Hubo un tiempo en que en las peluquerías se pedía el corte "Comitas". No había que llevar una foto, cualquier trabajador de las tijeras sabía cómo esculpir el pelo con la colita saliente a los costados. Tiempos de gloria para Jorge Comas, de flotar libre por el verde de los estadios, lejos del "penalito" de Veracruz, donde hoy vive con el cabello cortísimo en una celda de 16 metros cuadrados.
En ese centro de la localidad de Colonia Playa Linda se alojan aquellos detenidos que están a la espera de que un juez determine su situación y les otorgue prisión formal o no. En junio de 2021, 23 años después de que el ex Boca viajara por primera vez al tercer estado más poblado de México, la Policía de Boca del Río lo arrestó por ultrajes a la autoridad. Fue luego de una denuncia de agresión de una vecina del barrio Fraccionamiento Joyas de Mocambo. Dictaron dos años de prisión preventiva.
En un país en el que al menos 6 de cada 10 mujeres mexicanas enfrenta un incidente de violencia, los zócalos televisivos anunciaban "escándalo policial". El caso rozaba, en realidad, ribetes dramáticos. Según la Fiscalía, se lo vincula a Comas con el delito de violencia de género hacia tres mujeres.
La información cobró notoriedad en los medios mexicanos porque se trataba de aquel recordado wing que saltó de Colón a Vélez Sarsfield, el mismísimo personaje que hubiera podido jugar en Europa (en el Lecce de Italia) de no ser porque se negó a cortarse su tan amada melena. En 1989 desembarcó en tierras aztecas y terminó perforando redes para los Tiburones Rojos. "Era Gardel allá", cuentan. Los testimonios desdibujan al mito y las imágenes son monstruosas.
Lidia Margarita Villagómez Meza, de 58 años, una de las víctimas, se plantó ante la cámaras de TV con moretones en todo el rostro y contó que recibió "15 golpes con el puño cerrado". Sabrina, otra denunciante, contó a ese noticiero que él la apedreó (y a su auto).
"Es inocente. Yo solicité el procedimiento abreviado y están por autorizarlo, con esto él sale de prisión", sostiene desde Veracruz su abogado, Arturo Domínguez, que habla de "montaje", en medio de la indignación de mujeres como Abigail Montoya, la reportera de TV Azteca que tomó testimonio de esas damas lastimadas que confesaban su terror. "Lo más impactante es que las víctimas son principalmente mujeres ya adultas mayores", suma la periodista a 7.000 kilómetros.
Para el ex delantero (61 años) no es el único incidente policial de su estadía mexicana. En 2012 fue demorado unas horas también en Veracruz, luego de ser denunciado por el periodista deportivo Miguel Angel Rocha Solano, quien aseguró que el ex futbolista lo había agredido en un restaurante, con "amenazas de muerte y lesiones". "Me da pena. Tuve por él gran admiración y cariño. Pero comprobé que se descontrola", afirmaba el comunicador, tal como publicó entonces Clarín. En 2016 también fue detenido, por presunta agresión a una persona dentro de un restaurante veracruceño.
"Jorge hoy dirige un equipo de internos. Y tiene buena relación con todos los que están muros adentro", describe uno de sus hermanos en Argentina, que a cuentagotas recibe información sobre esa rutina carcelaria en la que despiertan a los internos a las cinco, los hacen bañar y encabezar diversas tareas, como barrer o limpiar baños. Varios allegados coinciden: el ex deportista es un ser huraño.
"Tengo un temperamento difícil", repetía ya el propio Comas en viejas entrevistas, con el pecho tatuado del lado izquierdo con la palabra "Jesús", antes de volverse un enigma, huidizo frente a los micrófonos. Desde su mudanza a México, el vínculo con sus ocho hijos se rompió y su vida transcurrió siempre en soledad.
"Comitas" se transformó en un fantasma para el periodismo tras su retiro. Misterioso, difícil de "cazar" para la prensa. "Desapareció del mapa. Es de ese tipo de jugadores que se borran del mapa", define Roberto Passucci, el ex futbolista que compartió la primera de Boca en los '80 y se sorprende con las novedades de su actualidad. "Todos mantenemos algún diálogo o nos cruzamos en algún lado, pero a él no lo vimos nunca más. En su momento era una gran persona, sumiso, tímido, muy quedado en un rincón. No se lo veía agresivo en la relación con los compañeros, pero tampoco lo conocíamos en la vida privada".
Caballos, "tentaciones" y una vida desordenada
"De niño era mi gran ídolo, todos teníamos el pelito como él. De adulto, un día me mudé a un conjunto habitacional, El corsario, en Veracruz, subí la escalera y lo vi. Yo vivía en el departamento 8, él en el 7. Había escuchado todo tipo de leyendas urbanas, que vivía en la calle y demás, e hicimos una amistad espontánea", describe Rodrigo Soberanes, el periodista que hace más de una década, antes de la cárcel, filmó un documental sobre el ocaso de Comas.
"Un día le dije: 'Vamos a grabarte, loco'. Y empecé ese documental, que me llevó como dos años", suma. "Él tenía momentos de crisis, producto de su soledad, que luego saqué en la edición. De joven ganó dinero y fue famoso, poca preparación, despilfarro, típica historia como de boxeador, de rockstar. Quise reflejar su soledad, encerrado, con gatos y con bocinas (parlantes) de su tamaño a todo volumen, temblaba mi piso. Escuchaba música viejita en inglés. A veces él lloraba y yo bajaba a conversar, él tenía un par de amigos que lo ayudaban, pero de pronto explotaba".
Con la cámara, Soberanes pinta con gran intimidad ese estado como de destierro entre cuatro paredes, con los gatos desafiantes como única compañía y el pasado en presente continuo. "Vivía de lo que iba cayendo. A veces le caía un dinerito, resabios del ídolo. Recuerdo que un día enfermé de la panza y él no tenía para comer, y me preparó caldo de gallina. Tenía actitudes muy humanas, pero con el episodio policial grave de ahora, uno siente una gran contradicción. Yo me fui de Veracruz y perdí el contacto. Creo que las enfermedades mentales o emocionales no se abordan como se debe, él necesitaba ayuda profesional y nunca la recibió. Me lo decía a cámara: 'Todos los días se lucha contra uno mismo'. Vivía luchando contra sus demonios".
Videos virales desde hace una década lo muestran en situaciones conflictivas con la policía. Como un mexicano más, se lo escucha usando la jerga local, pero no perdió el acento argentino jamás. "Se adaptó bien a Veracruz porque se mueve en una idiosincrasia como la nuestra, un tanto indisciplinada", describen sus vecinos.
"Él está muy bien. Viajaron para México uno de sus hijos y un sobrino. No quiere que hablemos del tema con nadie", explica con prudencia Juan Comas, otro hermano de Jorge. "Seguro que podrá rehabilitarse, teniendo en cuenta lo que pasó sabrá sobreponerse a los problemas. Siempre lo hizo. No sé si volverá a trabajar ligado al fútbol o a otra cosa".
En su Paraná natal, en la peña de Boca Juniors Jorge Comas, se dirime el asunto del nombre en homenaje. ¿Arengar un apellido vinculado a episodios de violencia? "La denominación surgió hace más de 15 años, cuando se oficializó la peña. Se va a tratar en asamblea si se cambia", advierte desde Entre Ríos la presidenta de la institución, Paola Gómez.
"Conmigo siempre hay un problema, pero eso es parte de mi vida", confesaba Comas a cámara en el viejo documental que hoy se resignifica. En esa filmación se jacta de un título, el de director técnico, otorgado por la Asociacion de Técnicos del Fútbol Argentino, con un promedio de 7,12 puntos. Parte de su familia cree que el refugio en la religión podría salvarlo. "Ojalá vuelva al país algún día, conozca a Juan Román Riquelme y empiece otra vida", dice por lo bajo un integrante del clan que prefiere el anonimato.
Antes del último hecho policial, Comas había otorgado una entrevista a una radio partidaria boquense, para la que viajó durante tres horas desde un campo de las afueras de Veracruz hasta el centro. Vivía sin conexión a Internet, y ese traslado le posibilitó usar la notebook de su abogado para comunicarse. "Hace 20 años que no vuelvo a la Argentina. Los futbolistas no tenemos jubilación. Vivo al día. Tengo propiedades, pero se las dejé a mis hijos. A veces tengo plata y a veces no", decía por Cadena Xeneize.
"Pensábamos hacer una nota de 25 ó 30 minutos y estuvimos charlando con él tres horas y media", detalla Claudio Cauciello, uno de los conductores del ciclo Conectados por Boca que logró el último gran testimonio. "Jorge tenía sus momentos anímicos, pero cuando hablábamos de fútbol se lo notaba feliz. Estaba muy dolido con los hijos, decía que se habían quedado con todo. Queríamos sacarlo de ese tema, pero volvía solo. Y nos comentó que ya no quería volver a la Argentina".
Resurrecciones y caídas varias
Nacido el 9 de junio de 1960, antes del sueño de futbolista (heredado de su padre, jugador amateur), Jorge Alberto fue verdulero, panadero, plomero y albañil. Con apenas cuarto grado cursado comenzó a trabajar para que en la casa hubiera algo más que "pan viejo y mate". Entre changa y changa empezó en las divisiones inferiores de Belgrano de Paraná y participó de torneos regionales para Patronato.
"En mis inicios era número diez como mi papá, pero Pipo Rossi me volvió wing en un partido en el que se había lesionado el puntero titular", explicaba sobre sus comienzos profesionales.
A la Primera de Colón de Sante Fe llegó luego de que los dirigentes de ese club lo vieran en un partido contra Patronato y lo ficharan de inmediato. Para 1981 pasó a Vélez Sarsfield. "Como no me adaptaba a Buenos Aires fui trayendo gente de mi barrio. Creo que traje a todo el barrio a vivir conmigo", se reía al evocar esa etapa. "Pude haber ido al Valladolid, pero mi padre tuvo una embolia y rompí el contrato para quedarme con él".
Carlos Bianchi, su entonces compañero ya veterano fue su gran consejero en Liniers. La vida parecía recompensar a Comas, pero la pérdida de su padre lo hizo entrar en una depresión con la que amagó abandonar el fútbol. "No podía ni levantarme. Sin mi padre me debilité. Un primo arregló el pase con Carlos Heller y cuando llegué a la Bombonera sentí una emoción tan grande que lo primero que hice fue dar la vida por Boca. Boca me revivió. Me dio fuerzas para seguir".
Cuando enviados del Lecce de Italia llegaron para llevárselo, un truco suyo no cayó bien a los europeos y perdió la gran oportunidad de su carrera: 'Hay que cortarle ese pelo', me dijeron, yo me lo corté, todo bien cortito, pero con la colita atrás, y me la metí adentro de la camisa para ir a firmar el contrato. Firmamos y apareció el italiano, me vio de atrás y gritó: 'Yo a este indio no me lo llevo', y rompió el contrato en un segundo. Ahí me quedó para siempre el pelo corto adelante y largo atrás".
El romance con el club de la ribera comenzó en 1986 y duró tres años. Llegó con 55 kilos y un diente de oro y la dirigencia del club le regaló siete meses de comidas libres en un restaurante para que se alimentara. Para 1988, por ejemplo, el horizonte parecía cada vez más amplio. Muchos recuerdan aquellos dos goles olímpicos convertidos entre el 14 de enero y el 23 de febrero, uno al Pato Fillol, arquero de Racing; el otro a Nery Pumpido, de River.
En México sus goles se combinaron con su indisciplina, con roces con técnicos y dirigentes. Podía ausentarse de los entrenamientos por tres días y el domingo siguiente presentarse campante para convertir varios goles. "No me sostuve en las tentaciones", admitía.
Retirado en Colón de Santa Fe en 1994, años después regresó a Veracruz. "El Maligno (en referencia al diablo) se había metido en mi casa. Pero Dios me salvó. Hace 17 años que voy a misa y estoy bárbaro", decía a Clarín, con crucifijo en el pecho 20 años atrás. "Cuando dejé de jugar estuve seis meses enfermo, deprimido. No salía de la cama y no comía. Pero salí, yo siempre salgo".
Con el final de su carrera deportiva hubo un intento de cambio de rubro que lo volcó a los caballos de carrera. "Invertí tiempo y dinero en eso, no gané nada. Estuve fundido", explicaba.
"Ando de parranda todos los días, Alfredo. Vivo en libertad hace 20 años, ya no tengo familia, no tengo nada", le confesaba a su amigo Alfredo Graciani en el reencuentro virtual que propuso Cadena Xeneize. "Yo di la vida por Boca. Económicamente Boca andaba mal. No teníamos para comer, vendía jeans o camperas, pero estaba firme en el entrenamiento, me pagaba la nafta para ir".
"Mi vida se llenó de vividores. Yo los llamo tiburones o pirañas. En esa época todos me saludaban, todos me querían. Después no me saludaban ni los perros. Aprendí a hablar con Dios de corazón a corazón. La soledad es la mejor flor que tiene Dios para amparar".
Una contradicción caminando. Ese parece a lo lejos el de los más de 200 goles, el que recorría cárceles junto a José Barrita "El abuelo" para jugar partidos contra los presos, el que sonreía con los brazos abiertos en las tapas de El Gráfico y nunca terminó como de encajar socialmente, ni en el hemisferio sur, ni en el norte. "Yo vine (a México) muerto de la Argentina. Lloro todos los días, quiero sacar del cordón umbilical la mala vida que he hecho", dice en una grabación de mala calidad, en la que fue su casa, casi sin muebles. De una soga cuelgan viejas camisetas, la tela amarillenta de una gloria que se escabulló.