“Papá, vámonos del país”. Sofía tiene quince años y, cinco meses atrás, dejó sin palabras a su padre. No era la primera vez que hablaban del tema, pero, en esta oportunidad, en su rostro había una angustia que Gerardo nunca había visto.
Junto a su mujer, se dieron cuenta de que el pedido de su hija no provenía de un impulso adolescente. Era un reclamo genuino.
Con su otro hijo de 13 años, son una clásica familia tipo de clase media que, en una Argentina devaluada y empobrecida, pasan a formar parte de un estrato social superior, sólo por los caprichos de las estadísticas.
No les falta la plata, tampoco les sobra. Viven en un barrio cerrado de la zona norte del gran Buenos Aires, en una casa que construyeron poco después de la crisis del 2001, con la venta de un departamento de tres ambientes en Capital Federal y algunos ahorros.
Ambos son profesionales y, con esfuerzo, pagan un colegio privado bilingüe para sus hijos. Años atrás, podían dar por sentado unas vacaciones fuera del país, sin que ese desembolso les provocara un golpe económico. Ahora, ya no es tan sencillo. Como tantos argentinos, el poder adquisitivo de sus ingresos se derrumbó.
“Muchas veces hablamos con mi mujer sobre la posibilidad de emigrar. En nuestro entorno, en los últimos años, conocimos bastante gente que se fue, pero nunca lo planteamos seriamente. Nuestra situación, hasta ahora, nos permite una vida digna” dijo a MDZ.
Esta vez es distinto, ya que el disparador no surge desde ellos, sino del lugar menos pensado.
Todo empezó un año atrás, cuando la cuarentena comenzaba a flexibilizarse. Sofía tenía cuatro amigas con las que formaban un grupo muy unido. Las clases virtuales y la imposibilidad de verse, les cambió el hábito de estar siempre juntas.
Algo parecido sucedía con su hermano menor, con dos amigos que comenzaron juntos el colegio desde kínder y que eran inseparables.
A fin del 2020, se produjo el primer impacto. Dos de sus amigas, con diferencia de un par de meses, se sumaron a la lista de emigrantes. Una, se fue con familia a vivir a Estados Unidos y, la otra, a Europa.
Este año, antes de las vacaciones de invierno, otra de las amigas, también dejó el país.
Ese fue el punto crítico.
“El entorno de Sofía cambió de golpe y disparó algo que tenía en su interior. Empezó que no quería vivir más en la Argentina, que se quería ir a estudiar a otro país, que todos se estaban yendo. Al principio no lo tomamos en serio, pero después sí. Hasta mi otro hijo dice que se quiere ir. Justo, uno de sus amigos también se va a fin de año” explicó Gerardo.
Pero no sólo es lo que piensan sus hijos. El desánimo, el contexto político y social, la falta de horizontes, llevó al matrimonio a plantear el proyecto como algo real.
“Hablamos con mi mujer y, realmente, nada ayuda en el país. Lo de nuestros hijos fue un disparador. Cada vez estamos peor. No es sólo lo económico. Ya el hecho de acostumbrarnos a vivir en un barrio cerrado es una señal de lo mal que estamos. ¿Cuál es el futuro para nuestros hijos? Tal vez, nuestros hijos tengan razón. Hasta ellos se dan cuenta”, planteó.
A partir de ahí, comenzó el análisis concreto: “Yo tengo una edad en la que si no me voy ahora, después no voy a conseguir trabajo. Es como la última chance. Lo mismo mi mujer. Y encima, con nuestros hijos que piden que nos vayamos. Cómo le decimos que no, que acá hay futuro, si ve que todos sus amigos y conocidos se están yendo. Si no es ahora, nos lo van a reprochar toda la vida” agrega.
Desde el día en que Sofía dijo esa frase contundente, la familia comenzó a hablar del tema en serio.
“Lo primero que le explicamos es que sería un cambio de vida fuerte. Que, al principio, no iban a tener amigos, que iban a tener que vivir más ajustados, en una casa más chica. Tratamos de que entendieran que no era un juego” dijo.
Esas explicaciones no atenuaron la demanda: “Sofía nos dijo que ella se quería ir igual, que quería estudiar afuera y que, si no era ahora, lo iba a hacer cuando terminara el secundario o después, pero no quería vivir acá. Mi otro hijo piensa igual. Como tenemos la ciudadanía italiana, eso facilita las cosas”
Gerardo reconoce que, si no fuera por el planteo de sus hijos, el tema de emigrar hubiese seguido como una fantasía: “Por nuestra cuenta, posiblemente no hubiera surgido la idea de que sufran ese desarraigo a esta edad. Dejar sus amigos, sus primos, sus abuelos. Pero es distinto si lo piden ellos. Es una diferencia muy grande porque saben lo que ponen en juego y no les importa. Es muy difícil sacarle la idea de la cabeza si sienten eso. Nunca me imagine que iba a estar ante esta situación y me pregunto si convencerlos de los contrario no es hacerle un mal.”
A partir del planteo de sus hijos, el matrimonio comenzó a planear la emigración como un algo posible y un hecho menor jugó un papel importante. “Si no lo hacemos ahora, después va a ser tarde y nos podemos arrepentir. Si el país se sigue hundiendo, no se puede dejar pasar el tiempo. Miro a mi viejo, que trabajó toda su vida, y ahora lo tengo que ayudar porque con la jubilación no le alcanza. La verdad, yo no quiero eso para mí, ni para mis hijos. Es una decisión difícil que tenemos que tomar” reconoció Gerardo. (mdz)