Las peligrosas cartas de Perón en el exilio: instigación a la violencia armada y gestiones en el contrabando de armas
Durante más de tres años mantuvo un activo intercambio epistolar con su delegado John William Cooke para la planificación la “guerra de guerrillas” contra la dictadura del general Aramburu. “Tengo un odio inextinguible que no puedo ocultar”, le confesaba. La infructuosa aspiración de Cooke de convertir a Perón en otro Fidel Castro.
Durante todo 1956, la construccio?n poli?tica de Juan Domingo Pero?n fue la venganza .
Su objetivo era hacer crecer el odio del pueblo contra el gobierno militar y promover el caos hasta derribarlo. Si bien sus destinatarios epistolares eran mu?ltiples —escribio? miles de cartas durante su exilio—, habi?a depositado su fe en John William Cooke, el ma?s joven, aguerrido y tambie?n rebelde diputado que tuvo en el Congreso, y al que designo? como su heredero en caso de muerte y puso al frente del plan de insurreccio?n popular en la Argentina.
El 12 de junio de 1956, le escribio?:
“El odio y el deseo de venganza que existen hoy en millones de argentinos han de transformarse un di?a en ‘fuerza motriz’ y esa fuerza aprovechada a trave?s de una buena organizacio?n ha de dar resultados extraordinarios. La desesperacio?n, el odio, la venganza, suelen concitar fuerzas au?n superiores al entusiasmo y al ideal. Los pueblos que no reaccionan por entusiasmo so?lo reaccionan por desesperacio?n: es a lo que se esta? llegando en nuestro pai?s. Los fusilamientos no hara?n ma?s que acelerar el proceso”.
Pero?n no habi?a alentado la rebelio?n ci?vico-militar del general Juan José Valle de junio de 1956, y e?sta tampoco se habi?a realizado en su nombre:
“No haremos camino detra?s de los militares que nos prometen revoluciones cada fin de semana. Ellos ven el estado popular y quieren aprovecharlo para sus fines o para servir a sus inclinaciones de ‘salvadores de la Patria’ que un militar lleva siempre consigo. Pero aqui? se trata del destino de un pueblo y no de las inquietudes o ambiciones de ningu?n hombre” .
Era evidente que Perón no deseaba que el exilio le hiciera perder su rol de conductor.
“Hace cinco meses que imparti? las instrucciones: mediante las fuerzas del pueblo se podri?a llegar al caos. La nuestra era una revolucio?n social y este tipo de revoluciones habi?an partido siempre del caos y, en consecuencia, nosotros no debi?amos temer al caos sino provocarlo y utilizarlo en provecho del pueblo. El caos econo?mico y las miserias y privaciones emergentes hara?n que muchos otros se incorporen a la resistencia. Todo ese trabajo nos queda por realizar, ayudados por la incapacidad, la ignorancia y la violencia de nuestros enemigos Hay que organizar la lucha integral por todos los medios”.
Luego, Perón le sen?alaba a Cooke el camino de la resistencia:
“El pueblo tiene que hacer guerra de guerrillas, que en la resistencia se caracteriza por la suma de todas las acciones. La suma de pequen?as violencias cometidas cuando nadie nos ve y nadie puede reprimirnos representa en su conjunto una gran violencia por la suma de sus partes. Debemos organizarnos concienzudamente en la clandestinidad. Instruir y preparar a nuestra gente para los fines que nos proponemos, agruparnos en organizaciones disciplinadas y bien encuadradas por dirigentes capaces, audaces y decididos, que sean respetados y obedecidos por la masa, planificar minuciosamente la accio?n y preparar adecuadamente la ejecucio?n mediante ejercitaciones permanentes. Si para ello es menester utilizar al Diablo, recurriremos al Diablo oportunamente. Para esto el Diablo siempre esta? preparado”. (Véase Perón-Cooke. Correspondencia, tomo I, Buenos Aires, Granica, 1973, págs. 113 y 17).
En 1956, a poco menos de un an?o de su derrocamiento, todas las bases de poder que habi?a capitalizado en casi una de?cada estaban siendo arrasadas. El gobierno militar proscribio? al Partido Peronista e intervino la Fundacio?n Evita, la CGT, los gremios y reemplazo? el Congreso de la Nacio?n por una “junta consultiva”. Miles de dirigentes y activistas fueron arrestados y perseguidos. Las ca?rceles se llenaron de presos poli?ticos. Un decreto prohibi?a mencionar a Pero?n y a su difunta esposa en pu?blico. Tampoco se podi?a usar el bombo en las murgas de Carnaval, por ser considerado un “instrumento peronista”.
Para lograr un golpe de efecto, la Revolucio?n Libertadora mostro? las joyas y los vestidos de fiesta de Evita como pruebas del desfalco a las arcas pu?blicas. Las estatuas y los bustos de la jefa espiritual del Movimiento fueron retirados de los lugares pu?blicos, sus fotos quemadas, y tambie?n robaron y escondieron su cada?ver embalsamado.
Por otra parte, algunos de los ex funcionarios empezaron a formar partidos poli?ticos bajo el signo del “peronismo sin Pero?n”, para conformar “la capa blanda” del peronismo que buscaba “la pacificacio?n”. Adema?s, Pero?n habi?a perdido buena parte de su predicamento entre muchos sindicalistas que antes lo veneraban.
En el epi?logo de diez an?os de gobierno, la sociedad argentina habi?a quedado dividida entre quienes lo idolatraban y quienes lo odiaban.
Mientras tanto, Pero?n se aferraba a la ma?quina de escribir para levantar la moral de sus seguidores. El 11 de julio de 1956 le escribio? a Cooke:
“El odio y el deseo de venganza ya sobrepasaron todos los li?mites tolerables hasta en nosotros mismos frente a tanta infamia y espi?ritu criminal. Es necesario confesar que aunque fue?ramos santos tendri?amos que descuartizar a los traidores y asesinos de inocentes ciudadanos y prisioneros indefensos. Yo deje? Buenos Aires sin ningu?n odio pero ahora, ante el recuerdo de nuestros muertos y asesinados en prisiones, torturados con el sadismo ma?s atroz, tengo un odio inextinguible que no puedo ocultar”.
Pero la pieza clave de toda esa etapa fueron las Instrucciones generales, que hizo llegar a los peronistas de la resistencia y de los comandos de exiliados para que las difundieran y aplicaran. Relataba co?mo realizar cri?menes contra sus enemigos y co?mo preparar la “guerra de guerrillas” para el asalto final.
Las Instrucciones exhibi?an un grado de violencia tan manifiesto que muchos creyeron que eran apo?crifas, pero e?l mismo se ocupo? de confirmar su veracidad. Alli? explicaba:
“El enemigo debe verse atacado por un enemigo invisible que lo golpea en todas partes, sin que e?l pueda encontrarlo en ninguna. Un ‘gorila’ quedara? tan muerto mediante un tiro en la cabeza, como aplastado ‘por casualidad’ por un camio?n que se dio a la fuga. Los bienes y las viviendas de los asesinos deben ser objeto de toda clase de destrucciones mediante el incendio, la bomba, o el ataque directo. Esta lucha debe ser implacable, recordando que en cada ‘gorila’ que matemos esta? la salvacio?n de muchos inocentes ciudadanos que si no, sera?n muertos por ellos. Los gorilas deben llegar a la conclusio?n de que el Pueblo los ha condenado a muerte por sus cri?menes y que morira?n tarde o temprano en manos del Pueblo. Los medios para eliminarlos importan poco, hemos dicho que a las vi?boras se las mata de cualquier manera”.
"Un ‘gorila’ quedara? tan muerto mediante un tiro en la cabeza, como aplastado ‘por casualidad’ por un camio?n que se dio a la fuga. Los bienes y las viviendas de los asesinos deben ser objeto de toda clase de destrucciones mediante el incendio, la bomba, o el ataque directo", escribió Perón
Pero?n tambie?n proponi?a organizar sectas “diabo?licas”, con el nombre de Justicia del Pueblo, para combatir el gobierno de Aramburu:
“Los parientes y los amigos de los muertos, los perseguidos y encarcelados, los desposei?dos, etc. tienen derecho y obligacio?n moral de formar parte de estas sectas destinadas al castigo de los culpables. Su organizacio?n tendra? cara?cter permanente y no se disolvera?n por ninguna causa antes de cumplido totalmente su cometido. Los que ingresen a ellas deben pensarlo bien antes porque no pueden desertar despue?s. Se formara?n: a) En cada ciudad, pueblo, establecimiento, etc., el nu?mero necesario de Sectas Territoriales. b) En cada organismo sindical, las correspondientes Sectas Gremiales. c) En cada circunscripcio?n, departamento, etce?tera, las Sectas Poli?ticas correspondientes. Cada una de estas ‘Sectas’ debe tener la lista de los enemigos del Pueblo, con sus correspondientes domicilios y datos personales, encabezadas por Aramburu y Rojas, como asimismo sus colaboradores directos e indirectos y los sicarios de las Fuerzas Armadas. De acuerdo con estas listas, los asesinos y traidores del Pueblo sera?n condenados y se les aplicara? la pena. No es necesario que sea inmediata, se puede esperar la ocasio?n hasta que se presente. Ellos deben saber que un di?a u otro sera?n sancionados. Los hermanos que se incorporen a las sectas recibira?n un nu?mero para designarse y una palabra clave para reconocerse de modo que cada uno tenga, en vez de nombre, nu?mero, y en vez de apellido, una palabra clave. El ingreso se hara? en una ceremonia presidida por los hermanos dirigentes y, el ingresante, jurara? alli? “odio eterno a los enemigos del pueblo”, recibira? una pequen?a credencial de reconocimiento y se le leera?n las obligaciones que contrae con la institucio?n. Todas las reuniones son secretas y los hermanos, mientras se encuentren en ellas, se cubrira?n el rostro con capucho?n que impida que se les conozca. El trato entre ellos es secreto y so?lo se individualizara?n por medio de su nu?mero y la palabra clave. Una sola pena se aplica a los traidores: la Muerte. Los agentes que se infiltraran mediante engan?os deben ser dra?sticamente suprimidos en cuanto se los descubra. Los hermanos dirigentes, designados por la propia secta, deben conocer los antecedentes de cada candidato al ingreso. Es obligacio?n de todos los asociados, de todas las sectas, investigar todo lo referente a la desaparicio?n del cada?ver de la Ma?rtir del Trabajo —Don?a Eva Pero?n— y es deber de todos los asociados establecer los culpables directos e indirectos para matarlos. De esas vi?boras no debe quedar una viva”.
Pero?n queri?a golpear con violencia y de cualquier manera para hacer el pai?s ingobernable, pero la potencia de su mensaje no llegaba en las mejores condiciones. La mayori?a de las cartas que recibi?a eran controladas por el FBI, y las que enviaba eran robadas, se perdi?an o arribaban a destiempo. Tambie?n circularon manuscritos inventados, que entorpeci?an sus instrucciones.
Adema?s, Cooke, el jefe de la Resistencia Peronista, habi?a sido detenido en noviembre de 1955, y trasladado a distintas ca?rceles, y la capacidad del Comando de la Capital Federal que habi?a creado, a pesar de sus esfuerzos, era muy limitada, pues sus miembros no teni?an experiencia en acciones clandestinas. Eran detenidos con frecuencia.
A fin de cuentas, las acciones de resistencia contra el gobierno militar —incendios a medios de transporte, sabotaje industrial o “can?os” contra reparticiones pu?blicas— eran esponta?neas, teni?an grandes dificultades operativas y estaban fuera del control del Comando Superior Peronista que conduci?a Pero?n desde Caracas.
En Venezuela, Perón recibi?a a exiliados, funcionarios locales y a todo aquel que llegara de la Argentina. Trazaba las li?neas de accio?n a seguir, hablaba de la situacio?n mundial y escuchaba propuestas de negocios. Para cada visitante teni?a una palabra de aprobacio?n y de aliento.
En una oportunidad recibio? a un sindicalista; hablaron de poli?tica durante un rato y luego le redacto? una carta de apoyo. El visitante volvio? a Buenos Aires creye?ndose su delegado. A la semana, sucedio? exactamente lo mismo con otro sindicalista: conversacio?n, carta de apoyo y guin?o de representacio?n.
Uno de sus colaboradores le pregunto? por la razo?n de esa actitud.
—M’hijo —dijo Pero?n—, yo tengo que estimularlos a todos igual y unirlos detra?s de una misio?n comu?n, pero tambie?n tengo que hacer que se enfrenten. Si no, nunca voy a saber cua?l de los dos es el mejor.
Pero?n explicaba su ambigu?edad como un rasgo de la conduccio?n poli?tica, una fo?rmula eficiente para estimular la vida interior del Movimiento. Cuando los conflictos entre sus subordinados se sali?an de cauce, les quitaba importancia aduciendo rencillas internas o problemas de figuracio?n. Llegado un extremo, afirmaba que alguien estaba abusando de una representacio?n que no teni?a.
Para Cooke, la facilidad de su jefe para alentar a diversos grupos representaba un dolor de cabeza: nadie se subordinaba del todo sin una orden directa del General.
Pero?n explicaba su ambigu?edad como un rasgo de la conduccio?n poli?tica, una fo?rmula eficiente para estimular la vida interior del Movimiento. Para Cooke, la facilidad de su jefe para alentar a diversos grupos representaba un dolor de cabeza: nadie se subordinaba del todo sin una orden directa del General
Designado como jefe de la Divisio?n Operaciones del Comando Superior, Cooke se animo?, por intermedio de una carta, a poner al corriente a Pero?n sobre los inconvenientes pra?cticos que generaba esta modalidad.
Fue puntualmente por el caso de Jorge Daniel Paladino, quien actuaba en la Resistencia Peronista con un importante manejo de hombres y de armas en acciones de guerrilla urbana, y teni?a en proyecto montar una fa?brica de ametralladoras.
Hacia 1957, Paladino viajo? a Venezuela y recibio? la “bendicio?n” de Pero?n. Trajo cartas y discos de pasta con la voz del General que permiti?an inferir que era su representante. Con el impulso de Caracas, Paladino empezo? a recorrer Buenos Aires y se rebelo? contra la autoridad de Cooke.
Luego Cooke le escribió a Perón:
“Empezaron a llegar noticias de todas partes diciendo que Paladino declaraba que era representante directo suyo ante los Comandos y Grupos Obreros, y comparti?a conmigo en un pie de igualdad las funciones directivas, etc. Como llevaba discos y cartas suyas, la confusio?n fue muy grande, pues mientras laboriosamente estamos llegando a la unidad que tanto necesitamos, por otra parte esas actividades dan pie a que la gente piense que usted hace una especie de juego que consiste en que por una parte me ordena unificar, y por otra fomenta la anarqui?a. [...] Sugiero que se me autorice expresamente a hacer saber a Paladino que debe sujetarse a las funciones especi?ficas de la misio?n que se le ha confiado y que se abstenga de hacerse el caudillito”.
Pero?n reconocio? a Cooke haber entregado una credencial a Paladino, que e?ste podi?a utilizar so?lo a fin de reclutar gente para emplear en misiones de sabotaje. Y le prometio? que si Paladino “sigue en sus interferencias, lo vamos a desautorizar pu?blicamente. Es un buen muchacho que actuo? mucho ya, pero indudablemente se le han subido los humos a la cabeza”. Con ese aval escrito, Cooke retuvo las cartas y los discos de pasta que habi?a obtenido Paladino. (Ve?ase Pero?n-Cooke. Correspondencia, ob. cit ., tomo II, pa?gs . 29-30 y 40) .
Pero?n continuo? con su poli?tica de intransigencia hacia el gobierno de Aramburu, con permanentes llamados al caos y al sabotaje hasta que se alcanzaran las condiciones objetivas para provocar su cai?da. También, durante esta etapa de su exilio, busco? negocios que le permitieran comprar armas. Sabi?a que una revolucio?n no podi?a sostenerse con limosnas de bolsillo en reuniones de locro y empanadas, entre exiliados. Sin embargo, el dinero que obtenía nunca alcanzaba para sostener un estado de insurreccio?n permanente.
Esta falta se convirtio? en una obsesio?n.
En una de sus cartas a Cooke, Pero?n maldice el tiempo que le quitan actividades tales como escribir, orientar, adoctrinar y, sobre todo, conducir una maran?a de organizaciones —comandos en el exterior; grupos clandestinos; frentes gremiales, militares, ideolo?gicos o insurreccionales; enlaces—, que, adema?s de su precaria capacidad de accio?n, dispersan sus esfuerzos en innumerables intrigas internas.
“Yo puedo asegurarle que, si dispongo del tiempo y de la tranquilidad necesaria, en poco tiempo tendremos el dinero suficiente para dotar abundantemente a las necesidades que se presenten. Estoy en realizacio?n de algunos negocios que nos permitira?n no esperar ma?s. Debemos comprar las armas y hacer llegar todos los elementos a trave?s de las fronteras, mantener las relaciones en el pai?s en el que estamos, donde podemos conseguir mucha ayuda, pero hay que vincularse y trabajar, y finalmente la necesidad de tener yo cierta tranquilidad para poder pensar las cosas”.
"En Brasil hemos contratado para que las armas sean entregadas en territorio argentino y ellos corren con todo lo referente al contrabando. Naturalmente cobran ma?s caro pero tenemos ma?s posibilidades de obtener dinero que aqui?, en la cantidad necesaria”
Para ahorrar ese tiempo tan escaso y evitarse intervenir constantemente en las disputas y fricciones, delego? en Cooke la comunicacio?n con los comandos. Le explico?:
“Si usted, desde alli? conduce todo lo referente a la resistencia, organizacio?n y preparacio?n de las fuerzas y prepara desde ya las acciones que permitan estar en condiciones de accionar cuando la ocasio?n se presente, yo podre? hacerle llegar las armas y explosivos necesarios, como asimismo los medios econo?micos indispensables para ayudar a los Comandos de Exiliados y al interior del pai?s con los fondos necesarios”.
En esa misma línea, Perón se mostraba activo en el “mercado negro”:
“Hace poco tiempo perdimos una partida de armas que me ofrecieron porque no teni?amos la plata necesaria para pagarlas, pero espero poder, en el futuro, conseguir una similar. En Brasil hemos contratado para que las armas sean entregadas en territorio argentino y ellos corren con todo lo referente al contrabando. Naturalmente cobran ma?s caro pero tenemos ma?s posibilidades de obtener dinero que aqui?, en la cantidad necesaria”. (Ve?ase Pero?n-Cooke. Correspondencia, ob. cit., tomo I, pa?gs. 185-186, y pa?g. 324).
Un tiempo después de estas cartas, durante su estadi?a en Ciudad Trujillo —actual Santo Domingo, capital de República Dominicana—, y ya con Arturo Frondizi como presidente, Pero?n se desembarazo? de John William Cooke.
El ex diputado habi?a sido funcional a su estrategia de guerra revolucionaria durante ma?s de dos an?os, responsable del armado de la “li?nea dura” del peronismo con activistas de la Resistencia Peronista. Pero luego de la firma del pacto con Frondizi, Pero?n comenzo? a erosionar su liderazgo interno y lo puso en pie de igualdad con aquellos que habi?an buscado acomodarse primero con la Revolucio?n Libertadora y luego con la poli?tica “integracionista” de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), seducidos por el calor oficial.
La influencia de Cooke dentro del Movimiento se vio reducida con la creacio?n del Consejo Coordinador y Supervisor Peronista, un nuevo organismo de representacio?n, “brazo ta?ctico” de Pero?n, que integraban mu?ltiples dirigentes, la mayori?a de ellos pertenecientes a la “li?nea blanda”.
Todos ellos se vigilaban entre si? y reportaban directamente al General.
Con esta estrategia Pero?n lograba un efecto doble: por un lado, socavaba el poder interno de Cooke; por el otro, al integrar a la “capa blanda” a la conduccio?n del Movimiento, evitaba la dia?spora, aunque, segu?n sus cartas, Pero?n confiaba en su propio poder de aniquilacio?n:
“Yo no creo en la fa?bula de la ‘integracio?n’ y menos en la ‘fagocitacio?n’ del peronismo por la UCRI, como algunos temen. Si Frondizi llegara a ‘comprarse’ algunos dirigentes peronistas o algunos dirigentes peronistas quisieran ‘recostarse’ o ‘cabrestiar’ para el lado de Frondizi, me bastari?a una sola palabra para aniquilar a todos los que se prestaran para un acto tan indigno. El peronismo, por su mi?stica, su doctrina y la politizacio?n de la masa esta? en condiciones de expulsar a la mitad de sus dirigentes sin que pierda un solo voto. Nosotros no tenemos caudillos”, escribió.
En Cuba, Cooke apelo? al fervor revolucionario de Pero?n y lo invito? a residir en La Habana. Contaba con el apoyo de Fidel Castro. Pero el General permanecio? inmune a sus imploraciones
En enero de 1959, la huelga obrera que resistio? la privatizacio?n del frigori?fico Lisandro de la Torre basto? para que el nuevo Consejo Peronista entrara en colisio?n con la li?nea revolucionaria de Cooke. Con la calificacio?n de “loquito y terrorista”, lo acusaron de promover una alianza entre obreros peronistas y comunistas en el conflicto, que fue reprimido por Frondizi, como un ejercicio previo a la implementacio?n del Plan Conintes: cientos de li?deres gremiales fueron encarcelados.
Cooke imaginaba que Pero?n saldri?a a respaldarlo. Le escribio? que se senti?a agraviado por el organismo, y le informo? que el Partido Justicialista, que habi?a sido legalizado en algunas provincias, se estaba contaminando de “corruptos” que negociaban por dinero el fin de una huelga o su integracio?n con Frondizi. Bajo la fachada de la “unidad” y la devocio?n al Li?der —le advirtió Cooke— se estaban cometiendo las peores estafas.
Despue?s de recibir esa carta, y durante mucho tiempo, Pero?n dejo? de escribirle y designo? a Alberto Manuel Campos en su reemplazo. Cooke, perseguido por el gobierno de Frondizi, paso? a la clandestinidad, fue marginado del Movimiento, y decidio? asilarse en Cuba, donde quedo? embelesado por los discursos de Fidel Castro y el clamor de las multitudes.
En la isla recordaba con nostalgia, pero tambie?n con aspiracio?n de futuro, a Pero?n en el balco?n de la Casa Rosada. Cooke intento? convencer a los cubanos del cara?cter revolucionario del peronismo y retomo? la correspondencia con el General desde La Habana, en su afa?n de proyectarlo como un li?der de la liberacio?n latinoamericana y diferenciarlo del resto de los dictadores refugiados por Trujillo.
Pero en sus cartas al General, Cooke no dejaba de anotar sus advertencias: el peronismo —afirmaba— debi?a definir una ideologi?a, que para Cooke era luchar por la liberacio?n del proletariado a trave?s de la guerra de guerrillas. Para la mayori?a de los dirigentes peronistas, en cambio, la ideologi?a se defini?a en la lealtad al General.
Durante varios an?os, Cooke apelo? al fervor revolucionario de Pero?n y lo invito? a residir en La Habana. Contaba con el apoyo de Fidel Castro. Pero el General permanecio? inmune a sus imploraciones, y a Cooke le llevo? bastante tiempo comprender lo este?ril que resultaba continuar esa correspondencia cada vez ma?s unilateral.
(El intercambio epistolar entre Perón y Cooke fue editado por primera vez a inicios de la de?cada de los setenta. Tuvo mucha influencia en los jo?venes que desde la izquierda se integraban al peronismo, porque mostraban a un Pero?n propulsor de las ideas revolucionarias, especialmente en el tomo I).