“Lo primero que pensé es que no me quería morir”. Lo que empezó como un dolor de rodilla se convirtió para Matt en un antes y un después en su vida. No sólo tuvo que aprender nuevamente a dar sus primeros pasos a los 17 años, también a ser resiliente y continuar con el mismo ritmo que llevaba antes de que le diagnosticaran la enfermedad.
Corría el año 2013, recién había vuelto de viaje de egresados del Secundario y recibió de su médico la peor noticia: “Tenés osteosarcoma”, un tipo de cáncer de hueso.
Ese dolor que sentía, no era nada más ni nada menos que un tumor que ya había alcanzado los 14 centímetros de largo y 45 de diámetro en su pierna derecha. Muy poco se pudo hacer, meses después, el 6 de enero del 2014, tras la quimio y con el riesgo de que el cáncer continuara invadiendo su cuerpo e hiciera metástasis, decidieron la amputación de su miembro inferior.
Matthew Thomas Cunliffe tiene 25 años, se recibió en la Universidad Nacional de Cuyo de administrador de empresas y trabaja como consultor en una influyente compañía internacional de tecnología con base en Miami, Estados Unidos. Además de tocar la batería forma parte del coro universitario de esa casa de estudios donde es barítono y ya recorrió gran parte del mundo.
Desde su casa en Godoy Cruz, el mendocino recordó cómo lejos de hundirse en la depresión en su adolescencia, un momento bisagra para cualquier chico, decidió salir adelante, mirarse al espejo y decir: “Me quiero recuperar”.
“En un primer momento fue impactante y lo único que pensé es en ‘no me quiero morir’ y también que no quería dejar a mis hermanitos sin su hermano mayor”, rememoró.
La contención familiar y el deseo, las claves
Con el paso del tiempo, Matt tiene cada vez más claro que su madre, Lupe Campoy Frisson, el resto de familia y amigos fueron una pieza fundamental en todo el proceso que duró su enfermedad y para ayudarlo a que las muletas y luego la prótesis no se transformaran en un obstáculo.
“Sorprendentemente mi vieja me transmitió mucha tranquilidad y confianza en todo el tratamiento, era la que me llevaba y traía al hospital. Siempre la piloté muy bien delante mío, pero también mis hermanos se lo tomaron bastante bien. Todo eso me hizo estar tranquilo”, aseveró el joven.
Y reflexionó: “El entorno familiar es clave porque cuando una persona tiene cáncer o una discapacidad, o ambas, sus allegados lo tratan como si fuera de cristal en post de protegerlo y entonces te volvés un poco inútil.
Me parece importante lo que hizo mi vieja que fue ir incentivando a hacer cosas como limpiar la habitación o tomarse un colectivo. Incentivar a las personas con discapacidad a tomar las riendas de su propia vida”.
A toda esta contención se sumó el respaldo de sus amigos y el deseo de seguir adelante para experimentar su juventud. “Con 18 años mis amigos comenzaron a salir a boliches y a manejar. Veía sus fotos y decía ‘tengo ganas de hacer esto’. No me hizo mal, no podía esperar a terminar la quimio para hacer todo eso. Fue un combustible”, contó.
Aprender a verse con la prótesis
Luego de la amputación, Matt estuvo tres días en el hospital sin querer mirar el resultado de la intervención. “Me dolía muchísimo y era como en una película de terror, donde me intrigaba lo que había debajo de la sábana, pero no quería ver…”, dijo.
Sin embargo, cuando tomó fuerzas para reencontrarse con su nuevo cuerpo no le dio impresión. “Sólo tenía un muñón”.
Lo más complejo a superar fue el síndrome del miembro fantasma, la percepción de sensaciones de que un miembro amputado todavía está conectado al cuerpo y está funcionando con el resto de este. “Me dolía mucho y no podía hacer nada. Había que bancársela y con el tiempo uno termina acostumbrándose”, sostuvo.
“Lo que más me jodía ser amputado era lo estético. Pensaba ‘qué mina me va a dar bola si estoy amputado’, pero recuerdo que tras una charla con un tío, él fue claro y me dijo que hasta cierto punto era mejor porque me iba a sacar de encima cosas superficiales. Y me quedé más tranquilo”, señaló.
Y afirmó: “La verdad es que desde ese momento hasta ahora no he tenido ningún problema ni ninguna situación incómoda en la intimidad donde una mujer sienta impresión cuando me saco la prótesis. Tampoco me siento inseguro al momento de encararla. He tenido dos prótesis en mi vida y hasta las veo ‘cool’, los diseños están buenos y me acostumbré rápido”.
A sus 25 años y con muchos proyectos en camino, a Matt no le da miedo volver a tener cáncer. “Aprendí a cuidarme ya recordar lo valioso que es tener salud, que es la base para que podamos hacer todo lo que deseamos a diario: ir a trabajar, viajar o hacer música. Cuido mi cuerpo comiendo sano y haciendo ejercicio, pero también mi mente, fundamentalmente mi mente”.