Pacto detrás del crimen ritual de Marito Salto, descuartizado a los 11 años: lo sacrificaron a un dios de un dibujo animado
El bestial asesinato cometido en el pueblo santiagueño de Quimilí llega a juicio más de 5 años después. Un rastro de perros llevó a la casa de un conocido hombre de la zona. Lo que encontraron esos perros fue el horror más absurdo de la historia criminal reciente
Las autopsias son cosas desapasionadas. El 10 de junio de 2016, los forenses Mariano Pagani y Julián Canilo agruparon las partes del cadáver de Mario Agustín Salto, once años de edad, hijo de un peón golondrina, para analizarlas y redactar sus conclusiones. Mario, “Marito” para sus padres y familia, había desaparecido el 31 de mayo anterior en su pueblo, Quimilí, en Santiago del Estero, de poco más de 15 mil personas, ubicado a 200 kilómetros de la capital provincial. “Marito fue visto por última vez en la zona conocida como “La Represa”, una suerte de laguna, mientras pescaba con su caña. Luego, desapareció.
“Marito” fue encontrado dos días después por un baqueano en un pastizal, en el otro lado del pueblo. Su cabeza estaba envuelta en una bolsa blanca, su torso y miembros fueron hallados en una bolsa negra: el baqueano, cuya casa quedaba a doscientos metros de dónde estaban las partes del cadáver, vio cómo su perro arrastraba una pierna humana entre los dientes. Ocho días después, el cuerpo llegaba a los forenses Pagani y Canilo en la morgue de la capital.
Así, los forenses notaron que solo las piernas habían sido separadas del cuerpo; los brazos seguían adheridos al torso. Un corte preciso había decapitado al chico.
Sin embargo, “Marito” no perdió la vida por ese corte: antes fue estrangulado, “una asfixia mecánica por estrangulamiento con un elemento tipo alambre o cable de acero”, apuntaron los forenses. El análisis continuó, con otras conclusiones. Determinaron que el chico fue abusado sexualmente antes de morir.
No hubo sospechosos, no de inmediato, con una investigación estancada e incierta bajo tres jueces de instrucción. La única cámara-domo en todo Quimilí había tomado horas antes a una moto con dos tripulantes que cargaban dos bultos, sin embargo, los intentos de mejorar la imagen fracasaron. Hubo marchas para reclamar justicia. El padre de “Marito”, llamado como él, un jornalero de la soja cordobesa, llegaba a Buenos Aires con banderas con la cara de su hijo. . “¿Vos decís que me ate en Plaza de Mayo? ¿Llevo cadenas?”, me dijo en su desesperación en un hotel sindical de Almagro. seis meses después del crimen.
Y así, la investigación del caso continuó, con mayor o menor impulso. Hubo un rastro de ADN hallado adentro del cuerpo del chico. Se realizaron pruebas genéticas masivas en Quimilí para dar con un sospechosom sin resultados. Hubo arrestos y una hipótesis feroz. Luego, pasó el tiempo. El caso tomó su lugar en la memoria criminal argentina, en la parte donde viven los horrores absurdos que tienen explicaciones lógicas pero imposibles de aceptar.
Hoy, más de cinco años después, el crimen de Mario Salto llega a juicio.
De todos esos sospechosos, hay uno en especial, Miguel Ángel Jiménez, apodado “El Terrible”, posible autor intelectual del hecho y el más complicado de todos, con una historia de temible oscuridad.
Nueve imputados comenzarán a ser juzgados por un tribunal de la capital santiagueña, presidido por el juez Alfredo Pérez Gallardo y conformado por Luis Domínguez y Daniela Campos Nittinger. Se esperaba que el proceso comenzara este jueves, según medios santiagueños, pero Jiménez presentó un nuevo defensor que necesitará tiempo para tomar contacto con la causa.
Hay otros nombres en el vórtice de imputados. Ramón Eduardo Rodríguez, Rodolfo Adrián Sequeira y Daniel Tomás Sosa están acusados de haber sido partícipes necesarios. Para ellos, la calificación del expediente incluye los delitos de homicidio triplemente calificado por alevosía, ensañamiento y el concurso premeditado de dos o más personas, privación ilegítima de la libertad y abuso sexual con acceso carnal, todo en concurso real de delitos. Para los culpables, no habrá más opción que prisión perpetua.
Los cuatro permanecen detenidos, a diferencia de lo que sucede con los restantes sospechosos: Daniel Gastón y Ramón Enrique Ocaranza; María Eugenia Montes; Gustavo Daniel Hernández y Pablo Roberto Ramírez, quienes serán enjuiciados por “encubrimiento agravado” y se encuentran en libertad. Hay casi 400 testigos convocados para el debate.
También, hay un rastro de papeles, seguido por narices de perros, que llevaron directamente hasta Jiménez. Esos papeles pueden demostrar el corazón del caso, el móvil, por qué mataron a Mario. Lo que indican es aberrante, un crimen ritual, un sacrificio. Por lógica, todo sacrificio necesita un dios.
El dios de este sacrificio viene de un dibujo animado.
El expediente llegó a fines de 2017 al Juzgado de Transición N°1 a cargo de la doctora Rosa Falco en la capital santiagueña, 13 cuerpos con más de 2600 fojas y 50 perfiles genéticos en ese entonces. La división Homicidios de la Policía Federal fue convocada para comenzar tareas, ver lo que otros no habían visto En diciembre de ese año, finalmente hubo un presunto asesino, alguien a quién culpar.
Un escuadrón de perros conducido por la PFA que había trabajado en el rastro de Santiago Maldonado comenzó a olfatear en la escena en donde fue encontrado el cadáver de “Marito”: encontraron una billetera con anotaciones que mencionaban al niño y un calzoncillo que contendría sangre del menor y un líquido que sería presuntamente semen. La billetera todavía estaba allí, un año y medio después.
La cadena de rastros llevó a los perros hasta la casa de Miguel Ángel Jiménez, un productor algodonero de 51 años de edad. Jiménez había participado en las marchas para pedir justicia por “Marito”, era un supuesto benefactor del pueblo, presunto hombre solidario, pareja de Arminda Díaz, directora de una escuela local. Le allanaron la casa. En la vereda de enfrente, el cura local rezaba temblando y los familiares del niño asesinado repartían rosarios.
Los vecinos comentaban con una mezcla de odio y miedo, entre el azufre de la oscuridad sobrenatural y la atmósfera de los infiernos de pueblo chico: “El Brujo” y “El Terrible” eran algunos de los apodos usuales de Jiménez en la frecuencia de chismes. Un altar de San La Muerte, con pequeñas figuras y estampitas, llamó rápidamente la atención de los investigadores dentro de la casa. Sin embargo, la atención de un perro rastreador llamado Halcón tomó otro camino. El perro se abalanzó con sus patas sobre la mesa de luz en la habitación de Jiménez.
Allí, el perro entrenado encontró un pequeño documento, una suerte de una carta escrita en una hoja rayada, arrugada, sus bordes recortados de forma bruta, con un extraño diagrama: el tronco de un árbol desierto de hojas, surcado por el número 666, el número de la Bestia de siete cabezas y diez cuernos del libro bíblico de Revelación, con la silueta de un niño atado y colgado de una rama. Justo debajo, la figura de la balanza, ícono de la Justicia, desbalanceada, junto al ojo en el triángulo, el símbolo de la Providencia, con piernas, caminando sobre un pequeño camino. A su lado, una suerte de laguna. “Agua”, “tierra”, “aire”, “cielo”, “poder”, “ritual”, “tiempo”, puede leerse entre las figuras.
El documento hoy está en poder de la división Scopometría de la PFA, que deberá analizarla a pedido de la jueza Falco, pero el mensaje debajo fue suficiente para cerrar la imputación contra “El Brujo” Jiménez como presunto líder del brutal infanticidio de “Marito”. Lo que se lee en este documento que Infobae reproduce, es brujería, en una sintaxis rota, palabras inconexas.
“Sacrificio de Marito”, “control de la vida ritual”, “tengo su virilidad”, “San La Muerte trae la vida eterna”, “su día llegó”, “a Marito, “su acto sexual”, “virgen”, “SU ESPÍRITU”, dice el papel. No todo estaba en casa de Jiménez. Los perros hicieron dos paradas antes de llegar a la casa del “Brujo”. Sus narices señalaron a las puertas de dos viejos conocidos en la causa: Rodolfo Adrián Sequeira, “Rody”, un changarín de 45 años y Ramón Rodríguez, “El Burra”, de 59 años.
Un testimonio reservado había señalado a “Rody” como presunto entregador de “Marito”, el encargado de raptarlo. “El Burra” era su compinche habitual en la noche del pueblo: Rodríguez había sido indagado, con claras contradicciones sobre dónde había estado al posible momento del crimen. Sequeira, por ejemplo, estuvo preso por la muerte de “Marito” en 2016. Luego, salió. Hacía falta más para encerrarlo a comienzos del caso. En casa de Rodríguez encontraron el cadáver de un perro, colgado de un árbol.
Para la Justicia y la Policía Federal, estas cartas marcan el pacto oscuro detrás del presunto motivo del más brutal homicidio y violación de un niño en la historia argentina reciente: “Marito” habría muerto no en una conspiración del poder político santiagueño, como sospecharon mucho, sino sacrificado por una secta de lugareños de Quimilí en un crimen ritual para cosechar su energía y espíritu bajo una teología demente.
En dos de las cartas se reproduce una figura: la del Ojo en el Triángulo. Pero no es la imagen usual del símbolo. Tiene una galera, brazos, un curioso mandala alrededor de otros símbolos. “Sequeira”, “riqueza”, dice en la carta que se reproduce a continuación. Ese Ojo en el Triángulo corresponde a una serie de Disney, el dibujo animado Gravity Falls.
Es Bill Clave, el principal villano del programa.