Marcha #16A: Cuando las piedras hablen sin lastimar
La convocatoria para el lunes encierra un significado profundo, conectado con el dolor de la sociedad
“Habría que llevar una piedra por cada muerto por covid-19 a Casa Rosada y dejarla ahí. No tirárselas, dejarlas ahí”, posteó en su cuenta de Twitter la usuaria Ani Marino. A partir de allí la idea comenzó a circular en redes y creció a una velocidad inédita; se le puso fecha, hora y lugar a la convocatoria: el próximo lunes 16 de agosto a las 16:00.
Así quedó establecido en las redes que el #16A en la Quinta presidencial de Olivos, frente a la Casa Rosada y en distintas plazas principales del país, se realizará “La marcha de las piedras”, quizá el acto de repudio y protesta más significativo que enfrentará el gobierno de Alberto Fernández desde que llegó al poder.
El lunes, a la misma hora que los manifestantes vayan dejando una piedra en memoria de cada muerto por Covid-19, el Ministerio de Salud estará dando a conocer el parte diario de contagios y muertes con números que bordearán los 110.000 casos mortales, una muestra cabal de los resultados de la gestión de la pandemia.
Pero la nuestra no es una sociedad necia. Sabía, cuando comenzó la pandemia, la gravedad que revestía esta situación y que era ineludible el dolor de perder vidas. Claro que la angustia abraza hasta apegarse cuando las víctimas son seres queridos, familiares y amigos.
Por eso vale destacar que el espíritu de esta marcha no busca protestar por lo inevitable, eso se ve reflejado en algunos de los testimonios que nutren la convocatoria: “La última vez que hablé con mi papá fue por zoom”; “Mi hija murió sola, me la entregaron en una caja”; “Lo vimos por última vez subiendo a una ambulancia”; “Murió sola”; “Murió solo”; “No pudimos despedirlo”.
La gran razón de ser de esta marcha es recordar a los que murieron solos, pero también para protestar por lo que debió ser y el gobierno no quiso y por las restricciones que no cumplieron los mismos que las impusieron.
Porque el gobierno decidió mal y se arrogó privilegios que a la vez quitó a los familiares dolientes que no pudieron despedir a un ser querido; porque rechazó vacunas disponibles como las de Pfizer y tardó siete meses en modificar una ley que hubiese permitido vacunar antes y salvar miles de vidas; porque su discurso autoritario provocó más de 200 violaciones a los derechos civiles y humanos en todo el país que incluyen muertes dudosas relacionadas por abuso de las fuerzas de seguridad con el fin de cumplir la premisa de controlar el tránsito comunitario; porque se vacunaron de modo privilegiado y después dijeron que “no es delito saltarse la cola”; porque la primera dama no se privó de festejar su cumpleaños ni de cuidar su imagen, aún a costa de burlar las normas que su propia pareja había dictado; porque la mascota del Presidente tuvo un mejor trato que cientos de miles de abuelos que transitaron con angustia y soledad este año ingrato donde, además, a millones de chicos se los alejó de la escuela por un tiempo absolutamente innecesario.
Una muestra clara de la impunidad con la que manejaron esta situación la dio esta semana el adiestrador de perros Ariel Zapata que, ante la oportuna consulta de la periodista Candela Ini para LA NACION sobre sus ingresos a la Quinta de Olivos cuando no se podía transitar por la ciudad, contestó: “Me llamaron por un asunto importante, que eran las peleas de perros en Olivos. El perro del presidente, Dylan, se peleaba con su hijo, y por indicación del doctor Romero, yo fui a atender ese problema”. Esas eran las urgencias que manejaban alrededor del Presidente.
El dolor está latente y vive en cada persona que perdió a alguien cercano o en aquellos que no son inmunes al dolor colectivo y que llevarán una piedra en nombre de un familiar que no pueda movilizarse. A diferencia de la protesta contra la reforma del cálculo jubilatorio del 17 de diciembre de 2017, donde los manifestantes arrojaron 15 toneladas de piedras contra el Congreso, hiriendo a un centenar de policías, esta vez las piedras dejadas en las puertas de donde reside el poder, hablarán por sí solas, sin lastimar a nadie.
Cada piedra depositada en los umbrales de la Casa de Gobierno o de la Residencia de Olivos, que al parecer funcionó como una suerte de “Isla de la fantasía” durante la pandemia, porque allí adentro podía suceder todo lo que puertas afuera estaba vedado, significará algo más que un homenaje a quienes ya no están con nosotros. Será una ofrenda a su memoria, pero también un peso contra la injusticia, contra los privilegios de la casta política, y para recordarle al gobierno que decidir por todos, sin pensar en todos, no es algo que un vasto sector de nuestra sociedad esté dispuesto a olvidar.
No se tratará de una marcha partidaria e irá más allá de una protesta por los 110 mil muertos. No en vano se utilizará la tradición judía de las piedras: a diferencia de las flores, como se acostumbra en las ceremonias cristianas, las piedras sobre las lápidas buscan ser un homenaje duradero convertido en un símbolo de respeto eterno. También se busca eso: que la memoria perdure, sobre todo, para recordar cómo trataron a cada uno de ellos y a sus seres queridos.
Posiblemente, la llamada “Marcha de las piedras” del próximo lunes no será la protesta más grande ni la más ruidosa, pero sí será la que contenga más argumentos sólidos para su realización. Y también será una muestra enorme del sentido de dignidad que se sostiene en gran parte de los argentinos.