Que la actual crisis ha opacado la vida cotidiana de millones de personas en el país, no es solo un hecho que se traduce en las estadísticas e informes (oficiales o no) sobre la pobreza en Argentina. De hecho, la preocupación es tan grande que en las charlas de todos los días las palabras “plata”, “precios” e “inflación” parecen ser infaltables.
En la mesa familiar y en cada decisión de aquellas personas que se empobrecieron en los últimos años a pesar de contar con un trabajo estable o haber logrado sostener un emprendimiento, las cuentas no cierran. Si bien en el interior de los hogares cada realidad es única, una misma matriz es compartida por millones: los ingresos, para la clase media, no alcanzan.
El empobrecimiento generado en manos de la inflación (que va muy por delante de los ingresos) hace ajustar cinturones y modificar hábitos de consumo en todas las esferas de la vida. Más bien, el desafío actual de quienes hoy rozan la línea de la pobreza, es poder llegar a fin de mes con todas sus cuentas pagas y satisfacer las necesidades habitacionales, de alimento, vestimenta, transporte y educación de su familia..
El informe sobre pobreza que dio a conocer esta semana la Universidad Católica Argentina (UCA) mostró no sólo el franco deterioro que han sufrido las familias de menos recursos (43%) de la población del país, con un impacto directo en la infancia. Aquellas esferas consideradas “intermedias” en relación a sus ingresos y capacidad de respuesta económica frente a las necesidades básicas, señala la investigación, tampoco ha quedado exenta. En este sentido, el estudio refleja en si bien en este año que finaliza se registró una leve mejoría, las condiciones siguen mucho peor que en 2019.
“La reactivación económica ha producido un aumento en la demanda de empleo, pero se ha registrado una caída del ingreso real", destaca el estudio, denominado “Crisis del empleo, pobreza de ingreso y privaciones sociales estructurales 2010-2021".
“Ajustes” que se hacen sentir
La mujer observa con detenimiento los precios en la heladera de los fiambres en un supermercado de Ciudad. En su canasto ya incluyó dos cajas de leche en polvo, una bandeja de carne molida común y el paquete más pequeño de pañales . “Estoy viendo si encuentro algo para hacer una picada; pero la verdad es que está tan caro todo que no voy a llevar nada más”, desliza en un tono más bien resignado y cuenta que su idea original para preparar el almuerzo para su familia cambió por los precios de los cortes en la carne de primera. “La idea era hacer unas milanesas, pero es imposible”, agrega Juliana G. (35).
Cuenta Juliana que es maestra y que si bien nunca ha sido de las personas que hacen las compras sin pensar en la cuenta final, desde hace meses, su necesidad de achicar lo que más pueda los gastos ha ido en aumento. “Ahora hay que cuidar cada centavo que se gasta porque si no es imposible llegar a fin de mes”, destaca y comparte que inclusive desde hace unos meses decidió iniciar un emprendimiento propio para salir a vender panificados caseros por las tardes.
Su desafío como mamá es nada menos que satisfacer todas y cada una de las necesidades de sus dos pequeños hijos. “Mi esposo es empleado municipal y tiene un suelo estable pero entre los dos ingresos más lo que logra juntar cada uno con otras labores independientes se nos hace muy difícil”. En su caso, la suma a principio de mes supera los 80 mil pesos; de los cuales una buena parte se destina al alquiler de la vivienda.
En el caso de Romina G. (40) la realidad es también compleja aunque a diferencia de lo vivido meses atrás ella pudo conseguir un trabajo en el comercio. “En casa somos tres; mi esposo, mi nena y yo. Con un solo sueldo era imposible poder llegar a mitad de mes con todo pago. Habíamos llegado al punto de no cenar nosotros para que nuestra hija comiera bien”, desliza.
Romina aclara que aunque desde hace dos meses la familia cuenta con un sueldo más, el dinero se licua a principios de cada mes. “Pagamos las cuentas básicas; luz, gas y agua, porque cable no tenemos, y ya los primeros días estamos tirando”, explica Romina y agrega que todas las necesidades de vestimenta, calzado y útiles escolares de su hija son cubiertas buscando en los lugares más económicos. “Hay que olvidarse de las primeras marcas. En lo único que no nos restringimos es en pagar la obra social porque la atención médica de mi hija no es algo que se pueda negociar”, detalla la mamá.
Volver a “estirar” el centavo
Las familias consideradas “tipo”, integradas por papá, mamá y dos hijos y cuyos adultos responsables cuentan con un empleo formal, tampoco quedaron fuera del “coletazo” que provocó la actual crisis (agravada por el contexto de pandemia). Hoy, 150 mil pesos logrados entre ambos en base a muchas horas de esfuerzos y sacrificios, no alcanzan.
La capacidad de ahorro se quebró y tal vez como en 2001, la ropa usada es vista con buenos ojos para quienes acostumbraron a volver a casa con bolsas de los paseos de compra más coquetos. Las salidas a comer afuera ya quedaron como un “lujo” que se da cada dos meses o más. Cambiar el auto o aspirar a comprar un nuevo electrodoméstico hoy es “algo para dejar hacia más adelante”. Porque en realidad, la compra con tarjeta de crédito está destinada a la mercadería para poder comer.
Ahora se evita comer el asado cada domingo; el objetivo es abstenerse de pensar en un costillar o de aquella gran bandeja de milanesas de nalga de primera. Los cortes más buscados son los de segunda para la clase media y los huesos, menudos o achuras son llevados por las familias más pobres.
“Mi marido, aparte de su trabajo formal, empezó a hacer otras cosas para poder tener más ingresos. Formó con un amigo un pequeño emprendimiento y así y todo nos cuesta mucho llegar holgados a fin de mes”, recalca una mamá de dos hijos de 8 y 4 años que prefirió resguardar su identidad. Cuenta la mujer que a pesar de contar con toso esos ingresos, en todos los aspectos de la vida ligados a lo económico han tenido que ajustarse.
“Hemos dejado de salir a comer y a las compras en el supermercado las hacemos los días en que hay descuentos. A la ropa para mis hijos se la compro desde hace un tiempo, a una chica que vende ropa usada en buen estado. También aprovecho los calzados de temporada”, cuenta la mujer y agrega que en su caso personal, si antes se compraba algo nuevo para vestir cuando veía una prenda que le gustaba, ahora lo hace solamente cuando así lo necesita. Respecto de las vacaciones, destaca que gracias a la ayuda de sus suegros, que “nos pagan la comida y la estadía”, la familia podrá salir a su merecido descanso.
Terminar la casa, un sueño postergado
Betiana Cerutti, es mamá de dos adolescentes. Tanto ella como su esposo trabajan en relación de dependencia. Cuenta que antes de la pandemia la familia tenía un poder adquisitivo que les permitía darse algunos gustos en familia, como viajar. Y si bien, terminar la casa era el objetivo central, hoy ese proyecto ha quedado en suspenso.
“El poder de ahorro no es el mismo. Nos limitamos a las necesidades básicas de los chicos y las nuestras; ellos, al estar en su adolescencia demandan diferentes actividades y por eso dejamos que elijan. Ambos realizamos otras actividades fuera de los trabajos habituales para poder llegar a fin e mes”, cuenta Betiana y detalla que hoy la familia utiliza un solo auto para evitar más gastos en combustible e impuestos. En su caso, la ropa es comprada por Internet. “Tratamos de llegar lo mejor posible a fin de mes y darle lo mejor a nuestros hijos; darles la posibilidad de elegir. Está muy difícil la situación”, reflexiona y aclara que en las charlas son amigas estos temas son muy habituales.