Ya no queda certidumbre alguna sobre las decisiones que rodean a Alberto Fernández. El presidente cruzó otro límite y demostró que no puede contener ni a sus amigos-funcionarios más íntimos y mucho menos protegerlos dentro de esta sociedad en disolución que es el oficialismo. El efecto se multiplica y la desconfianza en los cinco metros a la redonda del despacho presidencial, que es donde se maneja realmente el Gobierno, ya es total.
El problema no es menor. Matías Kulfas, odiado por el kirchnerismo desde el inicio del Gobierno, se fue del Ministerio de la Producción de la peor manera: ratificando denuncias sobre posible corrupción que envuelven a Cristina Fernández de Kirchner y a una de las principales corporaciones del país y acusando a su propio amigo, el presidente, de no condenar ni siquiera la obscenidad de los subsidios que tanto ama el kirchnerismo. El temor ante todo este movimiento no es en si mismo la salida de Kulfas, sino la nula capacidad presidencial de acotar el daño que esta produjo dentro del Frente de Todos , impactando la poca credibilidad que le queda a Alberto Fernández. Toda la crisis fue en vivo y en directo y pareció que nadie en el oficialismo hizo algo para evitarla.
Kulfas visitó ayer al presidente en la Casa Rosada para despedirse y le dejó de recuerdo una extensa carta que ratifica con precisión quirúrgica todas sus denuncias contra el kirchnerismo y la secretaría de Energía. El nivel verbal de esa misiva es tal que hasta llama a razonar sobre quienes intervinieron la lapicera del exministro a la hora de expresarse. El interrogante queda y llegaba ayer a los niveles más altos de la Casa Rosada. En un ejercicio habitual del presidente por intentar mantener un inexistente equilibrio dentro del Frente de Todos, la portavoz Presidencial Gabriela Cerrutti no solo salió después a despegar a la Casa Rosada de las acusaciones de Kulfas, sino que el propio Alberto también ratificó vía Twitter esa desmentida al ministro acusador.
No queda claro si todos esos intentos de Alberto Fernández aún producen algún efecto en Cristina Fernández de Kirchner. Por las dudas, a la mañana el presidente busco respaldo en Sergio Massa y le ofreció llevarlo como invitado a la cada vez mas insípida Cumbre de las Américas. No se sabe si viajar a ese mitin en Los Angeles es una bendición o una condena, ya que Joe Biden poco ha logrado para animar esa convocatoria.
En Argentina tampoco existen otras razones para pensar en un renacimiento de algunas fortalezas en el Gobierno. Alberto Fernández y Martín Guzmán apuraron el anuncio del nuevo impuesto sobre la "renta inesperada", que un pequeño grupo de empresas supuestamente han logrado producto de la suba de precios por la guerra. No hay certezas de quienes deberán pagar esa sobretasa de 15 puntos en Ganancias, ni de qué manera conseguirá el Gobierno que el Congreso se lo vote. Fue extraño el razonamiento presidencial al considerar que los recintos están moralmente obligados a crear otro nuevo tributo de dudosa legitimidad.
El gasoducto que detonó esta crisis está paralizado y con dudoso pronóstico de construcción. Por lo pronto los especialistas en energía aclaran que aunque el proceso de destrabe, no estará listo para el año próximo y será difícil que para el 2024. No es la primera vez que una obra de este tipo queda frenada con los tubos comprados y sin usar. Ya ocurrió con el norte. En estos temas parece que Argentina no puede hacer nada completamente bien. Como sea, el gasoducto hoy no existe.
Las denuncias de Kulfas y los dichos de Cristina Fernández de Kirchner no solo activaron la denuncia de Graciela Ocaña y Waldo Wolff sino también la acción inmediata del juez Daniel Rafecas, que ayer pidió los pliegos de licitación de la obra y comenzó a decretar medidas en la investigación. Rafecas aún sigue pensando en como el kirchnerismo le bloqueó la llegada a la Procuración General, negándole los dos tercios para su acuerdo en el Senado por voluntad de la vicepresidenta.
El panorama sombrío se completa con las acciones que se están dando en el campo de Guzmán. El ministro tiene una tarea extra titánica por delante: lograr el que mercado le siga renovando los vencimientos de deuda en pesos y al mismo tiempo obtener un excedente que le permita reducir la asistencia del Banco Central al Tesoro para ponerse mas en línea con el acuerdo con el FMI. Desde ahora hasta fin de año deberá colocar mas de $4 billones, sin contar los vencimientos por nueva deuda emitida.
El mercado le viene dado respuestas dispares, pero hasta ahora no se prendieron todas las alarmas. El problema es que, también en este tema, todo tiene un vencimiento. A medida que se vaya acercando el final del mandato de Alberto Fernández el mercado irá reduciendo su exposición. Ya se viene advirtiendo que a mediados del 2023 las operaciones de renovación serán casi imposibles. Y nada indica que algo vaya a pasar para que esa perspectiva cambie, menos cuando el mercado ya le dijo al Gobierno y se lo confirmó en el último Reporte de Expectativas del BCRA que no ve una inflación inferior al 72% anual de aquí en adelante.