Cinco meses de matrimonio fueron suficientes para el marido. Acaso demasiado. Sus pensamientos comenzaron a ser circulares pero no perfectos porque el círculo no terminaba de cerrarse, hasta que uno de ellos logró salir del laberinto y alcanzó la proeza de que un extremo tocase el otro extremo. Al fin llegó a una conclusiòn incontestable basada en cinco meses de elucubraciones, de convivir con sufrimientos imaginarios, permanentes dolores de cabeza, angustia, obsesión, personajes fantasmagóricos que por las noches, en sus sueños, la señalaban a ella, a su mujer, como la pérfida que lo terminaría traicionando. ¡Basta! La idea que surgió luego de aquellos cientos cincuenta días de inquietudes era desarmar a su esposa, quitarle su arma más poderosa, es decir arrebatarle su belleza, no matarla sino advertirle contra el adulterio, atemorizarla. Nadie más se fijaría en ella.
El doctor Geza de Kaplany, húngaro de nacimiento, le daría una lección a su inocente mujer torturándola para que aprendiera a no ser infiel. Era, a su criterio, un mecanismo de prevención, que realizaría en su casa de San José, California, el 28 de agosto de 1962. La hermosa Hajna Piller de Kaplany, también era húngara, de veinticinco años, de cabellos rubios, alta, de esplendorosa figura, hija de un campeón olímpico de esgrima. Había sido corista, cantante y bailarina, y había quedado cautivada por la refinada personalidad y sabiduría del buen doctor en medicina.
Geza, según dijo, había obtenido su grado de médico en Hungría en 1951. Se especializó en cardiología y obtuvo el doctorado en 1954. En los Estados Unidos, debió revalidar casi todas las materias. Completó su residencia en la Universidad de Harvard, enseñó anestesiología en Yale y obtuvo la licencia para ejercer la medicina en cuatro estados, incluido California.
Geza, Hajna y los rumores
El rumor de que su esposa le podría ser infiel lo perturbó. ¿Habrá sido verdadera esa excusa? También circuló la versión de que la agresión contra su mujer se debió a que la bella Hajna había descubierto que su marido era homosexual. Nunca se probó ni que él la haya atacado por una supuesta infidelidad ni tampoco que él se sintiera tan avergonzado de que su secreto pudiera salir a la luz que decidiera darle un escarmiento a Hajna por si se le ocurriera hablar de más o, directamente, liquidarla para que su secreto se fuera a la tumba con ella.
El martes 28 de agosto, en el chalet para recién casados de Ranchero Way, en San José, el doctor Geza de Kaplany, de 36 años, desnudó con delicadeza a su esposa acaso para que creyera que sus intenciones eran las de hacer el amor, pero ató con habilidad a Hajna a la cama y puso música al máximo de volumen. Le mostró un papel que decía: “Si querés vivir: 1) No grites; 2) Hacé lo que te diga; 3) Si no, morirás”.
Comenzó entonces a desfigurar el cuerpo de la mujer con un bisturí. Hizo cortes desde la cara hasta los pies. Los gritos lastimosos de Hajna alertaron a los vecinos. Antes de que pudieran llamar a la Policía, Geza fue lo suficientemente hábil y rápido para aplicarle sobre las cortes mutilantes una mezcla de ácido clorhídrico, sulfúrico y nítrico que le provocaron a la pobre Hajna quemaduras corrosivas de tercer grado en la mayor parte de su cuerpo, especialmente en los ojos, los pechos y los genitales.
La Policía finalmente llegó tres horas después de concluída la tortura. Fue entonces cuando, al ser interrogado, Geza aseguró que había lesionado a su esposa porque su intención había sido destruir su belleza, pero que no había querido matarla. El sufrimiento de Hajna fue inenarrable. Su familia declaró que hubiese preferido que Geza, altamente capacitado en medicina, terminara con ella en ese momento antes de dejarla con ese enorme padecimiento. No creían en sus palabras, es decir, estaban convencidos de que, por tratarse de un médico especializado, quiso causarle a Hajna el tormento que padeció.
El doctor Ácido y el asesinato más horrendo de EE.UU.
Desde entonces, Geza de Kaplany fue llamado por la prensa “El doctor Ácido”. La joven, que tenía el sesenta por ciento de su cuerpo quemado por el ácido, se recuperó lo suficiente para dar una breve declaración. Sin embargo, murió treinta y tres días después del ataque, el 30 de septiembre, en el St. Francis Memorial Hospital. Un observador de esta tragedia, según escribió el veterano escritor de crimen Carl Sifakis, dijo que era: “El asesinato más horrendo en la historia de Estados Unidos”.
El primer día del juicio, 14 de enero de 1963, el fiscal Louis Bergna, protagonizó una intervención de gran dramatismo, que algunos calificaron de golpe bajo pero que abrió la puerta para una situación que nadie esperaba. De golpe abrió una carpeta, se acercó al jurado y mostró grandes fotografías de Hajna muerta. La correspondiente a la cara, con los ojos quemados, casi se la estampa en el propio rostro del acusado. También exhibió otras donde se veía el cuerpo con la carne lacerada desprendiéndose de los huesos. El rostro de la víctima, de color negro amarronado, tenía un aspecto rígido, como el del cuero excesivamente curado.
“¡No, no, no! -exclamó Geza- ¿Qué le ha hecho?”.
Todos quedaron sorprendidos. ¿A quién se refería el médico? Había dicho: “¿Qué le ha hecho?”. Pero quién, si el que era juzgado era él. De Kaplany se había declarado culpable pero ahora le echaba la culpa a otro. Los psiquatras de la defensa declararon que se trataba de un “esquizofrénico paranoide”, y entonces se lanzó el argumento que dominaría casi todo el resto del juicio. De Kaplany tenía una “personalidad múltiple”.
¿Quién mató a su mujer, fue Pierre de la Roche, es decir su otro yo o su alter ego criminal, su “doppelganger”? El propio acusado relató por primera vez que había presenciado la escena del crimen mientras “Pierre” vertía ácido sobre esposa. “Ese día testificó de Kaplany y afirmó: “Pierre la golpeó, la golpeó, la golpeó. A partir de ese momento, me desvanecí, fui arrastrado y desaparecí, aunque seguía consciente...”.
Geza vs. Pierre
Después de esto, no fue fácil continuar con el juicio. Por un momento no estaba claro a quién se estaba juzgando, si a Geza o al supuesto “Pierre”. El acusado estaba partido al medio o dividido en dos o con una personalidad fragmentada. ¿Pero todas estas cuestiones de dónde habían salido? Es decir, los exámenes forenses realizados habían concluido que de Kaplany era perfectamente normal en la época del crimen. No había ningún “Pierre” ni nada de eso. Tampoco en esta posibilidad se basó la defensa del acusado pues lo hubiese resultado más cómodo comenzar diciendo que su cliente era un loco que se convertía en Mr. Hyde. ¿Habrá leído a Robert L. Stevenson? ¿Entonces?
El fiscal Bergna, rápido, presentó como testigo de cargo a Ruth Krueger, una examante que declaró lo contrario. El médico era perfectamente normal, algo sádico en sus relaciones íntimas, pero nada de qué quejarse, salvo cuando no podía sostener una erección porque entonces se ponía furioso. La fiscalía arremetió con una conclusión que resultaría la vencedora: De Kaplany, acosado por su impotencia acaso haya dado crédito a aquellos que decían que una mujer tan hermosa como Hajna podría dejarlo si no se sentía plena con su matrimonio. En fin, de Kaplany quiso matar y mató y lo hizo con absoluta libertad. No había nadie más en su cabeza y, tampoco, nada más que agregar.
El juicio duró treinta y cinco días, dos más que lo que duró la vida de la mujer de de Kaplany después de las torturas. La conclusión del jurado fue que el médico estaba legalmente sano al cometer el crimen y no creyó en su presunta doble personalidad. Fue condenado a cadena perpetua. El arrebato en la sala del tribunal cuando quiso echarle la culpa a su “doble” Pierre chocaba contra los informes de tres psiquiatras que lo declararon competente al matar y al presentarse a juicio, pero también tropezaba con el planteo del propio defensor que lo había llevado a juicio como persona perfectamente normal, antes y después de aquél arrebato al ver la fotografía de su mujer muerta. No había tampoco pruebas de una larga y extensa historia de comportamiento irracionales ni de enfermedad mental. Al contrario.
Las sorpresas no habían acabado en este caso. Con buena conducta le hubiese correspondido la libertad condicional pasados treinta años de encierro. Pero de Kaplany fue puesto en libertad condicional silenciosamente en 1975. Obligado a defender sus acciones ante un público enojado, la Autoridad de Adultos de California (es decir la junta estatal de libertad condicional) informó que un misionero del hospital de Taiwán necesitaba desesperadamente un cardiólogo. De Kaplany se había asegurado el apoyo de varios sacerdotes católicos y un arzobispo que presionó a la junta de libertad condicional, en secreto, en nombre del médico, para que le concediera la libertad.
Su rastro reaparece cuando fue despedido de un hospital de Munich, Alemania, en el que trabajaba cuando se dio a conocer a los administradores un artículo de revista que relataba su crimen. En 2002, los reporteros del San José Mercury News rastrearon a de Kaplany hasta una casa en Bad Zwischenahn, también en Alemania, donde vivía con su segunda esposa, que había conocido en Taiwán. Cuando el periodista del San José Mercury News lo entrevistó, el médico afirmó que había sufrido bastante por su delito. “He cometido un error en mi vida”, afirmó de Kaplany. “Pagué lo suficiente por ello”. Luego le suplicó al periodista que no publicara su historia. “Arruinaría mi vida”, le dijo, y agregó: “En ese momento (el del crimen) estaba loco”.
No se sabe si el doctor Geza de Kaplany todavía está vivo.