Máximo Kirchner, aquel frustrado centurión de los soldaditos
Por segunda vez en dos meses, el hijo de dos expresidentes patea el tablero del gobierno que pidió votar. - Por Edgardo Moreno -
“Creo que por ahí nos estaba enseñando algo”, decía pensativo. Máximo Kirchner le habló por primera vez al público nacional en una película filmada en homenaje a su padre. Aparecía recordando tímidamente que, cuando era niño, Néstor Kirchner pasaba rompiendo todo cada vez que lo veía jugar con sus soldaditos.
Por segunda vez en dos meses, Máximo Kirchner le aplicó al gobierno de Alberto Fernández –que vendría a ser también el suyo– aquella estrategia caótica. El hijo del expresidente volteó en diciembre el Presupuesto apenas hilvanado con la oposición. Esta vez, el dueño de aquellos soldados de utilería pateó el tablero de la no menos ardua negociación con el Fondo Monetario.
La demolición no sería relevante si en la Argentina tribal en la que se discute la mayor deuda en la historia del FMI, el personaje de aquella frustración de juguete no fungiera como el número dos de la carpa dominante: la que conduce su madre, jefa indiscutida de las bancadas oficialistas en el Parlamento.
Bautizado con nombre de general romano, a Máximo Kirchner le asignaron el cargo de centurión de esos votos en la Cámara de Diputados.
Anunció por carta que ha desertado, en desacuerdo con el borrador de pacto con el FMI que Alberto Fernández anunció con boato. Si el ministro Martín Guzmán aspiraba a enrostrarle al mundo que desde la Universidad de Columbia está alumbrando un nuevo y ejemplar modo de renegociación de las deudas soberanas, un cercano centurión lego acaba de sacudirle la peor objeción.
No fue sin aviso. Desde el inicio de las conversaciones con los técnicos del Fondo, Máximo Kirchner le venía repitiendo a Guzmán –como en una letanía de la auténtica decadencia argentina– que sólo traía de Washington otras falsas promesas de amor.
Ocurre, para mayor gravedad, que el acuerdo con el FMI está lejos de haberse cerrado. Los técnicos del Fondo, tanto como el Gobierno, sólo expusieron el trazo grueso del ajuste convenido y resta la aprobación del directorio donde se sientan a ejecutar sus acreencias las potencias mayoritarias del Fondo.
Ajuste, conviene subrayar. El Presidente lo niega; Máximo Kirchner lo afirma. Punto para el centurión: el Presupuesto abortado de Guzmán preveía un déficit fiscal de 3,1 puntos del producto bruto para el año en curso. El preacuerdo anunciado lo restringe a 2,5. Aunque Guzmán lo desmienta, está claro quién escribió el plan enigmático que Alberto Fernández se negaba a exhibir: ante la demora, lo redactó el FMI.
Pero además incluye una condicionalidad de alto impacto: las revisiones trimestrales del Fondo. Toda una novedad política para la coalición gobernante. Hasta el momento, al gobierno de Alberto Fernández lo editaba cada tanto Cristina Kirchner con una carta a los colosenses. La aceleración de la crisis reemplazó las letras de molde.
Ahora la edición la hace Gita Gopinath por Twitter. Así se enteró el país del ajuste que no se menciona, pero será. Y la reducción de subsidios, que no será tarifazo. Pero también.
Los escribas del kirchnerismo, que a Guzmán lo elogiaban como buen lobito, intentan entusiasmarse con los cerca de 11 mil millones de dólares que, tras la oscura ecuación de vencimientos postergados y desembolsos con derechos especiales de giro, le quedarían en caja al Gobierno para levantar la cabeza hacia 2023. Sugieren con guiño de tahúres que las revisiones trimestrales podrían incumplirse parcialmente para gambetear el ajuste un par de veces.
Es probable que algún comedido de la carpa chica le haya susurrado a Máximo Kirchner que con ese oxígeno de emergencia, Alberto Fernández (o Sergio Massa) podría caminar volteándole soldaditos como en los días de infancia. Cuando nadie le había prometido ningún sueño presidencial. Sueños todos por ahora fantasmales. Si se leen, aun con descuido, las encuestas de opinión.
El boicot de la familia Kirchner al gobierno que hicieron votar le está regalando un campo orégano a la oposición. Máximo era presentado hasta hace poco como el arquitecto zen de la coalición oficialista. Un cuadro mayúsculo de visión estratégica. Consultado por los referentes de los poderes fácticos a los que les explicaba su propia versión de la clásica plusvalía.
De esas presuntas intuiciones geniales, sólo se está constatando un confuso desplazamiento del Club del Helicóptero. La marcha destituyente convocada para hostigar a la Corte Suprema se fue degradando hasta desembocar en un ritual del lumpenkirchnerismo. Mientras la misa de procesados reclamaba por la amnistía más lenta y cara de la historia, Máximo daba un viraje brusco para dirigir el empujón desestabilizante hacia el principal despacho de la Casa Rosada.