Son "señales", como diría un estrecho colaborador de Alberto Fernández. "Débora Giorgi no asumió. El decreto nunca se firmó, se cansó, y se fue". Dicho así de simple suena fácil. Pero en otro momento casi le cuesta la renuncia a Martín Guzmán, el ministro de Economía que no pudo echar a un secretario K como Federico Basualdo.
Quien comenta el supuesto inicio de una nueva etapa es el mismo que, hace un año, cuando el kirchnerismo ya mostraba síntomas de cansancio por lo que después se supo, "los funcionarios que no funcionan", le pedía al entorno presidencial que se animara a no reemplazar a Alejandro Vanolli por Fernanda Raverta al frente del Anses.
Ahora, sin quererlo, fue ratificado por la propia vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, quien afirmó que es el presidente, y no ella, la que tiene la lapicera para definir todo lo concerniente a nombramientos, acuerdos y demás cuestiones del poder. Lo dijo en referencia al FMI, pero vale para todo lo demás.
"Por ahora sólo festejamos empates", se sinceró un albertista de primera hora, que pretendía que todo fuera más armónico con Cristina Fernández de Kirchner, su hijo Máximo Kirchner, y el gobernador Axel Kicillof. "Ellos no quisieron, y entonces nos empezamos a meter goles en contra", señaló.
Es que para la mirada presidencial, las diferencias ya empiezan a ser impactantes. Desde la carta posterior a las PASO que provocó un tembladeral sin precedentes, y "nos hundió aún más en nuestras chances de recuperación", como lo confió Fernández en la cena con intendentes, Axel Kicillof y Sergio Massa hace diez días, a esta nueva misiva, hasta los tonos, dicen, han cambiado.
"Se desentiende, pero no ataca. Y Máximo Kirchner está callado... Sí, sabemos que en algún momento harán algo que nos vuelva a poner en crisis, pero hasta nuevo aviso las reglas empiezan a ser más parejas", confesó un ya lanzado dirigente territorial de la tercera sección, zona sur y oeste, que siempre buscó una paridad de fuerzas más acorde para pelear contra La Cámpora.
Para el glosario de pequeñas minis victorias, los albertistas anotan la marcha de la CGT por el Día de la Militancia, la discusión por las reelecciones de los intendentes y la unidad de la Central Obrera. "Todas cuestiones sobre las que los Kirchner no querían saber nada y se hicieron igual. A esto hay que agregarle que perdimos, mal, en todo el país y no voló una cabeza. Algo está pasando y es que ellos entendieron que los que más perdieron fueron los extremos que representan", agrega.
La experiencia indica que el Frente de Todos se mueve a instancias de lo que la vicepresidenta decida. Y si calla, por demás traducciones que hagan, nunca se podrá diseñar una segunda etapa "tranquila" del oficialismo sin una definición de ella. Pero, hasta nuevo aviso, los amigos del presidente avanzan en diálogo con los gobernadores, el FMI, los sindicatos, los poderes concentrados y hasta ven cómo no le tocan la cola al gato y le permiten al ministro de Agricultura, Julián Domínguez, imponer su visión sobre la agroindustria y el comercio sobre la que tiene Roberto Feletti.
Esta relación, y su definición futura, marcará si hay más o menos albertismo.