Gardel ya no canta cada día mejor
La columna de Osvaldo Bazan
Ya nadie dice que Gardel cada día canta mejor.
¿Notaron?
La frase resumía por sí sola lo que pensábamos de nosotros mismos.
Un optimismo arrollador de los cuatro climas, las cataratas, la más ancha, la más larga de las avenidas, el crisol de razas, la birome, el by pass y la mar en coche.
Fuimos tan brillantes, tan geniales, tan granero del mundo que ni necesitábamos estar vivos para superarnos.
Gardel, el argentino por antonomasia, estaba -por decirlo en palabras de un vacunado vip- condenado al éxito.
Pero ya no se dice más.
Ya nadie cree que Gardel cante hoy mejor que ayer.
La vergüenza de haber sido, el dolor de ya no ser, canta Gardel.
No es un Siglo XX Cambalache.
Los inmorales no nos han igualado.
Nos han ganado.
No es lo mismo un burro que un gran profesor.
Es mucho peor: grandes profesores se convirtieron en burros. Cabecitas de Sarlo pululan aún por la tele, con la soberbia intacta, con un discurso todoeslomismista que al no denunciar la barbarie peronista, iguala a todos, salvando a los peores.
Saben que lo están haciendo.
Es a propósito.
Las últimas dos semanas fueron un catálogo de esto en lo que se convirtió el país: peleas internas de peronistas que repercuten en la vida de millones, inflación imparable, cortes y marchas, hambre, violencia desatada, incertidumbre.
Gardel ya no canta cada día mejor.
Y más de uno no aguanta y se va.
“Se están yendo los jóvenes que tienen el talento. Vamos a Ezeiza y vemos hordas de jóvenes. Estamos tapando el sol con la mano”, dijo Horacio Rodríguez Larreta en un debate. Inmediatamente le contestó Daniel Filmus: “No es real que se estén yendo los profesionales ahora y no los cuatro años anteriores. Hay que ver los datos”.
Los datos que nos manda a ver el Ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación son los que da la titular de Migraciones, Florencia Quién Sos Carignano, la que tanto decreta que no pasa nada si viajamos sólo cuando a ella se le ocurre, como le abre las puertas a opacos iraníes y venezolanos para que entren sin problema en aviones descontrolados.
Los datos que nos manda a ver Filmus son los de un gobierno que estuvo años mintiendo con las estadísticas públicas.
Disculpe, Filmus, si no les creemos nada.
Sin mayor valor estadístico, sólo como registro de época, El Sol recogió algunas historias de gente que se fue.
Quizás a Filmus o a Carignano no les importe.
Pedro, con 47 años, tenía dos empresas en Córdoba.
La de venta de productos de manualidades cerró a poco de comenzado el último gobierno ante la imposibilidad de conseguir materiales importados irreemplazables.
La segunda es una original plataforma de cursos online de manualidades y arte con problemas habituales: costos de servidores y publicidad al dólar solidario, facturación al dólar oficial. La ley de la economía del conocimiento del gobierno anterior lo ayudó, pero el gobierno de la pareja de Fabiola la suspendió en febrero del ’20, y virtualmente lo empujó a Ciudad de México junto con su socio. Desde allí ahora cubren toda América Latina y firman contratos con plataformas de Estados Unidos. Las diferencias impositivas son brutales, cuenta.
Si crucé por los caminos como un paria que el destino se empeñó en deshacer…, canta Gardel.
Nacho (31) es santafesino, hincha de Colón, a los 15 empezó reparando computadoras y no paró. Siguiendo las necesidades del mercado se fue especializando, desde virtualización de servidores hasta robótica. Daba soporte técnico a usuarios, reparaba equipos, vendía insumos y trabajaba en una empresa. Era el pibe de sistemas, de lunes a sábado de 15 a 21; el monotributista toda la mañana. Hasta que empezó a perder reparaciones por no conseguir repuestos.
Paseando por Europa con su novia (32) justo cuando fueron las PASO 2019 notaron que toda la tensión que vivían acá no existía allá. No tenían miedo de sacar el celular, de andar por la calle, del ruido de una moto cercana.
Volvieron, pero la idea germinaba.
Hoy en la española Tarragona, donde viven desde febrero del 21, ya casados, Nacho dice que con lo duro que es, el problema de Argentina no es meramente económico sino especialmente cultural: “Lo grave es cómo naturalizamos todo lo malo que ocurre allá, que da lo mismo hacer las cosas bien que mal, da lo mismo devolver un teléfono que nos encontramos tirado que no devolverlo; te imponen que el empresario siempre es el malo de la película, el que gana dinero en base a su sacrificio y trabajo se lo considera un enemigo. Es un sistema que cambia las reglas cada 5 minutos. O formas parte del sistema o te vas. Por eso quiero que mi familia emigre también”.
Ya les llegaron los tres perritos mascotas santafesinas, pronto irán sus padres y quizás, su hermano.
Las ilusiones pasadas ya no las puedo arrancar…, canta Gardel.
Martín y su esposa (34 y 31 años) son ingenieros. El primer recuerdo que Martín tiene de Argentina -donde les iba bastante bien- es el del día en que llegando a la empresa lo asaltaron y a pesar de que no se resistió y de dar todo lo que pidieron, le dispararon dos veces en las piernas. Ya habían intentado comprar un departamento desde el pozo y los estafaron llevándose todos sus ahorros. Después de las PASO 2019 empezaron a pensar la idea del viaje de Caballito en Buenos Aires a Monza, en Italia. En 2019 cerró el jardín de infantes de su hijo. Lo llevaron a otro, que cerró por la cuarentena. Ahí sí, decidieron que ella pidiera el pase en su empresa y hoy Martín dice muy claro: “No creo que volvamos. De visita cada tanto, pero no me muero de ganas todavía. Acá vivimos bien y con una tranquilidad que nunca conocí. La estabilidad y la seguridad nos hace sentir que podemos concentrarnos en nuestra vida”.
Sueño con el pasado que añoro… canta Gardel.
Germán y Luciana (ambos 28) son mendocinos. Él trabajaba 10 horas diarias en la empresa distribuidora de energía pero les era imposible pensar en un futuro. En agosto del ’21 se fueron a Dinamarca y él se postuló para un posgrado en investigación en diseño. En septiembre ya estaba estudiando. Al mismo tiempo trabajó meses moviendo cajas pesadas en un depósito; después consiguió algo mejor en Copenhague y finalmente cumplió un sueño. Mientras sigue sus estudios, consiguió entrar a Lego, la mítica empresa de juguetes. Volvieron de paseo con Luciana a Mendoza hace poco: “Volver a vivir en el contexto del quilombo argentino fue duro, estresante y me hizo reafirmar mi deseo de estar donde estoy ahora”. Se les hace difícil ver los partidos de sus clubes (él de River, ella de Godoy Cruz) así que se conforman con el fútbol europeo. Superando los muy difíciles momentos de soledad e incertidumbre del comienzo; la despedida a distancia de la abuela que falleció a 14000 kms de distancia hoy dice Germán: “Viendo donde estoy estudiando y trabajando, te diría que no vuelvo al país ni a palos. Acá en las empresas o en tu educación se preocupan mucho por el individuo, su tiempo y espacio. No hay chance de que te molesten fuera de tu horario de trabajo”.
Yo bebí, incansablemente, en mi copa de dolor… canta Gardel.
Andrés es de Villa Urquiza en Buenos Aires y la cuarentena lo dejó sin el trabajo en atención al cliente que tenía y las clases de ciencias ambientales en la UBA por zoom no daban resultado. Como pasatiempo practicaba buceo. Por un contacto, consiguió un mail de una empresa en República Dominicana para ser instructor de buceo. Le contestaron al toque. A principios de febrero de este año, con pasaje pagado por los familiares, se fue al Caribe. “Ya no soy un pibe” dice, y supera el promedio de los viajeros entrevistados. Vive a 20 kilómetros de Punta Cana y comenta con sorpresa: “No hay inflación, voy al supermercado sin miedo, compro cereales alemanes, lácteos franceses. Se puede comprar y vender euros, dólares, francos suizos, atesorar dólares no es ilegal. Tampoco hay inseguridad, nunca vi nada, nunca me pasó nada. El único peligro es que te atropelle una motito”. Y cuenta: “Yo me tuve que ir de Argentina. No la extraño porque ya no es lo que era. Dejé una hermana, una novia y algunos amigos. Pero ya me sentía extraño, ni cantaba el himno. Siento que el país me echó, esta gente gobierna sólo para ellos y los suyos, quiere que el resto nos extingamos”.
El tiempo viejo que lloro y que nunca volverá…canta Gardel.
Silvia tiene 67 años y las 14 toneladas de piedras con las que se recibió aquella ley jubilatoria que hoy suena a paraíso perdido la decidió. Ella y su marido emprendieron el viaje desde Flores en Buenos Aires a Benalmádena en Málaga, España. “Mi partida -dice convencida- tiene una responsable política que es Cristina Fernández, la persona más nefasta que lamentablemente tuve que sufrir en mi país. Trabajé como traductora independiente y llevé adelante mi casa con tres hijos, hoy profesionales, y siendo una viuda muy joven sin ayudas de parte del Estado, nunca imaginé tener que irme de mi país al momento en que ya habría podido disfrutar de una dorada tercera edad. Sin embargo, pudo más la inseguridad de circular por las calles mirando por encima del hombro, ir a un cajero siempre de día y escondiendo lo que retirabas, la inflación, la imprevisibilidad, todo eso que hace a la calidad de vida. Cargamos valijas con recuerdos y armamos a 14000 kilómetros, un hogar”. Sin embargo recuerda: “Los que vivimos afuera no dejamos de ser argentinos, tenemos el chip de cambiar el ‘tú’ al ‘vos’”.
Pero nadie comprendía que si todo yo lo daba, que en cada vuelta dejaba pedazos de corazón… canta Gardel.
Era la campaña de 2019 y Pedro (35) mirando televisión le dijo a su amigo: “Si gana Alberto me voy del país”. Cumplió. Con su mujer (33) pensaban que en 2020 iban a decidir si tener un hijo o emigrar. La cuarentena disipó dudas. Él trabajaba en una empresa de ingeniería industrial, ella es odontóloga y no pudo trabajar en todo el año. Cuando volvió a atender, la miseria que le pagaban las Obras Sociales reforzó el acuerdo. Se fueron a Madrid. Él a los dos meses ya estaba trabajando, ella aún está con trámites. Pedro comenta entusiasmado: “Madrid es una Buenos Aires que funciona. La gente no está enojada en la calle, en el trabajo. Se dedican a ser felices. Todos tienen sus hobbies y tienen tiempo para hacer lo que les gusta. La sensación al subir al avión fue muy similar a lo que pasa al final del sepelio, en que todos se miran y dicen ‘¿Quién prende el fuego?’. Ya está, podemos dejar de terminar y empezar a empezar”.
Ahora, triste, en la pendiente, solitario y ya vencido yo me quiero confesar… canta Gardel.
Tony (48) y su esposa lo pasaban muy bien, eran privilegiados dentro del contexto argentino. Él manejaba la creatividad de una empresa de publicidad francesa, pero se sumaron los robos en la casa de su madre, en su propia casa, en la calle yendo a un recital, los distanciamientos con amigos y familias por discusiones políticas, o lo que define como “angustia, hostigamiento y preocupaciones”, las trabas para todo. Resolvieron irse. Hoy viven en Miami, trabajando para la misma empresa que acá. “Uno cuando está allá no se da cuenta tanto pero está inundado de malas noticias, sumergido en ese estado de angustia, preocupación, fastidio, miedo, falta de proyección y sobre todo, acostumbrado a eso. Me pasa hoy acá que desacostumbrarse a eso es inmediato, es un sentimiento de libertad para poder proyectar y recuperar la sonrisa más seguido, tener charlas donde podés hablar de futuro, de proyectos, reírse. Cada día que pasa se aleja más la posibilidad de volver a vivir allá”.
Cuesta abajo, en mi rodada… canta Gardel.
Jules se fue sola a Paris en febrero del año pasado. Bueno, sola no. Con su gato, Chabón, que ya tiene pasaporte europeo. También era una privilegiada en Palermo, Buenos Aires, con 10 años de trabajo en una multinacional de cosmética. En el ’19 cuando se encontró con gente que vivía tan bien o mejor que ella quejándose del precio de la luz fue entrando en desesperación. Estaba inmersa en la realidad del país y todo le afectaba. En septiembre del ’20 su empresa le confirmó el pase a Paris “con un sueldo que me permite ahorrar, con posibilidades de sacar un crédito hipotecario a 20 años con tasas de 2%”. Asombrada, dice “En un año ahorré casi lo mismo que había podido ahorrar en Argentina, trabajando desde los 21. La sociedad funciona. El bondi llega cuando tiene que llegar. Camino sola a la madrugada sin ningún tipo de miedo”.
No es una estadística, un censo, un recuento.
Son sólo algunas historias de gente que tiró su botella al mar de la vida. Todos hablan, más allá de los logros, de lo difícil y a veces demoledor de la partida.
No hay ningún juicio de valor.
Irse o quedarse no está ni bien ni mal, creo.
Cada uno es dueño de hacer de su vida el mapa de las experiencias deseadas.
La pena, la enorme pena, es que acá se viva tan mal; que acá Gardel ya no canta cada día mejor. Que el País Gardel se está yendo.
Esos lugares donde se vive bien, podrían ser éste.
Mientras tanto, nos preguntamos cómo fue que nos convertimos en esto, en este rancherío impotente, este maremágnum de traiciones, mecheras y asquerosos.
¿Cómo fue que pusimos nuestras vidas en manos de estos mequetrefes bandoleros, de estos indignos patéticos, de estos abusadores sin honor?
¿Dónde estuvo el error?
¿En pensar que muertos podíamos cantar cada día mejor?
Fueron decisiones políticas, una tras otra, durante años, las que hicieron de este paraíso un tugurio maltrecho de casi 3 millones de kilómetros cuadrados y 45 millones de personas que no tienen dudas de que el año que viene vivirán peor.
Gran parte de esas decisiones las tomaron personas que a lo largo de los años elegimos en elecciones libres.
Tipos que te decían “si decía lo que iba a hacer no me votaba nadie”, tipos que dicen “hay que ponerle plata en el bolsillo a la gente”, tipos que decían “no voy a dejar las convicciones en la puerta de la Rosada”, tipos que dicen “Primero la gente”.
Si votamos la idea de que el mérito no es importante, ¿podemos quejarnos de que quienes crean en él, se vayan?
Algunos no aguantan más: buena suerte.
Algunos creen que todavía se puede: buena suerte.
Las frases cantadas Gardel que están en esta nota son del tango “Cuesta Abajo”.
Algunos recordamos que el morocho del Abasto también cantó “Volver”.
Guardo escondida una esperanza humilde que es toda la fortuna de mi corazón.
A ver Carlitos, cantate una que sepamos todos.