Tensión entre Alberto Fernández y Máximo Kirchner: afloran enojos y se tejen especulaciones

Sectores peronistas desafían a La Cámpora. Quiénes son y qué quieren. Cómo se defienden los camporistas. Las pulseadas de Guzmán y las recorridas de Manzur.
Tensión entre Alberto Fernández y Máximo Kirchner: afloran enojos y se tejen especulaciones

Todavía hoy, 28 de noviembre de 2021, a solo doce días de que se cumplan dos años de la asunción, Máximo Kirchner se pregunta para quién gobierna Alberto Fernández y a qué intereses representa.

En sus recorridas por el Conurbano, los propios votantes le han hecho saber que en 2019 votaron a Alberto para volver a tener la heladera llena y que desde entonces no han cosechado más que decepción.

Eso explica Máximo y eso explica, según él, la derrota. Es una factura que también le pasa Cristina. Pero a diferencia de su madre, que ha dejado trascender que al menos por un tiempo liberará las manos de su socio, Máximo ha pasado sus últimos días monitoreando cada paso del Presidente.

Observa con pavor y premura los aires de emancipación presidencial en temas trascendentes como la negociación con el FMI o como la conformación de las alianzas en el poder, pero también en asuntos banales como quién está invitado o no a un asado en la Quinta de Olivos.

Esas diferencias son alimentadas por algunos ministros, por miembros de la CGT y por los movimientos sociales que adhieren a la tesis de que llegó la hora de escuchar menos a La Cámpora, y a la misma Cristina, y de acelerar en la gestión sin tantas deliberaciones. “Total, estamos jugados”, confiesa uno de los integrantes del Gabinete. El mismo funcionario se pregunta: “¿qué más nos pueden hacer después de la carta y de las renuncias masivas?”.

De ilusión también se vive y esos sectores quieren creer que Alberto “ha empezado a gobernar como debió hacerlo desde el primer día”.

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Se basan en una serie de acontecimientos que supuestamente lo fortalecieron en la interna, con base en el acto en Plaza de Mayo, tres días depués del revés en las urnas, cuando Alberto aceptó gustoso la convocatoria de la CGT y de los movimientos sociales. Supuso aquella movilización una estocada para La Cámpora, que trabajó para que no se hiciera y que, tras fracasar en su propósito, aceptó ir a la Plaza, tarde y cuando el discurso presidencial había acabado.

El malestar del diputado viene de lejos y se vincula con el rumbo económico, pero se acentuó ese día porque volvió a comprobar que a veces lo ningunean. Máximo sintió que Alberto le regalaba el protagonismo a la conducción de la CGT, que lo viene enfrentando en público. Carlos Acuña lo acusa de “no haber trabajado nunca” y Héctor Daer directamente lo subestima como interlocutor.

El jefe de La Cámpora intentó persuadir al Movimiento Evita para que no movilizaran en masa. La respuesta no fue la que esperaba. Emilio Pérsico, su líder, le respondió que lo mejor que podía hacer era acoplarse.

Eduardo De Pedro le sugirió a Máximo rever su postura y en parte lo consiguió. Pérsico contaría luego que siempre es bueno mirar lo que hacía Néstor Kirchner. Contó una anécdota. Ya con Cristina presidenta, Néstor estaba enemistado con Hugo Moyano. El Evita organizó entonces un acto junto a la CGT. Kirchner llamó a Pérsico para que suspendiera la convocatoria y no tuvo éxito. El día del acto, alguien llamó al ex presidente, pensando que no iba a asistir. “Por supuesto que voy a ir -dijo Kirchner-. Voy a ir y voy a hablar”.

Las recientes derrotas de Máximo, que empezaron al terminar el año pasado -cuando prometía asumir la presidencia del PJ bonaerense y la rebeldía de un solo intendente se lo impidió- son aprovechadas por quienes trabajan muy cerca de Alberto para alentar un apartamiento camporista de las decisiones o, como mínimo, una menor injerencia. De Pedro quizá la ve venir y propone “institucionalizar” una mesa de decisiones.

Alberto, aun bajo una lluvia de encuestas que lo dan con la imagen en su piso de popularidad, se toma revancha. No olvida el golpe que La Cámpora le asestó luego de las primarias, con De Pedro liderando la ola de renuncias a instancias de Máximo y Cristina y sin siquiera tomarse el trabajo de avisarle antes.

Aquel día, encima, tuvo que salir Vilma Ibarra a desmentir que le hubieran aceptado la renuncia. La secretaria Legal y Técnica fue una de las que se opuso al ala albertista, que ella misma integra, de romper todos los puentes con el cristinismo. Hoy piensa igual, pero muchos piden rememorar su postura en esa fatídica tarde de deliberaciones: “Lo que vayamos a hacer hagámoslo después del 14”.

El ministro del Interior sigue en su puesto, pero casi ningún ministro confía en él. “Ojo que viene Wadito”, dicen cuando lo ven acercarse a alguna reunión.

Juan Manzur, que se mueve por el país sin avisar, no pierde la ocasión de ganar terreno en el diálogo con las provincias, que es -o debería ser- parte del trabajo de Wado. Lo hace casi sin tomar contacto con los medios. Es un caso atípico el del jefe de Gabinete. Lleva dos meses en el puesto y nunca dio una entrevista. Dicen que de algunos temas sensibles no quiere hablar.

La cuerda se tensa, aunque nadie habla ni quiere una ruptura. A ninguno le conviene. El mismo barco los alberga camino a 2023. Cristina dice que ella no va a ser Chacho Alvarez ni Julio Cobos, que en su lenguaje quiere decir que no renunciará ni traicionará. Alberto aclara todo el tiempo que “nunca” se peleará con ella. Es una suerte de juego maligno, donde cada sector, a sabiendas de que no es posible el quiebre, intenta ir sacando pequeñas ventajas según el momento que se transita.

Alberto siente que él está hoy asomando la cabeza. Sus rivales internos aseguran que es tan solo un espejismo. Que la que manda es Cristina y que bastan apariciones fríamente calculadas para marcar la cancha y exhibir su poder. Ayer volvió a escribir una carta y generó sorpresa y distintas lecturas en el Gobierno. Podría haber otras más tormentosas si fuera necesario.

Alberto asegura a sus íntimos que hay que avanzar frente a la amenaza de acoso. El miércoles 17, la tarde de la marcha, invitó a los intendentes a cenar. Fue un asado improvisado, es cierto. Varios de ellos se habían quejado porque cuando arrancó el discurso en Plaza de Mayo todavía estaban charlando en el hotel NH, a una cuadra.

“Convoquémoslos a Olivos esta noche”, pidió Fernández al enterarse. Los más kirchneristas llamaron a Máximo para avisarle. El diputado les dijo que no estaba al tanto. Hubo gestiones para que no lo dejaran afuera. Y uno de los alcaldes citados, Mayra Mendoza, se lo reprochó en buen tono al anfitrión, delante de todos y cuando ya había vino en las mesas.

—¿Y Máximo? Me gustaría que estuviera acá —planteó la intendenta de Quilmes.

—Yo le avisé a las siete de la tarde y se ve que tenía otra cosa que hacer —respondió Alberto.

Una vez más, según Presidencia, Máximo se había sentido ofendido. Por eso habría resuelto no ir. Alberto continuó con la charla y cambió de tema.

La desautorización de Matías Kulfas, el ministro de Producción, a Roberto Feletti, el secretario de Comercio e ideólogo del control de precios, fue celebrada por varios de sus colegas del Gabinete. Kulfas ha sido uno de los funcionarios más cuestionados por el cristinismo, pese a ser uno de los favoritos del jefe de Estado. ¿Será cierto que le pidieron expresamente que contradijera al delegado de Cristina como señal de que no todo será igual desde ahora?

Feletti había amenazado con subir las retenciones a la exportación de carne vacuna y Kulfas aclaró que “tuvo una actitud poco indicada” porque no hay ninguna decisión. Julián Domínguez, el ministro de Agricultura, también bramó en privado por las declaraciones de Feletti y les solicitó a los productores que no le prestaran atención. A los sectores agrarios les pasa como a los albertistas: quieren creer, pero la experiencia los vuelve más que cautos.

¿Y la deuda? La negociación con el FMI ha avanzado. Martín Guzmán decía hasta el viernes que para estampar la firma faltaban detalles y una cuestión de fondo: que se pusiera de acuerdo “la política”. Que es lo mismo que decir: convencer a Cristina de que convalide un ajuste. En la carta de ayer, la vicepresidenta sostuvo que la lapicera le pertenece al Presidente. Ella siempre busca preservarse. 

Alberto pretende anunciar el acuerdo en los primeros días de enero, cuando los argentinos ya hayan brindado por el Año Nuevo y un futuro mejor. 

 

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