Hace un par de días leí una declaración de la ministra Elizabeth Gómez Alcorta sobre el aberrante hecho acaecido en Palermo que no dejó de asombrarme.
Inmediatamente, el circuito de mi cerebro encargado de preservar recuerdos recuperó una paradoja que en su momento aprendí en el colegio y dice algo así:
“Epímetes, el cretense dice: Todos los cretenses son mentirosos. Yo soy cretense".
Con lo cual, ¿Epímetes miente o dice la verdad?
La paradoja de los cretenses es una falsa paradoja, porque trasgrede la ley universal para las proposiciones y es que deben basarse en hechos demostrados a través del método científico para ser verdaderas. Nunca una conclusión debe inferirse directamente de una proposición. Para que la conclusión sea verdadera y, además, aplicable como hecho a nuestra vida cotidiana, deber ser: pasible de ser sometida a prueba, comprobada bajo diferentes circunstancias y aceptada, entendiendo que es falible, es decir, que perdurará como verdad hasta que sea rebatida.
A raíz de los hechos de público conocimiento ocurridos en Palermo, se vuelve a abrir el debate acerca de cuál es el perfil de un violador.
Primero, definamos los términos. Un violador es quien arremete contra la voluntad de otra persona que se encuentre lúcida de conciencia o privada de sentido o discernimiento.
El violador trasgrede consensos sociales, dañando a congéneres, lo que ocasiona un grave problema para la vida en sociedad.
Hasta donde conozco, en el reino animal no existe la violación. Los animales copulan para garantizar la supervivencia de la especie. Una hembra entra en celo. El macho la corteja. La hembra elige si es con él o con otro. Si no es con él, no busca someterla.
Con el advenimiento del lenguaje, función cognitiva que nos hizo evolucionar como especie y que garantiza la transmisión de ideas, costumbres, pautas, valores y prohibiciones culturales, comenzó a perderse el significado de la cópula como mero acto reproductivo. Los seres humanos podemos tener relaciones sexuales “porque sí”, y también, en determinados ámbitos, se puede someter al otro a tenerlas porque no se tolera él no.
¿Por qué? Porque en algunos contextos un “no” es leído como afronta al machismo, como herida narcisista, como un límite sumamente difícil de tolerar. ¿Esto necesariamente convierte a todos los machos humanos en violadores? Bajo ningún punto de vista. Está íntimamente relacionado con experiencias, vivencias, contextos, aprendizajes, en definitiva con cómo se vaya mielinizando el cerebro.
En el contexto social, el acto de violación surge al confundirse lo natural con lo deseable (o con aquello que deseo). La violación ocurre cuando las barreras de inhibición de conductas no deseadas en el plano social fallan, entonces la acción ocurre desfachatada y desinhibidamente.
El perfil del violador responde a características heterogéneas, lo que complejiza significativamente un diagnóstico clínico preciso.
Desde el plano psicológico se habla de falta de empatía, de sentirse con derecho ante lo que está prohibido, la escasa o nula capacidad para sentir lástima por el sufrimiento de otra persona.
A nivel cerebral, múltiples estudios han logrado demostrar que el cerebro de la mayoría de los violadores muestra alteraciones en la vía fronto-estríada. El cuerpo estriado es el encargado de seleccionar acciones en función de una recompensa esperada y de regular la conducta.
En condiciones normales, el estriado es el que dice: “¡Dale! ¡Mirá qué bien la vas a pasar!”. En diálogo con la corteza (porción del cerebro que se estructura a partir de la interacción con la cultura), ésta le diría al estriado: “Eso que vos querés, no debe hacerse, haríamos daño y eso pone en peligro al otro y a nosotros mismos. No le voy a dar curso a tu pedido”.
¿Todos los estriados piensan en agredir y subyugar al sexo opuesto? Definitivamente, no. Pensar en esa línea adscribiría a un reduccionismo a ultranza.
En los violadores hay una alteración a nivel de corteza, lo que hace que la inhibición de conductas socialmente no aceptadas, falle. El estriado gana la pulseada y arremete en pos de su sed.
Las personas que cometen violación presentan con frecuencia dificultad para autorregular y autocontrolar la conducta. Su cerebro está perfectamente equipado, no se trata de alteración estructural. Lo que fallan son las interacciones entre estructuras. Esto es lo que hace que un violador sea imputable, porque comprende la malignidad del hecho.
Llegados a este punto, ¿podemos aseverar, como lo hizo la ministra Gómez Alcorta, que "Así como nosotras aprendemos a cuidarnos y a saber cuáles son los riesgos, los varones también aprenden ciertas prácticas: la práctica de que nuestros cuerpos, nuestra vida, no tienen valor"? ¿No estamos ante una paradoja falsa? ¿Se puede generalizar a partir de premisas no demostradas?, ¿Podemos afirmar categóricamente que “los varones aprenden a perder el valor por el cuerpo de la mujer”?
¿Todos los hombres son potenciales violadores? La respuesta es: absolutamente no. Y, personalmente, creo que es un acto de irresponsabilidad generador de actitudes discriminatorias el aseverarlo.