Cristina Kirchner espera a Lula para decidir si va otra vez por la presidencia

La Vicepresidenta evalúa la posibilidad de ir por un tercer mandato si sigue la ola de victorias de la izquierda en la región. Y quisiera a Macri como posible rival.
Cristina Kirchner espera a Lula para decidir si va otra vez por la presidencia

En el universo gaseoso de la política las casualidades no existen. Eso debe haber pensado Adelmo Gabbi cuando se la cruzó a Cristina Kirchner hace menos de dos meses. La Vicepresidenta y el presidente de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires se conocen muy bien. Ella lo trató siempre como al enemigo con el que se puede dialogar. No tiene muchos de esos. Casi ninguno.

—¿Cómo estas Adelmo, tanto tiempo? ¿Me vas a invitar a la Bolsa para el próximo aniversario?

—Pero Cristina, vos sabés que en el aniversario el invitado principal es el Presidente…

Y claro que lo sabía Cristina. Igual hizo el pedido sin ingenuidad. El aniversario de la Bolsa de Comercio es el próximo 10 de julio, que cae domingo. La celebración se haría en los días siguientes, pero la fecha no está confirmada hasta que Alberto Fernández avise si puede participar. ¿Irá el Presidente? ¿Irá Cristina? ¿Estarán juntos ese día, o será un nuevo capítulo en la novela decadente del desencuentro dentro de la coalición oficialista?

La sorpresa de Gabbi por el pedido de Cristina es la misma de muchos dirigentes que, en los últimos meses, han visto como la ex presidenta ha ido ocupando un papel cada vez más protagónico en ese laboratorio del poder llamado peronismo. Entre los funcionarios más cercanos a Cristina, cuando la consulta es si puede volver a ser candidata a presidenta el año próximo, la respuesta registra un leve cambio de tendencia. Antes era: “Imposible”. Ahora es: “No se puede descartar”.

En conversaciones más discretas, la dirigencia kirchnerista reconoce que los planes políticos de CFK han levantado vuelo electoral. La Vicepresidenta está muy entusiasmada con los triunfos del izquierdista millenial de Gabriel Boric, en Chile, y mucho más con la victoria de Gustavo Petro en Colombia, quien acaba de obtener la presidencia en el ballotage del último domingo representando también a un frente de izquierda. Se trata del primer ex guerrillero que llega al poder en ese país que sufrió la muerte de más de 260.000 personas en seis décadas.

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Además del intento de despegarse de la gestión de Alberto Fernández y del naufragio económico que intenta timonear el ministro Martín Guzmán, Cristina Kirchner ha comenzado a definir un plan de salvación individual que le permita incluso competir por la presidencia en el 2023. Si Inacio Lula Da Silva triunfa en las elecciones del Brasil el próximo 2 de octubre, o en la segunda vuelta del 30 de octubre, la ex mandataria cree que podría avanzar hacia una tercera candidatura presidencial.

Para quienes alientan el proyecto “Cristina presidenta”, el discurso del 3 de junio pasado durante la celebración de los 100 años de YPF constituyó una suerte de lanzamiento anticipado. Y el acto del lunes último en la sede de la Confederación de Trabajadores Argentinos (CTA) fue la continuidad de un camino sin retorno.

“Cristina desarrolló un modelo socio económico de país y una ubicación geopolítica en el mundo; el plan es que ella vuelva a tener la lapicera que Alberto no se atrevió a usar”, explica uno de los apóstoles de la idea con cierto fervor fundamentalista. Y ya se sabe. Los dogmas religiosos jamás se ponen a discusión.

Hasta ahora, el plan que alentaba Cristina a través de Máximo Kirchner y del grupo La Cámpora era refugiarse en la provincia de Buenos Aires. Frente a la percepción de una derrota segura en el orden nacional, la titular del Senado impulsó la ruptura del bloque que lidera su hijo con el Frente de Todos en la Cámara de Diputados y el proyecto de retener la gobernación bonaerense mediante la reelección de Axel Kicillof. También promoviendo una alianza con los barones del conurbano y con el intendente Martín Insaurralde como candidato, a quien había hecho interventor para levantar un poco la pobre gestión del Gobernador. En ese esquema, ella podría hacerse reelegir como senadora nacional.

Pero ciertas prioridades parecen haber cambiado para Cristina. A medida que se fue profundizando el deterioro de la gestión de Alberto Fernández, la Vicepresidenta pasó a considerar la posibilidad de competir al máximo nivel. A algunos le sorprendió primero que se reuniera en su despacho del Senado con el embajador de los Estados Unidos, Marc Stanley. Pero ya dejó de ser sorpresa días después, cuando recibió a la jefa del Comando Sur del Ejército de EEUU, la generala Laura Richardson.

En una estrategia de falso equilibrio que ya había utilizado siendo presidenta, matiza su apoyo al eje cubano-chavista de América Latina con algunos gestos burocráticos hacia EEUU. Parte de ese zigzag político se puede encontrar también en su discurso del lunes en la CTA: no fue el de una dirigente que quiere refugiarse en el Senado o en las cajas estatales de la provincia de Buenos Aires.

Con la letra inconfundible y arcaica de Kicillof, Cristina llamó a detener la salida de dólares y a terminar con el “festival de importaciones”, flotando sobre las dos tablas que la hundieron al final de su gobierno en 2015. La desconfianza absoluta en el sector privado y la represión del sistema financiero, en vez de generar incentivos para favorecer la actividad productiva.

“Suéltame pasado”, le hubiera cantado Les Luthiers a Cristina. La reivindicación de las exportaciones exóticas para compensar los dólares que se van en las importaciones fue un homenaje inesperado a Guillermo Moreno. Pero, aunque la Vicepresidenta elogió aquel desopilante viaje a Angola de mayo de 2012 junto a unos 300 empresarios, su ex secretario de Comercio no se conmovió. “Cristina no sabe nada de economía, no entiende y los gráficos que presentó están todos equivocados”, contraatacó.

Claro que Moreno no se quedó solo en la crítica macroeconómica. “Alberto y Cristina deben renunciar mañana si es posible; lo único que falta es ver quién atornilla los tornillos en el cajón”, completó, con un estilo que no ha perdido la picarezca ni la contundencia. Ni siquiera el bajón pronunciado en las encuestas ha logrado sacarle la riqueza poética a la batalla interna del kirchnerismo.

Quien dio el puntapié inicial para crear una ola que empuje una eventual candidatura presidencial de Cristina es el senador por Formosa, José Mayans. “Sería bueno que compita en 2023, ¿cuál es el problema? Muchos hablan en nombre del pueblo y no tienen ni tres votos”, exageró el legislador hace una semana. Fue la primera expresión pública de un terremoto que ha comenzado a hacer temblar las vísceras de un peronismo muy golpeado.

“¿Cuál es el problema?”, dispara Mayans para generar la explosión interna.

El primer gran problema son las encuestas. Cristina es, en todos los sondeos públicos, una de los tres dirigentes con la peor imagen negativa de la Argentina, junto al Presidente y a su hijo Máximo. ¿Es posible revertir eso en poco más de un año para ir a disputar las PASO? Todo indica que la gran puesta en escena de la Vicepresidenta para despegarse de la gestión de Alberto tiene chances prácticamente nulas de prosperar.

¿Cuál es el problema?

Uno de ellos podría ser la salida de Sergio Massa de la coalición gobernante. En los últimos tres días, el presidente de la Cámara de Diputados ha comenzado a emitir señales en ese sentido. Su situación en las encuestas también es muy desfavorable, pero Massa conserva cierto poder de fuego interno entre los gobernadores y los legisladores peronistas. Algunos interpretan estos movimientos como una maniobra de presión contra Alberto coordinada con el kirchnerismo.

¿Cuál es el problema?, siguiendo el teorema de Mayans.

El mayor de ellos, sin dudas, ha vuelto a ser la situación judicial de la Vicepresidenta. El fallo del martes con el que la Corte Suprema rechazó sus doce recursos para no ser juzgada en la causa Vialidad ha vuelto a dejarla muy expuesta. Cristina y todo su equipo judicial de defensa le temen a la magnitud de la acusación que pueda llevar adelante el fiscal de la causa que tiene al emprendedor Lázaro Báez, al ex ministro Julio De Vido y al transportista de dólares José López como protagonistas. Diego Luciani trabaja en un pedido de prisión efectiva para la Vice que podría ver la luz a partir del mes de agosto. La sola mención de esa posibilidad provoca conmoción en el Instituto Patria.

Cristina Kirchner cumplirá 70 años el 19 de febrero del año próximo. Por esa razón, y porque hasta fines de 2023 tendrá fueros parlamentarios, la alternativa de una condena judicial por corrupción no les quita el sueño a los dirigentes kirchneristas que trabajan en la hipótesis de una nueva candidatura presidencial.

“Al contrario, si quieren amenazarla con ponerla presa, nos harían un favor porque tendríamos la bandera del intento de proscripción en medio de la campaña”, explica uno de ellos. Donde cualquier mortal ve una crisis en ciernes, los políticos se aferran al antiguo proverbio chino y terminan imaginando una oportunidad.

En esa misma línea, el otro cisne negro que está evaluando Cristina es la posibilidad de que el candidato presidencial de Juntos por el Cambio sea Mauricio Macri. Parece más un deseo que una alternativa consolidada, pero casi se podría decir que la Vicepresidenta lo consideraría un golpe de suerte inesperado.

“Macri es el adversario ideal para Cristina candidata; es el único que no nos puede sacar los votos que se nos están yendo por el descalabro económico y la elección mano a mano sería grieta pura, nada de renovación”, admiten los cristinistas sin prejuicios. Está claro que prefieren una confrontación directa con el ex presidente que enfrentar a cualquiera de los otros candidatos de la coalición opositora.

Dicen que Cristina está estudiando exhaustivamente los pasos de Juan Domingo Perón en su regreso definitivo a la Argentina de 1973. Aquel que volvió de España, aquel que promovió primero a Héctor Cámpora y al que hizo renunciar después de 49 días de un gobierno imposible en un país que empezaba a desangrarse.

Ese Perón, al que le gustaba autodefinirse como “un león hervíboro”, ganó por escándalo las elecciones presidenciales, se puso al frente de una administración caótica y tomó personalmente la lapicera para gobernar apenas un año y morir demasiado pronto, dejando a su esposa inexperta junto a una herencia de violencia y de muertos que aceleró el descenso a la oscuridad de la dictadura.

Perón fue elegido presidente tres veces. Quiso imitarlo después Carlos Menem, pero solo pudo llegar a dos mandatos, y dejar el huevo de la serpiente del estallido argentino del 2001. Ahora es Cristina la que evalúa cuánto margen político le queda para superar al riojano e intentar el récord de igualar la marca del fundador del peronismo. Sería una hazaña para las estadísticas inservibles de la política.

O bien podría ser un nuevo desastre para el país desatinado de los que nunca miden las consecuencias.

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