde hacía tiempo lo desvelaba la geografía, la sociedad y cultura de Túnez, país ubicado en el norte de Africa, entre Libia y Argelia. "Tengo mucha curiosidad por lo nuevo, por lo diferente, e ir de aquí para allá es lo más cercano a palpar la libertad, algo que empecé a comprender cuando a los 17 años tuve mi bautismo en el Amazonas".

Con la autoridad que le da la experiencia como viajero, Givré ya había estado en otros países africanos, incluso más pobres y en los papeles menos turísticos, como Cabo Verde, Namibia, Guinea Bisau, Etiopía y Senegal, entre otros. "Túnez, entonces, era una asignatura pendiente pero no al azar ni caprichosa, yo no viajo al voleo. Investigo, me zambullo en internet, me meto en los foros temáticos, además de que tomé las sugerencias de amigos que me recomendaban las playas y los desiertos del sur de ese lugar".

El viaje a Túnez era vía Palermo, Italia, entre el 18 y el 27 de junio. Llegó en barco y previamente a embarcar apareció el primer sobresalto, como si se tratara de una invisible señal, la primera. "¿Tiene reserva de hotel para toda la estadía? Sólo para los primeros dos días, respondí. 'Entonces no puede viajar', me respondieron, por lo que de manera urgente y angustiante, tuve que reservar en un lugar que después me permitiera cancelar sin tener que abonar. Debía contar con el comprobante para demostrar que tenía hospedaje".

Después de doce horas navegando por aguas paradisíacas, Givré llegó a la ciudad de Túnez, la capital. Del barco descendieron cincuenta tunecinos, dos alemanes y él. "Algo pasó, no sabía por qué, pero no me dejaban ingresar al país. "'Usted espere', me dijeron. Estuve tres horas esperando sin entender. Yo tengo pasaporte argentino y de la comunidad europea, el cual decidí utilizar para este viaje. Ya de entrada advertí cierta hostilidad de la policía, hasta que una mujer uniformada se acercó y me preguntó cuánto dinero tenía en efectivo. 'Sáquelo', ordenó".

Givré habla inglés y también francés, idioma que por su pasado podría ser cotidiano en Túnez, "pero no hay voluntad de hablarlo". Aparecieron otros policías portuarios que le hablaban al argentino a los gritos y en árabe, pero esta señora lo hizo en francés. '¿Saco la plata acá? ¿En medio de toda la gente?', pregunté sorprendido. Insisto, nunca me había pasado en tantísimos viajes anteriores. Saqué el efectivo que tenía, porque sabía por lo que había averiguado que no aceptan crédito ni débito, excusándose que no funciona el posnet, además de que soy paciente cardíaco y nunca se sabe qué puede suceder".

En una precaria sala del puerto, el psicoanalista desplegó unos 2.000 euros y 1.500 dólares, que llevaba para un viaje de dos semanas. "Después de tres horas de una situación tensa y poco clara, pude ingresar a suelo tunecino pasada la medianoche. Por la tarde, tenía previsto un vuelo a Tozeur, al sur del país, a las 14, que se reprogramó a las 18 sin previo aviso. Cuando atiné a realizar alguna queja por no haber recibido notificación por el retraso, desde la aerolínea Tunisair me respondieron: "No, nosotros no mandamos mails. Bienvenido a Túnez".

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Lo cierto es que tampoco despegó a las 18, sino que recién voló a las 23. Una vez en Tozeur, con el inconveniente de llegar a un lugar desconocido a la una de la mañana del otro día, en vez de a las 16 como estaba planificado, Givré volvió a reclamar con respeto, pero se quedó anonadado. "Señor, acá en Túnez no nos regimos por las reglas", le vomitaron en un desganado francés. Una vez en el hotel, hablando con el recepcionista, el argentino quedó "dibujado" ante la irrupción de tunecinos "que en la cola, detrás de mí, se imponían por prepotencia de idioma".

En su consultorio del barrio de Belgrano, Givré conversa con Clarín sereno, aún sin digerir todo lo vivido, y tratando de poner en contexto a fin de explicar el lugar al que había llegado con mucha ilusión. "Advertía malas maneras, atropello al turista, falta de lógica y sentido común... Se supone que yo estaba moviéndome en lugares turísticos, pero siempre el único turista era yo. Por mi experiencia disfruto estar con la gente del lugar, conocer sus formas, su desenvolvimiento, algo para mí más atractivo que estar rodeado de extranjeros".

Sin roaming "vaya a saber porqué", el argentino viajó solo, sin su esposa, y se sentía vulnerable, síntoma nunca antes vivido. "Fui a conocer Djerba, una isla muy hermosa, y averigüé que podía compartir el taxi, porque en Túnez no existe, ni siquiera en la capital, el transporte público. Subí a un taxi compartido con otros tunecinos y el chofer me bajó de manera brusca sólo por ser turista. Empecé a ver agresivo a Túnez , poco interesante y yo me sentía incómodo... Me empezó a dar vueltas en la cabeza adelantar el regreso, algo que no me había sucedido en los 100 países anteriores".

Ese pensamiento se hizo realidad y la vuelta prevista en barco para el 30 de junio la adelantó para el 27, pero en avión, sin imaginar que viviría una situación que lo transportó a las conocidas escenas de la película "Expreso de Medianoche", que transcurre en Turquía. "Estaba todo encaminado, tenía el boarding-pass, pasé migraciones y, cuando había puesto mi vista en el free shop, dos policías de aduana vinieron hacia mí y me preguntaron cuánto dinero tenía encima. Otra vez la misma situación que cuando entré. Intenté explicarme en francés, pero me hablaban en árabe".

Givré les mostró 1.850 euros y 1.000 dólares con cierta incomodidad, pero con la tranquilidad de que no había cometido ninguna irregularidad. "Ahí empezó una película de terror de dos horas, en la que los policías me llevaron a un subsuelo, me paseaban de oficina en oficina, a los gritos y en árabe, yo sin entender una palabra, ni tampoco comprendía qué me estaba pasando. En ese deambular, yo intentaba pensar qué infracción pude haber cometido, pero no entendía, aunque mi lucidez para pensar estaba maltrecha".

De repente se encontró con un supuesto superior, un coronel, que no le permitió comunicarse con la embajada argentina. "Imperiosamente quería entender, hablaba en francés, pero del otro lado sólo recibía maltrato y palabras en árabe. Me preocupé por mi salud y mi situación... Me encontraba en un lugar del aeropuerto al que ningún turista tiene acceso, rodeado de cinco policías. Podía haber pasado cualquier cosa, en un marco como ese te aparecen muchos fantasmas; después me enteré que hubo turistas desaparecidos...".

La cabeza de Givré era un cúmulo de imágenes aceleradas. Procuró tener calma, pero no podía dejar de pensar en sus valijas, que quedaron abandonadas en un pasillo y en el vuelo que podía perder. "Ese es su problema", le respondieron en francés cuando atinó a decir que el avión estaba por despegar. "En un momento me sentí derrotado, me estaba dando cuenta que esto iba para largo, que no tenía mi plata, el pasaporte ni las valijas y que había perdido el vuelo. Estaba en una situación de total desamparo, sólo pensaba en irme de Túnez como sea".

Hasta que "vaya uno a saber qué pasó", asomó un rayito de luz y a Givré le devolvieron el pasaporte "con una marca", pudo recuperar su equipaje y sólo la mitad del dinero. "El vuelo hacia Palermo, desde donde tenía mi conexión a Buenos Aires, lo había perdido". Cuando salió de ese infierno, se comunicó con el embajador argentino José María Arbilla. "Quiero destacar la contención y trato humano que recibí de su parte. Allí me explicó que desde hace apenas un mes, hay una nueva norma que prohíbe salir de Túnez con más de 1.500 dólares, y que ya son 5 los argentinos que vivieron apremios similares".

Atribulado, Givré nunca se enteró de la nueva norma. "Yo soy muy puntilloso con esas cosas, imaginate que como psicoanalista, lo primero que me vino a la mente fue un gran sentimiento de culpa. '¿Por qué vine a Túnez? Qué boludo, ¿cómo voy a sacar mi plata y mostrársela? ¿Y si la hubiera escondido?' También pensé en sacar el teléfono y filmarlos, pero por suerte me arrepentí. Así me aparecieron un montón de situaciones, me sentía culpable y responsable, pero claro, no tenía la menor idea sobre esta disposición", contó.

Ya sin vuelo, averiguó por el siguiente, el jueves 30 de junio, pero no había disponibilidad, por lo que, desesperado, retomó el plan original de volver en barco y consiguió el pasaje que había dado de baja. "Llegué con tiempo al puerto, el barco zarpaba a las 21. Cuando presenté el pasaporte, las autoridades advierten que tiene una marca, esa que me habían hecho en el aeropuerto, y otra vez me empiezan a hablar en términos descomedidos. Me llevaron a unos quinientos metros y sentía que no tenía derechos constitucionales".

Sin internet en el aeropuerto, Givré logró dar un manotazo de ahogado. "Le pedí a un hombre, italiano, muy solidario, su teléfono y llamé al embajador, que inmediatamente vino al puerto junto al cónsul. A todo esto, ya había firmado unas declaraciones escritas en árabe y mi firma decía 'no entiendo'. Creo que ver al embajador Arbilla fue una de las cosas que más felicidad me dio en los últimos años. Pero a la vez sentía que estaba perdiendo el barco, y eran más de las nueve de la noche...".

Entre tanta desazón y amargura, una buena en el horizonte de Givré. "No sé por qué, pero el barco se retrasó tres horas y pude embarcar y salir de ese lugar al que no pienso volver. Y a los argentinos que estén pensando en viajar allí, sólo me permito decirles que lo piensen bien, o que al menos sepan todo esto para que no atraviesan por algo similar. Quizás yo tuve demasiada mala suerte, pero cuando llegué a la Argentina pude informarme otras cosas de Túnez, como que su presidente cerró el Congreso, todo un síntoma".

Finalmente se embarcó, pudo dormir en su camarote, llegó a Palermo y hace una semana aterrizó "feliz" en la Argentina. "A los destinos 'incómodos' viajo solo, soy habitué de este tipo de aventuras exóticas, gasoleras, soy cauto y previsible, nunca se me ocurriría ir a Corea del Norte o a lugares donde hay guerrillas. Esto que viví no lo imaginé jamás. Y si bien me dejó secuelas, en septiembre conoceré Lituania, Letonia y Estonia, los países bálticos. Como decimos en el psicoanálisis, soy un practicante de la epistemofilia, una pulsión por el saber y conocer".

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