El primer terremoto pasó, pero los temblores siguen provocando daños. Quienes crean que fueron suficientes los cinco cambios de gabinete de la semana pasada, se equivocan. Para Cristina Kirchner, la “desalbertización” del Gobierno no está completa. Apenas se abran las urnas el próximo 14 de noviembre, volverá a presionar para que se vayan más ministros, también quiere afuera a algún secretario de Estado y cargará contra el empresario más cercano al Presidente.
El primer objetivo de la Vicepresidenta ha quedado a la vista de todos. Es el ministro de Economía, Martín Guzmán, a quien pretende cargarle una buena parte de la responsabilidad por la derrota electoral en las PASO. “Hubo un ajuste fiscal equivocado”, fue la frase que usó Cristina en su carta demoledora que forzó el quiebre del gabinete. La novedad es que el ministro le respondió, una audacia con pocos imitadores en el peronismo.
“En la Argentina no hubo ajuste fiscal; ha habido una política fiscal expansiva”, contraatacó Guzmán en una entrevista radial con periodistas kirchneristas. Se defendió con argumentos técnicos y con una serie de elogios para la Vicepresidenta que causaron ternura en el Instituto Patria. “Quiere llevarse algo para volver a Columbia como el garante de la racionalidad fiscal, pero no vamos a darle el gusto”, advierte una legisladora que sostiene las banderas del kirchnerismo. Cristina cree que el ministro la enfrenta porque necesita recuperar capital político para volver a los claustros universitarios cuando abandone el Gobierno.
En las horas de máxima tensión previas al cambio de gabinete, Cristina le concedió a Guzmán un llamado para decirle que no era ella la que estaba proponiendo su reemplazo. Su hijo Máximo y Sergio Massa la persuadieron sobre la inconveniencia de empujar al ministro antes de noviembre con dos argumentos convincentes. El primero es que está negociando con el Fondo Monetario y es el único que habla con su directora, Kristalina Georgieva. El segundo motivo jamás lo admitirán en público. Necesitan a alguien que pague el costo en caso de que se repita la derrota en las elecciones generales.
Guzmán llegó al Gobierno con el antecedente de haber escrito una tesis sobre cómo podría recuperarse un país fuertemente endeudado. Su padrino era el economista keynesiano Joseph Stiglitz, uno de los preferidos de Cristina. Aquellos tiempos en los que el ministro deslumbraba a la Vicepresidenta con sus explicaciones parecen haber quedado muy lejos. “Que se vuelva a servirle el café a Stiglitz”, ofenden hoy los camporistas enojados.
El campo de batalla entre Guzmán y el kirchnerismo es ahora el Presupuesto 2022, que el ministro envió al Congreso y que Máximo Kirchner corrige personalmente. Como lo certificó Fernanda Vallejos en su histórico audio de WhatsApp, el ultimátum lo pronunció el hijo de la Vicepresidenta en uno de sus discursos parlamentarios. “No se puede servir a dos señores”, le señaló a Guzmán. Si se termina yendo en noviembre, lo acusarán de jugar a favor del FMI.
Claro que además de Guzmán, Cristina tiene en la mira a otros funcionarios albertistas. Desde el comienzo mismo de la pandemia viene despotricando contra el ministro de Producción, Matías Kulfas, quien de milagro se salvó de la guadaña en este primer recambio. Pero ahora le agregó otro condimento a sus críticas para quienes están mas cerca del Presidente. Ella está convencida de que hubo un grupo de dirigentes que intentaron convencer a Alberto Fernández para que aceptara las renuncias de los ministros K y marcara diferencias reales con el kirchnerismo.
En la mira de CFK
Entre esos funcionarios, Cristina le apunta al secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Beliz, con quien tiene una relación tortuosa desde que Néstor Kirchner lo pidió la renuncia como ministro de Justicia en 2004 privilegiando su vínculo de entonces con el espía Jaime Stiuso. Y también acusa al Jefe de Asesores, Juan Manuel Olmos, el albertista que mejor relación tiene con el universo judicial que tanto desvela a la Vicepresidenta. A los dos los incluye en esa presunta célula que habría intentado llevar al Presidente a romper lanzas con ella en el momento mas álgido de la crisis post PASO.
Las sospechas de Cristina, en cambio, no alcanzan esta vez a Vilma Ibarra, quien frenó los ánimos secesionistas de algunos albertistas y que, en medio de la confusión en la Casa Rosada, enfrentó los micrófonos y aclaró que nadie le había aceptado la renuncia al kirchnerista Wado de Pedro. Allí se acabó el ensueño poselectoral de primavera albertista que duró, según los cálculos más románticos, poco más de veinticuatro horas.
“El albertismo jamás existió; son cuatro tipos tomando café en avenida Callao”, se ensaña un kirchnerista que pronostica más tormentas cuando se sepa el resultado de la elección de noviembre. Además de ministros y secretarios, sorprende escuchar en boca de quienes acompañan a Cristina el nombre del publicista Enrique “Pepe” Albistur como uno de los que enfureció a la Vicepresidenta.
“Dale Alberto, vos tenés la lapicera…”, es la frase que los kirchneristas le adjudican a Albistur para acusarlo de intentar convencer a Fernández de avanzar hacia la ruptura. El aroma de la venganza K también revolotea sobre la humanidad del empresario peronista. Se trata nada más y nada menos que del esposo de la candidata oficialista, Victoria Tolosa Paz, y del dueño del departamento donde dormía el Presidente. En esas noches cuando escribía tuits contra Cristina y ni siquiera soñaba que, en poco tiempo, iba a cambiar esa habitación por otra mucho más inquietante en la Quinta de Olivos. (Cl)