La canción de Alberto Fernández, me caigo y levanto, y mi querida Cristina
Por Miguel Wiñasky
La canción de Alberto Fernandez es así: “Si me pierdo, yo me encuentro. Si me caigo, me levanto. El secreto en esta vida es seguir cantando”.
Lo estrenó en el programa Caja Negra y lo repitió en un acto de campaña en La Plata.
En el fragor del recitado en lugar de “me” levanto, le salió pronunciar “mi” levanto.
Pero se entendió igual. Él afirma que ese poema lo motiva mucho.
Aseguró también que “nosotros seguimos cantando”. Se refería al oficialismo.
La estructura de sus versos resuenan a otros de la poesía popular, por ejemplo: “En el cielo las estrellas, en el campo las espinas, y en el medio de mi pecho la República Argentina”.
Hubo oídos atentos y reseñas sobre el poema presidencial. El escritor Marcelo Birmajer consideró que en la última línea faltaría una palabra. Alberto dice: “El secreto de esta vida es seguir cantando”.
Para Birmajer hubiera sido mejor enunciar “el secreto de esta vida es ‘siempre’ seguir cantando”.
La métrica sería más precisa.
Pero son discusiones literarias que no atenúan el mérito de ponerle letra al deseo de recuperación.
La musicalidad presidencial se ha inspirado renovada tras la difusión del cumpleaños de Fabiola.
Es que a Olivos ingresaron los amigos y las amigas al cumpleaños de la primera Dama invitados para desmoronar, aunque no a sabiendas, las murallas de la residencia oficial.
Hay una equívoca ponderación de los efectos de la frivolidad azuzada o más bien ejercida desde el centro del poder. De pronto esas ligerezas permitidas en otros momentos históricos, pero impedidas ahora por el propio presidente, pusieron de relieve una inmensa irresponsabilidad de frente a una sociedad angustiada como pocas veces. No hay nada mas ofensivo que reirse en la cara de los que sufren.
Se reformularon las fronteras básicas: dentro-fuera. Desde afuera se vio lo que ocurría dentro, pero desde adentro parecen ciegos a lo que ocurre afuera.
El Estado se ausentó de sí mismo en su propia sede residencial.
Olivos se desestatizó en su fiesta clandestina.
Se ausentó el Estado allí mismo donde vive el Jefe de Estado. Y no se controló lo que había que controlar.
El entorno de la Primera Dama acudió al onomástico prohibido con esas armas que en ciertas ocasiones pueden ser letales y las usaron: los celulares, y fotografiaron y filmaron. Una conjura tácita, sonriente y ajena a la muerte que abatía a miles por el COVID.
El presidente no había advertido que es visible.
Es un notable error de percepción, como si viviera en otro tiempo cuando la tecnología de la información y la comunicación no era lo que es.
Alumbraron con reflectores esa intimidad festiva y presuntamente protegida y las imágenes pudieron más que mil denuncias.
Ahora, la gran idea que han tenido es mostrar y difundir desde sus pantallas amigas las escenas que ocultaron durante un año, para que expuestas se diluyan en las olas amnésicas que nos decapitan la memoria yuxtaponiendo un escándalo detrás de otro.
Se inducen presuntos olvidos por sobredosis de desastres encubiertos.
Cuenta Alicia en su País de las Maravillas: "He visto a menudo gatos sin sonrisas. Pero jamás he visto una sonrisa sin gato".
Hemos visto a menudo reuniones sin sonrisas, pero jamás hemos visto celulares inactivos en las imprudentes reuniones de cholulos variopintos.
Hemos visto y oído a menudo a personas en general respetables que de pronto mienten por piedad o por aducidas y controvertidas razones de Estado. El secreto y el poder han mantenido una alianza atávica.
Pero jamás hemos visto mentirosos que no mientan.
¿Por qué mienten los mentirosos compulsivos?
A veces, es una forma de seducción vacía. Tratan de seducir todo el tiempo aunque se caiga el mundo.
El seductor serial, sin embargo, siempre encuentra un límite. Aquí está claro. El límite para él es Cristina Kirchner.
Ella instrumenta al presidente para sus fines. Jamás cae a sus pies. Ni pensarlo.
Cruz Diablo. Ella es inmune a los presuntos encantos gestionarios que él cree que posee, a su estilo de seducción política.
Ella le toma el micrófono, ella lo microfonea, ella lo trata o lo destrata.
Ella lo domina.
Detrás de todas las fotos y de todas las mentiras se yergue la vicepresidenta.
De su voluntad brotó la demora de la siempre prometida vacuna Pfizer entre otras decisiones delicadísimas.
El vértigo pre eleccionario desespera a los gobernantes.
Y al presidente lo encuentra en una bizarra montaña rusa construida con los rieles desequilibrados del país y de la economía y también por errores que nadie forzó y que pusieron en gravísimo entredicho su credibilidad.
Él tiene una mirada muy enfocada sobre los descensos y los ascensos existenciales. Prometió poner a la Argentina de pie.
Afirma que si se cae se levanta.
Aseguró también que a él no lo iban a hacer “caer”.
¿A quién se refería?
Todos los rumores se multiplican.
Las presiones son mayúsculas.
Los problemas son enormes.
Los celulares auguran nuevas sorpresas.
Y el presidente sigue cantando.