Cristian Saldías tenía 16 años cuando realizó su primer gran viaje en bicicleta. Aquella vez discutió con su padre, se ofendió, agarró la bici y pedaleó y pedaleó hasta llegar a Coronel Dorrego, a unos 100 kilómetros de su ciudad, Coronel Pringles.
Hoy, con más años y experiencia, recuerda con una sonrisa aquella anécdota. Ya no pedalea lejos por enojo, sino por la pasión que siente por la bicicleta. Y sueña a lo grande.
“El objetivo es Ushuaia”, anuncia con felicidad, casi como si no supiera que entre su ciudad y la capital de Tierra del Fuego hay casi 2.500 kilómetros de distancia.
A un promedio de velocidad de 20 kilómetros por hora -lo que muchas veces no se logra por distintos factores, como el viento, el calor o lo empinado de algunas subidas-, calcula que tendrá que pedalear casi 125 horas. Y está feliz.
“De chico siempre me gustó la bicicleta, aunque también me impulsa el hecho de ir conociendo gente -contó a La Nueva.- Siempre pensé en hacer un viaje largo, una travesía de este estilo. Estuve en Neuquén y en Bariloche, y allá ves cantidad de gente haciendo esto, por lo que me dije 'lo tengo que hacer'. Y así me largué”.
Durante la pandemia su padre enfermó de Covid-19, lo que lo obligó a volver de su lugar actual de residencia, Neuquén.
“Allá me había ido bien, lo suficiente como para tomarme 2 o 3 meses libres para hacer esto”, refirió.
La travesía comenzó hace algunos días.
“Llegué a Cabildo el martes, medio complicado por la rueda de atrás de la bici: había cortado 7 rayos. Algunos pude ir cambiando, pero justo en la parte del piñón no podía sacarlos -comentó-. Entonces un amigo de Cabildo que hacía años no veía se puso en contacto enseguida, y a la noche cayeron mis amigos Facundo Laplace y Tato Plaza, de Pringles, que me trajeron una rueda armada completa”.
“Ahora estoy en Bahía y llevé la rueda para que me la revisen, porque con la que me prestaron no corté un solo rayo”, añadió.
“Pero el destino final es Ushuaia. Cuando me pongo una meta la cumplo, como buen vasco que soy, bastante porfiado, pero ojo que tampoco quiero hacer locuras. Si pasa algo en el viaje o no me siento bien, no tengo problemas en cargar la bici en colectivo y pegar la vuelta”
En la primera etapa de la travesía -contó- le tocó mucho viento en contra.
“Fue durísimo. Cuando salí de Cabildo para Bahía noté el cansancio muscular. Me había impuesto una fecha (para llegar). Hice 70 kilómetros (entre Pringles y Cabildo) a pesar del viento, así y todo, y después 40 más (hasta Bahía) y llegué bien. Tengo para descansar un día y luego sigo”, relató.
“No me corre nadie. Quiero disfrutar el viaje, así que voy a ir al ritmo que me den las piernas. Llevo carpa donde dormir, cocinar. Y el día que no me sienta bien, descansaré. En muchos lugares tengo amigos, pero si en alguno no hay ninguno, pero me gusta un arroyo o un lugar, también me voy a quedar”, añadió.
Cristian contó que cuando decidió hacer el viaje, en septiembre pasado, se conectó con grupos de cicloturismo.
“Ahí la buena onda es impresionante. Desde Comodoro Rivadavia una familia ofreció el patio de su casa para armar la carpa. Y así en un montón de lugares. La gente está atenta y es muy solidaria. Ni bien salí de Pringles lo noté: me detuve dos veces a descansar en la ruta y paró gente a ver si necesitaba algo”, señaló.
Sobre su travesía, dijo que sólo hay que animarse.
“Mi familia me conoce y no los sorprendió la idea. Se preocupan, obvio, pero tuve apoyo total en todo. Hasta mi viejo me acompañó en el auto hasta El Despeñadero (en la ruta 51) a cebarme mates. Estoy haciendo lo que quiero hacer”, dijo.
“Al que quiera hacerlo le digo: nada mas hay que animarse. Conocí gente que se ha largado a viajar sin tener entrenamiento, primero haciendo 10 o 20 kilómetros, y después fueron sumando más”, cerró.
Para quienes quieran conocer más de la aventura de Cristian, pueden seguirlo a través de Facebook (Cristian Saldias Zweedyk).
Hasta una ducha portátil en su carro de viaje
A Cristian no le alcanzaba con las alforjas que se colocan a los costados de la bicicleta para guardar las cosas que necesitaba. Entonces decidió armar un carro que acopló a su rodado.
“Como tengo herramientas de herrería, reciclé algunos fierros, reposeras viejas, cosas que tenía en el galpón y otras que me regalaron. Armé el carro con ruedas viejas de bicicleta, con la ayuda de muchas personas que me fueron aportando datos o ideas”, contó el pringlense.
Una de las tantas cosas que lleva en ese carro es una ducha portátil que le regaló un amigo. “Es una bolsa especial a la que le echas agua y se calienta al sol. Una de las cosas más importantes es poder pegarte un baño a la noche, es fundamental”, confesó.