Estaba de paso, el país lo conquistó y dejó Europa atrás: “En Argentina aprendí a luchar contra el etnocentrismo”
Su plan era hacer temporada en Mendoza para luego recorrer Sudamérica y llegar a Estados Unidos, pero un evento lo llevó a tomar una decisión inesperada.
Quentin Pommier tenía un gran viaje por delante. Primero haría una parada en Mendoza, para trabajar durante la temporada en una bodega y, luego de las vinificaciones, tomaría un vuelo a Ushuaia, donde iniciaría su travesía por toda Sudamérica hasta llegar a Colombia. Desde allí, partiría hacia el hemisferio norte, ya que en California lo aguardaba un nuevo trabajo: “Pero el destino tenía otros planes para mí”, rememora el enólogo francés.
Argentina no estaba en sus planes, no de la manera en que sucedieron los acontecimientos. Quentin siempre creyó que aquel país sería tan solo una parada más en su periplo, aunque pronto comprendió que hay cuestiones que no se pueden prever ni planificar, como el amor que puede despertar una tierra y una mujer.
Una mujer y un nuevo rumbo: “Cada uno tiene derecho hacer su vida como puede”
Ante su mirada embelesada, Mendoza lo conquistó desde el instante en que sus pies tocaron aquel suelo. Había algo en su atmósfera, su ritmo de vida y las sonrisas en los rostros de sus habitantes, que para Quentin tenía sabor a primera vez.
El trabajo en la bodega Piedra Negra Los Chacayes, ubicada en Valle de Uco, fluía bien, pero mejor lo hacían esas noches compartidas entre copas y nuevos amigos. Y fue allí, en un restaurante que comenzó a frecuentar, que conoció a una mujer que inspiró en él sentimientos inéditos, que torcieron el rumbo de su vida: “Ella, quien tiempo después se convirtió en mi esposa, es con quien comparto mi amor. Vivía en Tupungato, trabajaba en el restaurante de su padre y fue mi camino hacia mi vida en Argentina”, relata Quentin.
Todo lo que parecía seguro se desvaneció y, ante el francés, surgió una única certeza: no podía seguir viaje, no podía irse. Tal vez, allá a lo lejos, en suelo europeo, su familia y amigos se extrañaron, pero ante ciertas circunstancias fulminantes, como el amor, poco queda por decir: “La realidad es que no me preocupé mucho por cómo lo iba a tomar mi entorno, sucedió así y cada uno tiene derecho a hacer su vida como puede, y en este sentido respetaron mi decisión”.
“Ahora como padre entiendo que debió ser una situación difícil para los míos, no ver a su hijo todos los días, pero así es la vida, uno da raíces y alas a sus hijos, y un día toman sus propios caminos”, reflexiona.
Quentin voló a su país de origen para despedirse y organizar su partida definitiva hacia un punto en el mapa que alguna vez tan solo significó un nombre. Ahora se transformaría en su nuevo hogar y él estaba listo para la nueva gran aventura de su vida, dispuesto a disfrutar de la adrenalina inicial y la felicidad; abierto para descubrir nuevas personas, gente, paisajes, costumbres, cocina y, por supuesto, vinos.
Sin protocolos: “Lo que más me gustó al llegar es la manera de vivir que tienen los argentinos”
Quentin llegó a Mendoza para iniciar definitivamente su romance con una provincia que lo acoge hasta el presente. De aquella bodega, Piedra Negra, jamás se fue, y el Valle de Uco lo acompañó desde entonces, cada día.
Con el paso de los meses, el encantamiento que había vivido en un comienzo se intensificó, no solo por el entorno y su situación sentimental, sino por aquellas formas diferenciales de ser de los locales, que tanto lo habían sorprendido.
“Lo que más me gustó al llegar es la manera de vivir que tienen los argentinos, ¡me parecía que los días tenían más horas que en cualquier otro lado! Al respecto, ciertas costumbres sin dudas llamaron mi atención, como comer más tarde, salir más tarde”, asegura. “Y encontré que la gente acá está relajada a la hora de juntarse, o sea, no es tan protocolar como en otros países”.
El Valle de Uco y hacer vinos en un entorno de ensueño
Los años pasaron y dentro de su profesión, Quentin progresó hasta ocupar el cargo de director técnico y responsable de producción de la Bodega Piedra Negra Los Chacayes. Como enólogo, sabe que se halla en un escenario privilegiado dentro de un país fragmentado y donde los claroscuros sociales emergen en lo cotidiano.
“Aparte de tener un empleo que me gusta, tengo la suerte de trabajar en una bodega que es propiedad de François Lurton, pionero en la Indicación Geográfica (I.G). La bodega produce vinos certificados orgánicos al pie de la cordillera de los Andes, lo cual significa una oportunidad extraordinaria de poder hacer lo que más me gusta en un entorno tan hermoso”, cuenta con una sonrisa.
“Este lugar tiene una magia que me es difícil explicar. Qué es lo que sentí al llegar al valle, hace catorce años, creo que se traduce en la fuerza de la naturaleza, lo mineral, lo impactante que es la cordillera, poder hacer vinos ahí es algo que realmente agradezco todos los días”.
Enseñanzas argentinas: “Aprendí a luchar contra el etnocentrismo”
Años atrás, nada salió como Quentin esperaba, pero resultó mejor. El giro inesperado trajo consigo el primer aprendizaje de un hombre que dejó Europa atrás para vivir en un país desconocido: el destino a veces tiene sus propios planes.
Hoy, el padre de familia y amante de los vinos, repasa su vida en Argentina y se siente agradecido por el camino atravesado, y las riquezas, paisajes, sabores y aromas que le obsequió su país adoptivo.
“En Argentina aprendí a ser paciente”, dice pensativo. “Entendí que todo es un proceso en la vida, y que, a veces, las cosas toman su tiempo. Primero aprendí el idioma, no hablaba mucho español al llegar acá; luego aprendí a entender cómo funcionan las cosas en esta nación, y que lo diferente no es sinónimo de malo sino solo de diferente”, continúa.
“Aprendí también a abrir un poco la mente y entender que a veces todo depende de la perspectiva, de cómo estamos ejerciendo la objetividad respecto a algunas cosas. Comprendí que mi realidad puede ser vista de otra manera por otras personas. En definitiva, aprendí a luchar contra el etnocentrismo”.