La columna de Osvaldo Bazan: A los amigos que dejaron de serlo
Y entonces, lo ves claramente.
Lo que durante años te estuvo dando vueltas en la cabeza; lo que no te dejó dormir más de una noche; lo que estiró las sobremesas entre los sobrevivientes de lo que habían sido amistades de años.
Ya no podíamos entre amigos dar por sentado lo que siempre había sido así.
Ya no estábamos tan de acuerdo con sólo mirarnos.
Los que quedamos de este lado, con los ojos bajos sobre el mantel, preguntándonos sin parar: “¿Cómo no ven lo que estamos viendo?”
No importa si la idea fue de Julio César o de Filipo de Macedonia, el peronismo siempre la aplicó: “Divide y reinarás”. Lógico, si el líder les enseñó que “al amigo, todo; al enemigo, ni justicia”.
Ese es su ADN.
El tema es que nos fueron convirtiendo en enemigos tan lentamente que ni nos dimos cuenta.
Ahora ya estamos todos demasiado rotos; la confianza que nos teníamos se quebró. Quizás dentro de mucho tiempo la podamos pegar con La Gotita pero las cicatrices estarán por siempre allí.
Nada será igual.
Nunca.
Lo percibíamos desde hacía años, las señales estaban ahí, en las charlas que se quedaban por la mitad, en los temas evitados, en todos esos elefantes que pasaban por la habitación y nosotros hablando sobre el sexo de los ángeles.
No lo aceptábamos, pero si hacíamos silencio escuchábamos el ruido de las amistades partiéndose en mil pedazos.
¿Cómo te vas a pelear con los amigos por política?
No, claro que no.
Pero cuando ese jardín moral en el que jugamos se marchitó, la pelea no es por política.
La pelea es por ser quienes somos.
Puestos en grandilocuentes diríamos “por valores”, aunque suene pomposo.
Algunos ejemplos.
Un tipo viene, le pega a otro, lo tira al piso; después asegura que el hecho no ocurrió. Ese tipo quiere ser presidente. No les hizo ruido. ¡Qué bandera roja de peligro apareció ahí!
Decía la pareja de Fabiola sobre el incidente cuando aún no se habían viralizado las imágenes: “Venía directo a pegar, me acuerdo y me golpea con su hombro en mi cuerpo y se cae al piso. Comienza a gritar que yo le había pegado. Todos los presentes le pedían que finalizara con ese acto porque nadie lo había tocado pero seguía gritando y estaba claramente alcoholizado”.
Pero si vemos el video se constatan cuántas mentiras entran en sólo 30 segundos. El supuesto agresor no iba directo a pegarle, no golpeó a la pareja de Fabiola en el hombro, no gritó, no había nadie presente.
El incidente ocurrió el 7 de septiembre del ’18.
Mientras sonaba casi proféticamente “I’m coming out” por Diana Ross (la de “hoy, hice arroz” de la propaganda de Mamá Luchetti), en un triste bar de pisos tristes y sillas tristes, Fabiola vestida tristemente, sin los ornamentos que ahora todos le pagamos, y su pareja, más triste aún, se levanta en pose machito, en pasito Maradona rodeado de nenas cubanas.
En julio del ’19 el video comenzó a rodar por internet.
Los usuarios de las redes demandaron a los medios de comunicación en los que siempre habían confiado que mostrasen esas imágenes.
No parecía un dato menor sobre la personalidad de quien dirigiría (ilusos) los destinos del país en los próximos años.
Sin embargo, la exhibición en los medios tardó, se dio en cuentagotas.
Las presiones en ese momento fueron brutales.
En momento de derroche de dinero de campaña, la “sugerencia” de no emitir el video fue, digamos, fuerte.
Pero el 23 de julio, cuando ya las imágenes habían pasado de telefonito a telefonito en todo el país, no hubo otra salida más que su publicación. Claro que algunos pícaros, como Crónica TV intentaron dar vuelta el asunto, con un videograph que decía: “Crece la campaña sucia. El efecto de los trolls y las fakes news”.
Nombrando como “campaña sucia” la difusión de un video real, “trolls” a usuarios de redes que simplemente, se pasaban las imágenes y “fakes news” a algo que efectivamente había ocurrido.
¿Qué indicio daba esa imagen?
¿Qué se leía ahí?
A los artistas y empresarios del país, no les hizo ningún ruido.
A nuestros amigos, como quien oye llover.
-¿Viste el video cuando lo tira al piso al viejo?
-Sí, una boludez.
Cuando la pareja de Fabiola usó el aula magna del pabellón 2 de Ciudad Universitaria, en Buenos Aires para señalar a una científica que había osado criticarlo en redes, la comunidad científica aplaudió al poderoso y bardeó a la colega.
Sandra Pitta, a contramano del lugar común, había firmado una solicitada a favor del candidato de Cambiemos en 2019. Algo absolutamente normal en cualquier país del mundo. La catarata de insultos, de amenazas veladas y no tanto que recibió -y que hizo públicas- fueron un indicio claro del desapego de gran parte del ámbito científico argentino por el concepto de libertad.
El mundo académico sonrió canchero y aplaudió ante la amenaza nada velada.
Volver a ver esa bravuconada machirula es entender qué claro fue el tuit que en ese momento escribió Juan José Campanella uniendo el tonito sobrador de la pareja de Fabiola con el beso de Michael Corleone a Freddo en el Padrino II.
¿De qué o de quién tendría el que quería ser presidente que defender a una cientifíca que, simplemente, apoyaba a otro partido?
-¿Viste la amenaza a la científica?
-¿Por qué amenaza? ¡Qué exageración!
Y se sentaba el elefante en medio de la alfombra.
En aquel momento nos desesperábamos intentando explicar el fascismo detrás de esos dos simples ejemplos.
Que se sumaban a otros.
En aquel momento, pensando bien de muchos que nos rodeaban, nos asombraba su ingenuidad.
No veíamos cómo podía justificarse ese “Alberto moderado”, esa instancia superadora del peronismo racional, del que hablaban desde Marcelo Longobardi hasta Cristiano Ratazzi, desde “mi querido Héctor” Magnetto hasta Cabecita de Sarlo, pero imaginábamos, por décadas de argentinidad, que había detrás de lo de ellos, un negocio, un subsidio, una pauta.
Más nos intrigaba lo que le pasaba a amigos, conocidos cercanos, parientes.
¿Cómo no lo veían?
Muchos adjuraban de la candidata a vice, pero confiaban en el candidato a presidente. Y lo votaron.
Muchos exigían buenos servicios, pero no soportaban pagar el precio de dos pizzas por la luz del mes.
-Nos están condenando a todos, vos viste lo que hicieron.
-Peor son los CEOs, fanático.
Fue un momento raro.
En el ’19 veíamos el tren venir de frente pero cuando pedíamos “salgan de las vías” nos tildaban de fanáticos.
Fue pasando el tiempo.
Cuando el día de la asunción de la pareja de Fabiola apareció lo más campante un torturador venezolano, nuestros amigos no lo vieron. Volvimos a ser amigos de una dictadura latinoamericana, una que cuenta con el triste récord de tener más muertos y desaparecidos que Pinochet.
Nuestros amigos, viejos defensores de los derechos humanos, no lo vieron.
Cuando a días de asumido, la pareja de Fabiola suspendió la movilidad jubilatoria, condenando a los jubilados a la gracia y la imprevisión, nuestros amigos no lo vieron. Nuestros amigos, viejos defensores de los derechos de la tercera edad, no lo vieron.
Cuando Manzur le dijo a Frederic, creyendo que los micrófonos estaban apagados: “Vos tenés que poner a alguien que los escuche, que los atienda y después nosotros hacemos lo que queremos”, nuestros amigos, que siempre habían señalado hipocresía del poder, no lo vieron.
Cuando en marzo del ’20 la revista Noticias puso en tapa al SúperAlberto, nuestros amigos, siempre en contra de los personalismos, la compraron.
Cuando en abril del ’20 la revista Noticias puso en tapa a Fabiola como La Evita Millennial, nuestros amigos, que siempre empoderaron a mujeres inteligentes y valientes, la compraron.
-Che, están sacando presos a lo pavote, se viene un problema grave de seguridad.
-¡Qué exagerado! No vas a salir con la banderita, no? No seas facho.
Cuando con la excusa de la pandemia, dejaron decenas de miles de varados argentinos muchas veces en condiciones paupérrimas, sin asistencia de parte de las embajadas, cosa que no hizo ningún otro país del mundo, nuestros amigos no sólo no lo vieron, algunos se rieron, algunos -ninguno con problemas graves de dinero- se burlaron de “los ricos” que estaban paseando por el mundo.
Como si no nos hubieran mandado alguna vez sus fotos desde Nueva York, París o Tokio.
Se estaban rompiendo demasiadas cosas en todos nosotros.
No lo vieron.
Aún hoy no vieron los rostros cándidos de Magalí Morales, de Luis Espinoza, de Mauro Ledesma y tantos otros muertos por el DNU que firmó displicente la pareja de Fabiola. Ese que él no cumplió.
Y es raro que no lo vieran, porque la mayoría de ellos había tuiteado alguna vez “Soy Fulano, estoy en tal lado, ¿dónde está Santiago Maldonado”. Es tristísimo saber que el muchacho murió convencido de su bondad, cruzando un río helado sin el socorro de aquellos a quienes estaba ayudando.
Algunos amigos todavía hacen esfuerzo por no verlo.
Cuando el 4 de julio del ’20 apareció torturado y muerto Fabián Gutiérrez, el secretario de la vicepresidente, una cuenta más en el collar de muertos que cuelga del cuello de la señora Kirchner, nuestros amigos no lo vieron.
No les sonó ninguna alarma.
Algunos, incluso, viejos defensores de la diversidad sexual, sonrieron de lado hablando de la sexualidad de la víctima.
-Mataron al tipo que se hizo millonario con la vice
-Andá a saber en qué andaba, viste que era…
Cuando varios países se quejan de los datos erróneos que dan funcionarios argentinos, desde la pareja de Fabiola hasta varios ministros, muchos de nuestros amigos, fanáticos de la precisión de la ciencia, no lo vieron.
Nuestros amigos no vieron a Solange, muerta sin cumplir su último deseo. Le decías “Solange” y te preguntaban “¿Quién?”, demostrando un fuerte deseo de no enterarse, porque su carita desolada pasó de teléfono a teléfono, en los días más tristes.
Pero no querían ver.
No se conmovieron.
Cuando acá, allá y en todas partes, surgieron agrupaciones de Padres Organizados, desesperados porque sus hijos estaban perdiendo meses fundamentales de su educación, nuestros amigos, sempiternos defensores de la escuela pública, no participaron.
La educación, de golpe, pasó a parecerles algo menor, una demanda burguesa, un capricho de clase media.
Sí, los que tantas veces habían repetido: “¡Qué barbaridad! Dijo ‘caer’ en la pública”.
Y ellos, que durante años habían ayudado a sus hijos a estudiar, a hacer las tareas, se plegaron al discurso contra el mérito.
Lo escribo y si no lo hubiese comprobado, no lo creería.
Las noticias que mostraban a una Formosa convertida rápidamente en una Corea del Norte tropical no los conmovieron. Desconfiaron de lo que veían; dudaron de los testimonios; conjeturaron conspiraciones opositoras.
-Hay chicas embarazadas escondidas en el monte; hay miles que no pueden volver a la provincia.
-Bueno, si vas a creer en todo lo que dicen.
Era bastante evidente.
Un tipo que está en el poder hacer mil años y que tiene doblegado a los suyos en la miseria y el miedo, eso es Formosa. Eso es lo que nuestros amigos no vieron, no ven, no verán.
Todos cargamos a Abigail espantándose las moscas y el horror en la frontera de un feudo medieval; todos sufrimos por una nenita encogida y asustada, un padre desesperado sosteniéndola.
Bueno, todos no.
Nuestros amigos, aquellos con los que hicimos campañas de solidaridad y tantas veces hablamos de cómo construir un mundo mejor, ellos no vieron a Abigail.
Y si la vieron, no les importó.
-Che, se están vacunando los amigos del poder.
-Ya te van a dar la vacuna, quedate en tu casa, ¿de todo te vas a quejar?
-Pero…
-Al final sos un fanático.
Para nuestros amigos, fue algo menor, no importó, no es tan grave.
No trazaron ahí una línea moral.
Y nos desesperamos, nos preguntamos ¿cómo no lo ven? ¿Cómo no les molesta? Son sus padres los que están en la cola, son sus padres los que pueden morirse.
No trazaron una línea cuando se enteraron lo de la empleada en negro de Victoria Donda; sonrieron cuando Mayans dijo “el derecho lo tenés pero no en pandemia”; hicieron silencio cuando se enteraron que Cristina cobraba tres millones por mes mientras habla de poderes concentrados, poder real, y el hambre del pueblo. Y si Cristina va y viene en avión estatal a sus más que habituales descansos en el sur, usando recursos de todos, no les molesta.
No lo ven.
No les interesa.
-Che, pero es grave que la mina haga todas esas cosas.
-No jodás, al final sos un fanático del otro lado.
Y uno se pregunta, ¿cómo hacen?
¿Cómo se desdoblan?
¿Quién es esta gente con la que cenamos tantas veces que puede justificar tanto el negocio de los hisopados en Ezeiza como la apertura del ministerio de Educación de una aplicación para denunciar los colegios que intentaban dar clases, tanto los bloqueos a los empresarios por parte de las patotas de Moyano como el capricho/negociado del gobierno con las vacunas Sputnik?
¿Cómo no se enojaron con Dear Anatoly Nicolini?
Y el plan platita; y los supuestos mapuches instalando el terror en el sur; y el desmanejo económico; y la escasez de productos de primera necesidad; y la ausencia de remedios de parte de PAMI y la desatención supina de IAPOS; el cierre de El Palomar y la posibilidad de volar barato; y la inauguración como propias de obras del gobierno anterior; y la toma por asalto de los medios públicos convertidos en propaganda gubernamental; y el pésimo manejo de los incendios; y la desatención de la riqueza ictícola del sur; y los peajes para importar, para exportar, para vivir… nada, han pasado dos años y medio de esto y nuestros amigos no han marcado ninguna raya moral.
Nada les hizo ruido.
Y entonces la conclusión más triste.
No, no es que no lo vieron.
Lo vieron.
Les gusta.
Sabían que votando a la pareja de Fabiola estaban votando a la pareja de Néstor.
Era lo que querían.
No les importan los ancianos, no les importan los pobres, no les importan los enfermos, no les importa la educación pública, no les importa el PAMI, no les importan los derechos humanos.
Les resbalan los viejos postulados que sus padres siempre defendieron.
Se siguen creyendo jóvenes revolucionarios de barba incipiente.
Se compraron el versito de la superioridad moral y desde ahí te miran.
No quieren tener un país.
Quieren tener razón.
Y si todos los datos de la realidad los contradicen, intentan prohibir la realidad.
Uno se pelea hasta con la persona con la que tuvo hijos, ¿por qué no podría divorciarse de los amigos?
Ok, hubo un momento pero ya pasó.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
La mala noticia, queridos ex, es que el tren que anunciamos ya pasó.
Y también los aplastó a ustedes.