Jorge Julio López fue secuestrado por un grupo operativo de las patotas que en territorio bonaerense estaban bajo el mando del General Ramón Camps y cuya operatividad de inteligencia estaba bajo la dirección de Miguel Etchecolatz. Luego de haber sido interrogado bajo tortura, fue liberado. Años después, decidió presentarse como testigo en los denominados “Juicios por la Verdad”.
Su desaparición fue calificada por el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, Felipe Solá, como “el primer desaparecido en democracia”. El aserto tensó en su momento la relación con el presidente Néstor Kirchner. Enojos o no, lo que no cambió es que Jorge Julio López nunca fue encontrado.
Si bien en aquella oportunidad se atribuyó su desaparición a “grupos operativos aun vigentes del proceso”, nada se ha probado. Los propios actores de la coalición kirchnerista han tejido infinidad de hipótesis, desangrando la lógica política de grupos enfrentados entre sí en una disputa que pasa muy lejos de la atención pública.
El caso Marcela López
Hoy, desde Santa Cruz, en donde el matrimonio Kirchner domina la escena política y judicialmente, ha desaparecido una vecina de Rio Gallegos: Marcela López. Su historia comienza a cruzarse con el poder político de la familia Kirchner porque aparece en el escenario el contador Mario Alejandro Balado, quien fue designado, junto con Matías Benzi, administradores de las propiedades de Máximo y Florencia. El marido de la desaparecida, José Luis Balado, es el tío de Mario. Cuando, con perros rastreadores, se buscaba el posible rastro de Marcela López, sostiene el abogado de la familia que aparecieron cajas con dólares en una vivienda adhoc, perteneciente a Mario Balado.
Hoy, con una exposición publica de los hechos que desborda la crónica policial y se torna política, nadie da razones ciertas, ni en el caso de Julio López, ni en el de Marcela. Hay una constante política en ambas historias que impacta en el criterio general que la sociedad tiene de la dirigencia y de su capacidad de dar respuestas. MDZ