Política 05/09/2021 20:39hs

Ultimátum para Alberto Fernández y temor a su reacción el día después de las elecciones

Cristina y Máximo Kirchner presionan al Presidente. Qué le piden y por qué están enojados. Las maniobras con la oposición. Por qué Rodríguez Larreta piensa en un gobierno de coalición.

Ultimátum para Alberto Fernández y temor a su reacción el día después de las elecciones

Hasta hace quince días, Alberto Fernández estaba convencido de que no había margen para que el Frente de Todos perdiera las elecciones y tenía proyecciones que le daban una victoria de entre ocho y diez puntos en la provincia de Buenos Aires. El jueves, en la Quinta de Olivos, estuvo repasando las mismas mediciones, hechas por los mismos encuestadores, pero con cifras actualizadas. Ahora le otorgan una ventaja más reducida en tierra bonaerense: de entre cuatro y cinco puntos. El Presidente expresó por primera vez ante sus colaboradores un temor que no avizoraba: que los indecisos y los votantes de distintas fuerzas de la oposición (habló en especial de los de José Luis Espert) terminen inclinándose por el “voto útil” y se produzca un crack electoral.


Fernández atraviesa momentos de turbulencia política y emocional. Su imagen se ha derrumbado y sus aliados lo han puesto en jaque. Existe una presión constante de Cristina para que haga cambios drásticos. El primer mandatario ha recibido una especie de ultimátum por parte de sus socios. Le exigen que se desprenda de nombres pesados en el Gabinete y un giro brusco en el manejo de la economía. La vicepresidenta pretende que Santiago Cafiero, el jefe de Gabinete, y Martín Guzmán, el ministro de Economía, entre otros, ya no estén para la segunda parte del mandato. Se gane o se pierda las legislativas.

Las modificaciones no terminan en los asuntos públicos. Implicarían también la vida privada. Aunque la polémica por las celebraciones en Olivos en plena cuarentena hayan encontrado un ancla, siguen dando que hablar en determinados ambientes, como si hubieran episodios que aún se desconocen o que solo se abordan en tinieblas.

Cristina y Máximo Kirchner parecerían tener pistas extras. “Alberto tiene que solucionar sus problemas particulares”, les dijo Máximo, el lunes, a Héctor Daer, José Luis Lingieri, Gerardo Martínez y Andrés Rodríguez. La frase fue motivo de conjeturas entre los gremialistas, posteriores al asado de más de dos horas que compartieron en una casona de San Telmo. ¿Qué habrá querido decir el diputado? Eduardo “Wado” De Pedro no hizo ningún comentario. El ministro del Interior, que había sido el primero en llegar, habló poco desde la llegada de Máximo. “Se notó quién es el jefe”, contó uno de los gremialistas.

Las alusiones a Fernández fueron varias. Se dijo que Alberto está sobreactuando su presencia en los actos, acaso para capitalizar una eventual victoria. Tienen fundamentos las sospechas. Eso traman los albertistas. “Si ganamos nos van a tener que reconocer que la vacunación fue un éxito”, sostienen. Podrían salir a instalar que se trata de la primera vez que el kirchnerismo no pierde una elección de medio término desde 2005. Y la primera que gana Cristina desde que fue elegida presidenta, en 2007.

Los camporistas consideran que el Gobierno debería estar más preocupado por bajar la inflación y porque los salarios no pierdan la carrera contra la suba de precios. Lo deslizó Máximo en el almuerzo en San Telmo, aunque Martínez lo interrumpió: “Dejá que de las paritarias nos encargamos nosotros”, afirmó. Daer insistió con generar condiciones para que el empleo vuelva a crecer y Máximo blanqueó que se necesitará un acuerdo con la oposición para que eso ocurra.

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El diputado podría ponerse al frente de esa movida, junto a Sergio Massa, que hace algunas horas volvió a decir que oficialistas y opositores tendrán que sentarse a charlar en una misma mesa cuando baje la espuma electoral. Cristina tendría un rol menor en esas conversaciones. Menor en cuanto a la exposición. Nunca detrás de bambalinas, donde su voz es la más escuchada. Máximo buscó acotar su protagonismo frente a los sindicalistas. Les dijo que a su madre siempre la ponen en el centro de la escena “por más que en algunas cosas no tenga nada que ver”.

Los coqueteos con la oposición comenzaron hace varios meses. Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal insisten en lo contrario. Se excusan en que “no hay nada formal”. Es lógico que lo hagan, por más que pocos les crean. Hay elecciones y han recibido una fuerte presión de algunos de sus aliados. “Operación abortada”, dijo Elisa Carrió días atrás, en un audio que circuló entre algunos miembros de la coalición opositora. Si se abortó es porque algo había. Había y quizá siga habiendo.

El alcalde encontró un atajo para salir del brete: “Si nos llaman a dialogar lo vamos a someter a una decisión institucional de Juntos para el Cambio”, ha dicho. “¿Y si te convocan a vos en persona?”, le preguntaron días atrás, en un café de nombre francés, en Palermo chico. Larreta respondió que estaría dispuesto a ir a la Casa Rosada, para entrar a la vista de todos; luego, aclaró, trasladaría la propuesta al corazón de Juntos por el Cambio. No quiere reuniones clandestinas que lo dejen pegado. Su amistad con Massa, de la que no reniega, le trae a menudo dolores de cabeza. Lo mismo que a Vidal haber declarado que chateaba con Máximo.

El ala dura del macrismo cree estar en un buen momento, pese a que Patricia Bullrich tuvo que bajar su candidatura. “Desaparecieron las palomas”, ironizan. Mauricio Macri ganó aire. Le han escuchado decir: “Necesito más halcones”. Las disputas entre macristas, larretistas y radicales quedaron relegadas desde las fotos de Olivos. Eso no quiere decir que no existan.

El giro discursivo de Larreta y Vidal es notable. Pero no habría que confundirse. Durará lo que dure el proceso electoral. Ambos dicen que quieren terminar con la grieta. Se jactan, además, de que el diálogo es lo único que puede unir al país. Más: Larreta piensa en un gobierno de coalición, que albergue también a peronistas, si llegara a ser presidente en 2023. Le encanta el nombre de Juan Schiaretti. Puestos a fantasear, hay quienes sostienen que el gobernador de Córdoba sería “el mejor jefe de Gabinete” que podría tener Horacio.

La oposición empieza a ver que los astros se alinean a su favor en Córdoba, Mendoza, Santa Fe, Ciudad de Buenos Ares y, tal vez, hasta en la Provincia, aun cuando en sus propias encuestas Victoria Tolosa Paz aparece arriba, y más allá del persistente clima de apatía electoral y de desencanto general con la clase política.

En el entorno presidencial, en cambio, se viven días de incertidumbre, a veces con pasajes de angustia y ansiedad. Desearían que las elecciones se hicieran ya. Un triunfo no podría detener, pero sí enfriar el acoso de los propios hacia Alberto. Los aliados presidenciales más fieles no ven el día de gritar a los cuatro vientos “¿vieron que tan mal no lo hicimos?”. Pero la preocupación crece: “¿Sabés lo que sería la convivencia interna si perdemos? ¿Sabés lo que sería el camino hasta las elecciones generales?”, se pregunta un funcionario de primera línea.

En algunas mesas reservadas ya se habla abiertamente de que Cristina y La Cámpora buscarían copar definitivamente el Gobierno si se produjera un revés. Quienes charlan con frecuencia con la ex presidenta miran el espejo del 2013, cuando la oposición ganó las legislativas y fue el anticipo de lo que ocurrió dos años más tarde con las presidenciales. Aquella experiencia derivó en los años más traumáticos para la familia Kirchner.

Cristina pasó de la presidencia y de reunir el poder en un puño a desfilar por Tribunales y a acumular procesamientos y pedidos de prisión preventiva, mientras su fuerza política se deshilachaba y algunos de los que juraban lealtad tomaban distancia para reconocer los escándalos de corrupción. Varios de sus funcionarios terminaron presos. Como si fuera poco, en 2017, Cristina perdió por primera vez como candidata las elecciones para senador y Florencia -procesada, al igual que Máximo- se tuvo que ir a vivir a Cuba.

La reacción de Alberto post elecciones es un misterio. ¿Y si no hace caso a los cambios que le piden? ¿Y si hace algunos pero no conforman? ¿Y si resulta peor el remedio que la enfermedad? ¿Y si se encierra para siempre en su círculo más estrecho? Los cristinistas temen cuál será su accionar. Alberto ha deslizado en privado cosas que no cayeron bien. Por ejemplo: que él necesita a Cristina, pero que, dadas las circunstancias y las necesidades personales, mucho más lo necesitan a él.

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