Son tantas las cosas que el gobierno nos ofrece como entretenimiento que muchas veces hacemos foco en las pavadas y se nos escapa lo importante. Un buen ejemplo de esto fue lo desapercibido que pasó la dramática frase que tiró el “presidente” en su sketch del lunes cuando gritó: “¡No me van a hacer caer por un error que cometí!”. Caramba. Desde la época de Levingston que no se escuchaba un bocadillo tan desgarrador.
Obviamente acá no hay conspiradores ni militares ni CIA ni nada parecido. Lo que hay es que Cristina no se lo fuma más. Por eso todos sospechamos que la frase de Alberto fue dedicada a Ella. ¿El “presidente” manda fruta? Habitualmente sí, pero no en este caso.
El tipo se huele algo raro y no es para menos. Publican una foto, luego un video, ella le pide que no se ponga nervioso, lo interrumpe en el escenario, le reclama orden, Parrilli le llama la atención, Berni lo acusa de entregar a su compañera, en otras palabras: Cristina le rodeó la manzana.
Como todo buen republicano, uno debe estar siempre dispuesto a defender el orden institucional por lo que no queda más remedio que tirarle un salvavidas a este muchacho antes de que se lo lleve la correntada. Ya sé que mucha gente lo tiene montado en un huevo pero la situación amerita ayudarlo.
La mejor manera de desbaratar una movida política o un intento de zafarrancho es adelantarse, contarlo y quemarlo. Hagámoslo, pues. ¿Cual sería el supuesto plan de Cristina que debemos desbaratar para proteger a Alberto? Partamos de dos hipótesis tan incomprobables como ciertas:
1. Cristina está convencida de que en 2019 hubiera ganado sin Alberto. Se avivó cuando vió que Kicillof le ganó a Vidal por 17 puntos en las PASO, pero ya era tarde para sacárselo de encima.
2. Su candidato para el 2023 no es ni Máximo, ni Kicillof, ni nadie más. Es Ella misma. Salvo que le muestren encuestas catastróficas, ni loca se va a perder la oportunidad de empatar el récord de tres presidencias que ostenta el General Perón.
¿Como sabemos esto? Llevamos 18 años de kirchnerismo, amigo lector. Lo bueno de ser gobernado por esta gente es que ya los conocemos de memoria. También sabemos que Ella lo va a humillar hasta el final y que él nunca va a reaccionar. En cualquier momento lo va a mandar a peinarse o a lavarse los dientes en el medio del acto de inauguración del hospital bonaerense, ese que desde 2003 inauguran cada seis meses.
Para bajarle el dramatismo a la propia frase de Alberto (“no me van a hacer caer…”), pongamos el problema en su justa dimensión. “Caer” no es el verbo apropiado. Caer, lo que se dice caer, cayó Saigón, cayó Kabul, cayó Saddam, cayó el Muro, eventualmente caerá Insfrán. No es por bajarle el precio, pero lo de Alberto no sería más que un simple whatsapp de Cristina y a otra cosa mariposa. Caer por whatsapp no es caer. No exageremos. ¿Como sería la maniobra que Cristina tiene en mente? Veamos.
Como todo peronista, ella algo de Perón aprendió. Si bien todavía no comprende el mundo actual, conoce de taquito el mundo de los 70. De hecho, ella habita en los años 70. “Rolando Rivas taxista” ya la vió como seis veces y esta semana le llevan un VHS de “Piel Naranja” . Hagamos memoria.
En 1972 el General Perón designó como su candidato presidencial a Héctor J. Cámpora quien en marzo del 73 ganó las elecciones con el 49% de los votos. Para evitar el ballotage era necesario sacar 50% más 1 de los votos pero Don Ricardo Balbín, que había salido segundo con el 21% y que era un señor con mayúsculas, le dijo: “no perdamos tiempo Don Héctor, ganó usted” y así terminó el asunto.
Para cuando Cámpora asumió, el 25 de mayo de 1973, Perón ya tenía pensado rajarlo. El camporismo sólo duró 49 días. Increíblemente, bastaron siete semanas de gobierno para que, casi 50 años después, una organización política que hoy maneja todas las cajas del Estado usurpe su nombre y consagre una de las tergiversaciones más desopilantes de la historia. Don Héctor era un honesto, humilde y leal peronista conservador de derecha. Si los viera hoy, los correría con el torno por todo el conurbano (era dentista).
El 13 de julio del 73, Perón le mandó un whatsapp al Tío Cámpora agradeciéndole los servicios prestados e invitándolo cordialmente a dejar la Casa Rosada. El vicepresidente de entonces era el líder conservador Vicente Solano Lima, quien por un segundo habrá pensado “Guauuuu, me toca a mí”. Pero no. Al minuto le sonó el celu y le entró el mensajito del General: “Gracias por todo Don Vicente, vaya tranquilo a su casa nomás”.
El tercero en la línea sucesoria era el Presidente Provisional del Senado, Alejandro Díaz Bialet. El tipo estaría probándose el frac cuando le sonó el teléfono y le dijeron que mejor lo cuelgue y lo guarde en el placard. A casita él también.
En una tarde se voltearon a los tres muñecos de la línea sucesoria y acomodaron en el Sillón de Rivadavia al presidente de la Cámara de Diputados: Raúl Lastiri. ¿Qué méritos tenía este señor para ser designado presidente de la Nación? Simple. Se había casado con la hija de López Rega, quien al toque fundaría la Alianza Anticomunista Argentina, popularmente conocida como Triple A y puntapié inicial del terrorismo de Estado. O sea, Lastiri era el yerno de López Rega. ¿Por qué lo puso Perón? Hermosa pregunta para que responda la conciencia peronista.
Lastiri asumió e inmediatamente convocó a nuevas elecciones para septiembre en las que Perón obtuvo el 62% de los votos alcanzando así su tercera presidencia con bombos y platillos.
Eso pasó en los 70. Ahora traslademos aquel episodio al presente. Imaginemos que Cristina le manda el whatsapp a Alberto, en adelante el LOCATARIO, y que este se va con los bártulos y todo el elenco de la foto del cumple al departamento de Puerto Madero que le alquila Tolosa Paz, en adelante la LOCADORA. Listo, un problema menos.
La Vice, o sea Cristina, no asumiría porque ella no quiere entrar a la Rosada por la ventana. Ella quiere la gloria electoral y la pompa faraónica. Algo entre Perón y Cleopatra. Renunciaría también y esperaría las elecciones.
La tercera en la línea de sucesión, o sea el Alejandro Díaz Bialet de hoy, es la senadora Claudia Ledesma Abdala. Con su marido, el gobernador santiagueño Zamora, constituyen esa clásica pareja feudal de derecha que suele apropiarse de su provincia, como los Juárez o los Kirchner. Pero no tiene chance porque Cristina no aceptaría otra mujer presidenta. Todavía no puede reconocer que antes de ella estuvo Isabel, mucho menos va a reconocer a una nueva. Tachemos a Ledesma.
¿Quien quedaría? Al igual que en 1973, asumiría el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, que no es el yerno de López Rega pero ojo: está casado con Malena Galmarini, hija del Pato Galmarini que ahora está en pareja con… Moria Casán!
O sea que hoy Massa, técnicamente, es el yerno de nuestra querida Moria. Nunca tan oportuna la frase “la historia se repite primero como drama y luego como comedia”. A esa asunción del mando iríamos todos contentos colgados de las tetas de Ella como le gusta decirlo (aclaremos rápidamente que en este caso Ella es Moria, obvio).
¿Cristina se animaría a confiar en Massa o preferiría dejar todo como está, bancarse a Alberto y torturarlo hasta el 2023? ¿Van a hacer una remake de los 70 o nos van a seguir entreteniendo con El Show de la Humillación? Lindo dilema argumental para esta comedia.
Si fuera una serie de Netflix, la escena final de cada episodio sería de noche y en Olivos. Alberto deambulando entre la fascinación de ser “presidente” y la angustia de seguir siendo humillado. Sale al jardín. Se sienta en un banco. Saca del bolsillo una Rodhesia. Le entra con tutti. Se acerca el perro. Lo acaricia. Se ponen cabeza con cabeza. “No sabés el día que tuve hoy, Dylan… te cuento…”. La cámara se aleja mientras arranca el tema de Baglietto: “…la vida es una moneda…” Títulos. Fin del capítulo.