“Denme tiempo hasta después de Semana Santa”, les dijo Alberto Fernández. Algunos miembros del Gabinete le creyeron y se entusiasmaron, al punto de promover un relanzamiento del Gobierno; uno de ellos, hasta jugó una apuesta: le aseguró a su equipo que estaba dispuesto a irse si esta vez volvía a decepcionarse. Otros, los que hace tiempo dejaron de celebrar los raptos de autonomía del Presidente -que se producen siempre en ámbitos exacerbados, donde la rebelión se vuelve súbitamente encantadora, pero comienza a aplacarse apenas el séquito presidencial abandona la Residencia de Olivos-, se mantuvieron al margen, en silencio. Una semana después de las Pascuas, pareciera asistirle la razón al ala más precavida, la que cree que ningún cambio importante será posible y que habrá que transitar la gestión en un clima de penurias y sabotajes internos hasta el último día.
No hubo un solo retoque de nombres en el Gobierno y ni una sola muestra de poder real frente a Cristina. Alberto decidió prescindir hasta de los gestos simbólicos o aleccionadores que es lo mínimo que le reclama un sector de su misma tropa. Son quienes auspiciaron los cambios durante los últimos quince, veinte días. Para ellos son jornadas de nervios. Son pocos los que siguen confiando en que habrá un reacomodamiento en el poder. Ni siquiera prosperó la idea de echar a alguno de los funcionarios del riñón cristinista que dinamitan la gestión con hechos, con palabras o con ambas cosas.
Entre sus cavilaciones más recientes, Alberto evaluó la posibilidad de desprenderse del subsecretario de Energía, Federico Basualdo, y de Roberto Feletti, el secretario de Comercio, por sus desplantes y desafíos sobre una catástrofe inminente: uno, en términos energéticos y otro, por el salto de los precios. No se animó. Se dejó guiar por quienes le susurran lo que él mismo piensa: que el infierno tan temido con la vicepresidenta se desataría en ese mismo instante. Como si lo sucedido hasta hoy hubiera sido tan solo un juego de niños.
Ahora, en el entorno de Fernández afirman que se atraviesan momentos de cierta calma con sus socios y que no habrá en el corto plazo nuevos gestos disidentes de los funcionarios que representan el pensamiento de Cristina y de La Cámpora. Sostienen que la dilación de los cambios abrió una nueva oportunidad para ellos. Y que hay margen para negociar con la vicepresidenta, aunque no sea de manera directa. Quien quiera creer, que crea.
Es cierto que en los últimos días se produjeron algunas conversaciones entre el Instituto Patria y la Casa Rosada, aunque siempre en un contexto de extrema debilidad y desconfianza, y del no diálogo en la dupla presidencial, un hecho que algunos integrantes de la alianza procuran volver normal. Los hombres y mujeres que responden a Cristina, incluso, se jactaban de haber arrastrado al albertismo a apoyar la iniciativa de disputar los lugares en el Consejo de la Magistratura con la polémica ruptura del bloque de Senadores. “Fue una jugada inteligente”, admitieron en la cima de la Casa Rosada.
Vilma Ibarra, la secretaria Legal y Técnica, se sumó en Twitter a respaldar la designación del senador Martín Doñate para ocupar la banca en el organismo encargado de designar y remover jueces, a la que aspiraba la oposición. Su posición generó cierta perplejidad en algunos dirigentes, tan albertistas como ella, que acaso hubieran preferido no quedar pegados a la maniobra. Ibarra fue una de las que detuvo el ímpetu de sus pares del Gabinete que querían cambios profundos y un distanciamiento notorio del cristinismo. La funcionaria pidió cuidar la unidad y no mover piezas sin pensar antes en los equilibrios de la coalición.
Alberto había sido informado de que en el Senado estaban bajo análisis tres o cuatro movimientos fuertes. Uno era desconocer el fallo de la Corte Suprema. El otro, lo abarcaba a él: el cristinismo llegó a fantasear con un DNU presidencial que estableciera una nueva composición del Consejo, sin el presidente de la Corte, Horacio Rosatti; Alberto hizo saber que no estaba dispuesto. El primer mandatario sabía que la ruptura del bloque estaba en evaluación, pero se enteró unos minutos antes de la consumación, casi en sintonía con los periodistas.
Fernández insiste con que no se va a dejar correr por los miembros de su staff político ni por los empresarios ni por los periodistas, y sigue diciendo que introducirá modificaciones cuando lo crea prudente. Mientras medita, sus aliados se alteran y presionan para que la cuestión avance pronto. Varios gobernadores, por ejemplo. Hacen llegar a Olivos el mensaje de que adelantarán las elecciones provinciales para no ir pegados a las nacionales y al arrastre negativo por el efecto de la gestión. “Yo las voy a convocar para marzo”, hizo saber esta semana el catamarqueño Raúl Jalil, que en 2019 se impuso con más del 60% de los votos.
Otro que lo evalúa es Jorge Capitanich, cuyos reproches a la administración central son constantes: “No se puede hacer algo distinto con la misma gente”, ha dicho. Capitanich coquetea con ponerse al frente de los caciques provinciales que buscan condicionar al Presidente. Y juega su propio partido. Espera que Cristina lo ubique en la grilla de candidatos para 2023.
Capitanich, como el kirchnerismo duro en general, apunta contra Martín Guzmán. La consigna es invariable: lo quieren afuera. El ministro de Economía viene de reunirse con Kristalina Georgieva, la jefa del FMI. Dijo que no se modificarán las metas acordadas con el organismo, lo que implica un ajuste del gasto -que al mismo tiempo el ministro niega- para reducir el déficit y tratar de controlar la inflación. La suba de precios está altísima y no se estaría cumpliendo la promesa de que el índice de abril baje considerablemente del 6,7% que dio en marzo.
En ese punto, Guzmán se empieza a quedar sin balas. Parte de su estrategia ha pasado a ser culpar al factor político. Señala que la inestabilidad de la coalición oficialista conspira contra su plan. Lo ha charlado con Alberto. Con él viene analizando desde el año pasado que los funcionarios propios no pueden patear en contra. Sería mejor echarlos. No puede menos que cosechar dardos furiosos de sus enemigos internos. Si la inflación se sigue manteniendo en estos niveles, será difícil que el Presidente lo pueda mantener en el puesto.
En la oposición empiezan a hacer diagnósticos cada vez más alarmistas sobre el incremento de precios. Hay quienes conjeturan que la crisis podría volverse impredecible. Mauricio Macri, por caso.
El ex presidente ha pasado a ser un consultor permanente de Juntos por el Cambio. Incluso de quienes lo miraban de reojo cuando dejó la presidencia o le auguraban la jubilación. Con ellos, Macri se toma pequeñas venganzas: a veces no les contesta los mensajes o demora en recibirlos cuando le piden una reunión. Horacio Rodríguez Larreta recuperó el diálogo cotidiano con él, lo mismo que María Eugenia Vidal. Patricia Bullrich nunca lo perdió. Pero Macri también intercambia mensajes con Javier Milei y con los probables candidatos a gobernador bonaerense, desde Diego Santilli hasta el radical Martín Tetaz.
Los coqueteos de Macri y Bullrich con Milei enfurecen a la UCR. En un asado del que participaron Gerardo Morales, Gustavo Valdés, Facundo Manes, Alfredo Cornejo, Mario Negri, Luis Naidenoff y Ernesto Sanz se acordó cerrarle la puerta al economista liberal. Más que eso: los radicales pedirán que el PRO se defina pronto en ese punto. “No nos van a llevar así hasta 2023 para definir al final”, confían.
Macri mantiene altos niveles de desaprobación en el Conurbano, pero podría volverse indispensable para la interna opositora. Sin él no se puede; contra él, menos. Todos buscan hoy su bendición y se esperanzan con que no quiera participar. El ingeniero no les promete nada. “Compitan en las PASO”, dice. No es lo que esperaban ni Larreta ni Bullrich.
Macri disfruta de pasearse por el mundo, sin la presión de sus aliados. En su encuentro con Donald Trump, obtuvo una confesión inesperada. Trump le dijo que en las elecciones presidenciales de 2024 se presentará como candidato y que se tomará revancha de Joe Biden. Así se lo contó Macri a un grupo de dirigentes en sus oficinas de Olivos.
—¿Y él no te preguntó qué vas a hacer vos?
—Obvio —respondió.
Los invitados, uno de ellos con ambiciones políticas grandes, se pusieron ansiosos.
—¿Y vos qué le contestaste? —quisieron saber.
Macri se rió y dijo:
- No me acuerdo.