Los días más felices no fueron peronistas
El kirchnerismo es típicamente peronista en su obsesión por imponer una narrativa que reescriba el pasado, interprete el presente y se proyecte hacia el futuro. Por SABRINA AJMECHET
El día que Máximo Kirchner anunció que dejaba de ser jefe de bloque del Frente de Todos en la Cámara de Diputados, puse C5N, como toda persona de bien, para comprender cómo masticaba la novedad el oficialismo. La indignación de los panelistas hizo brillar su mejor versión y les permitió, por un instante, abandonar el omnipresente “ah, pero Macri” para regalarse un momento de autocrítica. Creo que fue Úrsula Vargues, enojada con el oficialismo de Alberto, la que dijo con total seguridad: “La narrativa de este gobierno la está escribiendo la oposición”. ¿Es cierto esto? ¿Le estamos construyendo nosotros su relato?
El jueves pasado se cumplieron 76 años desde que Juan Domingo Perón ganó las elecciones que lo convirtieron, por primera vez, en presidente. Desde aquel momento la historia de nuestro país sólo se comprende si miramos con atención el papel que ha jugado el peronismo en cada etapa, sin importar si estaba gobernando, en la oposición, junto, dividido, proscripto, con Perón vivo o después de su muerte. En cualquier caso, ninguna época de la historia argentina posterior a 1945 se comprende sin introducir en la trama al peronismo.
¿Por qué otros movimientos políticos latinoamericanos, contemporáneos al peronismo y similares en su apuesta política, desaparecieron de la vida de sus naciones mientras que el peronismo siempre mantiene su centralidad? La respuesta más obvia es por culpa de la Revolución Libertadora, que al prohibirlos, los eternizó. Pero el motivo que mejor explica su persistencia y protagonismo tiene que ver con que, desde su surgimiento, el peronismo escribió su historia y la historia de la Argentina.
Tomó la lapicera y narró el pasado, lo que sucedía en aquel momento y también los imaginarios futuros. Construyó una narrativa en la que el país había logrado un hito fundamental a comienzos del siglo XIX con la revolución e independencia pero el proceso había quedado inacabado, toda vez que seguíamos siendo dependientes de los países imperialistas. Con la llegada de Perón se alcanzaba la independencia económica y ahí se podía finalmente hablar de soberanía política y trabajar para lograr la justicia social. Si bien se recuperaban algunos hechos puntuales o personajes políticos previos, lo cierto es que a partir de Perón se empezaba a construir una nueva Argentina, que rompía definitivamente los lazos coloniales y cortaba todas las cadenas que aún persistían alrededor de las muñecas y los tobillos de los argentinos.
Esta enorme construcción simbólica fue posible gracias a un aparato muy bien organizado con mucho presupuesto y poder que logró construir una historia identitaria. Se construyó un relato y se trabajó en su divulgación para que muchos argentinos se vieran a sí mismos reflejados en esa historia. Por supuesto, para que este relato tuviera éxito, se tomaron elementos previamente arraigados en los imaginarios de los argentinos y se condimentaron con la especificidad propia del peronismo.
Casi como un calco de lo que hicieron los revolucionarios franceses de 1789, el peronismo trazó una ruptura total con la época previa. “El antiguo régimen” aquí tomó el nombre de “la década infame” pero la operación fue idéntica: no había en ese momento previo nada para recuperar, se debía construir una nueva realidad que anulara cada uno de sus cimientos y postulados. No hay dudas de que en términos materiales la Revolución Francesa significó una ruptura fundamental para la democracia moderna por lo que la comparación no llega hasta allí, pero donde sí guarda consistencia es en la comprensión de que discursivamente ambos representaban lo nuevo y lo bueno frente a lo viejo y lo malo.
La narración que se construyó fue simple y dicotómica y eso fue justamente lo que aseguró su éxito. Se trata de un relato absolutamente transparente que construye un sistema perfecto de explicación total. En principio, el mundo se divide en dos, no hay matices ni complejidad social. De un lado está todo lo que está bien —las fuerzas del progreso, de la distribución y de la justicia social— y del otro lado está todo lo que está mal —los que persiguen fines egoístas, el bien solo para unos pocos, la defensa de los intereses del imperio por encima de la soberanía nacional—. Se crea esta manera de ver el mundo —schmitteanamente entendida como la lógica amigo/enemigo— y cada acontecimiento es comprendido a partir de que se lo acomoda en una de las dos columnas.
Uno de los imaginarios falsos que el peronismo instaló con mayor éxito es que los días peronistas fueron los días más felices. El “ah, pero Macri” de ese entonces fue “la década infame” y el mecanismo se basó en negar todo lo bueno que ocurrió antes y en olvidar todo lo malo que sucedía bajo el peronismo. Más allá del relato, los datos muestran en 1946 a una Argentina que tenía un PBI que la convertía en el octavo país más rico del mundo. Su PBI era el más alto de América Latina: duplicaba el de México y era cuatro veces el de Brasil. La Argentina no sólo no estaba endeudada sino que eran otros países los que habían contraído deudas con nosotros. ¿Qué sucedió en poco tiempo? Una expansión del gasto público insostenible generó una inflación que pasó a ser un problema. En pocos años el gobierno de Perón aumentó tanto la inflación como el déficit, empeoró el PBI per cápita y también la balanza comercial. No fue magia: Perón recibió mucho y la gastó toda y gastó aún más, por lo que empezó a emitir y a generar inflación, a hacer a la Argentina y a los argentinos más pobres.
AL ENEMIGO, NI UN PASADO
¿Por qué, entonces, queda el primer peronismo instalado en la memoria colectiva como una época de bienestar y crecimiento? Porque esta fue una primera parte de la historia y una parte que se ocuparon de que quedara grabada en la cabeza de cada argentino. Mucho de eso tuvo que ver con un abuso de las reservas que generó bienestar temporal pero que debilitó la fortaleza de la economía argentina. A partir de ahí quedó claro que gastar más de lo que se tenía podía traer beneficios electorales, porque las consecuencias negativas —como eran estructurales— tardaban más en mostrarse.
Mucho de “los años peronistas como los más felices” fue construido sobre mentiras, como negar los logros en materia laboral previos al gobierno de Perón. El peronismo no resiste el chequeo y las verdades peronistas se caen ante la investigación histórica. Podemos enumerar rápidamente siete leyes que nos ayudan a desmentir el mito de que hasta el peronismo nadie se había ocupado del bienestar de los trabajadores: Descanso Dominical (1905), Ley Regulatoria del Trabajo de Mujeres y Niños (1907), Ley de Riesgos de Trabajo (1915), Ley de Duración de la Jornada Laboral (1929), Ley de Jubilaciones (1924), Vacaciones Pagas, Indemnización por Despido sin Causa, Protección de la Maternidad y Licencia Paga por Enfermedades (1933) y licencia por maternidad desde 30 días previos y hasta 45 posteriores al parto (1934).
La otra parte de la construcción exitosa de ese relato duradero tuvo que ver con encontrar un enemigo: el imperialismo (Braden), la oligarquía, los antipatria. Con diferentes nombres, este enemigo era el culpable de todos los males, frente a Perón —y a Eva— a quien le debemos todo lo bueno. No sólo eso, sino que mediante su aparato de comunicación, el peronismo se encargó de generar un sistema de símbolos y creencias que unían al partido con la argentinidad y a sus opositores con el poder extranjero.
El kirchnerismo supo construirse idéntico al peronismo: con una enorme distancia entre los hechos y su enunciación y con muchísimo dinero al servicio de imponer como sentido común extendido una visión determinada sobre la historia y los acontecimientos. Ambos períodos también compartieron resultados económicos similares, causados por una política distributiva insustentable que disparó la inflación y el déficit y nos empobreció. Sin embargo, en el imaginario de muchos, Cristina —y Néstor— llegaron para salvar a la Argentina de todos sus males, reconstruir a aquel país prendido fuego. Así como Perón negó los avances concretos que obtuvieron los trabajadores en los años 30, el kirchnerismo intentó borrar de nuestra historia las políticas de derechos humanos más importantes que tuvimos. El método fue idéntico: nada bueno antes de ellos, todo malo de quienes piensan diferente y todo bueno lo que ellos hacían (total, si salía mal, se culpaba a los otros). Esto es una parte importante: la narrativa peronista tiene mala memoria: no recuerda sus crisis económicas, no recuerda su participación en la violencia política, no recuerda su apoyo a golpes militares.
Pero posiblemente los comentaristas de C5N tengan razón: el kirchnerismo ya no se está narrando a sí mismo. Por eso los dos años de gobierno de Alberto se resumen en una pésima gestión de la pandemia, en más de 126 mil muertos, en el vacunatorio vip, en el Olivosgate, en militar escuelas cerradas y negarle a 500 mil chicos un futuro mejor, en funcionarios que están en Holbox mientras festejan el PreViaje, en el país convertido en la puerta de entrada de Rusia a la región y en una Argentina que está literalmente en llamas frente a un gobierno que no hace nada.
UNA NARRATIVA PROPIA
Es muy difícil para cualquier partido, para cualquier fuerza republicana que cree en los datos y la evidencia, responder con racionalidad a un relato falso cuyo único objetivo es apelar a la construcción de una identidad binaria. Pero lo logramos, el peronismo perdió lo que lo hizo más poderoso: su relato. Ahora nos resta el último desafío, el mayor, que es armar nuestra propia narrativa. Ya comprobamos que hay dos formas que no funcionan: no es ni la otra cara del kirchnerismo ni tampoco se construye por arriba, como etapa superadora. Conocemos cada vez mejor los valores que nos representan: sabemos que son el trabajo, el esfuerzo, el mérito, el compromiso con el modelo democrático y capitalista de Occidente y que nuestra bandera es la defensa de la educación. Tenemos a Sarmiento, a Alberdi, a Roca y a la Constitución de 1853 para construir nuestro siglo XIX y podemos mostrar al siglo XX como el éxito de una sociedad integrada a partir de inmigrantes que encontraron en nuestro país un lugar donde el progreso le aseguraba a sus hijos una vida mejor que la que ellos tuvieron. La narrativa que nos nutre de identidad está allí, es la de la clase media que se formó con la idea de “mi hijo el doctor” y ahora vive la realidad de “mi padre el doctor; yo voy viendo”. Tampoco hay que inventar prácticas, se trata solo de recuperar las exitosas: la educación, el trabajo y una política que da confianza y asegura condiciones estables.
Importa lo que hacemos y también lo que decimos, importan las obras que le mejoran la vida a los ciudadanos y también las ideas que le aportamos a la sociedad. Definitivamente tenemos que aprender eso del peronismo: las ideas generan cercanía y ayudan a construir identidad. Los peronistas llevan su pertenencia política de forma muy parecida a un club de fútbol, la bancan en las buenas y en las malas, seguro de que aunque gane o pierda es el propio. Nosotros tenemos un desafío porque jugamos en una cancha más difícil, más exigente. Y porque nos sale más fácil obsesionarnos con los errores que con los aciertos. Pero eso es también lo que nos va a hacer construir un país mejor, con una narración del pasado, del presente y del futuro que nos guste, que nos convenza y que sea lo que queremos para nosotros y nuestros hijos. (Seúl)