"Me levanto todos los días con el propósito de transformar la vida de los estudiantes. La docencia se convirtió en un llamado para mí", dice Keishia Thorpe. "No creo que yo haya elegido la educación sino que la docencia me eligió a mí. Hay un trasfondo espiritual: a veces uno se propone algo y Dios lo va llevando por otro camino y sabés que es por ahí porque Él simplemente comienza a alinear todo para asegurarse de que vayas en esa dirección", reflexiona la mejor maestra del mundo.
"A partir de ese llamado decidí ir a la universidad y estudiar para dedicarme a la enseñanza. Veía a otros niños que crecieron en circunstancias similares a las mías y sólo verlos no ser capaces de lograr su sueño realmente me motivó a querer asumir este trabajo", cuenta Keishia.
Es jamaiquina y obtuvo una beca para estudiar en la Universidad de Howard en Washington. Estudió en simultáneo atletismo, inglés y derecho. Se convirtió en docente y da clases de inglés en un escuela de Maryland. Dice que tiene mucho en común con sus alumnos ya que trabaja en una institución en la que el 100% de los alumnos son inmigrantes.
Cuenta que muchos llegan, ya adolescentes, como refugiados o escapando de realidades durísimas en los países de los que vienen. Tiene alumnos de África, de Medio Oriente y de diversos países a América Latina. Muchos, dice, ni siquiera pudieron acceder a una educación acorde a su edad en sus lugares de origen y a eso se suma el desarraigo y el desconocimiento del idioma.
"Mis alumnos llegan al país y se sienten excluidos, sienten que no pertenecen y que nadie los quiere allí. Eso es desmotivante", comenta Keishia. Se refiere a lo que ocurre en el distrito de Estados Unidos en el que enseña, pero su relato es fácilmente extrapolable a lo que ocurre con jóvenes de sectores vulnerables en Argentina. De hecho, habla de discriminación, de exclusión y de falta de oportunidades reales.
Cuenta que esos jóvenes -todos ellos migrantes y en muchos casos refugiados- asisten a la escuela por obligación aun cuando no tienen la edad para cursar el año en el que están. "A veces es difícil motivarlos y que empiecen a ver un panorama más general. Ya en la escuela, empiezan a sentir cierta pertenencia y se sienten bien pero todavía no logran descubrir cuál es el punto de terminar la escuela". Se explaya respecto a la falta de incentivos: los estudios terciarios son demasiado costosos y es poco probable para la mayoría cumplir con los requisitos para obtener una beca ya que no cumplen con los requisitos académicos, tienen bajo dominio del idioma y muchos están indocumentados. "No hay esperanza. Muchos estudiantes no ven para ellos un camino hacia el éxito al final de la escuela secundaria y, entonces, no tienen motivación. Ese es un gran desafío para los docentes".
Puntualiza otro gran obstáculo con el que se encuentra en su labor cotidiana: la pobreza. "Muchos llegaron huyendo de sus países y vienen de entornos de extrema pobreza donde hay pandillas, drogas, violencia... Muchos vieron cómo asesinaban a sus familiares, sufrieron abusos o fueron víctimas de violencia armada. Algunos llevan años huyendo y en esa transición ya perdieron muchos años de escolarización", enumera.
Crear un espacio de encuentro: la clave para educar en contextos vulnerables
A pesar de las dificultades, Keishia se siente muy cerca de sus estudiantes. Ella misma creció en un contexto así y un día fue inmigrante en Estados Unidos. "Elijo estar en esa escuela porque sé que puedo tener un impacto en esos estudiantes y sé que puedo conectarme con esos estudiantes porque soy producto del mismo sistema", explica y sintetiza: "Sus historias son mi historia".
Y revela cómo empodera a sus alumnos. "Lo primero que hago es contarles mi historia. Eso me humaniza y la reacción es: 'wow, mi maestra estuvo donde yo estoy'. Y así soy como un modelo de éxito", dice y acota: "Ver que alguien que comparte su historia lo ha logrado es muy inspirador para ellos. Y eso es sólo el principio: a partir de ahí se construye una relación uno a uno con los alumnos y se promueve la relación de todo el grupo porque si eso no está, no importa que tan bien se sientan con el docente, no habrá armonía en la clase ni, mucho menos, aprendizaje".
Keishia enfatiza la importancia de que los estudiantes puedan compartir de donde vienen, especialmente teniendo en cuenta que en su escuela todos provienen de culturas diversas y es clave promover el diálogo. "En muchos casos vienen con el trauma del conflicto y si no les enseñamos a comprender el punto de vista de otro, a entender la perspectiva de los demás y a respetar al otro, esos conflictos se van a replicar en el aula".
Ver que alguien que comparte su historia lo ha logrado es muy inspirador para los estudiantes que vienen de contextos de vulnerabilidad
Cuenta que una de las actividades que más ayuda a esta misión es que los estudiantes se entrevisten entre sí y puedan presentar la cultura del otro a sus otros compañeros. De esta forma, acaban involucrándose con el aprendizaje y al volverlo más emocional es más efectivo. "Como profesores, enseñamos a los estudiantes las cinco competencias básicas: autoconciencia, autogestión, conciencia social, automotivación y toma de decisiones responsable", enumera Keishia. "Tenemos que enseñar a los estudiantes todas esas cosas para que puedan respetarse, respetar al otro y al espacio sabiendo que su mirada no es la única que existe".
Cómo despertar los sueños en alumnos en situación de vulnerabilidad
"Al comienzo del último año escolar mis estudiantes no suelen ver la universidad como posibilidad para ellos debido a todas las barreras de las que ya hablamos y también a barreras internar. Así que una de las primeras cosas que hacemos es escribir nuestras historias y contarlas a la clase. Quiero que tengan mentalidad universitaria y a partir de su historia podemos encontrarla. No entro y digo: 'Es mejor que te postules a la universidad', sino que lo vamos construyendo", explica Keishia.
A partir de la historia de cada estudiante comienza una exploración en torno a los intereses. Cuenta por ejemplo, de un alumno que quería ser plomero y cómo el recorrido durante el año fue descubrir que podía formarse para hacerlo mejor y para ser él mismo quien pueda coordinar en el futuro a otros trabajadores.
Explica que muchas veces los estudiantes se quedan con los estereotipos sin saber que pueden ir por algo más. "No quiero que solo aspires a ser lo que llaman el mecánico grasiento. Quiero que te pongas un traje y digas que soy mecánico", dice y agrega: "En sus mentes los mecánicos usan ropa grasosa para trabajar y tienen que saber que pueden ser más que eso y seguir siendo un mecánico. ¿Qué tal ir a la escuela e ir a la Universidad Comunitaria y estudiar negocios para que puedas tener tu propio taller mecánico? Así no sos el que está debajo del capó del auto, sino el que le explica a él que tiene que hacer, en tu propio taller mecánico".
"Tenemos que desmitificar lo que los estudiantes piensan sobre la universidad y debemos dejar de poner la universidad en un pedestal", exclama tras haber sido reconocida, justamente, por alentar a sus alumnos a continuar sus estudios, a impulsarlos para conseguir los medios y a acompañar de forma integral todo ese proceso.
Por qué la docencia es la profesión del futuro
Keishia habla desde un lugar humilde, pero con la certeza de estar haciendo las cosas bien. Este año su entrega fue reconocida por Fundación Varkey, que cada año premia al mejor maestro del mundo. Este galardón, que es una suerte de premio Nobel de la Educación, destaca la tarea de los docentes. "Tenemos superpoderes", comenta Keishia. Es consciente de que la carrera docente aun es vista por muchos como la opción para los que no tienen otra opción. Pero juega con las palabras hay un dicho que decía: "Los que no pueden, enseñan. Ahora eso ha cambiado: los que pueden, enseñan". (Those who can't, teach. Thos who can, teach).
Los docentes hacemos posibles todas las demás profesiones. Nosotros controlamos el mundo
Explica el dicho. Y vuelve a mostrar cómo la realidad es similar en diversos lugares. La carrera docente era una salida para quienes no tenían otra opción. "Pero ahora hemos elevado los estándares de enseñanza. Creo que los profesores tenemos superpoderes que ni siquiera hemos descubierto. Creo que una de las cosas que nos hace geniales es la capacidad de transformar vidas", sentencia y sigue: "Los docentes hacemos posibles todas las demás profesiones. Nosotros controlamos el mundo. Si no fuera por nosotros, no habría presidentes, médicos, abogados, nada. Nos corresponde a nosotros darnos cuenta del impacto que tenemos en vida de las personas, la economía, las familias, el mundo, las generaciones futuras".
Lejos de creer que es distinta a sus pares, enfatiza que son muchísimos los docentes hacen una gran tarea. Cree que hay cuatro pilares clave en la docencia: tener competencias globales, aplicar una pedagogía cultural relevante, apelar al aprendizaje socioemocional y luchar por la justicia social. Está convencida de que esas son las bases sobre las que se construye una educación distinta.
Confiesa que no lo aprendió durante su formación docente sino en la práctica. Y en ese sentido destaca la tarea de Fundación Varkey ya que "nos pone en primer plano, hace foco en lo que estamos haciendo y destaca lo que podría ser escalable o aplicable en diferentes contextos, cosas que muchos maestros pueden para llevar a sus estudiantes a donde necesitan. Eso es genial".
Keishia Thorpe elebra haber sido premiada como Mejor Maestra del Mundo no sólo por el reconocimiento a su trabajo o la ayuda monetaria que le permitirá impulsar aun más a sus estudiantes desde la fundación que dirige sino porque a partir de ese evento ha recorrido un sinfín de ciudades y escuelas en viajes que le permitieron conocer cómo funciona la educación en otros países y cuáles son las estrategias de los docentes en diversos lugares para superar las situaciones de vulnerabilidad e inspirar a sus alumnos a vivir sus sueños.