El plan de demolición de Cristina Kirchner y el asombro de Alberto Fernández: “Estos pibes están locos”
La vice no cesará los ataques: qué dice y por qué lo hace. El Presidente se descarga contra La Cámpora. Cena de Lavagna en Olivos y Guzmán en el ojo de la tormenta. Por Santiago Fioriti
Cristina quiere que, de modo inmediato, Alberto Fernández deje de insinuar que será candidato a la reelección en 2023. Pretende que se desdiga y que el universo lo sepa: él tampoco está en condiciones de ponerse al frente de la estrategia para las PASO. Esa tarea será solo de ella y fue una afrenta que el Presidente haya pretendido arrogarse el derecho a fines del año pasado. Todavía no se lo perdona. Cristina también quiere que Alberto deje de tomar decisiones solo. O que deje de tomarlas, parafraseando a uno de sus exégetas, junto a sus cinco amigos. Debe convocar al armado de una mesa política para que, por supuesto, La Cámpora ocupe un rol preponderante. Esa mesa debería consensuar cambios: este Gobierno fracasó y hay que instaurar una presidencia colegiada. Pero antes de que se sienten a deliberar, Cristina busca algo más. Dos cosas. Primero: tiene que ser él quien levante el teléfono para retomar el diálogo después de más de dos meses de silencio. Y, lo último, fundamental: Martín Guzmán no puede seguir como ministro de Economía.
Alberto Fernández conoce el pensamiento íntimo de Cristina. El pensamiento y su modo de obrar. No hay por qué negar las evidencias: el cristinismo siempre avisa. Primero hace llegar mensajes privados sobre lo que su líder quiere que se haga; después esos mensajes empiezan a instalarse en los medios afines; luego, son voces marginales las que irrumpen con muestras de descontento; y, si no hay reacción, les toca salir a escena a dirigentes con mayor peso para marcar la cancha. El último recurso es la voz de la jefa.
Así funcionó la actual administración durante buena parte de los dos años y cinco meses que lleva. Pero el truco perdió fuerza. Eso podría explicar los nervios de Cristina. Alberto no desea llamarla ni hacerle caso. Se verá, dado los antecedentes, hasta cuándo dura la resistencia. Y se verá, sobre todo, a qué costo.
La inestabilidad política y económica agudizan el malhumor social y conspiran contra el proyecto de poder del Frente de Todos o, si se prefiere, de Unidad Ciudadana. El margen de maniobra se vuelve angosto. Se verá, también, cuál es el próximo embate de los discípulos de Cristina. Si algo está claro es que continuará.
“Sería esclarecedor saber si quieren que Alberto renuncie. Yo realmente no lo sé”, confiesa uno de los hombres clave con despacho en la Casa Rosada. La mayoría de los integrantes del Gabinete dice que no, que es imposible que Cristina persiga la salida de Alberto porque eso arrasaría con ella, con su espacio y con sus aspiraciones para 2023, aunque más no fueran para aferrarse a la provincia de Buenos Aires.
Pero a algunos ministros, en horas de desasosiego como las que se vivieron los últimos días, los asaltan las dudas. No se encuentra en ese grupo Aníbal Fernández, aunque sus declaraciones en C5N fueron demasiado fuertes para alguien que propone que la dupla presidencial retome el diálogo lo antes posible. “No tengo claro si quieren voltear o no al Presidente. Ojalá que no, porque si es así termina todo para el carajo”, dijo.
Esta semana, como las últimas, hubo un aluvión de críticas internas, ya no solo destinadas a Guzmán, sino al propio jefe de Estado. Las más crueles estuvieron en boca de Andrés Larroque, más conocido como el Cuervo, aunque los albertistas lo han apodado “El perro” porque “cada tanto lo sacan a ladrar”. Larroque sentenció: “El Gobierno es nuestro” y Alberto “no se lo puede llevar a la mesita de luz”; criticó con nombre y apellido a Guzmán, Kulfas y Moroni -el tridente que la vice quiere afuera- y acusó al primer mandatario de operar en contra de Cristina.
“¿Vieron lo que dijo Larroque? —les preguntó Alberto a varios miembros de su Gabinete, ese martes por la mañana, cuando llegaron a Olivos. Nadie podía ignorarlo. No había otro tema en los portales y en los programas de radio. Los celulares de los ministros ardían.
—Estos pibes están locos —dijo el Presidente en la tertulia de Olivos.
Aun bajo ese fuego, sigue habiendo funcionarios que procuran trabajar para no exacerbar las diferencias. Es con ellos con quien Fernández se siente más cómodo. “No contestemos, sigamos”, les dice. Parte de su estrategia es que los argentinos puedan ver quién le pone palos en la rueda para gestionar.
Ha habido, sin embargo, un error de cálculo en el horizonte presidencial: él siempre creyó que el tiempo iba a jugar en su favor y que una baja de los índices inflacionarios detendrían el embate contra Guzmán y su política económica. Eso no estaría pasando, de ahí las sugerencias que recibe a menudo para que piense en nombres alternativos y no se vea sorprendido por su socia cuando sea demasiado tarde.
Fernández no quiere que su ministro se vaya. Muchos empresarios poderosos, tampoco. No es amor. Lo que vendría podría ser peor. Pero nadie puede garantizar su permanencia. En un contexto de crisis como el actual, y con los precios en una suba constante, Guzmán podría terminar siendo un fusible. ¿Ha analizado nombres Alberto? Desde luego. El de Roberto Lavagna siempre es una tentación. Lo sondearon hace unos días.
La información fue anticipada por Francisco Olivera en La Nación. Transitaron cuatro días sin que nadie lo ratificara o lo desmintiera. “Es falso”, dijo el jueves Gabriela Cerruti, tajante, en la conferencia de prensa. Cerruti no decía toda la verdad. O no la conocía.
Una fuente que está por encima de la portavoz reveló a Clarín que Alberto invitó a cenar hace menos de un mes al ex ministro de Kirchner. La cena, más que reservada, transcurrió en Olivos. Estaban ellos dos y Gustavo Beliz, el funcionario más enigmático del Gobierno, aborrecido también por Cristina, y sumido en un silencio aún mayor del habitual desde su última aparición, cuando anunció un fallido proyecto para regular las redes sociales, algunos dicen que para hacerle llegar más muestras de cariño al papa Francisco. Con Lavagna hablaron del rumbo de la economía y del acuerdo con el FMI. El invitado dijo que Argentina estaba ante una nueva oportunidad, aunque pidió enfocarse en una agenda productiva e institucional.
Días más tarde, el economista estaba en su chacra de Cañuelas y recibió un mensaje en el celular de parte de un alto funcionario, en el que le consultaban si estaba dispuesto a sumarse al Gobierno. Lavagna es un hombre parco y escueto. En la campaña de 2019, cuando era candidato, anunció: Presidente o nada. Hoy prefiere que siga siendo nada. La respuesta no fue positiva.
No es cierto que haya sugerido el nombre de Marco, su hijo. Lavagna atribuye esa versión a una maldad del cristinismo y del Frente Renovador de Sergio Massa para desgastar aún más a Guzmán.
“La orden de Máximo es asfixiarnos para que nos sentemos a negociar”, afirma uno de los habitués de Olivos. Los albertistas no confían en esa supuesta negociación. Recuerdan que eso mismo impulsaban La Cámpora y Cristina cuando presentaron las renuncias en masa, post elecciones, y que, desde entonces, aun con las modificaciones, la cosa fue de mal en peor. Ni mejoró el Gobierno ni mejoraron los indicadores. En cambio, se agravó la convivencia interna.
La ex presidenta no hizo más que tomar distancia de su aliado, acaso para mantener el poder que le queda. Su feligresía en la provincia de Buenos Aires y en otros distritos la idolatra, pase lo que pase, como en Chaco. “¡Alberto traidor!”, gritaban los militantes en el acto.
El fracaso no es mío, le faltó decir a Cristina, como si no formara parte. En los próximos días, Alberto se lo va a refrescar. La vice quedará a cargo del Ejecutivo por su viaje a España y Alemania. No será una buena semana. Los piqueteros realizarán tres días seguidos de cortes y protestas. Se harán las audiencias públicas para subir las tarifas. Y el jueves se conocerá la inflación de abril. El número descenderá del 6,7% que se registró en marzo, pero de todos modos se mantendrá muy alto.
Para Cristina, acostumbrada durante tantos años a manejar con mano de hierro el poder, es una novedad que se decidan a no escucharla, ni siquiera a llamarla. La merma de poder interno coincide con la caída de su popularidad. Hace bien en estar preocupada. Podría estar experimentando el ocaso.
Siempre es conmovedor el ocaso, escribió Borges.