Cristina Kirchner sigue enojada, Axel Kicillof está en shock y Alberto Fernández sale a pedir auxilio
Otra semana de tensión en el Frente de Todos. Cuáles son los nuevos reproches y por qué se habla de vacío de poder. Las visiones contrapuestas con Guzmán y el reclamo de intendentes y gobernadores. Santiago Fioriti
Cristina, Alberto Fernández, los intendentes del Conurbano y los gobernadores que perdieron las elecciones en sus provincias atraviesan días de desolación y de desconcierto extremo. Los primeros trabajos de los encuestadores y sociólogos que trabajan para el poder advierten que los ciudadanos no valoran los cambios en el Gabinete que se acaban de hacer.
Peor: los cuestionan y dicen que terminaron de hundir la credibilidad presidencial.
La sensación de los argentinos pinta un escenario atroz para la Casa Rosada y en especial para el jefe de Estado: entre los votantes opositores y los independientes se impone la idea de que la que gobierna es Cristina.
Es ella la culpable del fracaso de Alberto y es Alberto el que, mansamente, lo permite. En el electorado más fiel la situación es exactamente al revés: el responsable de la debacle es Fernández porque se niega a cumplir lo que ella pide y porque su administración no respeta los mandatos históricos del cristinismo.
Esa sensación de ambigüedad, que algunos empiezan a llamar directamente vacío de poder se extiende en el propio seno del Frente de Todos. Hay referentes que imploran una cumbre urgente entre el Presidente y la vice para establecer de qué modo seguir, con qué discurso y con qué intérpretes. “Si no se encierran horas y horas para definir cómo nos plantamos de acá hasta 2023 esto puede derivar en una catástrofe.
No hay rumbo y está a la vista de todos”, dice un funcionario de la primera línea del Ejecutivo. El Presidente y su vice convirtieron la derrota en las primarias en una fenomenal crisis política. Casi no se hablan y en privado profesan maldiciones el uno del otro.
La dupla suele descargarse contra al periodismo. En eso sí coinciden. Lo acusan de querer agigantar sus diferencias y de reparar en las miserias humanas. Deberían mirar para adentro: a juzgar por las cosas que se escuchan el periodismo cuenta más bien poco. Bastaría un ejemplo.
Todo lo que dijo la diputada Fernanda Vallejos en los audios que se filtrados son un calco de lo que recitaba en las horas más aciagas, post elecciones, algún miembro de La Cámpora. En medio de ese malestar permanente, Cristina asistió el jueves a la Casa Rosada a la presentación del proyecto de ley de “Fomento al Desarrollo Agroindustrial”.
Las imágenes que se vieron por TV hablaron por sí solas. Y las que no se vieron fueron aun más elocuentes. En la previa del acto, Cristina permaneció en el despacho de Eduardo “Wado” de Pedro, el ministro que lideró la rebelión de renuncias masivas contra Fernández y que sigue más firme que ninguno, a pesar de la afrenta. La vice se negó a asistir al despacho presidencial, donde Alberto permanecía solo preparando el discurso.
Cuando les avisaron que era la hora del anuncio, ella lo esperó a unos metros de la puerta de su oficina. Los únicos testigos eran los granaderos. Caminaron juntos unos metros por la alfombra roja y se subieron al ascensor. Cuando bajaron los estaban esperando Juan Manzur y Julián Domínguez. Hablaron los cuatro unos minutos y salieron a escena.
Los acontecimientos de los últimos quince días no contribuyeron a generar certidumbre.
Un breve repaso.
Cristina presionó a Alberto -aunque algún albertista, de los pocos que quedan, cree que es más apropiado hablar de extorsión- para que modificara buena parte del Gabinete. Luego convocó de urgencia a Axel Kicillof al Sur. El gobernador voló en un vuelo de línea y al llegar debió soportar una serie de cuestionamientos que no había escuchado nunca de boca de la ex presidenta.
En esa áspera charla, Axel pareció mutar en la piel de Alberto: Cristina lo obligó a cambiar el staff de ministros, pero sobre todo lo intimó a desprenderse de sus amigos. El mandatario permanece en estado de shock. ¿Y Cristina? ¿Estará satisfecha con los cambios en marcha? No. Ni satisfecha ni más relajada.
Sigue enojada, con arranques de ira.
Así lo revelan los dirigentes y legisladores que la contactaron en los últimos días, que fueron muchos, porque la líder del espacio no ha pasado una jornada sin inmiscuirse en la crisis. Ni ella ni su hijo Máximo ven posible que se revierta el resultado en las urnas. Piensan en 2023.
Para eso, aseguran, es primordial reconstruir el vínculo con los bonaerenses. Ariel Sujarchuk, el intendente de Escobar, blanqueó en Clarín que la gestión de Kicillof fue deficiente en estos primeros dos años.
Aseguró que el gobernador se encerró desde el día que asumió y que eso contribuyó a la derrota. Y dijo algo más: que no solo él piensa de ese modo. Está claro que hablaba de sus pares.
Las declaraciones no fueron intempestivas: se produjeron días después de que Cristina intervino virtualmente la Provincia y luego de que Sujarchuk les avisara de la movida a los principales protagonistas del Frente de Todos.
Kicillof debió ceder una buena dosis de poder en manos de Martín Insaurralde, su flamante jefe de ministros. Poco antes de recibir el llamado de Cristina -que fue la que le avisó de su nuevo destino-, el hombre de Lomas de Zamora se había reunido con varios alcaldes (Fernando Espinoza, Mario Secco y Sujarchuk, entre otros) para coordinar lo que más tarde le plantearían a Kicillof. En esa reunión, por primera vez, no fue el gobernador el que llevó la voz cantante. Los intendentes le reprocharon su aislamiento en la gestión y que no haya participado activamente de la campaña.
Uno de ellos hasta se acordó de Daniel Scioli: “Podías criticarle la gestión, pero el tipo se ponía al frente, te mandaba recursos, armaba los carteles naranjas y caminaba la Provincia.
Axel se borró. No sabemos si fue porque sabía que perdíamos o porque no dimensionó lo que estaba en juego”.
Otra especulación es que nunca digirió que hayan elegido a Victoria Tolosa Paz como primera candidata.
Como sea, cuando lo tuvieron cara a cara, los intendentes no se privaron de remover el cuchillo. Kicillof fue conminado a hacer silencio.
El gobernador no está acostumbrado a que sean ellos los que diserten. A varios siempre los ignoró o los subestimó. Los alcaldes están en tiempo de venganza. Se han pasado horas y horas escuchando al mandatario. Los zoom, durante la pandemia, fueron memorables. Kicillof les hablaba de una suerte de refundación de la política bonaerense. De aquellos bríos pasó ahora a anotar las críticas de sus verdugos en un cuaderno con espirales.
No es el único que hoy se mueve con anotadores.
Alberto Fernández inauguró una serie de charlas con ciudadanos, a los que visita en sus propias casas. Es una iniciativa que tiende a mostrarlo cerca de las necesidades. Alberto aceptó el consejo de sus asesores, que en otros tiempos desechaba.
“Está pidiendo auxilio y eso es bueno. Se da cuenta de que solo no puede”, dicen a su lado. Fernández ha comenzado a usar la palabra “vecinos” para referirse a la gente que lo recibe en sus domicilios. Dice que es momento de “escucharlos”.
Como puede apreciarse, los timbres macristas están de regreso. Alberto salió a la calle la misma semana en que el Indec difundió un indicador demoledor de pobreza. Macri había dejado 14,4 millones de personas debajo de esa barrera. Fernández lo elevó a 18,5 millones.
Los nuevos números han hecho que sectores duros del cristinismo tomen cada vez más distancia del Ejecutivo. Día a día se suman voces de repudio a las políticas oficiales. Esta semana hubo un Instagram Live de Juan Grabois y Milagro Sala. Sacudieron fuerte al Presidente. Hasta lágrimas hubo.
Lo mismo hizo en la rueda de los jueves, en Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini. Cristina toma nota y presiona para que Martín Guzmán no se preocupe por el déficit ni por la emisión monetaria. El ministro se resiste, como puede, porque ve que en esos dos factores una bomba a punto de estallar. La vicepresidenta y Máximo creen que el economista conspiró contra el resultado electoral. Guzmán piensa que ellos conspiran contra la estabilidad de la economía, paso indispensable para un eventual despegue.
¿Y Alberto? Alberto hace equilibrio, sobre un andarivel ya casi inexistente, mientras el país sucumbe y más nubarrones negros asoman en el horizonte.