Usted, que figura como Presidente de la Nación Argentina, dijo que los medios intoxicaron la cabeza de la gente, sembrando desánimo todos los días.
Lo dijo delante de los tres o cuatro que todavía lo aplauden, porque al abismo se cae aferrado a algo.
Medio que me sentí aludido.
Me preocupé.
¡Imagínense que con tanta polución dando vuelta, tanto virus, tanta enfermedad, uno sea responsable de más intoxicación!
Al no poder responder por todos los colegas, porque muchas veces desconozco sus intenciones y porque algunas intenciones que conozco son indefendibles, me puse a ver, Señor Pareja de Fabiola (como el “Marido de Pampita” pero en peronista), ¿qué hice yo para merecer esto?
Perdonarán la autorreferencia, hay grandes y ejemplares periodistas de investigación en el país; también ellos han sido acusados de tóxicos, pero voy a pisar en terreno conocido, me voy a hacer cargo de lo que escribí.
Desde el 9 de febrero de 2020, tan sólo dos meses después de que a usted el 48% de los votantes argentinos lo eligiese para ese cargo, empecé con estas columnas en el diario El Sol, la primera vez en tanto años de trabajo que me dedicaba a algo parecido a la realidad nacional.
¿Estoy sembrando desánimo?
Es cierto, sin fuentes, sin wasap de funcionarios, sin cafecitos, sin preparación y con mucha inconsciencia escribo cada fin de semana, aprovechándome del enorme espacio de libertad que El Sol me ofrece.
¿Será que de alguna manera intoxico, “Padre de Dylan”?
¿Yo qué dije?
El 23 de febrero de 2020: “La de Almodóvar”, mientras el mundo se preparaba para la pandemia, escribí que: “…como si los controles de la Unión Europea fueran los de esta Zambia cotidiana donde los propios turistas llegados de China aseguran entrar por Ezeiza sin ningún tipo de inspección, vigilancia o revisión. El ministro de Salud González García desestimó el tema diciendo que hay un bombardeo mediático con el coronavirus y desde el ministerio aconsejaron a los propios viajeros 'autocontrol' y buenas prácticas tales como 'toser en el pliegue del codo y la higiene de manos frecuente'. Lavarse las manos, algo de lo que parecen saber bastante. Eso sí, los consejos no lo dieron desde una secretaría, sino desde un Ministerio, faltaba más”.
Perdón por el envenenamiento.
En abril del ’20, con el poco ánimo que nos quedaba, hice una serie de notas en confinamiento, charlando con el plumero, porque todos estábamos en ASPO. “¡Felices Pascuas, el coso está en orden!”, es una de ellas. Ahí comentaba los errores metodológicos de las filminas que usted presentaba como líder del mundo mundial; la idea gubernamental de controlar “el humor social”; la vez que llamó “miserable” a los empresarios al tiempo que decidió, a diferencia de gran parte de sus conciudadanos y de todos los gobiernos de la región, no bajarse un peso del sueldo y de los sobreprecios nunca aclarados pagados por el exministro Daniel Arroyo.
El 24 de mayo de 2020 escribí la nota “El periodista y la dueña de la mansión”, en donde conté la graciosa interpretación de la ganadora del Martín Fierro como mejor conductora de la televisión argentina, Verónica Lozano cuando se burló de Nicolás Wiñaski, apalancada en las frases que usted lanzaba, campechano, por televisión: “Hacer la cuarentena no es un sacrificio”.
El 21 de junio del ’20 ya no daba para chistes.
Escribí la primera de una serie de notas tristes: “Los que mueren sentados”. Ahí, además de describir el espantoso estado del Hospital Perrando de Resistencia, Chaco; la desidia del gobernador Capitanich y la muerte de un chiquito al que hicieron esperar en una silla playera, homenajeé al doctor Miguel Duré, jefe de residencias del hospital, una de las personas más queridas de la comunidad médica de la provincia, víctima del desastroso trato que se le dio al covid en las tierra capitanichescas.
Tres meses después, otra nota igual, esta vez en homenaje al doctor Jesús Amenábar, jefe de Cirugía del Hospital Centro de Salud de Tucumán y, según todos quienes tuvieron la suerte de conocerlo, un profesional y ser humano excepcional. Tengo el orgullo de que la nota “Gracias, doctor Amenábar” figura en un libro que amigos y familiares del médico publicaran en su honor.
¿Eso será tóxico para usted, don “Hincha del Bicho”?
Claro que si hablamos de tristeza nada se compara con las notas que nunca hubiera querido escribir, mientras usted gozaba de una popularidad estratosférica, fiestas privadas y clases de adiestramiento para su perro: “Persiguiendo Idiotas” -7/6/20- y “Persiguiendo Idiotas II” -6/9/20- donde por primera vez muchos argentinos -gracias a la valentía solitaria de este diario- vieron los nombres de Florencia Magalí Morales, Franco Gastón Maranguella, Francisco Vivandelli, Sebastián Britos, Luciano y Vicky González, Rodrigo Pérez, Adrián Mercado, Fabián Andina, Alejandro Schlaig, Osvaldo Oyarzún, Mario Javier Cortez, Daniel Rosa, Luciano Ferreyra, Osvaldo Mansilla, Nelson García, Lucía Ponti, Lucas Cabral, Tomás Fernández, Selene Quiroz, Pablo Acosta, María Belén Alonso, Luis María Bompadre, Mario Lobos, Mario Kovacevich, Ariel Valerián, Ezequiel Corbalán, Ulises Rial, Mauro Coronel, Franco Isorni, Alan Maidana, Lucas Verón, Miguel Laino, Waltr Nadal, Sabrina Coria, Gladys Muñoz, Javier Astorga, Julián Moiragui sumados a los más conocidos de Facundo Astudillo Castro, Luis Espinoza y Valentino Blas Correa.
Lo mismo ocurrió con Mauro Ledesma, el muchacho que murió ahogado intentando entrar a Formosa –“La campaña más exitosa del gobierno” 15/11/’20-; (provincia de la que también me ocupé en “Gildo es bueno, Gildo nos ama” (7/3/21), “Hoy, ahora, hay 86 chicas embarazadas escondidas en el monte”(14/3/21) y “El palacio del peronismo” (31/1/21)).
Estos compatriotas y muchos más a lo largo y a lo ancho del país sufrieron todo tipo de destrato, desde la humillación hasta la muerte.
Hubo muertos por los montículos no señalizados ubicados a la entrada de las localidades -algunos todavía continúan-; una epidemia silenciada de trabajadores humildes que se encontraron sorpresivamente de noche volviendo de sus trabajos mal pagos sobre sus zanellitas baratas con montañas improvisadas por intendentes con ínfulas, puestas para detener el virus.
Nadie listó sus muertes.
Por lo menos no intoxicaron.
Hubo heridos y torturados por la policía.
Todos cumpliendo el DNU que usted firmó y no cumplió.
Todos bajo la advocación de la frase que usted dijo en el programa de la burladora que cae mal, Verónica Lozano: “Y a los idiotas les digo lo mismo que vengo diciendo desde hace mucho tiempo: la Argentina de los vivos que se zarpan y pasan por sobre los bobos se terminó, se terminó, acá estamos hablando de la salud de la gente, no voy a permitir que hagan lo que quieran. Si lo entienden por las buenas, me encanta, sino me han dado el poder para que lo entiendan por las malas”
Días previos a que se publicase la nota, el Ministerio de Salud aconsejó no reírse fuerte.
Días posteriores, la payasa Filomena nos cantó lo de la lluvia y el caracol.
El 31 de mayo de 2020, mientras la revista Noticias lo nombraba a usted “SúperAlberto” y a Fabiola “La Evita Millennial”, aquí publicábamos “Las cosas que dice”, en donde remarcaba su frase “la etapa de la meritocracia para mí está muerta en la Argentina. No es el mérito lo que nos hace llegar. Es la oportunidad”, mientras inauguraba como propia la obra Agua Sur, un proyecto ideado y puesto en realización en la etapa anterior.
O sea, “la oportunidad”.
O mejor, el oportunismo.
En ese momento, por primera vez en la Argentina, se instalaba un ghetto en una villa miseria. Fue en Villa Azul, entre Quilmes y Avellaneda en la provincia gobernada por el “Vení, Chiquito” (13/9/20).
Pero no había que decir gueto.
Usted se enojaba y, otra vez, dedito en alto.
“En Venezuela las instituciones están funcionando, no hay dictadura”, dijo usted y tuve que escribirlo en “Tanta alegría seguida me va a hacer mal” del 14 de junio de 2020.
En la misma nota contaba que por primera vez en la historia, Argentina se peleaba con sus cinco países limítrofes, al tiempo que frenaba el acuerdo con la Unión Europea, hacía tambalear al Mercosur y entraba en conflicto con Suecia, por las filminas.
Y el canciller Felipe Solá con un solo tuit se peleaba con siete empresas de aviación internacionales.
También había espacio en esa nota para liberación de violadoras y asesinos que volvieron a sus barrios y las miles de caricias que el preso Boudou recibió para salir de la cárcel.
La muerte dudosísima del ex secretario de la vice presidenta; Ginés González García admitiendo que prohibir a los runners era sólo un gesto porque sabía que no era perjudicial para la salud, todo lo contrario; que aparecían 61 silobolsas rotas y nadie investigaba nada; que la primera Fabiola se fotografiaba con el embajador de Qatar para “avanzar en un acuerdo de cooperación bilateral”, como si le correspondiese esa acción, todo eso y más en la nota “El caballo esférico”, del 5 de julio del ‘20; ¿habrá sido tóxico? ¿Eso será sembrar desánimo?
En julio del ’20 el periodismo informó que un inoxidable intendente del conurbano, Mario Ishi, protegía a narcotraficantes en las ambulancias de su municipio mientras que usted decía algo que estamos constatando hasta hoy: “No me gusta tener un plan”.
Está en la nota “Clics Modernos”, del 26/7/20
No me gustaría estar intoxicando, más aún un país cuyos habitantes andan por ahí con el cartel de tristeza en la cabeza, hundidos en el barro de la angustia.
Estoy comenzando a pensar que algo de razón tiene usted, autoproclamado “Profesor de Derecho” que da clases despatarrado en el escritorio, con los pies sobre los bancos y una caterva de fotógrafos y publicistas cada vez que entra en la UBA.
¿Es desánimo?
¿O son una ganas tremenda de que la pesadilla termine de una vez y usted, la Querida Fabiola, la querida Cristina, y la mar en coche sean sólo un mal recuerdo?
¿Será que habrán provocado desánimo las notas “¿A quién le sirve el periodismo que mira para otro lado?”, 1/8/21, “Las víctimas” (8/821), “La foto no descubre nada”, 15/8/’21; “No todo se compra, Alberto” 15/5/22?
En todas siempre anduve rondando alrededor de “La foto”, de esa foto de la que no hay que decir nada más porque al decir “la foto” ya todos los argentinos saben de qué se habla.
De “la foto”.
No hay otra “la foto”.
Pero… si no hubiera habido fiesta en Olivos, no habría habido notas tóxicas, Alberto ¿entiende eso?
Siempre pensé que el trabajo del periodista era ir a los datos y contarlos.
Por ejemplo, cuando usted tuiteó en junio del ’21 que FAdeA (Fábrica Argentina de Aviones) llevaba 4 años inactiva, dando a entender que la anterior gestión no había hecho nada en ese lugar, lo que supuse que había que hacer era ir a los datos. En “Standalone” (27/7/21) está número por número, la desmentida de su mentida.
Quizás señor “Elegido por Cristina”, usted crea que la nota “Cabecita de Sarlo”, que firmé el 27/9/20 es tóxica.
Ahí contaba los apoyos que recibió de la intelectual Beatriz Sarlo, que aseguraba que sabía que usted “no iría a rifar su destino político a la obediencia de Cristina”; de los empresarios Eduardo Constantini que estaba sorprendido para bien, Cristiano Rattazzi que decía que “el primer mes de gobierno de Alberto Fernández fue brillante”, Jaime Campos, Federico Braun, Sebastián Bagó, José Cartellone, Alfredo Coto, Héctor Magnetto, Carlos Miguens, Luis Pagani, Paolo Rocca, Carlos Blaquier, Martín Brandi, Alejandro Bulgheroni, Eduardo Elsztain, Alberto Grimoldi, Martín Migoya, Alex Oxenford, Cecilia Pasman y Luis Pérez Companc.
Era la época cuando el empresario textil Teddy Karagozián decía: “Esto no es kirchnerismo, el presidente es Alberto y eligió una forma de gobernar y es con todos” y el presidente de la Asociación Empresaria Argentina elogiaba que usted tenía “un diálogo muy abierto “ y que no quería “insistir en la herencia recibida”.
Lo conté porque pasó, si no, le aseguro que no intoxicaba nada, eh.
Es cierto, fue bastante tóxico analizar los discursos de Laura Radetich, la docente desquiciada que gritaba “de dié luca pa’rriba” a un chico en La Matanza (“Según vos”, 29/8/21); la soberbia insufrible de la profesora y doctora en ciencias ocultas, Ana María Fernández, cuando admitió frente a un curso de la UBA: “No me voy a hacer la democrática”, defenestrando a una agrupación que no era de su agrado (“Ana María Fernández y la triple A”, 4/4/21); el pasado y el presente de la tétrica Ministra de la Verdad (“Por qué los periodistas no deberíamos ir a las conferencias de prensa de Gabriela Cerrutti”, 17/10/21); tan tóxico como tirar del hilo que empezaba en el diputado chupateta y terminaba en Sergio “El Oso” Leavy, senador salteño que levanta la mano cada vez que Cristina Fernández lo pide, en nombre de los hambreados salteños (“Los huevos del tero”, 4/10/20).
Casi tan intoxicante como el autoritarismo ramplón y la respuesta victimizante de la funcionaria menor Florencia Carignano cuando decidió que sus compatriotas “no se iban a morir por esperar un poco para viajar” (“¿Quién sos, Florencia Carignano?” 3/10/21).
Y entonces, en plan de autocrítica, llegué a la primera nota que escribí en esta sección.
Es del 9 de febrero de 2020.
Se llamaba “La silla y el hormiguero” y decía: “Las palabras han perdido brillo y peso (…) Lo que antes permitía ponernos de acuerdo hoy aparece borroneado, inmerso en una neblina de intereses que no ingenuamente alteran su significado original. Y ahí está uno de los orígenes del problema”.
En dos años la palabra presidencial sufrió una devaluación mucho mayor que la del peso, lo cual es decir mucho, ¿no?
Usted y los suyos (de Wado de Pedro a Gildo Insfrán, de Laura Volnovich a Aníbal Fernández, todos aparecieron detrás de su candidatura, que no se hagan los “yo no fui”, ahora) se lo pasaron alterando el significado de las palabras.
Por eso puede festejar 100 años de YPF, enorgulleciéndose de ofrecer energía al mundo mientras medio país no tiene gasoil y las escuelas no dan clases porque no tienen gas.
Pero ustedes festejan igual.
Ante la inminente pérdida de un juicio multimillonario en dólares debido a la impericia inconmensurable de La Viuda de Néstor (como “El Marido de Pampita” pero en peronista), ustedes festejan.
YPF quiebra gracias a Cristina; todos perdemos mucho dinero por culpa de Cristina, pero ella festeja.
¿Y los tóxicos somos nosotros, que lo contamos?
Sin olvidar la responsabilidad de los medios, sin creer su impoluta limpieza, su inmaculada independencia de todo poder terrenal, es bastante obvio que el clima tóxico viene de usted, de sus decisiones, de sus amistades y de sus enemistades.
Su gobierno es tóxico y siembra desánimo.
No me cambie las palabras
En estas columnas se ha ido contando, con más o menos éxitos, la realidad.
Que es tóxica.
Pero eso, aunque no le guste el término, es todo mérito suyo y de los suyos.
Usted nos envenenó.
Y vamos a seguir contándolo.
Es nuestro antídoto.