Y claro, nunca nos gritó un gol en la cara, jamás atajó un penal en la final, no nos emocionó con una vuelta olímpica revoleando la camiseta. Quizás por eso no lo acompañó una multitud en este último camino.
Metió algún que otro doble cuando hubo una incipiente movida de básquet en el club, nunca rafó una bocha ni jugó en el equipo campeón de vóley.
Pero nada de eso impidió que José, como le decían casi todos, o Ángel, como me acostumbré a decirle yo, fuese uno de los más fervientes hinchas de Boca que tuvo nuestra historia. Y un hombre cuyo recuerdo debe ser guía y ejemplo para todos quienes lo seguimos.
Fuimos varios los que lo admiramos profundamente, sólo porque era un tipo noble, trabajador, amigo de los amigos, solidario, decente, que sabía lo que era empezar abajo, bien de abajo, siendo empleado de “la” Galver hasta convertirse en un empresario exitosísimo, de muy bajo perfil, capaz de tener empleados muy bien pagos sabiendo que gracias a ellos también a él le iba bien.
Reconocía a quien sí y a quien no.
También en Boca.
Por eso, nunca se subió a la euforia de traer jugadores de afuera, pero ‘ayudaba’ a comprar las camisetas de inferiores.
Por eso no estaba de acuerdo con que haya jugado en Boca Pinino Más, pero ‘conseguía’ los materiales para cualquier arreglo que se necesitase el club.
José Angel Urroz, el cabezón como le decían los que poco lo conocían, siempre estuvo dispuesto a ayudar a que Boca dejase de ser una cantina, una querible pero limitadísima cancha de fútbol y una cancha de bochas para transformarse en un club con pretensiones y en crecimiento.
Lo conocí de verdad en 1986, cuando el club logró el milagro de juntarse mensualmente con una importante suma de dinero producto del ingenio de un grupo de dirigentes muy trabajadores y creativo.
Fue entonces que como presidente del club lo fui a ver, y nació allí un respeto y una consideración hacia él que nunca se acabó.
De esa primera charla, que fueron no menos, de 20, surgió la idea del complejo polideportivo, que transformó 12 hectáreas de basura en el hermoso complejo que hoy posee en club.
A partir de allí José comenzó a transformarse en uno de los grandes próceres que tuvo Boca a lo largo de su vida.
Por su seriedad, responsabilidad, férrea administración y capacidad de negociación, Boca pasó a ser un club con un lindo estadio, un gimnasio y un predio con 12 hectáreas parquizadas, cerradas totalmente con alambre olímpico, con alrededor de 3.000 árboles plantados y con dos piletas con sus correspondientes equipamientos, vestuarios, parque y fogones que son el placer del que disfrutan nuestros socios y muchos suarenses durante los meses de verano.
Cumplió lo que me dijo: “vamos a hacer el complejo, yo no quiero ir a muchas reuniones, así que vos venís, me contás y decidimos, pero acordate, nunca me pidas un peso para un jugador”.
Pero fue mucho más allá de preocuparse sólo por el complejo: cada vez que lo convocamos, José Ángel Urroz respondió: cuando sufrimos la enorme desgracia en nuestra pileta, allí estaba, cuando creyó necesario construir un quincho, allá estuvo, cuando hubo que cambiar el piso del gimnasio, estuvo, cuando se construyeron las chanchas de paddle, allí estaba, cuando reformamos el fogón Mario Malaret, obviamente que estuvo.
Ni hablar cuando soñó que las chicas del club, para crecer, necesitaban una cancha sintética para el hockey. No fue el único, pero allí también estuvo. Y cuando dijo que no podía ser que la cancha no tuviese luz, estuvo.
Además, cada vez que fue necesario un consejo, una idea sensata, alguien que pare la pelota, una firma para garantizar un pago. Siempre estuvo, sin peros: solo pedía seriedad y trabajo.
Y ayer, estando de vacaciones, a mil kilómetros de mi querido Suárez, me llaman y me avisan que José se había ido.
Es cierto, era un hombre grande y la ruleta le podía tocar, pero me hinchó muchas las pel…. que haya sido conmigo lejos de allí.
Un día paralizado, sin ánimo de ponerme a escribir hasta que recién me dije que era el momento para despedirlo, era un círculo que debía cerrar.
Sé, querido Ángel, que te vas a enterar. Yo creo y - nunca te lo dije – que sos uno de los muy pocos héroes que tuvo este club. Y lejos de pensar que es porque muchas veces nos salvaste las papas, lo digo porque jamás necesitaste gritarnos un gol en la cara para que todos supiésemos que eras boquense de verdad. Sos héroe por tu visión de un club grande, por compartir con algunos de nosotros la idea de que Boca se debe transformar en el club de “atrás de la vía”, por sentir que nuestro club tiene un futuro de grandeza trazado y que inevitablemente se va a cumplir.
Te sumo a don Rubén Segui, a Vicente Salerno y de los de ahora, quizás Javier y Ricardo (si no es que la amistad me hace valorarlos de más)
No puedo en este día y medio olvidarme de esa imagen nuestra junto a Salvador Rodríguez en un basural caminando y soñando: “acá va a ir la pileta”; “en este rincón vamos a hacer un bosque, acá va a ir la cancha auxiliar, acá las de paddle y pelota”. “Y en la manzana de adelante que hacemos” dijo Salvador, y al unísono y sin haberlo hablado los dos dijimos: “El gimnasio y la secretaria”.
No alcanzaste a verlo todo, seguramente yo tampoco lo haré, pero cuando es inevitable, se consigue. Y va a suceder.
Acá al lado mío, en el lobby enorme de este hotel, hay 50 veterinarios que festejan un cumpleaños.
No son los veterinarios profesionales de protocolo. O sea, hacen bastante quilombo.
Pero no me importa, están en lo suyo. A la pasada uno ve que se me cae una lágrima y me pregunta si estoy bien.
Y le pregunto: ¿vos sabés lo que es llorar por un club? ¿Sabés como mierda se despide a un amigo sin sufrir?
Se fue sin contestar.
Y yo me puse triste y pensé: “pobre hombre, no sabe lo que se pierde”.
Y entonces creí que era la hora de cerrar estas palabras: Chau Angel, ojalá estés en paz.
Sé que lo merecés. Como yo merecía estar acompañándote ayer.
No pudo ser. Gracias por todo.