Opinión 13/02/2022 20:05hs

El plan para aislar a Máximo Kirchner y otro mazazo de Cristina a Martín Guzmán

Por qué buscan cercar a La Cámpora. Las internas y el diálogo con Wado De Pedro. La vicepresidenta sigue muy activa, pero mantiene el malestar con Alberto. ¿Qué hará el ministro de Economía? Por Santiago Fioriti

El plan para aislar a Máximo Kirchner y otro mazazo de Cristina a Martín Guzmán

Martín Guzmán había planificado un aumento de tarifas de los servicios públicos del 35 por ciento. Así se lo dijo a Federico Bernal, el interventor del Enargas, hace algunas semanas. Bernal lo escuchó con atención, como si él también fuera consciente de que frente a una inflación del 33% proyectada en el Presupuesto -que podría ser casi del doble, según las proyecciones privadas más alarmantes- no pudiera pensarse en un número más bajo. Bernal solo reconoce una jefa, sin embargo. Hizo lo que se esperaba que hiciera. Fue presuroso a contarle la novedad a Cristina. “Como mucho, el aumento debe ser del 20 por ciento”, le dijo la vicepresidenta. El interventor habló con Alberto Fernández y le contó las dos posiciones. El Presidente pidió acatar la orden de Cristina. A Bernal solo le quedaba hablar con Guzmán para cerrar el círculo.

—Cristina me dijo que, como máximo, podríamos aumentar un 20% y Alberto resolvió que hiciéramos lo que dijo ella —le transmitió Bernal a Guzmán.

Dicen que el ministro de Economía nunca pierde los buenos modales. Quienes protegen su intimidad -en los últimos tiempos casi al borde de colocarlo en una burbuja-, suelen decir que hay que ser un erudito en el lenguaje de los gestos para descifrar cuándo se pone nervioso. Ese día lo notaron ansioso.

—Si me mandás el aumento con el 20% te lo voy a rechazar —replicó el ministro.

Los aumentos terminaron de conocerse 48 horas atrás. Primero, la subsecretaría de Energía Eléctrica avisó que la luz tendrá un techo del 20% (salvo los hogares de once barrios, Vicente López y casi 500 countries) y, luego, el viernes, se difundió el monto del salto en las facturas de gas, a partir de marzo. Será de entre 19% y 20% para las casas y del 14% y 15% para las Pymes. El agua saltará un 32%.

La decisión tiene la fuerza de un mazazo para el Ministerio de Economía y para el preacuerdo con el FMI. También para la propia figura de Guzmán, a quien el cristinismo quiere lejos del Gobierno en el cortísimo plazo. Hay un choque de planetas en el poder. Cristina pretende ir propinando pequeños empujones que lleven a Guzmán hacia el abismo. El economista no solo quiere resistir. Así como en 2018 y 2019 se reunió con varios de los candidatos presidenciales para decirles que tenía un plan para ser ministro, en 2023 pretende alistarse en la grilla de presidenciables. No es la ambición una cualidad de la que carezca.

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¿Y la discusión por los subsidios? Continuará. Por ahora, Guzmán también va perdiendo esa pelea. No está prevista una reducción importante según las últimas iniciativas. El Estado se hará cargo del 70% de los costos en el caso del gas; y en la luz, aunque hay en marcha una estrategia de disminución -por la política de segmentación-, el “ahorro” será de 200 millones de dólares, frente a unos 11 mil millones que se destinaron en 2021. Guzmán no bajaría los brazos. En la intimidad dice que volverá pronto a la carga. Que debería haber nuevos retoques para satisfacer al FMI. Aumentos y quita de subsidios. Tal vez esté pensando en tomar impulso para cuando se promulgue el acuerdo en el Congreso.

Se supone que, al interceder en contra de su ministro, Alberto quiso evitar una nueva batalla con Cristina. Lo debe haber evaluado como el mal menor en días en los que el equipo económico estaba concentrado en las tediosas negociaciones con el FMI. Ni entonces ni ahora, cuando se discute en bambalinas el proyecto que llegará al Congreso, es conveniente otra sangrienta pelea por las tarifas. Hay un antecedente demasiado fresco. En mayo del año anterior, por divergencia de miradas, Guzmán quiso echar a Federico Basualdo, el subsecretario de Energía, y no pudo porque intercedió la vicepresidenta.

Los gestos de Fernández no alcanzan. La dupla presidencial transita una nueva crisis. “La crisis después de la crisis”, la define un funcionario. Hay ministros que ni siquiera se atreven a preguntar en qué estado está la relación. No se atreven o prefieren ni saberlo. Es noticia cuando hablan por teléfono y es Alberto el que con frecuencia la produce porque él mismo lo cuenta. Quienes lo acompañaron en la gira por Rusia, China y Barbados se enteraron en la conferencia de prensa que el binomio había conversado telefónicamente. Apenas pisó Buenos Aires, el miércoles por la noche, Fernández volvió a llamar a su socia. La conversación no fue buena. O no fue todo lo buena que Alberto esperaba.

Ella sigue maldiciendo el entendimiento con el FMI. Se muestra al margen. Tiene una larga lista de reproches. Entre ellos, que Guzmán no consiguió reestructurar la deuda macrista, sino un nuevo programa; que no pudo voltear la sobretasa que pagan los países que recibieron préstamos altos (representan unos mil millones de dólares adicionales por año); que solo consiguió un plazo de devolución de 10 años, la mitad de lo que pretendían los sectores K más duros; y que se guarda para sí el contenido de las famosas “cláusulas secretas”, que Cristina dice desconocer.

En el albertismo se propaga la idea de que a la jefa del Frente y a su hijo Máximo “les cuesta cada vez más hacerse cargo de las decisiones del Gobierno” y que así será hasta el final del mandato. Sobre el diputado las críticas son peores desde que renunció a la presidencia del bloque en Diputados. La Cámpora pasó a estar en el ojo de la tormenta. “Se consolidan como orga, como una minoría”, cuenta un dirigente del Conurbano que se reivindica kirchnerista desde que Néstor Kirchner aún no había sido bendecido por la varita mágica de Duhalde.

El dirigente revela incipientes movimientos de una corriente kirchnerista, incluso en algunos casos mucho más cercana a Cristina que a Fernández, que ha empezado a despotricar fuerte contra el camporismo. Son dirigentes que interpretan que aún se está a tiempo de salvar la administración de Alberto con vistas a las próximas presidenciales. Sostienen que para eso hay que apartar a Máximo. Aislarlo. A él y a sus aliados. No sería, desde luego, tan fácil. Enfrentar al diputado es enfrentar a su madre.

El aislamiento, por lo pronto, consistiría en dejarlo solo con su postura intransigente frente al acuerdo con el FMI. “Que quede claro que son poquitos”, dicen. La herida abierta apunta al mismo tiempo a desnudar ciertas contradicciones en la propia agrupación. Por estas horas, muchos albertistas difunden que se ha retomado el diálogo con Eduardo “Wado” De Pedro (no de modo directo con Alberto, que no lo recibe a solas después de su renuncia) y resaltan que el ministro del Interior defiende el pacto de Guzmán y el Fondo.

La Casa Rosada trabaja, con la ayuda de Sergio Massa, para reducir el impacto negativo que podría tener que Máximo y los camporistas se abstengan o que directamente voten en contra. “Si se abstienen y no hacen ruido, firmamos”, dicen en el oficialismo. Cada tanto, ironizan: “A menos que Máximo quiera mimetizarse con Milei”.

El fantasma de las espadas albertistas es que a los camporistas se sumen dirigentes sindicales o peronistas tradicionales, que por lo bajo aseguran que están meditando qué harán. “Si más de 30 diputados nuestros nos patean en contra sería un golpe demoledor, por más que la ley salga”, asumen en Balcarce 50.

Aquella corriente de kirchneristas opositores a La Cámpora cuenta con la entusiasta promoción de varios funcionarios del ala albertista, a la que intentan acoplar a un actor que responde al Instituto Patria: Jorge Ferraresi, el ministro de Desarrollo Territorial y Hábitat, que se ha sumado a la mesa política del Presidente que componen Santiago Cafiero, Gabriel Katopodis, Juan Zabaleta y, a veces, Juan Manzur.

Ferraresi no perdona que durante el escándalo por el viaje a Cancún de Luana Volnovich y su segundo en el PAMI, Martín Rodríguez, se haya tratado de comparar esos casos con su estadía en Cuba. El entorno del ministro asegura que él sí le avisó a Alberto y que la difusión de su viaje fue parte de una maniobra de La Cámpora para apaciguar los costos de Luana y su pareja. Ferraresi, encima, había tenido un accidente doméstico en las tierras de Fidel y se enteró de la jugada en un hospital. Volaba de bronca.

Máximo, como Cristina, no ha dicho una sola palabra en público sobre la votación. Le pidió a su gente no abandonar el hermetismo. Lo hizo el miércoles, en un asado convocado por él mismo para cerrar filas. Sucedió después de que un integrante del bloque, Itai Hagman -que no es camporista-, dijera que la idea que predominaba entre los rebeldes era la abstención. Máximo lo llamó luego para pedirle que no hiciera más declaraciones. No las hubo. Ni de él ni de nadie.

El silencio se expande también en el Senado, donde manda Cristina. Alberto ha resuelto que el proyecto ingrese por esa Cámara. Aspira a que la votación sea contundente y se diluya la expectativa en Diputados. Que para entonces sea solo un trámite. El proyecto ingresará en marzo.

Falta mucho. Demasiado. 

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