Adelantar las elecciones, una vía de escape antes del colapso
Por Marcelo Torrez
En el gobierno de Rodolfo Suarez tienen la firme convicción de que lo que viene en materia económica con Silvina Batakis tiene que ver con las ideas y los lineamientos generales que ha abonado desde siempre la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner con todo lo que eso supone: más presión sobre el gasto público, una agudización del proceso inflacionario y el uso del látigo para los Estados subnacionales no alineados. En la oposición política, y su representación parlamentaria en el Congreso, no sólo no se difiere con lo que se espera, como malos vaticinios en Mendoza: para los principales referentes, el panorama es mucho más preocupante, al punto de que comienza a visualizarse una situación de fragilidad institucional como no se ha visto en los últimos veinte años a esta parte, desde la megacrisis general del 2001 y el 2002.
En medio de todo un contexto tan convulso y confuso, y sin demasiados indicios de que la tormenta económica y financiera se aquiete por la grave crisis que afecta a la coalición gobernante, es posible que se estén configurando las condiciones para un adelantamiento de las elecciones. Se trata de una sospecha y un escenario posible que ha comenzado a ser analizado y tenido en cuenta en la mesa política de Juntos por el Cambio, la que conforman los presidentes de los partidos, jefes parlamentarios y gobernadores del frente, entre otros.
Los motivos que han llevado a pensar que el gobierno de Alberto Fernández quizás no pueda llegar al final y se vea obligado a convocar a elecciones anticipadas están basados en el desconcierto que se ha apoderado del área económica, donde, en un primer momento, se creyó que la nueva ministra tomaría la línea de Martín Guzmán –el más rechazado de todos los ministros por la vicepresidenta pese a la críticas que le dedicó a su renuncia–, con aquella declaración del comienzo sobre su adhesión al equilibrio fiscal, al control del gasto y el cumplimiento de las metas con el FMI, pero que, luego las variara y modificara más en sintonía con todo lo que predica el Instituto Patria, lugar donde se concentra a esta altura el verdadero y único poder político de un gobierno deshilachado.
Hay un temor fundado hacia un descontrol de todas las variables que mueven el mal estado de la economía. Los gobiernos provinciales, en especial los opositores, se preparan para resistir lo que puede llegar al nivel de un estado de abandono por parte de la Nación hacia ellos. El área de Hacienda mendocina trabaja con ese horizonte por delante y de allí que buscará un mayor control del gasto, aunque con la preocupación cierta de que a fin de mes, o antes, cuando reabran las paritarias adelantadas por efecto de la espiral inflacionaria, no podrá negar un incremento salarial para cerca de cien mil empleados públicos que advierten, vía sus gremios, que ocuparán la calle detrás de sus reclamos por mayores ingresos y recomposiciones salariales en una de las provincias que más retraso registra en ese punto. Claro que a todo eso se le adiciona el colapso que padece el resto de la economía, la real, que es la que sostiene la provincia. Ya se sabe que en ese ámbito no hay buenas noticias: la recuperación no existe porque del poco crecimiento que hay respecto de los últimos registros con los que compararse, todo se trata de un rebote que se compara con el del gato muerto: mejoras sólo por un tiempo, hasta que sobreviene el derrumbe otra vez. En ese sentido, las noticias que se avecinan sobre el dato de la inflación marcan una tendencia en alza que agrava la preocupación reinante. El jueves se sabrá, pero el aumento del dólar blue durante la última semana, durante los primeros días de Batakis en el ministerio, ha provocado sin dudas un cambio a lo previsto. Las listas de precios con subas exorbitantes, más las ventas sin precio de productos específicos o la desaparición de los mismos de los escaparates hacen presumir que lo que viene no es para nada bueno.
Tampoco, el Gobierno ha hecho algo por descomprimir, aunque las políticas no sean las acertadas y provoquen o generen los resultados que todos prevén, menos su conducción, está claro. Esa supuesta tregua lanzada por Cristina el viernes desde El Calafate con la consabida respuesta en línea, o en sintonía, del presidente, el sábado desde Tucumán, no parecería ser suficiente. Se verá desde hoy en adelante, cuando otra vez el mercado de los bienes financieros y sus cotizaciones dé su veredicto sobre lo que está ocurriendo.
La política opositora ya parece tener un escenario por delante: no alcanza con apurar la conformación de un plan de gobierno porque la tendencia en cuanto al ánimo social indica que está cerca de contar con una chance cierta de volver al poder: los sondeos señalan que se está ante una coalición de gobierno desgastada y que no ha logrado darse a sí misma una alternativa propia frente al fracaso de Alberto Fernández. Quizás por eso se prepara Cristina, la vice que, por la vía de sus seguidores –tanto por los militantes como por las estructuras– ha hecho lanzar un operativo clamor por la vuelta. Eso es lo que no pocos vieron el viernes, cuando se leyó entre líneas su discurso, cuando llamó a un acuerdo por las ideas y a no confrontar por las personas.
Pero, lo otro que ha comenzado a visualizar como un posible el sector opositor es que el Gobierno se tenga que ir antes producto del incremento de la tensión y ebullición social. Un impensado para una administración peronista, aunque, claro: una gestión adormecida por quien ha dominado los movimientos del PJ desde su irrupción en la política nacional, precisamente como salida y tabla de salvación de una crisis casi tan descomunal como la actual, la del 2001, y que dejó fuera de juego al gobierno de la Alianza, que debió abandonar a mitad de camino por su ineficiencia e ineficacia, por su falta de idoneidad y sapiencia para desactivar las trampas que había dejado ocultas la convertibilidad de Menem y Cavallo; una Alianza que, además de todo ese caldo maloliente con el que se cubrió, no tuvo la posibilidad de contar con una oposición responsable que calmara los ánimos y evitara el choque contra el iceberg, una oposición decente y prudente, no barrabrava y desestabilizadora.