Como estaba en Tucumán, el Presidente dijo que todos los días piensa en mudar la Capital al Norte. Quizás no habría que alarmarse demasiado: podría tratarse de una especie de síndrome de mitad de gobierno. En la mitad del suyo, a Alfonsín también se le dio por una gran mudanza a Viedma. Decía que había que “crecer hacia el sur, hacia el mar y hacia el frío”. Todos sabemos en qué terminó.
No se sabe si por desorientación propia o por un intento de desorientar a los demás, Fernández también dijo que busca aumentar el número de la Corte. Está enojado con la Corte y más enojado estaba ese día, en que le habían avisado que los jueces ya iban a voltear la reforma de la Magistratura con la que el matrimonio Kirchner avanzó en 2006 en su carrera de colonización de la Justicia.
Estamos acostumbrados al Fernández que anuncia cosas que va a hacer y no hace. Pero el Martín Fierro de la semana se lo ganó el gaucho de Santa Cruz Máximo Kirchner, que venía perdiendo la batalla del presupuesto y cuando iban a hacerle el favor de pasar el debate a Comisión, se le saltaron los tapones y empezó a tirotear a los jefes de la oposición a los que había pedido ayuda. No se olvidó casi de ninguno: de Santilli y Frigerio a Vidal y Ritondo. El resultado: un pelotazo en contra. Todos se juntaron para hundirle el proyecto.
Cuando fue enviado a Diputados, a mediados de setiembre, el presupuesto 2022 ya era en más de un sentido letra muerta. Para empezar, la inflación, calculada en el 33%. La proyección de los institutos privados que consulta el Central dicen 52%. Otro: la estimación de crecimiento del PBI canta 4%. El Fondo Monetario prevé 2,5%. Y en estos días, legisladores del Frente de Todos agregaron medio centenar de artículos y más gastos por $ 180.000 millones. Obvio: sin financiamiento. Un dibujo de punta a punta.
Habían pasado 21 horas discutiendo estos datos y el oficialismo seguía empantanado en la falta de número. Massa había dejado trascender un acuerdo con su amigo Morales pero no pudo seducir a radicales reacios a cualquier pacto antes de la elección del Comité Nacional. Tampoco tuvo suerte su apriete al lavagnismo con la amenaza de echar a embajadores y funcionarios que tiene en el Gobierno. Al fin tiró la toalla sin tirar la toalla: propuso a la oposición mandar el proyecto a comisión y la oposición, dividida por intrigas y desconfianzas y temerosa del costo político, terminó aceptando.
Un rionegrino hizo la moción, Camaño, del bloque Federal, se plegó y después, la Coalición Cívica. Pero aparecieron Máximo y sus provocaciones para la tribuna. Chau al acuerdo y bienvenido otro zafarrancho: una votación que sabía o debía saber que iba a perder. La peor señal para el Fondo, en medio de la negociación con el Fondo. ¿A propósito o por inexperiencia? Máximo dice cosas como que con traidores no negocia. ¿Qué traidores? ¿Con quién va a negociar ahora que le faltan votos y tiene que negociar? Demostró que sólo por portación de apellido no se sabe hacer política.