Política 07/11/2021 18:27hs

“Voy a terminar con este gobierno de putos y marxistas”: el desprecio de Perón por Cámpora y su sentencia de muerte política

La crisis del líder del partido por su ruptura con la Juventud Peronista, donde anidaba la organización Montoneros, se hizo evidente tras la victoria de la fórmula Cámpora-Solano Lima. Luego del regreso de Perón al país, el camporismo finalizó su mandante en medio de violencia, liberación de presos y desorden. Esta es la trama secreta de cuatro meses convulsionados

Juan Domingo Perón y Héctor Cámpora (
Juan Domingo Perón y Héctor Cámpora (
Rodolfo Galimberti y Héctor J. Cámpora
Rodolfo Galimberti y Héctor J. Cámpora
Perón, Franco y Cámpora, seguidos por Benito Llambí y Armando Puente
Perón, Franco y Cámpora, seguidos por Benito Llambí y Armando Puente
Perón y José López Rega en Puerta de Hierro
Perón y José López Rega en Puerta de Hierro

Esta no es una historia más dentro del largo proceso decadente que atraviesa la Argentina. Es un sucinto relato del comienzo del rompimiento entre Juan Domingo Perón y un sector importante de la Juventud Peronista en el que anidaba en su interior la organización armada Montoneros.

La crisis comenzó a salir a la superficie tras la victoria de la formula integrada por Héctor J. Cámpora y el conservador popular Vicente Solano Lima en la elección nacional del 11 de marzo de 1973. Tras el triunfo del Frente Justicialista de Liberación (FREJULI), Cámpora viajó a Roma a encontrarse con Juan Perón y concretar una agenda común. Asumiría la Presidencia de la Nación el 25 de Mayo de 1973 pero su gestión no llegaría a cincuenta días. En medio del desorden y la violencia el “camporismo” finalizó el 13 de julio porque Perón había llegado para imponer el orden tras más de tres lustros de exilio.

Al finalizar la agenda en Roma, el sábado 31 de marzo, Perón y Cámpora viajaron a Madrid en respuesta al reiterado deseo del gobierno español. Curiosamente, el vuelo se realizó en la misma aeronave privada que Perón había utilizado para desplazarse a Roma el 14 de noviembre de 1972, antes de iniciar su primer regreso a la Argentina, y que –se decía– era propiedad de Giovanni Agnelli.

El Mystère DA-20 aterrizó en Barajas a las 12.18. Descendieron, en este orden, Cámpora, un hijo del presidente electo, Perón, Isabel, José López Rega y luego los otros acompañantes. Al pie de la escalerilla los esperaban el canciller español, Gregorio López Bravo, subsecretarios, directores generales y el embajador argentino, Jorge Rojas Silveyra. Después de atravesar una doble guardia de honor, en la sala de prensa del aeropuerto, Cámpora enfrentó a un centenar de periodistas para formular unas pocas declaraciones, bajo la atenta mirada de Juan Domingo Perón: “Como presidente electo argentino, próximo a ejercer el gobierno y el poder en mi país, he de tener una preocupación constante: acrecentar las relaciones entre Argentina y España, no digo sus sentimientos, porque siempre han sido permanentes e inextinguibles a través del tiempo y del espacio”.

Quizá sus palabras habían brotado desde lo más profundo de su corazón, pero había cometido un error singular. Había fundido en su propia persona el gobierno y el poder, cuando el lema de la campaña prometía que él llegaría al gobierno y Perón al poder.

Dentro de las estaciones de su Vía Crucis, Cámpora comenzaba a recorrer su más trágico camino en los convulsionados cuatro meses. Ya se había cumplido la primera parada: estaba sentenciado a muerte políticamente. Le faltaban once para llegar a su Gólgota.

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La decisión de Juan Perón de desplazar a Cámpora de la presidencia de la Nación si se hacían las elecciones y el delegado se imponía en ellas, curiosamente, se tomó en el hotel Guaraní, de Asunción del Paraguay, en el mismo momento y lugar donde el General lo designó candidato presidencial. No hay prueba escrita. Aunque sí existe prueba material de la incerteza de Juan Domingo Perón por Cámpora en esos días: en febrero de 1973, antes de las elecciones del 11 de marzo, varios periodistas hacían guardia en la puerta de la quinta 17 de Octubre del barrio Puerta de Hierro. De pronto se asomó El Gordo José Miguel Vanni, un modesto colaborador de Perón, y dirigiéndose al grupo preguntó de viva voz: “¿Está Conti?”. Se trataba de Jorge Conti, el enviado especial de Canal 11 a Madrid. Al identificarse, Vanni le dijo: “Conti, el General quiere verlo. Sólo a vos, pibe, sin cámara ni fotógrafo”. Vanni lo acompañó al escritorio de la casa y, mientras caminaban, le iba “bajando línea”: “El General quiere hacerle un comentario”.

Al llegar al cuarto de trabajo, Perón lo estaba esperando. Lo saludó y entró inmediatamente en tema. Exhibió una carta manuscrita de Marcelo Sánchez Sorondo, el candidato a senador del FREJULI por la Capital Federal, puesto por Abal Medina, y le contó parte del texto, en el que Sánchez Sorondo sostenía que la designación de Cámpora como candidato presidencial era un gran acierto, porque resultaba una revelación de buen político. Seguidamente, mientras le brotaba una leve sonrisa, el General afirmó: “Este hombre, Marcelo Sánchez Sorondo, en primer lugar, no es peronista y, en segundo lugar, no tiene idea de los hombres y mujeres con que cuenta el peronismo”. Conti aprovechó un instante de silencio para preguntarle: “¿General, me autoriza a difundir lo conversado?”, y Perón asintió. Sin cámara y sin fotógrafo, Conti tenía su primicia exclusiva para Canal 11. Se paró frente a la pared que circundaba la quinta 17 de Octubre y empezó a grabar su relato, al mismo tiempo que sus colegas escuchaban lo que había sido el diálogo con el dueño de casa.

Las milicias populares

El miércoles 18 de abril, por boca de Rodolfo Galimberti (representante de la Juventud Peronista en el Consejo Nacional), se presentó al periodismo el documento titulado “Compromiso de la juventud peronista con el pueblo de la Patria”. Lo acompañaban los jefes de las siete regionales en que estaba integrada la “Tendencia”, el brazo político de Montoneros (Juan Dante Gullo, Jorge Obeid, Ángel Mozë, Guillermo Amarilla, Ismael Salame, Raúl Orellana y Hernán Osorio) y sus legisladores nacionales electos (un senador y ocho diputados).

Bajo la consigna “Por una patria justa, libre y soberana, la patria socialista”, el documento, de diez puntos, comenzaba por “la libertad incondicional y sin discriminaciones de todos los compañeros presos políticos, gremiales y conexos”. Luego exigía la “supresión de todos los tribunales especiales, derogación de toda la legislación represiva, revisión de todos los fallos dictados por la Cámara Federal en lo Penal (fuero antisubversivo), y la declaración ‘en comisión’ de todos los funcionarios y magistrados designados a espaldas del pueblo por los gobiernos antipopulares e ilegítimos que se sucedieron desde 1955″.

El documento trazaba una línea de confrontación con la ortodoxia peronista y con el pensamiento de Perón, que comenzaba a trascender desde Madrid. Ante las preguntas de los periodistas presentes, Galimberti dijo: “Lo hemos conversado toda la tarde con el doctor Cámpora”.

—Entonces, ¿el presidente electo lo avala?

La respuesta fue un rotundo "sí".

—El presidente electo más que avalarlo lo cumplirá… Es un documento de la Juventud Peronista que todo el Movimiento Peronista hace suyo, agregó Juan Manuel Abal Medina, secretario general del Movimiento Nacional Peronista.

Tras esta inusitada presentación en sociedad, cuarenta y ocho horas más tarde, durante un acto en el Sindicato del Calzado, Galimberti avanzó unos pasos más. Propuso la constitución de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y la creación de una “milicia de la juventud argentina para la reconstrucción nacional”. Seguidamente, anunció que la juventud peronista obrera (Juventud Trabajadora Peronista, JTP), secundaria (UES) y universitaria (JUP) asumiría “una conducción con niveles propios y una conducción también propia” (al margen del Partido Justicialista). Y para darle mayor solidez a lo que se estaba afirmando, Abal Medina –que lo acompañaba– adelantó que cuando en la campaña se sostenía que “la sangre derramada no será negociada, quiere decir que el 25 de mayo van a estar todos los compañeros presos en la calle, junto al pueblo”.

El domingo 22 de abril, Galimberti volvió a hablar desde San Juan. Al referirse a las “milicias populares”, señaló que éstas iban a participar en todo el proceso de liberación, “desde el trabajo voluntario hasta el control de la gestión de gobierno”. Y en cuanto a si las milicias debían estar armadas, respondió: “Por ahora francamente no sabemos cuáles van a ser las características del proceso. La mayor o menor violencia que oponga el régimen y la oligarquía a las medidas revolucionarias que va a proponer el gobierno del Frente determinará la mayor o menor violencia con que se verá precisado a responder el pueblo para continuar avanzando en el proceso revolucionario”.

El 24 de abril, frente al escándalo que desató Rodolfo Galimberti cuando propuso la formación de “milicias populares” o “milicia de la juventud argentina para la reconstrucción nacional”, Cámpora, al salir del hotel Crillón, tras reunirse con los senadores nacionales electos, habló con el periodismo. Sin rechazarlas, dijo: “En la juventud peronista está radicado el dinamismo del Movimiento. Todo es aceptable en la búsqueda de la liberación para romper las cadenas de dependencia. En cuanto a Galimberti, no tengo noticias de que viaje conmigo a Madrid, pero si piensa hacerlo me sentiré muy cómodo”.

El presidente electo imaginaba viajar a Madrid el miércoles 25, pero recién lo hizo el jueves 26, porque pensó en encontrarse con el General revestido de todas las plenipotencias de gran parte de la dirigencia política argentina. El mediodía anterior, en el Hotel Crillón, recibió a los dirigentes de La Hora del Pueblo. No faltaron, entre otros, Vicente Solano Lima, Manuel Rawson Paz, Eduardo Lalo Paz, Horacio Thedy, Leopoldo Bravo, León Patlis, Camilo Muniagurria, Ricardo Balbín, Enrique Vanoli y Alberto Cacho Fonrouge. La crónica periodística no pudo evitar la pregunta de Johnson Rawson Paz sobre el exabrupto de Galimberti y Cámpora intentó acotar las palabras del joven dirigente: “Estoy dispuesto a dar seguridades de que ciertos desvaríos y excesos juveniles van a ser sofocados”. Además confirmó: “La democracia imperará en todos los niveles”.

Nada de lo que dijo se cumplió. Después, intentó ser amable con Ricardo Balbín y de su boca salió una frase poco feliz, cuando dijo que era “el vencedor espiritual de los comicios del 11 de marzo”. Tras charlar “como viejos amigos” todos se retiraron. Mientras en el Crillón se intentaba dar un ejemplo de convivencia, a pocas cuadras de distancia, los generales con destino en la Capital Federal y Gran Buenos Aires consideraban si sería oportuno que “no se entregue el gobierno”, según lo comentaba en su tapa La Opinión del 27 de abril.

El desplazamiento de la Tendencia

En la quinta madrileña 17 de Octubre, tanto Abal Medina como Galimberti fueron sometidos al escarnio por una suerte de tribunal popular integrado por otros dirigentes del peronismo, mientras Perón asentía en silencio. Allí se habló de todo: el desatino de anunciar “milicias populares”, la infiltración izquierdista de la que era víctima el Movimiento y la relación con el radicalismo. La sentencia fue inapelable. Galimberti fue expulsado y Abal Medina comenzaría a recorrer el camino de su declinación política dentro del peronismo (el 30 de julio de 1973 perdería su cargo). Si se leían los diarios de la época, nadie podía hacerse el distraído. Todo lo que salía de la quinta de Puerta de Hierro era condenatorio para la Tendencia Revolucionaria. Perón dejó en claro quién mandaba y dijo que “el futuro es de la juventud, pero no el presente”.

Sin temor a ningún equívoco, se puede afirmar que Benito Llambí era peronista desde antes de fundarse el Partido Justicialista. Lo era desde 1943, cuando comenzó a seguir al coronel Juan Perón, cabeza visible de la logia militar GOU (Grupo de Oficiales Unidos) que derrocó al presidente constitucional Ramón Castillo. Contar su trayectoria junto a Perón y Evita es innecesario. Conocía la vida de su partido y sus humores como pocos. Fue de los primeros en intuir el grado de descomposición que comenzó a generarse dentro del FREJULI tras la victoria del 11 de marzo de 1973.

“Se abrió entonces –contó en sus memorias– un proceso confuso y que llenaba de incertidumbre a muchos de quienes habíamos participado en la conformación de las condiciones para la unidad nacional […] surgían otras ideas y otro clima. No se invocaba el Proyecto Nacional, en la actualizada formulación propuesta por Perón en sus últimos mensajes. Por el contrario, emergía que Perón viene para ser presidente”.

Una semana antes del retorno definitivo de Perón, el coronel Llamil Reston pidió conversar con el ex delegado peronista Jorge Daniel Paladino. Se encontraron por primera vez, reservadamente, en un departamento de la calle Gelly y Obes. El diálogo, desarrollado delante del dueño de casa, fue así:

—¿Usted cree que Perón viene a ayudar al gobierno de Cámpora? ¿Cuál va a ser su papel?

—Perón vuelve a la Argentina para ser presidente de la Nación, lo que es seriamente inconveniente para él por su salud. Pero no se equivoque. El que quiere el poder es José López Rega y su instrumento político más importante es Isabelita. Mire, coronel, para serle más claro: en uno de mis últimos viajes a Madrid, caminando por el barrio de Puerta de Hierro, López Rega me dijo que lo iba a traer a Perón.

Lo dijo de la manera más brutal: “Lo vamos a llevar a Buenos Aires a ser presidente, sí o sí, y si es necesario lo vamos a agarrar del fondillo del saco y lo empujamos dentro del avión”.

Como remate, Paladino sentencia: “Perón viene a terminar con Cámpora”.

Mientras el gobierno argentino preparaba con las autoridades españolas los más mínimos detalles de la agenda de actividades para la visita de Estado de Cámpora en Madrid, Juan Perón se sumergió en un estudiado silencio. Era bastante poco lo que trascendía a los medios públicos.

Según la agenda de Armando Puente, corresponsal en Madrid del semanario Siete Días, a la que tuve acceso, en la segunda semana de mayo se había reunido con el gobernador electo de Misiones, Juan Manuel Irrázabal, y en la tercera fue visitado por el secretario general de la OEA, el ecuatoriano Galo Plaza, que se encontraba en la capital española presidiendo una conferencia de ministros latinoamericanos de Planificación y Desarrollo (del 21 al 25 de mayo de 1973). También en esos días se entrevistó con Carlos Alberto Cámpora para terminar de definir el gabinete de su padre (por ejemplo, la designación de López Rega en Bienestar Social por expreso pedido de Perón) y ultimó los detalles de las ceremonias de la asunción presidencial.

La misma agenda describe que, el viernes 8 de junio de 1973, Juan Domingo Perón estaba en Barcelona y que su urólogo, doctor Antonio Puigvert, “le pide, le repite, porque ya se lo había dicho el año anterior… o unos meses antes, que tenía que consultar a un cardiólogo porque en 1972, en uno de sus chequeos habituales, había tenido una angina de pecho”.

Según Puente, este detalle resulta clave, y es ahí cuando Isabel y López Rega acuerdan que nadie debe conocer lo que había pasado.

Hay otra visión sobre el tema vinculado con la salud de Juan Domingo Perón. Es la que le dio al autor el doctor Pedro Ramón Cossio, integrante del equipo médico que cuidó diariamente al paciente: “El 8 de mayo de 1973 Francisco Flórez Tascón le hizo un electrocardiograma (ECG) de control antes del viaje de retorno. Ahí se ve una cicatriz de un infarto diafragmático pero en el informe de ese electrocardiograma Flórez Tascón no dice nada. Tampoco lo dice en el informe clínico general del 9 de mayo de 1973. Ambos informes llegan a la Argentina y a nuestro poder en julio de 1973. Ni a Perón ni a Isabel ni a López Rega les dicen que estaba esa cicatriz ni les mencionan la palabra infarto. Fue vista a posteriori por mi padre, el profesor Pedro Cossio (aproximadamente a mediados o fines de julio de 1973), por lo que creímos con mi padre que no fue advertida en su momento por Flórez Tascón. Ese primer infarto, del que recién se diagnosticó su existencia en junio de 1973, cursó sin complicaciones, y por el interrogatorio que mi padre le hizo, se lo sospechó como ocurrido en noviembre de 1972, ya que el propio Perón nos manifestó, a raíz de nuestras preguntas, que justo antes de volver en esa fecha a la Argentina tuvo un dolor largo al pecho pero que no se hizo ver. Luego de ese primer infarto quedó perfectamente bien. El segundo infarto fue a fines de junio de 1973 (de cara lateral), y el hecho de haber tenido una pericarditis aguda inmediata (síndrome de Dressler precoz), hizo sospechar la existencia de un infarto previo, que el ECG de Flórez Tascón ayudó a dilucidar. El ECG, como dije, llegó a nuestras manos en julio, y poco tiempo después el informe de Puigvert”.

En la primera semana de junio, como se ha relatado, Perón fue a la clínica del doctor Antonio Puigvert en Barcelona, “para que lo revisase y para despedirse. Aunque su aspecto no lo denotara, tenía ya ochenta años. Y no volvía a la Argentina para pasar bajo arcos triunfales entre aclamaciones y olor a multitud. Volvía para luchar […] A mí me lo explicó muy claro y en muy pocas palabras: ‘No me queda otra solución que volver allá y poner las cosas en orden. Cámpora ha abierto las cárceles y ha infiltrado a los comunistas por todas partes’”. También le confesó: “Mire, Puigvert. En estos años he estudiado mucho, he revisado mucho y me he dado cuenta de los errores que cometí en mi primer período. Errores que voy a hacer lo posible de no repetir. Como yo ya tengo conciencia de lo que es gobernar, no volveré a caer en ellos”.

En otras palabras, como dijo su amigo el periodista Emilio Romero, “de Puerta de Hierro había salido Perón no ya para hacer una revolución, sino para contenerla. Perón estaba ya más cerca de la filosofía que de la política”. Podría decirse que había cambiado, porque no demasiado tiempo antes pensaba otra cosa, o hacía creer otra postura. También puede suceder que haya vuelto para ser leal con su tiempo. Una perspectiva que, con mucha precisión, le definió al periodista Emilio Romero: “Yo no he cambiado nada. Ha cambiado el tiempo a mí alrededor. Sigo permaneciendo fiel a la media docena de cosas que merecen la pena. Y leal a mi tiempo, que es quien nos muda a todos”.

¿Cómo no recurrir a Jorge Antonio si se trata del retorno de Perón?

En el libro El ocaso de Perón de Esteban Peicovich, se destacan dos conceptos que, combinados, podrían explicar los pensamientos que surcaban la mente del ex presidente. Jorge Antonio relató que, antes de partir hacia Buenos Aires, Perón lo visitó en su oficina. Luego de regalarle un cinturón, “me dio en detalle todos los pasos del retorno, adelantándome las fases del proceso que se producirían en los primeros tiempos de Cámpora, y me aseguró que Cámpora no estaría más de dos meses en el gobierno… espero que el tiempo no me haga una mala pasada”. En otras palabras, se le daba la razón al ministro del Interior de Alejandro Lanusse, Arturo Mor Roig, cuando le dijo al periodista Alfredo Bufano de La Prensa, que lo que se avecinaba con Cámpora “sería un gobierno efímero y complicante”.

Luego, Jorge Antonio levantó la mirada y comparó los dos procesos de “retorno” de Perón a la Argentina. Uno en el que participó y que fue abortado por los gobiernos de la Argentina, el Brasil y los Estados Unidos (1964). El otro, el que se aproximaba y en el que no intervino: “La circunstancia internacional había cambiado radicalmente. Pienso que ya sea la CIA, o un sector del gobierno de los Estados Unidos, se complotaron para facilitar el viaje, porque ellos tenían el control de lo que podía pasar en ese momento o a continuación. ¿Está claro?…”.

Terminar con “el gobierno de putos y aventureros”

El martes 12 de junio, Perón invitó a Armando Puente para conversar en la quinta 17 de Octubre. El periodista tenía una relación de larga data con el ex presidente. Era el primer periodista argentino que lo había entrevistado cuando llegó a vivir a España, en 1961, y desde ese momento cubrió periodísticamente su largo exilio en la península ibérica.

“Perón me recibió brevemente para hacerme un par de comentarios que le interesaban. Me dijo que ‘andan diciendo que estoy enfermo… no tengo otra cosa que un pequeño resfriado’, como diciéndome ‘hable usted de que yo no estoy enfermo’. Perón nunca me ordenó nada, él se limitaba a sugerir. Además, me expresó, entre guiños y medias frases, que las cosas no andaban bien en la Argentina y ‘que estaba preocupado porque estos aventureros marxistas están entrando en el gobierno… éste es un gobierno de putos y de aventureros’”.

“¿Cómo digo esto?”, se preguntó Puente. Se quedó helado. Puente imaginaba que Cámpora iba a durar un año porque se hablaba de varios proyectos para Perón: viaje a China, Libia, la presidencia del Movimiento No Alineado… y que, por el momento, no quería estar en el día a día. Todo el relato con Puente fue grabado con su autorización. Posteriormente el dirigente Julián Liscastro escuchó conceptos similares de boca de Perón.

El jueves 14 de mayo de 1973, contrariando lo que le confió a Puente, Perón comunicó al Ministerio de Relaciones Exteriores español que no podría ir a la cena de gala que le iba a dar Francisco Franco a Cámpora en el Palacio de Oriente por “motivos de salud”.

El viernes 15 de junio, a las 11, el vuelo chárter de Aerolíneas Argentinas que traía al presidente Héctor Campora, su esposa, algunos miembros de su gabinete, funcionarios del Palacio San Martín, de otros organismos del Estado e invitados especiales, llegó al aeropuerto de Barajas. Al pie de la escalerilla, lo esperaban miembros del gobierno español, con el Caudillo Francisco Franco Bahamonde a la cabeza.

Después de las ceremonias militares, saludos protocolares y discursos propios de una visita de Estado, Franco y Cámpora se dirigieron, seguidos por una larga caravana de automóviles, a la plaza de Cibeles, donde los esperaba el Escuadrón de la Guardia del Generalísimo. Allí aguardaba también Jesús Suevos, alcalde (provisorio) de Madrid, para entregarle al primer mandatario argentino la llave de oro de la ciudad. Suevos era uno de los fundadores de la Falange Española; había conocido a Evita en Madrid, y viajó dos veces a la Argentina, una antes de 1955 y otra después. Tenía un trato habitual con Perón.

Tras la ceremonia, los dos jefes de Estado se subieron a un automóvil descubierto y “con grandes aplausos y aclamaciones” −relataba el diario conservador ABC− recorrieron las principales avenidas de Madrid hasta llegar a La Moncloa a través de la avenida Complutense. Tras un corto descanso, a las 16.45, con “uniforme de media gala o chaqué”, Cámpora y su séquito realizaron “la visita protocolaria” a Franco en el Palacio de El Pardo, donde aquél fue condecorado con el collar de la Orden de Isabel la Católica. A las 18.30, los Cámpora recibieron en su residencia a los príncipes de España “para tomar té”.

En Puerta de Hierro, el clima de irritación era mayúsculo. Conocían todo el programa protocolar y ante las ausencia de Perón e Isabelita, Norma López Rega de Lastiri había dicho en voz alta que no concurriría a ninguna actividad. Isabel la instó a ir: “Vos tenés que acompañar a Raúl”.

Finalizado el té, a las 19.30, el presidente argentino y su esposa fueron saludados por los jefes de las misiones extranjeras acreditadas en España durante una ceremonia que se realizó en el Patio de las Columnas de La Moncloa. Luego, los miembros de la delegación argentina se dirigieron a sus hoteles, el Ritz o el Monte Real. Esa noche, Armando Puente pasó a buscar al canciller Juan Carlos Puig, con quien había compartido sus estudios en la Universidad de Rosario, y se fueron a comer a un restaurante cercano a la plaza Mayor. Fue en ese encuentro cuando el periodista le adelantó a su amigo que el gobierno de Cámpora tenía “los días contados… le anuncié que estaban sentenciados”. Puig no podía creer lo que estaba escuchando y “creo que no terminó de creérselo hasta poco después”.

El sábado 16 de junio, a las 21.15, Cámpora tenía previsto asistir con su delegación al Palacio de Oriente, donde Franco le ofrecería una cena de gala con todos los honores correspondientes a su jefatura de Estado (el programa preveía “uniforme de gran gala o frac con condecoraciones”). Cerca del mediodía, se trasladó a la quinta 17 de Octubre con la idea de convencer a Perón para que asistiera.

El automóvil presidencial tuvo que esperar unos minutos, a la vista de todos los periodistas, hasta que fue autorizado a entrar. El presidente de la Nación, con un elegante traje de diario, fue recibido por un Perón que lucía una guayabera colorada y un gorrito blanco, estilo “pochito”, y no lo hizo entrar en la casa. Se quedaron en el porche. Al cabo de un rato, se sentaron en un sillón, mientras el periodismo observaba, y conversaron. Tras un cuarto de hora, el presidente argentino se retiró mustio y Perón, desde lejos, saludó al periodismo levantando los dos brazos. “Perón estaba jodón”, se atrevió a contar Armando Puente.

Por la noche, el presidente Héctor Cámpora, de frac, luciendo la banda presidencial −que, por lo general, no se usa en los viajes al exterior− y con el collar de la Orden de Isabel la Católica y la medalla de la Lealtad Peronista por “leal colaborador”, intentó explicarle a Perón que sería trascendental su presencia en la recepción… y se refirió a las relaciones con España. Ahí, nuevamente, en presencia de unas pocas personas, Perón, irritado, le dijo que no se atreviera a hablarle a él de relaciones internacionales y volvió a repetir las mismas palabras que le había dicho a Armando Puente, utilizando “homosexuales” y cambiando “aventureros” por “marxistas”.

El edecán militar, teniente coronel Carlos Corral, sentado entre Perón y Cámpora, hizo el ademán de levantarse y el dueño de casa le tocó la rodilla, diciéndole “No, m’hijo, usted quédese”. Luego, Perón lanzó una frase terrible: “Ustedes son una mierda, el país en llamas y ustedes haciendo turismo”. Angustiado, el Presidente intentó darle su bastón y banda presidencial, y Perón comentó: “No necesito el bastón para tener poder”.

Como estaba previsto, Perón no fue al Palacio de Oriente y Cámpora, como consecuencia de su visita a Puerta de Hierro, llegó tarde a la recepción. La cena estuvo rodeada con los fastos propios de la corte del Generalísimo Franco, cuya cara parecía sacada del Tahuantinsuyo (el imperio incaico) por su ausencia de reflejos.

Cámpora se sentó, en la larga mesa, frente a Franco; a su izquierda, María del Carmen Franco Polo; a su derecha, Carmen Polo, y, a continuación, Cristóbal Martínez-Bordiú, marqués de Villaverde y yerno de Franco. Mientras unos pocos comenzaban a percibir la irritación de Perón con Cámpora, la mayoría se deslizaba de un salón a otro con todas sus galas a cuestas. López Rega lucía una banda con los colores borbónicos; el senador tucumano Eduardo Lalo Paz parecía un galán de Hollywood, pero no exhibía ninguna distinción, lo mismo que el diputado Ferdinando Pedrini y José María Castiñeira de Dios, que −con sus anteojos semioscuros− parecía un extraviado (él también había escuchado la noche anterior algunas reflexiones de Armando Puente).

En la tapa de La Opinión del 17 de junio, Castiñeira de Dios desmentiría “versiones de disidencias” entre el General y Cámpora. En lo que resultaba ser una “operación de prensa” (que volvería a repetirse −como ya veremos− cuando Perón se alojó en su casa de Vicente López), el matutino de Jacobo Timerman titulaba en la página 8: “Cámpora dedicó el día de ayer a conversar con Perón”. Era todo mentira. Perón no quería ni hablar con el presidente.

Ignorando a Héctor Cámpora

El domingo 17 de junio, el protocolo preveía “día de descanso” y los Llambí aprovecharon para quedarse un rato más en la habitación del Hotel Ritz. Esa mañana, cuando sonó el teléfono, atendió Beatriz Haedo de Llambí y, luego de identificarse, Perón la saludó. Después ella le pasó la llamada a Benito. Perón los invitó a acompañarlo a misa y a quedarse luego a almorzar en la quinta. Benito le respondió que, dada la distancia, no llegarían a tiempo para la celebración, pero que con todo gusto irían a Puerta de Hierro. En esa conversación telefónica, Perón le dijo a Llambí: “Yo, ya con Cámpora, no voy a hablar nada”, y le pidió que él tratase con el presidente y que luego le transmitiera todo. No figura en sus memorias, pero así sucedió, según me lo relató Beatriz Haedo de Llambí.

Con la discreción y cautela con que trazaba su camino, Llambí sólo habló sobre el almuerzo en la residencia 17 de Octubre al que asistieron los dueños de casa, los Cámpora, los Llambí y José López Rega. Comentó que fue “muy especial, porque era ostensible la manera en que el general ignoraba a Cámpora. En numerosas oportunidades éste hizo intentos para introducirse en la conversación, sin que Perón se diera por enterado. Isabelita se dedicó extensamente a hablar de su reciente viaje a China. Después del café, me levanté por dos o tres veces para saludar y retirarnos, ya que mi intención era dejarlos a solas, y en todos los casos Perón nos retuvo. Finalmente, dirigiéndose a Cámpora, le agradeció la visita y lo invitó a acompañarlo a la puerta. Allí lo despedimos”.

Como mudo testigo del desencuentro que se vivía, queda la foto de la agencia AP que muestra a Perón de saco claro y corbata, a Isabel con un vestido a cuadros, y a Llambí de formal traje gris oscuro, mientras despiden a Cámpora (de espaldas) en el porche.

“La realidad era que la suerte de Cámpora estaba echada” −acotó Llambí−; “a Perón le bastaron veintitrés días – los que mediaron entre el 20 de junio, día de su regreso, y el 13 de julio, en que renuncia Cámpora– para terminar con la experiencia juvenil de administración”.

Perón y Cámpora se volverían a encontrar recién en el Palacio de La Moncloa el miércoles 20 de junio.

El lunes 18 de junio, el presidente Cámpora y su delegación depositaron a las 9.45 una ofrenda floral en el Monumento de Isabel la Católica, en el Paseo de la Castellana. El día terminó con la cena de gala que ofreció a Francisco Franco, su esposa, Carmen Polo, y otras autoridades, en el Palacio de La Moncloa. Perón y su señora no asistieron. Durante la mañana de aquel lunes, Perón estuvo paseando por el jardín, mientras Isabel terminaba de hacer las valijas y guardar cajas con documentos o cosas personales. La tapa del ABC del día siguiente lo muestra junto a Isabel mientras mira un baúl. Isabel se ve elegantemente vestida, con una camisa a rayas. Perón, de saco claro y corbata oscura.

El martes 19 de junio, Héctor Cámpora cumplió una agenda muy recargada que se inició con la visita al Colegio Mayor en compañía del canciller y del ministro de Educación y Ciencia de España. Mientras tanto, ese martes al atardecer, Juan Domingo Perón se despidió de sus amigos en España.

“Estábamos unas 40 personas -relató Armando Puente-. Junto con Perón, Isabel y López Rega. Entre otros, recuerdo al doctor Francisco José Paco Flórez Tascón (endocrinólogo, geriatra) y su esposa, amigos desde poco después de su llegada a Madrid. Él y su esposa eran personas muy religiosas y relacionadas con el gobierno. Es el matrimonio que preparó el casamiento religioso de Perón con Isabel y quien gestó el fin al conflicto con el Vaticano, yendo a su casa, en la calle Cea Bermúdez 53, el arzobispo de Madrid que es quien tenía derecho a levantarle la excomunión laete sententia, en la que posiblemente podía haber incurrido Perón con la expulsión de los dos obispos auxiliares de Buenos Aires en 1955. Perón tuvo mucho interés en poner fin a este obstáculo. También estaba el teniente coronel Enrique Herrera Marín, a quien Perón había conocido en Santo Domingo. El militar, entonces, comandaba allí la Legión Anticomunista, una fuerza de unos doscientos mercenarios españoles contratados por Leónidas Trujillo para luchar contra Fidel Castro. Herrera Marín fue, a partir de entonces y en años siguientes, uno de los hombres más destacados del Servicio de Inteligencia Militar español; vivía también en la calle Cea Bermúdez. También asistió a aquella despedida Ernesto Jiménez Caballero, poeta, escritor, uno de los fundadores de la Falange, ya anciano y pintoresco en aquella época; Norberto Ceresole, que lo visitaba a Perón a partir del 70, o principios del 71 y también asistió Pilar Franco, viuda de Jaraiz, gallega dicharachera, que explotaba eso de ser la hermana de Franco (que no le daba pelota) y salía con Isabel al cine y de compras. Perón nos explicó a los presentes que llegaba ‘el fin de mi estadía en España, tras tantos años en los que no me he comprometido en los asuntos internos españoles ni he comprometido a nadie. He tratado de mantener una conducta precisa y un proceder retenido, porque vine como exiliado y no como político. He contenido todo impulso que me lanzara a la palestra pública española. Queda mi gran deuda de gratitud hacia el pueblo español por las numerosas pruebas de cariño que he recibido cada día en la calle, que es donde mejor se conoce lo que realmente es un país’”.

La tensión y el disgusto de Perón se reflejaban en su rostro en la mañana del 20 de junio de 1973. Beatriz Haedo de Llambí lo observa a la salida del Palacio de La Moncloa. Tras un corto encuentro privado a primera hora del 20 de junio entre Francisco Franco, Perón y Cámpora en el Palacio de La Moncloa la delegación argentina se dirigió al aeropuerto de Barajas e iniciaron el retorno definitivo de Perón a la Argentina.

Adentro del Boeing 387, bautizado Betelgeuse (una estrella brillante de la constelación de Orión), todo era alegría y emoción. Sus pasajeros intuían que eran partícipes de un momento histórico, aunque ignoraban la profundidad de la grieta que había nacido entre Perón y Cámpora. Y, para dejarlo por sentado, muchos se intercambiaban el menú y lo firmaban. En uno de éstos, se observan las rúbricas de José Carlos Piva, Mario Amadeo, Beatriz Haedo de Llambí y su esposo Benito, Carlos Gianella, Marcelo Sánchez Sorondo, Alberto E. Assef, doctor Pedro Cossio, Eduardo Paz, José María Castiñeira de Dios, Julián Licastro, Enrique Omar Sívori, coronel Carlos Corral, embajador Campano, Julio Broner, Segundo Palma, presbítero Rodolfo Ricciardelli, José Antonio Allende, Néstor Carrasco, Giancarlo Elia Valori, la señora Sara de Padilla, José Rucci, general Juan E. Molinuevo, Alberto Brito Lima, Raúl Lastiri y Ferdinando Pedrini.

En el almuerzo, podían elegir, entre otros platos, "entremeses a la italiana, crema San Germán, solomillo a la plancha, papas Castillo, guisantes a la manteca, suprema de pollo con salsa blanca, puntas de espárragos, patatas risoladas, tartas de frutas y selección de quesos".

Miércoles 20 de junio de 1973, en Ezeiza

Desde el día 19 de junio, Juan María Coria y un equipo del matutino La Prensa, dirigido por Antonio Requeni, se encontraba instalado en el Hotel Internacional de Ezeiza. Como el comedor estaba cerrado, por consejo del colega Enrique Llamas de Madariaga, cenaron en El Mangrullo. “Al día siguiente por la mañana −contó Coria en Testigos del poder–, el porvenir de esa jornada nos golpeó de lleno. Hombres jóvenes con brazaletes de la JP y metralletas colgando de sus hombros se desplazaban por todos lados”. En un momento se encontró con el ex boxeador Oscar Sostaita, un leal amigo de Perón, que le dijo en voz baja: “Esto no me gusta nada…”.

“Poco después de las 14.30 -sigue Coria- comenzó el avance de los Montoneros sobre el palco. Hubo disparos para frenar el avance. La batalla comenzaba […] grupos de izquierda peronista y sectores trotskistas ametrallaban el palco para tomarlo y recibir a Perón en nombre de la Patria Socialista; los de la Patria Peronista lo defendían sin desperdiciar balas”.

Arriba del palco, tirados a ras del piso, estaban los músicos de la Orquesta Sinfónica, varios parapetados en sus propios instrumentos; invitados especiales, como Saturnino Funes y Jorge Anzorreguy, con sus respectivas esposas; Jorge Connolly, Ricardo Fabris y Horacio Bustos (funcionarios de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires); el cineasta Leonardo Favio, custodiado por un joven a quien le decían “comandante”, desde su cabina de transmisión se desgañitaba exigiendo orden y serenidad, mientras los disparos pegaban en las estructuras de metal y las 18.000 palomas que iban a ser soltadas en “prenda de paz” huían de sus jaulas.

La fiesta se había transformado en un pandemonio. O, en otras palabras, era la obra de arte final del desorden en el que habían sumergido Cámpora y sus seguidores a la Argentina. Perón lo sabía, ya lo había comentado en Madrid. Hubo incidentes de todo tipo −linchamientos, castraciones y ahorcamientos en los árboles− y el “Betelgeuse” que traía a Perón descendió en la Base de Morón.

Vicente Solano Lima, presidente de la Nación interino, habló desde Ezeiza al avión presidencial que traía a Cámpora y Perón desde España y que, en ese momento, sobrevolaba Porto Alegre, Brasil:

-Mire, doctor, aquí la situación es grave. Ya hay ocho muertos sin contar los heridos de bala de distinta gravedad. Ésa es la información que me llegó poco después del mediodía. Ya pasaron dos horas desde entonces y probablemente los enfrentamientos recrudezcan. Además, la zona de mayor gravedad es, justamente, la del palco en donde va a hablar Perón.

Héctor J. Cámpora, desde la cabina del avión presidencial, le espetó: “Pero, doctor, ¿cómo la gente se va a quedar sin ver al general?”.

−Entiéndame, si bajan aquí, los van a recibir a balazos. Es imposible controlar nada. No hay nadie que pueda hacerlo.

Según Lima, ya en la Base de Morón, Perón insistió en sobrevolar la zona para, por lo menos, hablarle a la gente con los altoparlantes de los helicópteros. “Pero le expliqué que también era imposible: en la copa de los árboles del bosque había gente con armas largas, esperando para actuar. Gente muy bien equipada, con miras telescópicas y grupos armados que rodeaban la zona para protegerlos. No se los pudo identificar, pero yo tenía la información de que eran mercenarios argelinos, especialmente contratados por grupos subversivos para matar a Perón”.

Al día siguiente el ex presidente se dirige a la ciudadanía por radio y televisión.

“Cuando los pueblos agotan su paciencia, hacen tronar el escarmiento”

En la noche del 21, Perón habló flanqueado por el presidente Cámpora y el vice Vicente Solano Lima. Detrás, parados, José López Rega y Raúl Lastiri completaban la escena. Envió un claro y enérgico mensaje a todas las “organizaciones armadas”, en especial a Montoneros:

“La situación del país es de tal gravedad que nadie puede pensar en una reconstrucción en la que no deba participar y colaborar. Este problema, como ya lo he dicho muchas veces, o lo arreglamos entre todos los argentinos o no lo arregla nadie. Por eso, deseo hacer un llamado a todos, al fin y al cabo hermanos, para que comencemos a ponernos de acuerdo”.

“Conozco perfectamente lo que está ocurriendo en el país. Los que crean lo contrario se equivocan. Estamos viviendo las consecuencias de una posguerra civil que, aunque desarrollada embozadamente, no por eso ha dejado de existir (…) Hay que volver al orden legal y constitucional como única garantía de libertad y justicia. En la función pública no ha de haber cotos cerrados de ninguna clase, y el que acepte la responsabilidad ha de exigir la autoridad que necesita para defenderla dignamente. Cuando el deber está por medio, los hombres no cuentan sino en la medida en que sirvan mejor a ese deber. La responsabilidad no puede ser patrimonio de los amanuenses”.

"Nadie puede pretender que todo esto cese de la noche a la mañana, pero todos tenemos el deber ineludible de enfrentar activamente a esos enemigos, si no queremos perecer en el infortunio de nuestra desaprensión o incapacidad culposa".

"Los que pretextan lo inconfesable, aunque lo cubran con gritos engañosos o se empeñen en peleas descabelladas, no pueden engañar a nadie. Los que ingenuamente piensen que así pueden copar nuestro Movimiento o tomar el poder que el pueblo ha conquistado se equivocan. Ninguna simulación o encubrimiento, por ingeniosos que sean, podrán engañar. Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse que, por ese camino, van mal… a los enemigos embozados, encubiertos o disimulados les aconsejo que cesen en sus intentos, porque cuando los pueblos agotan su paciencia, suelen hacer tronar el escarmiento".

El viernes 22 de junio, el embajador estadounidense John Davis Lodge volcó, en el cable nº 4419, su opinión sobre el discurso de la noche anterior. En un largo informe de ocho puntos, consideró que “un Perón nada sonriente dijo anoche lo que los peronistas moderados y casi todo el país quería oír. Dejando de lado los extremos, Perón convocó a todos los argentinos a dejarse de tonterías y ponerse a trabajar. Pidió sacrificio y una producción creciente, para un retorno al orden legal y una reconciliación nacional. […] No hubo bombos, ni marchas peronistas, ni estribillos. De hecho, ninguno de los adornos o arengas demagógicas que duraban horas, típicas de otros tiempos. No fue un discurso para sus seguidores peronistas, fue un discurso para todos los argentinos […] En una clara advertencia a los terroristas, dijo que hay un límite para la paciencia del pueblo argentino y el movimiento peronista. Según el punto 7º, “el discurso de Perón fue eminentemente sensible y moderado, no fue lo que los extremos de izquierda y derecha querían oír. Más aún, Perón dijo que éstos debían volver al centro o enfrentar las consecuencias”.

La conspiración contra Cámpora

El domingo 24 de junio, inexplicablemente, Cámpora y sus acólitos expresaron, en reiteradas ocasiones, que, una vez establecido el gobierno constitucional, las organizaciones armadas perderían la razón de su existencia y dejarían de operar. Lo afirmaban mientras los cuadros principales de todas las organizaciones terroristas sostenían lo contrario.

Para el gobierno de Héctor Cámpora, sin la violencia de arriba, no habría violencia de abajo, y se viviría en un clima de paz. ¿Paz? Regía un gobierno constitucional, pero seguían actuando las organizaciones armadas. Ese domingo 24, La Opinión informaba que no había novedades sobre el paradero de cuatro empresarios secuestrados: John Thomson, presidente de Firestone Argentina, por quien pedían 1.500 millones de pesos y se había pagado un millón de dólares; Charles A. Lockwood, británico, que llevaba más de tres semanas de desaparecido (se abonaron 2.300.000 dólares al PRT-ERP por su liberación); Kart Gerbhart, un alemán, gerente general de Silvana S.A., y Manuel Ciriaco Barrado, un empresario de una fábrica de papel que había sido secuestrado por grupos armados, en plena calle, en la provincia de Córdoba.

Mientras, el gobierno preparaba una ley de inversiones extranjeras. En esas horas, Cámpora fue a visitar a Perón. Fue recibido por José López Rega, porque el dueño de casa mantenía una entrevista con el presidente del Instituto de Relaciones Exteriores del gobierno italiano, Giancarlo Elia Valori. Ese mismo día el matutino Mayoría publicaba un artículo del empresario donde planteaba la necesidad de llegar a un acuerdo cívico-militar.

La historia comenzaba a trazarse en otro lado. El 24 de junio, en el ámbito del Congreso de la Nación, Perón mantuvo un diálogo con el líder del radicalismo, Ricardo Balbín, dejando de lado al presidente Cámpora y al ministro del Interior. El encuentro se iba a realizar en la casa de Balbín, en La Plata, como devolución de la visita que el jefe radical había hecho a la casa de Gaspar Campos el 19 de noviembre de 1972. Sin embargo, por razones de seguridad, se concretó en las oficinas de Antonio Tróccoli, jefe del bloque de diputados de la Unión Cívica Radical. Oficiaron de mediadores el propio Tróccoli y el presidente de la Cámara baja, Raúl Lastiri. Hablaron a solas, pero en la Argentina casi no hay secretos.

Al día siguiente, la embajada de los Estados Unidos, a través del cable reservado nº 4459, le informó a la Secretaría de Estado que se habían reunido en “privado” y que se discutieron “medios y formas de cooperación”. El embajador Lodge resaltó que Balbín había puesto en evidencia que “una nueva era de consenso político está comenzando en la Argentina” y que, al término de la conversación, los dos líderes fueron homenajeados por políticos de ambos sectores en una “atmósfera de gran cordialidad”. Sin embargo, comentó Lodge en el punto 4º: “Además de problemas tales como el control del terrorismo y las divisiones dentro del Movimiento, uno de los temas que más está presionando a Perón es el de mantener la cooperación de otros partidos políticos, especialmente la UCR. El hecho de que Perón haya visitado a Balbín poco después de su regreso muestra a las claras que Perón tiene la intención de moverse rápidamente, en lo que hace a controlar este problema”. “El largo tiempo transcurrido permite revelar una serie de cuestiones que, en el momento de los hechos, eran difíciles de conocer, aunque sí se podían prever”.

Ricardo Balbín quedó anonadado por la forma de hablar de Perón sobre el gobierno de Cámpora. La feroz censura se abatió sobre el propio Cámpora y algunos de sus ministros, en especial Esteban Righi y el canciller Juan Carlos Puig. Perón fue directamente al grano: no estaba de acuerdo con las ocupaciones a las oficinas públicas y con los excesos que se cometían a diario, y le dijo que se intimaría a los grupos armados para que se desarmaran, “y si no, actuará la policía, que para eso está”.

Balbín, desde unos días antes, estaba al tanto de algunos pensamientos del líder justicialista a través de Jorge Osinde, pero nunca imaginó la profundidad y la vecindad de la crisis. Perón le adelantó que habría cambios en el gobierno. “Claro –respondió Balbín–, es de suponer que cuando se sancionen las modificaciones a la ley de ministerios, todos ofrecerán sus renuncias y entonces se producirán los cambios”. La respuesta de Perón no se hizo esperar: “No, no podemos esperar tanto; tendrán que producirse ya mismo”.

El miércoles 4 de julio, por la mañana, Cámpora presidió una reunión de gabinete a la que se sumaron Isabel Perón, Raúl Lastiri y el vicepresidente, Vicente Solano Lima. Se trataron algunos temas personales del general Perón: su enfermedad y el reposo que debía guardar, la restitución de su grado militar y sus haberes devengados. En la ocasión, tanto López Rega como su yerno, Raúl Lastiri, ensayaron una crítica frente a la situación general del país.

El mismo grupo, sin la inclusión de los ministros del Interior y Relaciones Exteriores, fue invitado a trasladarse, por la tarde, a la residencia de Gaspar Campos. Perón recibió a los asistentes en el living, departió un rato, invitó con café, y luego se retiró a la planta alta. Estaba todo planeado.

Cuando pasaron al amplio comedor, Isabel tomó la cabecera, Cámpora quedó a su derecha y López Rega a su izquierda. La otra punta de la mesa la ocupó Vicente Solano Lima, con Gelbard y Ángel Federico Robledo a sus flancos. La conversación comenzó con unas palabras de Isabel referidas a la proximidad de un nuevo aniversario de la muerte de María Eva Duarte de Perón e hizo saber que no deseaba la presencia de la muchachada “desmelenada y ruidosa” en los actos, según recordó el ex Ministro de Educación Jorge A. Taiana.

Después tomó la palabra López Rega para reiterarle a Cámpora las mismas críticas que había expresado por la mañana. Isabel llegó a amenazar a todos con llevárselo a Perón de vuelta a Madrid. En ese momento, Cámpora rompió el silencio: “Señora, todo lo que soy, la misma investidura de presidente, se la debo al general Perón. Por lo tanto, usted lo sabe, el cargo está a disposición del general Perón, como siempre lo estuvo”. Le tocó a Vicente Solano Lima dar el golpe de gracia al reconocer que, estando Perón en la Argentina y como respuesta al anhelo de la gente, él presentaba su renuncia indeclinable como vicepresidente.

Siete años más tarde, reiteraría en un reportaje las mismas palabras que pronunció: “Como lo ha señalado el señor presidente de la Nación, el pueblo argentino quiere ser gobernado por el general Juan Domingo Perón. Pero para que ello sea posible presento en este mismo acto mi renuncia indeclinable de vicepresidente”.

Luego, el viejo dirigente conservador popular agregaría que "los ministros sabían ya de qué se trataba, porque para eso habían estado en la reunión del 21 de junio". Terminada la sesión en el comedor, Isabel, López Rega, Cámpora, Solano Lima y Taiana subieron al primer piso, donde Perón estaba sentado en una mecedora. El presidente en ejercicio volvió a reiterar su gesto de reconocimiento y generosidad, y Perón, como desentendido, dijo que "habría que pensarlo". López Rega exclamó que no había nada que pensar y que no había que demorar las cosas.

— ¿Y los militares?, preguntó Perón.

—No hay ninguna preocupación.

—Bien.

Según el relato de Taiana en El último Perón, todos se confundieron en un abrazo: “Perón se emocionó y después lo acostamos. Le tomamos el pulso, la presión y le proporcionamos un medicamento en los minutos más importantes de los últimos años. De allí, Perón a la presidencia”. Las renuncias que fueron publicadas en los diarios nueve días más tarde, en realidad, se produjeron en la reunión de ese día. Mientras tanto, el arco político de la centroderecha se mantenía en silencio. “Yo me tengo que quedar callado ahora. No quiero obstruir, y además soy noticia hasta cuando, como ahora, desde el silencio, me convierto en un interrogante”, declaró el ex candidato presidencial de la Alianza Popular Federalista (APF), Francisco Paco Manrique.

El miércoles 11 de julio, a primera hora de la mañana, el coronel Jaime Cesio, jefe de Política y Estrategia del Estado Mayor, le transmitió a Ricardo Balbín la invitación de Carcagno para concurrir a una cena que se llevaría a cabo en el Edificio Libertador. Antes de sentarse a la mesa, Cesio le reveló al invitado lo que había sucedido el día anterior en Gaspar Campos. Se trató la renuncia de Cámpora y la posibilidad de una fórmula compartida entre Perón y Balbín.

La noticia de las renuncias de Cámpora, Solano Lima y el gabinete de ministros, una vez ultimados todos los detalles, debía ser conocida el sábado 14 de julio, aniversario de la toma de la Bastilla, fiesta nacional de Francia. Pero se adelantó un día porque el matutino Clarín publicó unas declaraciones del vicegobernador de la provincia de Buenos Aires, Victorio Calabró, en las que sostenía que “estando el general Perón en el país nadie puede ser presidente de los argentinos más que él”.

Además, Calabró desataba otra interna al comentar que “había mandatarios provinciales disfrazados de peronistas que también debían ser barridos”, en clara alusión a los gobernadores Oscar Bidegain (Buenos Aires), Alberto Martínez Vaca (Mendoza), Ricardo Obregón Cano (Córdoba), Jorge Cepernic (Santa Cruz) y Miguel Ragone (Salta). Lo dijo así: “Darles obras de las que tiene Perón en sus manos a muchos de sus gobernadores sería un pecado, porque serían ellos los que las llevarían a cabo con ideologías que no son justicialistas”.

Luego de las palabras del vicegobernador Calabró, Héctor Cámpora y sus allegados estimaron que era preferible adelantarse antes que ser empujados fuera de la Casa Rosada por la “pandilla” (término con el que se referían a los que rodeaban a Perón). Al mismo tiempo, la sorpresa evitaría que importantes sectores se movilizaran pidiendo por Perón. En ese clima, algunos de los que acompañaban a Cámpora imaginaron que al propio jefe del Justicialismo no le quedaría otro camino que salir a respaldar al presidente, sin tener en cuenta que los sectores ortodoxos lo condenaban por haber servido de instrumento para enfrentar a Perón.

El presidente de la Asamblea Legislativa fue el senador tucumano José Salmoiragi (por ser el más antiguo), y de secretario ofició el senador correntino Humberto Romero (el más joven). Ese mismo día dos ministros dejaron el gabinete nacional. El de Interior, Esteban Righi, y el canciller, Juan Carlos Puig, fueron reemplazados por Benito Llambí y Juan Alberto Vignes.

A las 21 horas con los tres edecanes a sus espaldas, Lastiri dirigió un mensaje en cadena, donde explicaba que, en las elecciones del 11 de marzo, “la soberanía del pueblo se ejerció a través de actos distorsionadores de su verdadera voluntad” y que había llegado el momento de repararlos. Ese mismo día, el Ministro de Economía, José Ber Gelbard, contó a los periodistas acreditados que “éste ha sido uno de los secretos mejor guardados de la historia política argentina. Sólo catorce lo sabíamos”, y entre esos hombres estaba Perón.

La frase del día la pronunció el secretario general de la CGT en la sala de prensa de la Casa Rosada: “Se terminó la joda”.

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